Antonio Guerrero
Aguilar/
Con la llegada de los
conquistadores y pobladores de procedencia ibérica a la región noreste,
debieron tratar y/o someter caciques o caudillos indígenas que comandaban o
regían las diversas rancherías o naciones de las llamadas tribus chichimecas.
Los cronistas de la época se refieren a ellos como capitanes, jefes, caciques o
caudillos, cuyos nombres se aplican en la actualidad a sitios emblemáticos como
lo son Nacataz e Icamole en Villa de García, Mamulique en Salinas Victoria,
Lazarillos y Colmillo en Allende, el Huajuco en Villa de Santiago y Zapalinamé
en Saltillo.
Según la leyenda,
Zapalinamé fue un valiente guerrero de la tribu de los huachichiles, quien al
ser herido después de librar un feroz combate defendiendo la libertad de su
pueblo, llegó hasta su refugio en la sierra. Herido y cansado se recostó, con
el rostro hacia arriba viendo el azul intenso del cielo que cubre el valle de
Saltillo, decidió quedarse como protector del aquel lugar. Hoy en día la sierra
de Zapalinamé es una reserva natural protegida, que produce el 70 % del agua
que se consume en la zona de Saltillo, Ramos Arizpe y Arteaga.
Colmillo fue un
cacique huachichil perteneciente a la nación Cayo Cuapa, quien junto con su
hermano Huajuco mantuvieron en zozobra a toda la región, durante los primeros
tiempos de fundarse la ciudad de Monterrey. Fue bautizado con el nombre de
Cristóbal. Por dedicarse a la venta de esclavos y al robo de las estancias y
haciendas fue gravemente herido. Según la leyenda huyó hasta un paraje situado
río arriba del Ramos en Allende, en donde murió. Por las noches en los alrededores, oyen el llanto del cacique.
Indudablemente el más
conocido de todos los caciques indígenas se llama Huajuco, pues su nombre da
origen a una extensión territorial situada al sur de Monterrey, la cual
atraviesa todo Villa de Santiago y parte de Allende, delimitada por la sierra
Madre y el cerro de la Silla. Se le describe como alto, feroz, mandaba con
imperio y hablaba diversas lenguas. Se dedicaba a mantener en estado de sitio a
Monterrey y a sus alrededores con sorpresivos y continuos ataques. Una vez que
se convirtió al cristianismo, se dedicó a robar jóvenes indios para venderlos
en colleras. Iba hacia el río del Potosí, cuando los indios se le rebelaron y
lo golpearon, dejándolo gravemente herido
en 1625.
Por ese tiempo, en
jurisdicción de la Pesquería Grande, andaba otro cacique del grupo de los
tepehuanes quien murió de una lanzada. Otro conocido como Nacastlahua, fue
muerto a palos en 1624 en Cadereyta porque se sentaba a la mesa antes que sus
patrones. Para vengarse, los indios se rebelaron y quemaron el jacal en donde
vivía Alonso Pérez. Ahí mataron a uno de nombre Pereyra a quien se comieron en
barbacoa.
Hay otro cacique de
nombre Martín Hualahuis, quien atacó en 1655 una estancia de Nicolás Vázquez en
San Pablo de Labradores. Fue atrapado y conducido a Monterrey en donde fue
bautizado, siendo su padrino Martín de Zavala. Con su gente se formó la misión
de San Cristóbal de los Hualahuises. Otro indio cantor de la misma ranchería de
San Cristóbal, perteneciente al pueblo o nación de los Hualahuises, participó
en varias de las empresas de pacificación y conquista al servicio de los nuevos
pobladores, pues al saber diversas lenguas, prestó valiosos apoyos por conocer
las tradiciones y creencias de los distintos pueblos de la sierra de Tamaulipas.
Hubo otro de nombre
Cabrito, quien se levantó contra los conquistadores en 1651 por el rumbo de la
sierra de Papagayos allá en el actual municipio de Los Ramones. Para capturarlo,
tomaron a su esposa para encerrarla en una casa que Alonso de León tenía en
Cadereyta. La india escapó y dio aviso de cómo estaba la situación de la
ranchería, a donde cayeron los indios el 27 de noviembre de 1651. El sitio fue
roto cuando llegaron vecinos de Cadereyta a rescatarlos. Ahí Cabrito fue
mortalmente herido y antes de morir, pidió se robaran las bestias a los
pobladores para poderlos vencer. De por el mismo rumbo, tenemos a Lazarillo, un
cacique indio del grupo de los borrados, nacido en 1599, quien vivía en
Cadereyta en 1639.
Como se advierte, hay
muchos caudillos y temibles caciques que no aceptaron el modo de vida de los
primeros pobladores, y se dedicaron a mantener en estado de guerra viva a toda
la región hasta mediados del siglo XIX.