La palabra mes viene del latín “mensis”, cuyo origen en griego hace referencia a la Luna. Entonces
un mes es un ciclo lunar. El calendario romano tenía solo diez meses. Comenzaba
en marzo y terminaba en diciembre, con seis meses de 30 días y los otros cuatro
con un día de más. Entonces el ciclo tenía 304 días, más un periodo invernal que
duraba sesenta días en el cual no se registraba fecha alguna. Según la
tradición, durante el reinado de Numa Pompilio en el siglo VII a.C., estableció la formación de dos meses a los que
llamó enero y febrero. Al primero con 31 días le llamaron “Januarius”, en homenaje a Jano, el dios de las puertas que regía
las entradas y los comienzos, los umbrales y los puentes. Se le representaba
con las caras contra opuestas, porque con cada una de ellas podía ver y regir el
pasado y predecir el futuro. Con una veía al año que se iba y con la otra
puesta en el porvenir. En consecuencia, los romanos le dedicaron el primer mes
del año, desplazando a marzo como el inicio.
Era tanta la devoción al dios Jano que poseía doce altares,
correspondientes a uno por mes; además de un gran templo que se cerraba cuando
no había guerra. Para honrarlo, la gente estrenaba ropa, los maridos regalaban
dinero a sus mujeres, procuraban iniciar con monedas en sus bolsillos como
señal de que no faltara en el resto de los meses y se cruzaba los umbrales
siempre con el pie derecho por delante para tener buena suerte en todo el año.
El 1 de enero como primer día del año, se fijó el año 46
antes de Cristo, cuando el emperador Julio César dejó en 445 días, entrando en
vigor al año siguiente. El 1 de enero quedó como el primer día, en el tiempo en
que los magistrados y cónsules comenzaban a desempeñar sus nuevos cargos. Ahora,
¿por qué el año comenzaba originalmente en marzo? Es cuando se aprecian los cambios
de renovación en la naturaleza. El verdor se ve por doquier y en consecuencia
anuncia el ciclo nuevo de regeneración en los campos y montañas. Si se fijan,
el zodiaco comienza con Aries el 21 de marzo.
Aquí en México, iniciábamos el año con la vieja creencia
conocida como “Las
cabañuelas” y que
lamentablemente es una costumbre que comienza o tiende a desaparecer. Esa
práctica, consiste en pronosticar el tiempo del año en base a la observación
del clima de los primeros doce días de enero. Funcionó hasta hace algunas
décadas, cuando todavía el clima del planeta no estaba tan alterado. Bastaba
con que lloviera un poco el primer día del año, para decir que enero sería
lluvioso y si el día siguiente hacía mucho viento, febrero se presentaría con muchos
“aironazos” porque había soplado el
día dos. Con base a estas suposiciones, se popularizó la frase: “enero y
febrero desviejadero”, pues dicen que en los primeros 60 días del año, regularmente
pasan a mejor vida los adultos mayores.
Luego se decía que febrero loco y marzo otro poco. Y así
sucesivamente. En las antiguas comunidades agrícolas predominaba la idea de que
el clima de los meses, se habría de deducir por el tiempo observado los
primeros doce días del año y continuaban en reversa a partir del día 13 de
enero, número al que le asignaban la equivalencia a diciembre y así el orden
ascendente hasta llegar a enero con el 24. Luego se hacían cálculos más
complicados, donde el día 25 de enero correspondería al bimestre, de suerte que
se repartían 12 horas por cada mes. El asunto es que antes apreciábamos a la
naturaleza, observando y calculando de una manera muy simple y hasta algo
ingenua, pero que nos hacía acercarnos más al medio ambiente en que vivíamos.
La gente de “más antes” como decimos,
gustaba de prever los cambios climatológicos ya sea a través de las cabañuelas
o del Calendario Galván, mismo que comenzó a editarse desde 1825. Ahora lo
hacemos viendo a las “chicas del clima” o buscamos el famoso Wheater Channel
(canal del clima) para ver como estarán los tiempos.
Ahora, también debemos diferenciar entre el año solar y el
calendario lunar. El primero se define como el intervalo de tiempo empleado por
el Sol, en completar su órbita aparente en torno a La Tierra, específicamente
de primavera a primavera, desde el punto Aries o equinoccio de primavera hasta
el siguiente periodo similar. Por ejemplo, desde hace 5 mil años, los
babilonios constataron que el Sol visto desde la Tierra, se va proyectando
sobre diferentes constelaciones y que este recorrido se repite cada 365 días
aproximadamente. Como no tiene un número entero de días, se han hecho reformas para
ajustarse a lo observado como las que se hicieron en torno a los calendarios
Juliano y Gregoriano que más adelante trataré.
En un calendario lunar, los años se calculan de acuerdo a los
ciclos de la Luna. Cada periodo corresponde a un "mes lunar"; es decir, a cada lapso comprendido entre dos
momentos en que la Luna se halla exactamente en la misma fase (sea esta
creciente o menguante) y se le llama consecuentemente "mes lunar", que corresponde
28 días solares aproximadamente. Por eso lo relacionan con periodos naturales, como
el ciclo sexual de las mujeres, de las demás especies o las mareas.
A decir verdad, hoy en día seguimos con un calendario
lunisolar; que determinan las cuatro estaciones como primavera, verano, otoño e
invierno. Son doce meses lunares por cada año solar y a la repetición de doce
lunas se la llama año lunar. Como los años lunares no coinciden con los años
solares, cada tanto hay un año solar con trece lunas. Los calendarios
lunisolares, a pesar de guiarse según los meses de la Luna, añaden otro cuando
corresponde un mes al año que se intercala, para que el comienzo del nuevo año
solar tenga doce lunas. Por eso a veces hay meses que tienen hasta dos Lunas
llenas.
También hay año civil y año religioso. El año civil actual
tiene una duración media de 365 días y un cuarto de día. Y el año religioso,
expresado en términos y usos litúrgicos, da comienzo con periodos o fiestas
religiosas, como para los católicos que dan por el terminado el año con la
fiesta de Cristo Rey a fines de noviembre y el inicio del Adviento.
También hay dos calendarios, el calendario Juliano (basado
en el calendario romano, que dividió la historia a partir de la fundación de Roma)
y que tuvo vigencia hasta el año 1582, cuando el Papa Gregorio XIII, ordenó
corregir el cómputo quitando diez días para ajustarlo. Los días que
desaparecieron, van del jueves 4 de octubre al viernes 15 de octubre del año ya
citado. El Juliano más bien se regía por los ciclos de la Luna y el nuevo por
el movimiento solar. Para evitar ese error de un día cada 128 años, el calendario
Gregoriano quitó tres años bisiestos cada 400 años. El año Juliano consta de
365 días y 6 horas. Es 11 minutos y 14 segundos más largo que el año trópico o
de las estaciones. Esa pequeña diferencia acumula un error de un día cada 128
años, y había acumulado tres días en desde Julio Cesar hasta el Concilio de
Nicea ocurrido en el año de 325 d.C.
Como se advierte, la aplicación del calendario juliano fue
acumulando un error importante en la suma de los años y el día del equinoccio
de primavera, se fue corriendo en el calendario varios días hacia el comienzo
de marzo, resultando difícil determinar el momento de la Semana Santa. A los pontífices
del Renacimiento no les gustaba la burla de los protestantes que decían que
celebraban erróneamente la Semana Santa.
Pero ya comenzó enero y es la puerta del año.