domingo, 28 de agosto de 2016

El día del Cronista de Nuevo León

Antonio Guerrero Aguilar/ Investigador y promotor cultural

En México como en otras partes del mundo, tenemos en un calendario cívico y otro religioso. Una serie de días en los cuales se conmemora, recuerda o festeja la importancia de cierto personaje, función, vocación o tradición eclesiástica. Tenemos día de la madre, del padre, del niño, de los difuntos, del amor y amistad, de la secretaria, del cartero, del maestro y todas las demás existentes. En esos días se reciben felicitaciones, invitaciones a desayunar, comer o cenar. Las autoridades entregan reconocimientos y diplomas a los mejores y a los más antiguos en el gremio. Se resaltan las cualidades de quien ejerce con sacrificio y nobleza ese oficio, se ofrecen estímulos que incidan en el salario y en la posición del conmemorado.

La asociación nacional de cronistas tiene al 30 de abril como el día del cronista; pues la asociación surgió un 30 de abril de 1977. Aquí en Nuevo León, el cronista adjunto de Pesquería, Jesús Chapa Garza pidió un día para conmemorar al día del cronista en tiempos de la cronista de Marín Elda Feliz González, cuando era presidente de los cronistas de 2007 al 2008. Eligieron como fecha significativa el 31 de agosto, el día del natalicio de Alonso de León en el año de 1608 en la ciudad de México; quien fuera un ilustre poblador y fundador del Nuevo Reino de León en el siglo XVII. Especialmente porque nos legó unos apuntes que son considerados las primeras crónicas y relatos históricos en el noreste mexicano, junto con Juan Bautista Chapa y Fernando Sánchez de Zamora. Como un sincero reconocimiento, los cronistas municipales y compañeros del gremio, fueron hasta el ejido “Las Trancas” en Cadereyta Jiménez, en donde aún se levanta altiva y orgullosa la casona y el solar en donde vivieron los Leal, los de León, los Cantú y los Pérez que tanto beneficios trajeron a la región. Ahí en donde se juntan los ríos San Juan con el Santa Catarina, está un edificio de dos niveles, con estructura de piedra y sillar. En de sus muros colocaron una placa reconociendo la labor de don Alonso de León. Y para concluir adecuadamente ellos pidieron formalmente que en Nuevo León se instituyera el día del cronista.

En Nuevo León se resaltan las figuras de los primeros cronistas e historiadores que documentaron en su tiempo la vida de nuestros pueblos, como José Eleuterio González, Emeterio de la Garza, Lázaro Garza Ayala, Hermenegildo Dávila y otros más en el siglo XIX. Y a decir verdad, nuestros pueblos siempre han tenido a una persona que se dedica al conocimiento y difusión de nuestra historia. Esa noble función la realizaron con paciencia y desinterés los curas, los maestros, los notarios, los secretarios del ayuntamiento o demás interesados en el tema.

Con la intención de que la memoria histórica, la identidad cultural y el patrimonio de nuestros pueblos no se pierdan ni caigan en el olvido; en la segunda mitad del siglo XX algunos cabildos como Guadalupe, Monterrey y Sabinas Hidalgo designaron cronistas en las figuras de Israel Cavazos Garza, José P. Saldaña y Celso Garza Guajardo. Luego desde la Sociedad de Historia, Héctor Jaime Treviño Villarreal junto con Raymundo Retta, promovieron los nombramientos de cronistas del resto de los municipios de Nuevo León que no los tenía. Para 1987 había casi la totalidad de los 51 municipios y con ellos se formalizó la Asociación Estatal de Cronistas Municipales de Nuevo León a fines de mayo de 1987.


