Antonio
Guerrero Aguilar/
Por
favor no vayan a pensar mal. No me refiero a la desaparición de uno de los
apellidos más representativos del noreste mexicano. Más bien, lamento la
desaparición de un poblado de Santa Catarina conocido desde el siglo XIX como
Los Treviños. Este apelativo tiene diversas interpretaciones respecto a su
origen y significado. Lo hacen originario de Burgos, España o de Italia. Dicen
que puede significar tres viñas o tres piedras que señalaban los límites de una
propiedad.
El Treviño
junto con el Garza y el Villarreal son los apellidos más típicos y conocidos en
la región. El origen lo encontramos en una pareja, la de Marcos Alonso Garza
originario de Huelva, España y Juana de Treviño originaria de la ciudad de
México. Los hijos – Diego, Alonso y José tomaron el apellido de la madre para
que éste no se perdiera, mientras que Pedro, Blas y Francisco tomaron el Garza. Luego un Treviño se casa
con una Ayala y unos tomaron el Treviño y otros el Ayala. Alonso de Treviño entró
al Nuevo Reino de León en 1603. Pobló con su familia la hacienda de San
Francisco, actual Apodaca. Estuvo casado con doña Mayor de Castro o Rentería,
de la familia de don Gonzalo Fernández de Castro, fundador de la Pesquería
Grande. Y ellos tuvieron una hacienda muy importante por aquellos rumbos al pie
de la Sierra del Fraile.
Como
ya lo había señalado, desde la segunda mitad del siglo XIX, hubo una
congregación llamada los Treviños. Colindaba al este con terrenos de la
congregación de La Fama, al oeste con la hacienda de Arredondos, también
conocida como El Lechugal, con un antiguo camino que comunicaba hacia la
hacienda de San Isidro de los Guerra y supuestamente, habilitado por don
Eugenio Garza Sada para llegar hasta su propiedad en el Aguacatal, (adquirido en
el 2011 por una industria de productos químicos); al norte con el cerro de las
Mitras y al sur con el Blanqueo y los Arredondos. Ahí sus habitantes procedentes
de un mismo tronco familiar, se dedicaban al flete de mercancías a Coahuila, Zacatecas, Durango y Chihuahua y otros a las labores del
campo y la minería.
Los fundadores
del linaje son José Francisco Treviño, hijo de Pablo Treviño, originario de la Villa
de García y Gertrudis Guerra. Casado con María Leonor García, hija a su vez de
Juan José García y Juana María de Sepúlveda. Ellos vivieron en la primera mitad
del siglo XIX. Tuvieron por hijos a María Rosalía, María Gertrudis, José de
Jesús, José Cayetano, María Juana, María de los Dolores y José Antonio. Todos
ellos se relacionaron familiarmente con otros grupos a tal grado que formaron
una congregación de considerable importancia en la vida de Santa Catarina.
Hasta
hace unos 40 años, los pueblos tenían sus categorías: podían ser ciudades o
villas, cabeceras, congregaciones, haciendas, ranchos o estancias. De acuerdo a
un informe de gobierno del Lic. Ramón Treviño en 1874, “cada municipalidad con sus congregaciones, haciendas y ranchos, forma
un distrito político conocido con el nombre de aquella que es su cabecera. Por congregaciones
se conocen en el Estado a las haciendas y ranchos pertenecientes a varios
dueños que viven en ellas en común. Por haciendas labores de riego y ranchos a
terrenos destinados a la cría de ganado en donde siembran algo de maíz y otras
semillas”. En el siglo XX surgieron colonias y fraccionamientos y ahora,
para no batallar, toda la población está distribuida en colonias. Dicen que por
cuestiones postales a la hora de poner los famosos códigos. Por ejemplo, el casco viejo de Santa Catarina
ahora se le considera colonia centro. Por cierto, Santa Catarina tuvo tres congregaciones:
La Fama, los Treviños y la Huasteca, ahora consideradas como colonias.
La congregación
de Los Treviños fue un pueblo de fleteros, que dio origen a una zona industrial
que ahora le llama colonia. Ahí en Los Treviños nació mi mamá en enero de 1944.
En 1959, la señorita Juanita Llaguno Cantú ofreció a los padres vicentinos un
terreno para construir el templo parroquial, pero no les gustó y buscaron uno
en el centro de La Fama. A mediados del siglo XX se instalaron fábricas como
Tubería Nacional y Bombas Jacuzzi Universal, las dos ya desaparecidas. Luego la
fábrica de productos químicos Alen levantó sus instalaciones en 1969. De todas
maneras ahí vivían familias en los alrededores. Cuando se hizo la ampliación de
la avenida Díaz Ordaz en 1971, muchas construcciones fueron derribadas. Gradualmente
esas casas habitación cedieron ante el avance comercial e industrial, cerrando
accesos y antiguas veredas. Recién me acabo de dar cuenta, de que la última
vecina del lugar ya no vive ahí. La casa desapareció. Por respeto a las
familias, prefiero omitir su nombre. Ella nunca se quiso separar de su solar,
porque su esposo lo había cuidado y protegido con mucho esfuerzo y cariño para
ella y sus hijos. Y la decisión de la familia la entiendo y justifico también.
Cada
vez que veo una casa caída o derrumbada, me da tristeza, porque con ella
también perdemos cosas que nos relacionan con el pasado y con otras vidas. En
la canción italiana de los 60 de Adriano Celentano, “El muchacho de la vía Gluck”,
relata la historia de un joven que ansiaba salir de su entorno para ir a la
ciudad. Después de los años regresa a su casa para revivir en ella los
recuerdos y los tiempos idos. Pero ya no la encontró, el pasto y la maleza la
habían desaparecido y con ellos, los esfuerzos de aquellos que nos
antecedieron. Por eso dicen que el honor de un pueblo pertenece a los muertos,
pues los vivos solo lo usufructuamos o nos empeñamos en perderlo. Y este
artículo que acabas de leer, trata de un pueblo llamado Los Treviño que ya desapareció,
porque no tiene vecinos que habiten el entorno.
Si se preguntan que hay en Los Treviños, les diré: desde HEB en Díaz Ordaz hasta la via del tren que atraviesa la gran avenida, al poniente de Protexa, Tanto al sur como al norte, hay fábricas y bodegas.