Antonio Guerrero Aguilar/
En 1579 surgió el Nuevo Reino de León y
en 1596 a Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey que se quedó como
capital. A quienes lo habitaban les llamaban “reineros”, un gentilicio aplicado a los residentes de la ciudad
como a quienes vivían en todas (y pocas) poblaciones del reino. Tan solo un camino
y para rematar en mal estado, aunque les decían “caminos reales” pues pensaban que hasta los reyes de España podían
transitar por ellos. Lo malo es que los monarcas nunca visitaron sus dominios. Tiempos
en que advertían del aislamiento en que se hallaba Monterrey. Saltillo era el
lugar más cercano; Zacatecas (la considerada “Madre del Norte”) era la población más importante del septentrión
novohispano y estaba a una enorme distancia.
Por testimonios de aquellos tiempos, sabemos que los primeros pobladores vivían
en suma pobreza. Por ejemplo, el gobernador Diego de Montemayor tuvo que
alimentarse alguna vez de raíces de lampazos, unas hojas abundaban en los ojos
de agua.
Las actividades de los primeros
pobladores fueron el cultivo de la tierra y la cría de ganados, ya sea mayor y
menor pero solo de subsistencia y consumo familiar. Los documentos más antiguos,
dan cuenta de otra actividad muy importante como la minería; se iban a buscar y
atrapar indios para venderlos como mano de obra barata a los principales
productores de plata en el norte de la Nueva España. Los hallazgos de vetas de
metales en nuestras montañas, no eran suficientes ni siquiera presentaban la
buena ley o calidad. Ciertamente hubo centros mineros pero no llegaron a
sobresalir como los que localizaron en Durango, Chihuahua y Zacatecas.
En 1572 murió en Mazapil María de
Esquivel, la esposa de Diego de Montemayor. Luego se casó con Juana de Porcallo o de la Cerda. Cuando
fundó la ciudad el 20 de septiembre de 1596, trajo a doce familias procedentes
de Saltillo. Ya viudo, le acompañaban su hija Estefanía que se convirtió en la
esposa de Alberto del Canto, y los hijos de éstos, Diego y Miguel. Llegaron Diego Díaz de Berlanga casado con Mariana Díaz; quien
obtuvo merced de tierras al norte de la ciudad. Al morir fueron vendidas a
Pedro de la Garza y se conocieron como estancia de los Garza o San Nicolás de
los Garza. Diego de Montemayor, conocido como “el Mozo” por ser el hijo del fundador, fue casado con Elvira de
Rentería. El Justicia Mayor y hombre de todas las confianzas de Diego de
Montemayor era don Diego Rodríguez. Otro poblador Juan López venía casado con Magdalena
de Ávila y tuvo por hijos a Juan, Bernabé y Melchora, quien obtuvo mercedes en
el lugar llamado “La Pastora” en
dónde ahora está el estadio de los Rayados del Monterrey.
Lucas García era hermano de Diego
Rodríguez. Apodado el “Capitán de la Paz” por su conocimiento de las
lenguas indígenas, consiguió mercedes
para poblar la hacienda de Santa Catarina. Martín de Solís, originario de
Querétaro, casado con Francisca de Ávila; sus hijos Juan y Diego poblaron la
hacienda de Santa Cruz en el actual ciudad Guadalupe. Diego Maldonado, casado
con Antonia de Paz con un hijo llamado
Juan. Juan Pérez de los Ríos y su esposa Agustina de Charles, procedentes de la
Puebla de los Ángeles; con sus hijos Juan, Ana, Bartolomé, Alonso, Esteban y
Pedro. Otros vecinos como Alonso de Barreda, Domingo Manuel, Cristóbal Pérez y
Pedro de Íñigo, de quienes hay pocas referencias. Los primeros habitantes de
Monterrey sumaban apenas treinta y
cuatro personas entre varones, mujeres y niños.
Al iniciar el siglo XVII llegaron otros
pobladores. Pero a decir verdad, no se admitía a cualquiera, pues era necesario
hacer una solicitud escrita y además, presentar una fianza otorgada por alguno
de los vecinos, garantizando que no debían despoblarla. De esta manera fueron
llegando las familias Treviño, Ayala, Garza y otras dinastías muy famosas.
Todas ellas fueron constituyeron las viejas raíces de los más antiguos
apellidos y dinastías regionales.