En esa reunión faltaba Santa Catarina, pues a mí me dieron el primer nombramiento en Santa Catarina el 1 de julio de 1987. Con ese compromiso adquirido, acudí hasta los límites con Santiago para conocer mejor mi municipio. En la Ciénega de González se nos dañó una llanta del vehículo, por lo que pedimos ayuda a la presidencia municipal de Santiago. Como llevábamos un radio, me preguntaron quien pedía el auxilio. Orgullosamente les dije que era el “cronista” de Santa Catarina. Quien estaba atendiendo la solicitud dijo: “nosotros no apoyamos a croquistas”. Le reiteré que era el cronista no el “croquista”. Con toda seguridad, creo que no entendió la diferencia pero al fin de cuentas nos mandó el auxilio requerido. Renato Leduc, autor del poema “Sabia virtud de conocer el tiempo”, diferenció entre la labor del historiador con el cronista. El primero trabaja con fuentes escritas y el segundo trata lo inmediato y lo próximo en la vida de las personas.

Guillermo Tovar y de Teresa sentencia sabiamente: “lo que la política separa, la cultura une y la ciudad entrelaza”.  Fue el último cronista de la Ciudad de México, hasta que renunció en 1987 a su cargo para promover un consejo de la crónica en todo ese lugar, ahora conformado por cerca de 87 integrantes entre los cuales hay profesionales del arte y la cultura, médicos, abogados, arquitectos, historiadores, coreógrafos, periodistas y demás interesados en la cultura y la historia de la capital de todos los mexicanos. Para Tovar y de Teresa, ser cronista no es una chamba, no es un título, es un espíritu, una vocación, una manera de percibir la realidad. El cronista sale a las calles, las recorre, escribe en torno a ella, hace teatro, cine o poesía. Lo hace porque ama y quiere al pueblo de origen, el solar en donde nacimos, movemos y existimos. Todo porque merece y puede ser susceptible de ser amada. Son aquellos que hurgan en cada rincón para después narrar sus hallazgos. Consecuentemente el cronista se convierte en la persona que tiene ojos y oídos dentro de la sociedad en la que vive. Es un profeta que anuncia el orgullo y la historia de su pueblo, pero también denuncia aquello que atenta contra la integridad de su pueblo.

El cronista se diferencía del historiador, pues relata y cuenta el presente y vive de los testimonios que puede recuperar para difundir. El historiador trabaja en fuentes escritas y se ocupa del pasado a partir de los requerimientos del presente. Por eso me da la impresión de que la labor del cronista está más cerca de la antropología sociocultural que de la historia, porque le interesa la oralidad, las tradiciones, las costumbres y los usos de cada población. Aunque también se apoya en la historia y con sus escritos deja constancia que a la larga será revisada por el historiador.


En abril de 2011 siendo el presidente de los cronistas de Nuevo León, con el apoyo de Pepe Reséndiz, en ese entonces director del CIHR Hacienda San Pedro de General Zuazua, acudimos con el Dr. Jesús Ancer Rodríguez, rector de la UANL. Le solicitamos para que con toda la fuerza moral de la universidad, presentara ante el congreso de Nuevo León la petición para aprobar el día del cronista. A dicha iniciativa se unieron las demás asociaciones de cronistas e historiadores. Aprovechamos que el presidente saliente de la mesa directiva del honorable congreso, era el maestro  Jorge Santiago Alanís Almaguer. En sesión extraordinaria del 20 de agosto de 2012 se aprobó tal iniciativa. Total, ya tenemos día del cronista en Nuevo León. Ahora falta que nuestros alcaldes reconozcan nuestro trabajo y que los cronistas municipales de Nuevo León, con nombramiento y sin nombramiento, pero con amor a sus municipios se pongan a trabajar en beneficio de sus pueblos. Si hacen día del “Cronista” en Nuevo León, avísenme, a lo mejor ya se les olvidó.

domingo, 21 de agosto de 2016

La historia de la colonia Obispado

Antonio Guerrero Aguilar/ Investigador y promotor cultural

A la entrada de Monterrey con rumbo al poniente, está una elevación a la que se le conoce como la Loma de Chepe Vera. Luego a fray Rafael José Verger el segundo obispo de la diócesis, le dio por construir en la ladera oriente un palacio episcopal al que llamaron de Nuestra Señora de Guadalupe. El siguiente obispo Ambrosio de Llanos y Valdés, apoyado por el arquitecto francés Jean Crousset realizó una nueva traza a la ciudad: al norte una nueva catedral, un convento y un hospital  y al poniente un desarrollo urbano que trataba de poblar por el rumbo en donde se dio el milagro de la Purísima y de la loma de la Chepe Vera con San Jerónimo. Un palacio episcopal en donde el prelado podía vivir y atender las necesidades espirituales de su diócesis. Comenzaron la construcción pero no la terminaron del todo. Los obispos que llegaron en el siglo XIX, dejaron el inmueble construido más o menos con la dignidad que le corresponde; aunque nunca más volvieron a residir en él, pero de todas maneras la gente se acostumbró a llamarlo “el Obispado”.

