Antonio Guerrero Aguilar/
Durante muchos años, en mi parroquia de
Santa Catarina estuvo oculto un pozo de agua. Tan antiguo y usado por los
presbíteros que han atendido el templo y los fieles que tenían sed o necesidad
del vital líquido. Con ese manto freático, el padre José María Villarreal
mantenía una huerta mientras estuvo al frente de la comunidad entre 1931 y
1951. Quienes vivieron esa etapa recuerdan al atrio repleto de una cubierta vegetal
tan extensa y exuberante, gracias a un sistema de irrigación que la repartía
por su demarcación.
Como suele suceder, la creencia popular
relacionó a la noria con la entrada al viejo túnel que supuestamente enlaza al
templo con las principales casas de los alrededores y los más osados decían que
llegaba hasta el antiguo templo de Guadalupe, destinado desde 1942 a ser
monumento a Morazán y la loma de la santa Cruz. Pero en 1991 llegó como párroco el padre
Antonio Portillo, quien hizo destapar el pozo de agua para el uso del templo. Y
para cerciorarse de la leyenda, la cual decía que como a cinco metros de
profundidad estaba un tragaluz o acceso para recoger el agua; bajó hasta lo más
profundo, apoyado por el sacristán y una polea, tomó muestras del agua y
regresó a la superficie. Al poco tiempo la compañía de agua y drenaje se dio
cuenta de la intención del padre y pidieron que fuera cerrada otra vez. Y no
vio la entrada al túnel.
Un pozo es un agujero o túnel vertical perforado
en la tierra, con una profundidad suficiente como para alcanzar una reserva de
agua subterránea contenidos en una capa
freática. Puede tener forma cilíndrica o cuadrada. Los antiguos propietarios
aseguraban sus paredes con ladrillo, piedra, cemento o madera, para mantenerlo
en buenas condiciones de limpieza y así evitar su deterioro y/o su derrumbe que
podía taparlo. Por seguridad y utilidad se construía alrededor del pozo un
brocal y unos maderos que sostenían la polea para subir y bajar el cubo con el
agua. Para evitar la suciedad y los
mosquitos ponían una tapadera. Hoy en día no se recomienda el consumo de agua
de las norias, especialmente cuando existen filtraciones de aguas residuales y
el manto freático puede estar contaminado.
Había un procedimiento muy raro y
peculiar para buscar el agua. Para ello recurrían a personas sensibles a las
radiaciones; con las manos guiaban un péndulo, una horquilla, una rama, una
vara, un alambre o un trozo de metal atado a un hilo. La rama o el metal
empiezan a moverse porque la persona
percibe la radiación del manto freático y transmite esa radiación hacia las
manos y por eso la rama se mueve. Con ese método también se pueden detectar
metales, tesoros y hasta huesos enterrados.
A los que tienen esa cualidad se les conoce con el nombre de zahoríes. La
disciplina que estudia ese tipo de actividades es la radiestesia. Y no
cualquiera tiene ese don.
Los pozos son enigmáticos y simbólicos. Para
los iniciados, un pozo representa la emigración espiritual en búsqueda de la
propia identidad. Los pozos en los sueños tienen diversos significados; simbolizan
talentos personales no descubiertos, también la profundidad de las emociones. Si se cae a un pozo, es augurio de mala suerte
y de algún accidente. También puede significar la pérdida del control de sus
emociones. Si alguien sueña con un pozo
lleno de agua, le anuncia estabilidad económica y le saldrá bien todo lo que
emprenda. Excavar un pozo es señal de buen augurio, porque significa que
encontrará un buen trabajo bien remunerado, pero eso sí, deberá trabajar mucho.
Si alguien está sacando agua del pozo, entonces
viene una importante entrada de dinero. Un pozo con agua cristalina y transparente es un
futuro promisorio. Pero si sueña que tiene un pozo en su casa, vendrán problemas.
