Antonio Guerrero Aguilar/
En junio de 1983,
el padre Aureliano Tapia Méndez me invitó a una sesión de la Sociedad
Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, A.C., en el local que tenían
en la escuela Serafín Peña a espaldas del templo de la Purísima. Acudí unas tres
o cuatro reuniones en ese verano, pero en forma definitiva desde agosto de
1984. Me presentaba a las juntas que se
realizaban cada primer y tercer martes de cada mes a las 8 de la noche.
Quedaba asombrado
por la membresía. Personas con nombres y títulos que solo se podían ver en
libros, artículos, cursos y foros que se habían publicado y ofrecido en muchas
instancias. El ejemplo arrastra. Nadie me invitó a ingresar, pero el anhelo y
aspiración de formar parte del organismo, me hizo hacer la solicitud. Creo que
pedí el ingreso unas tres ocasiones, y me lo negaron; hasta que por fin el
comité de admisión de socios me programó para la ceremonia de ingreso el 17 de
noviembre de 1987. Fue cuando salió el interés de escribir la monografía
histórica de Santa Catarina, que salió publicada en ese año.
Fue un proceso
complicado como difícil. Batallé por la edad, porque cursaba estudios en una
casa de formación eclesial, porque no contaba con la solidez económica y moral
de muchos de quienes ya formaban parte. Y tan solo para ilustrar, a lo mejor hubo mala intención, pero el día del
ingreso cambiaron la sede de la reunión, del local situado en Ruperto Martínez
y Zaragoza, al auditorio Eugenio del Hoyo del Archivo General del Estado.
Me presenté a la
reunión, vi todo cerrado y un guardia me dijo que se había cancelado. De regreso
a Santa Catarina, pasé por el AGENL y vi movimiento, por lo que me animé a
pasar. Ahí estaban los honorables miembros a los que ayudé a cambiar
bibliotecas de un lugar a otro y la de llevar libros de las oficinas del Centro
de Información de Historia Regional de la UANL hasta la Hacienda San Pedro en
General Zuazua. También, rescaté la biblioteca que se llevó a la Universidad de
Monterrey, gracias al apoyo de Vicente Sáenz Cirlos y Rolando San Miguel.
Una ocasión, me
llamaron de una oficina del gobierno del Estado, que deberíamos sacar todo el
acervo, debido a que la renta se había cancelado. Entonces Javier Escamilla y
yo, hablamos con la gente de la UDEM y se hizo el traslado. Ahora solo
reconocen a dos personas que ni siquiera estuvieron ahí.
Siempre tuve el
respaldo de compañeros como Javier Escamilla, William Breen Murray, don Felipe
García Campuzano, Renato Cantú, Antonio Rodríguez y Gabriel Cárdenas Coronado y
la animadversión de otros, que nomás no atinaban a que el aspirante a socio y a
cronista de Santa Catarina, estuviera entre ellos.
De 1987 a 2019
fui miembro, de la cual pude ser secretario en 1995 y 2010 al 2011. Además,
presidí en dos ocasiones la asamblea, porque el presidente en turno no acudió. De igual forma, en innumerables ocasiones la representé en conferencias, congresos y medios de comunicación. Me ostentaba como socio de la misma.
En el 2011 quedé
sin trabajo y las cuotas fueron cubiertas por un servidor, luego José Reséndiz
Balderas, José Guerrero Reséndiz y Sergio Reséndiz Boone. Dejé de acudir a las ceremonias en 2018, debido
a que conseguí trabajo los sábados en el Colegio Excélsior. Pero según yo,
estaba todo en orden y todo al corriente. De pronto, muchos de los que
ingresaron entre el 2011 y 2014, quedaron como presidentes de las mesas
directivas.
Fue cuando una
persona agremiada, advirtió ante el pleno que muchos se ostentaban como
miembros sin asistir. La presidente reformó los estatutos con apoyo de la
membresía y acordaron que quienes no iban y no pagaban, quedarían fuera. Yo vi una ocasión a una directiva en la UANL y casi me amenazó de que iba a quedar
fuera si no asistía. Ahí reconozco la gentileza del abogado César Lucio
Coronado, que les dijo que fueran más benevolentes con un servidor, debido a
los trabajos y actividades que hago. Propuso que no pagara cuotas a cambio de otro tipo de compensación. También agradezco la gentileza en su momento de Bonney Collins Treviño y Juan Antonio Vázquez Juárez.
No pensé que
fueran tan estrictos y como dice un ex presidente que siempre se ajusta a los
estatutos, los aplicaron tal cual. En marzo de 2019 acudí a una junta en Allende,
Nuevo León. Quise firmar el libro de asistencia y el secretario me hace saber
que ya no soy miembro. Discutimos un poco y preferí cortar por lo sano. Tiempo
después, vuelvo a ver a un ex presidente y me grita: “¡Usted se salió porque no
pagaba las cuotas!, pregúntele al tesorero, al que Usted metió y conoce”. Lo
interesante es que en esa misma reunión, me di cuenta que tampoco formaba parte
de la asociación de cronistas.
Siempre tuve roces sin buscarlos con ex
presidentes. El que se ostentaba como cronista de la tierra del Piporro o también de otro que me gritó porque “yo no me prestaba”, así literalmente. Nunca
supe a qué se refería. O cuando hacían las comisiones, quedaban los mismos y
las más importantes, en manos de ilustres historiadores que nunca se
presentaban a las reuniones. Pero eso sí, pagaban las cuotas. O de personajes insignes que llegaron a ser presidentes antes que yo. Quiero suponer que los asociados nunca pensaron que podía dirigirla. Por eso cuando fui presidente de la asociación estatal de cronistas, me puse a trabajar duro y en serio para demostrarles. Pero no lo logré.
La presidente Alma Elisa Reyes de Rizzo como Ángeles Valdés, se mostraron amables y conciliadoras. Podía regresar siempre y cuando volviera a pedir solicitud y la revisara, el mismo que hace 30 años me negaba el ingreso. O pagara las cuotas correspondientes a esos años y quedarían cubiertas gracias a los aportes de los benefactores.
Ya no quise
moverle, no tiene caso estar en donde no quieren a los que sí trabajan y se
esfuerzan. El año pasado (2020) para las
elecciones, revisaron el status de cada uno y José Roberto Mendirichaga y
Clemente Rendón de la Garza, pidieron que mi situación fuera reconsiderada. Otra
vez, aplicaron los estatus con todo rigor.
Revisando la
vanidoteca encontré este diploma. Me hace miembro de una sociedad ya
inexistente, pero en la original si estuve, de la cual aún me enorgullezco en
decir que soy miembro activo, tras recibir la medalla al mérito histórico
Capitán Alonso de León en 2011. De acuerdo a los estatutos de la medalla,
señalan que uno es miembro vitalicio siempre y cuando regale libros publicados.
Pero eso no les importó. Ah, la gané en el 2010 pero me la quitaron porque no me "tocaba".
Los grandes
historiadores como Eugenio del Hoyo, Isidro Vizcaya Canales, Israel Cavazos, Ricardo
Elizondo, Raúl Rangel Frías, Tomás, Xavier y Rodrigo Mendirichaga, y otros más
no formaron parte o se salieron en algún momento. Espero llegarle a los talones a ellos que no necesitaron guajes para nadar.
Yo soy miembro de
la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, de la original fundada en 1943; no de la numerológica que formaron, cuando hicieron
socios de número, cuando se supone esto se debe dar cuando hay un sillón, un
sitial en un local que ni siquiera tienen.