¿Por qué eligieron el sector para poblarlo? El entorno del Obispado era más fresco y estaba a salvo de las continuas inundaciones. Con suficientes tomas de agua procedente de San Jerónimo como del Río Santa Catarina, que le aseguraban fincas repletas de vegetación. El cerro más o menos corría en línea paralela tanto al río como al viejo camino real de los Saltilleros. Ya en el siglo XX, poco a poco las familias de los principales empresarios, políticos y profesionistas se salieron del centro de Monterrey. Algunas familias de origen norteamericana se instalaron en los alrededores de El Mirador y del barrio de la Purísima en 1926 y tres años después, al sureste de Monterrey comenzaron a urbanizar unos terrenos a los que llamaron colonia Roma. Monterrey comenzó a tener centros urbanos a la par de los sitios dedicados a la agricultura y ganadería como Los Remates, Las Labores Nuevas, Los Urdiales, San Jerónimo y El Topo Chico.


Por el rumbo del Obispado se construyeron los hospicios Melitón Villarreal y León Hortigosa, desde principios del siglo XX. El Seminario de Monterrey tenía su casa de formación por el sector y en 1911 comenzaron a construir el colegio del Sagrado Corazón que fue concluido en 1913,  basado en un proyecto del arquitecto Pedro Gorozpe. Contiguo al seminario había una gran finca que recibía el nombre de Quinta María Luisa. Cuando éstos dejaron de funcionar dieron origen a dos colonias Ex Seminario y la María Luisa. Desde la calle Centro América (actual Venustiano Carranza) hacia el poniente comenzaron a construirse casas ajustadas a un plano y estilo en los que usaron otro tipo de materiales distintos al adobe y al sillar que tanto se usaron en tiempo atrás.

En la década de 1920, en los terrenos situados arriba del colegio del Sagrado Corazón, edificaron tres señoriales mansiones que dieron cobijo a las familias de los industriales Eugenio y Roberto Garza Sada. Un kilómetro al poniente en un predio de don José Calderón estaba el famoso Campo Rey. Ahí tenían juegos y unas instalaciones que se hicieron muy famosas entre la población regiomontana de la década de 1920. Los jóvenes acudían a bailes que se realizaban en una gran terraza, rodeada de mesitas y sillas. Había muchos puestos que daban la impresión de estar en una feria. Para llegar al Campo Rey subían un camión por Bolívar (actual Padre Mier) y Garibaldi. El vehículo seguía la calle Bolívar hasta la calle Degollado, daba vuelta al sur y se regresaba por Hidalgo. Aquí todos se bajaban o subían, luego debían caminar hasta llegar al punto de diversión. Por cierto, don Pepe Saldaña dijo alguna vez que la calle de Bolívar hoy Padre Mier, era “la arteria residencial de Monterrey”.


El Campo Rey solamente funcionó unos tres o cuatro años, pues en 1932 comenzaron a levantar el Hospital Muguerza. Para las familias residentes en el sector, en 1931 inauguraron el Club Deportivo. Estaba situado en donde ahora están las instalaciones del Instituto Regiomontano en la Colonia Chepe Vera. Contaba con un salón de baile, pequeñas estancias, amplia y fresca terraza con vista a los jardines y hasta un campo de tiro y en seguida estaba el Club Hípico. En esos terrenos se hicieron las colonias Deportivo Obispado y la Chepe Vera a partir de la década de las décadas de 1940 y 1950.