Si el pozo rebosa de agua, le anuncia
perdida de dinero sin importancia. Si el pozo está seco, significa un enorme
vacío emocional.
En la Biblia encontramos muchísimas
referencias al agua, con un significado relacionado a la salvación y a la vida.
El agua es un signo de realidades espirituales y por lo tanto implican cuatro
aspectos: separación, limpieza y vivificación espiritual y renovación. El agua
del bautismo es un signo y el sello de la separación espiritual del mundo en la
comunión con Cristo, así como de la limpieza del pecado para la justicia
eterna. Por eso las aguas del diluvio representan un tipo del bautismo en
Cristo.
Por el agua y no por el arca de Noé fue limpiado el pueblo de Dios. Cuando el
pueblo siguió a Moisés y atravesaron las aguas del mar Rojo, el pueblo de
Israel quedó separado para Dios frente a faraón y su ejército y obtuvo la
liberación anhelada. Con el castigo del diluvio y la inundación fue castigado
el mundo impío que pereció bajo las aguas del juicio. Y por el bautismo el
viejo hombre de pecado es tragado y surge el nuevo en Cristo, separado del
pecado, resucitado con Cristo a una nueva vida de comunión con Dios. Cristo es la fuente de agua viva, la
renovación y satisfacción completa. Representa principalmente al Espíritu Santo,
convertido en agua de vida que fluye constantemente de Dios a través de Cristo
en la Iglesia. Esto queda señalado en Isaías 44:3: derramaré aguas sobre el sediento
suelo".
En la mentalidad medieval, los pozos
representaban los deseos y la buena suerte. Cualquier deseo expresado ante el
pozo será concedido, pues en los pozos hay espíritus buenos contenidos en el
agua que cumplen las necesidades de quien acude a ellos. Para los antiguos mexicanos
y los pueblos islámicos, el pozo es un regalo divino. El agua es una fuente de
la vida pero también una materia escasa; un bien preciado, porque a decir de
muchos, tienen energías curativas. Muchos llegaban a los pozos a beber agua, a
bañarse o simplemente expresaba deseos sobre ella. Existe la creencia de que hay
guardias o espíritus en el pozo, quienes le concederán su deseo si pagaba con
una moneda. Después de pronunciar el deseo, uno debía arrojar monedas al interior.
El deseo entonces sería concedido por el guardia o el habitante, pero si la
moneda aterrizaba cara arriba el deseo sería concedido. Si la moneda aterrizaba
cruz arriba el deseo no sería concedido. La tradición de lanzar pequeñas
monedas a charcas y fuentes proviene de esto. Las monedas se convertían en
ofrendas para la deidad en forma de agradecimiento.
En dos películas de la época de oro del
cine mexicano se canta una bellísima canción: El pocito de Nacaquinia. La
leyenda cuenta que un joven guerrero mexica llamado Milajahuat llegó a
Misantla, Veracruz para hacer méritos en un señorío de la región. Ahí conoció a
una joven totonaca de la cual se enamoró. El combatiente debió salir de ahí
para enfrentar a los enemigos y fue muerto en campaña. La doncella al saber su
deceso lloró tanto que se formó un pocito llamado de Nacaquinia que en náhuatl
significa lugar abierto. Para los autores de la canción, los hermanos Martínez
Gil, enlazan la leyenda y el amor entre los enamorados y el cariño que tenemos
a la madre tierra:
Le canto a mi pueblo, le canto a mi
sierra,
le canto a mi tierra linda,
tierra de ensueños donde nací
y
nunca la olvido,
por más que me aleje,
la llevo dentro de mi alma,
la llevo dentro de mi sentir.
Pocito de Nacaquinia, manantial de los
sedientos,
dónde los enamorados, se adivinan los
pensamientos.
Pocito de Nacaquinia, donde muchas veces
fui,
a buscar la quería pero solito me
devolví.
¡Cuidemos el agua, los pozos, las norias
y las acequias que las tienen y conducen!