Los fundadores de Monterrey y del Nuevo
Reino de León tenían por esposas a mujeres de armas tomar. Las primeras
pobladoras de nuestros pueblos, lo mismo ejercieron el matriarcado, la defensa,
el poblamiento y las actividades económicas de las haciendas y estancias que
promovieron. Me voy a centrar en tres de ellas: Juliana de Quintanilla, María
Rodríguez y Mónica Rodríguez. Doña Juliana de Quintanilla probablemente nació
en 1578 en la ciudad de México. Hija del capitán de origen portugués Juan de
Farías y María Ana de Treviño. Casada con Lucas García hacia 1596 con quien
pobló la hacienda de Santa Catalina. El 7 de mayo de 1635, doña Juliana ya
viuda de don Lucas García, recibió la merced de tierras que amparaban aquellas
que se habían perdido durante el ataque de Huajuco y Colmillo en 1624.
Lucas García falleció entre 1630 y 1631,
por lo que su viuda doña Juliana de Quintanilla quedó como encomendera y
labradora, hasta su deceso en Monterrey en el año de 1667. Los García de
Quintanilla formaron una numerosa prole a la cual se les añadieron otros
núcleos familiares: Bartolomé se fue a España y regresó. Tuvo dos hijos cuyos
nombres son Juan y Tomás García Espejo. Diego García casado con Mariana
Saldívar (Sosa), Bernardo García con María de Sosa (hija de Vicente Saldívar y
María de Sosa); Lucas García “el Mozo” con
Josefa de Ayala, Tomás García con Isabel de Arredondo, Nicolás con Juana
Bracamonte, Juana de Farías con Nicolás Flores de Abrego. Ana de Quintanilla con Bartolomé González
Hidalgo, María de Quintanilla con José de la Cruz y una mujer de nombre Beatriz.
Posiblemente el cañón llamado de Santa Juliana, situado por el rumbo a San
Pablo en Santa Catarina se llame así en su honor.
Doña
Juliana de Quintanilla tuvo dos sobrinas tanto de ella como de su esposo:
Mónica y María Inés Rodríguez. La primera se casó en 1624 con Miguel de
Montemayor, hijo de Alberto del Canto y de Estefanía de Montemayor, nacido en
1586 en Saltillo y fallecido el 25 de octubre de 1643 en la hacienda de San Pedro
Los Nogales. Mónica era hija de Diego Rodríguez y Sebastiana de Farías Treviño
y Quintanilla, a su vez hermana de doña Juliana. Había nacido en 1592 en la Ciudad
de México y falleció en la hacienda de San Pedro el 30 de junio de 1681. La
familia de los Rodríguez de Montemayor fue grande: Diego (1623-1676), Margarita
(1626-1680), Petronila (1627-1672), María (1628), Juan Francisco (1629), Domingo
Montemayor (1630), José (1631), Bernardo (1632), Mateo (1633), Bernarda (1640)
e Inés (1645-1712). Mónica Rodríguez recibió como dote al casarse la hacienda
de San Pedro los Nogales. Al morir su esposo ella continuó con la población,
recibiendo mercedes de tierras y encomiendas de indios, reconociéndola como “benemérita, pobladora y encomendera”. Sus
restos mortales fueron llevados a la iglesia parroquial de Monterrey el 30 de
junio de 1681. Hoy en día, la máxima presea que el gobierno municipal de San
Pedro Garza García entrega a sus ilustres ciudadanos se llama Mónica Rodríguez
en su honor.
La otra hija de Diego Rodríguez y
Sebastiana de Treviño se llamaba María Inés Rodríguez, nacida en 1580. En 1602
se casó con Gonzalo Fernández de Castro, quien nació en 1565, hijo de Juan
Fernández de Castro y Mayor de Rentería. Don Gonzalo se distinguió como militar y
poblador; alcalde ordinario en Monterrey en 1615, 1626, 1630 y 1635; alcalde
mayor en 1641 y 1642 y regidor en 1616, 1624, 1627 y 1629. Tuvieron por hijos a María Mayor Rentería, Clara Rentería, Lázaro y
Diego Fernández. El 14 de marzo de 1636 recibieron la merced para establecer la
hacienda de San Juan Bautista de la Pesquería Grande, la cual pasó a ser de los
Fernández de Castro y Rodríguez. Cuando murió don Gonzalo en 1646, Martín de
Zavala reconoció las mercedes a favor de María Inés el 14 de marzo de 1646. En
la cabecera municipal de García, un barrio conocido como de “doña María”, posiblemente en referencia
a la esposa, mujer y pobladora.
Doña Juliana y sus sobrinas Mónica y
María, son las matriarcas que dejaron una notable descendencia que poblaron diversos
sitios del Nuevo Reino de León. Hace falta reconocer sus méritos como damas,
mujeres pobladoras que a la muerte de sus respectivos esposos se dedicaron a
poblar, cuidar sus posesiones y los intereses de sus hijos. Por lo pronto aquí
nos acordamos de ellas.