Antonio Guerrero Aguilar/
¿Qué hace del Muerto, un lugar tan legendario como
enigmático? Precisamente, eso, el nombre. Hace mucho fui por una canaleta que
se había desprendido de la casa. Estaban unas cinco personas en dos camionetas
aguardando la relación. Un amigo les hace plática, pensaban que éramos los
dueños. Que bueno fuera. Uno de ellos nos dice: “¿a qué vienen?”, respondo que
por una piedra. “¡Ah, pos llévense todas las que puedan!”. Ya en confianza, nos
confiesan que a uno de ellos se le aparecía el espíritu de un revolucionario
que murió en la “Batalla de Icamole” de 1915. Le pedía que fueran por él y le
dieran cristiana sepultura. Así lo hicieron en el panteón de Hidalgo, Nuevo
León. Entonces, otra vez se le anunció que fuera el viernes santo de 1997, porque
iban a ver la relación que les indicaba donde estaba el “dinero”. Ellos pasaron
toda la noche, nosotros solo el tiempo suficiente para escuchar historias de
aquellos vecinos de Mina e Hidalgo.
Como la del corrido que me parece cantaba
el “viejo Paulino”, de un jinete que levantó a una señora que le pidió que la
llevara a Icamole. Cuando pasaron por el camposanto, el caballo comenzó a
relinchar todo asustado, hasta que los tiró. Al despertar estaba en medio de
una de las tumbas. O la de unos sectarios que realizaron a la media noche, un
rito negro en la capilla y como corolario a las tres de la mañana, quemaron el
portón del templo. Dicen que el fuego se apreciaba hasta San Antonio de Arista
y los Elotes. Dónde está la atarjea, según mencionan que hay una cueva
resguardada por un indio que solo a unos cuántos se les manifiesta. O del
tesoro que hay en Los Elotes, que ocultaron después de que unos bandidos robaron a los mismos
carrancistas. No pos ladrón que roba a ladrón…