A decir de Alfonso Reyes, Monterrey se consolidaba como la “fábrica de la frontera”. La ciudad vivía su tercer auge industrial propiciado por Aarón Sáenz y José Benítez. De acuerdo a Santiago Roel, este renacimiento de actividades hizo que muchos ciudadanos comenzaran a modernizar sus residencias o a construirlas bajo nuevos y bellos estilos arquitectónicos y “así en los barrios llamados de la Purísima y de las Quintas hasta las faldas del Cerro del Obispado, en toda la población se observa un febril entusiasmo por transformar casas de corte antiguo, acondicionarlas mejor y darles agradable aspecto”.

Cuando el abogado José Benítez era gobernador del Estado, se hicieron obras relevantes en la zona: se pavimentó la calle Hidalgo a la que llamaron Boulevard Obispado, se introdujeron servicios de agua, drenaje y gas natural, además de los ya existentes de luz y teléfono. En todas las calles se instalaron unas bellas columnas para el alumbrado público en base al gas natural.

Entonces propiamente lo que detonó el crecimiento y la moda de vivir en la colonia Obispado, fue la instalación del Colegio del Sagrado Corazón en 1913 y el Hospital Muguerza que comenzó a funcionar entre 1933 y 1934. Los Muguerza, los Calderón y los Ferrara vivían por las calles de Degollado en su cruce por Matamoros y Padre Mier. En la circunvalación abajo del viejo monumento, estaban las casas de don Eugenio y Roberto Garza Sada. Entre ellas estaba una escalinata para acceder hasta el monumento. Por el boulevard ubicamos la mansión de don Roberto Sada. Luego llegaron los Montemayor, los Fernández, los Zambrano, los Rocha, los Rivero, los Chapa, los Clariond y don Raúl Rangel Frías que llegó a ser gobernador de Nuevo León.

En 1946 un cronista se refirió a la Colonia Obispado: “Actualmente en su derredor han sido edificadas muchas residencias mansionales de tipo moderno y los terrenos que pertenecieron al Obispado constituyen ya, una colonia de la ciudad, por cierto muy hermosa”. A decir verdad, había muchas casonas distribuidas por el centro de Monterrey que compartían el mismo estilo arquitectónico. Pero el Obispado era especial, su vista y su situación al pie del cerro las hacían sobresalir.  Eran casas de estilo colonial californiano, norteamericano y europeo. Otras ajustadas al Art Decó vigente en la época y otras de carácter ecléctico que conjuntaban elementos medievales y hasta góticos. Casas que parecen sacadas de un cuento de hadas que asemejan castillos o mansiones victorianas que nos trasportan a otros tiempos y espacios. Los propietarios como los constructores debieron comprar algunos objetos para decorar y poner en las mismas, en las fábrica de puertas La Victoria de Enrique S. Farías, los Talleres Monterrey que hacía puertas y ventanas de acero, la constructora FYUSA que seguramente intervino en los trabajos para levantar las casas. Compraron cosas en Mosaicos y Azulejos El Gallo que vendió blocks de cemento, teja acanalada para los techos, loseta y citarilla. La Herrería Vulcano que hizo trabajos de “herrería colonial, artística y modernista”.


Muchos arquitectos trabajaron en la ejecución de las mismas: Eduardo Belden Gutiérrez, Guillermo González Mendoza, Joaquín A. Mora y el Ing. Arturo Olivero Ceseño. Mora diseñó la casa tan bonita conocida como de los chocolates situada por la calle de José Benítez. A decir verdad, por ser un sector residencial se hicieron pocas casas. Todas ellas con grandes patios. Desgraciadamente se han perdido el 50% de las edificicaciones que alguna vez tuvo la colonia. En éste caso urge proteger y evitar el deterioro de lo que queda.  Es tan importante, pues ninguna otra colonia de Monterrey sintetiza la historia del siglo XVIII, de la ocupación norteamericana en el siglo XIX y del siglo XX.


El hablar del Obispado, es tratar también las colonias Jardín Obispado que comenzó a fraccionarse en la década de 1940, el Deportivo Obispado, La Chepe Vera, la María Luisa y Ex Seminario. La podemos delimitar de Gonzalitos hasta Venustiano Carranza y desde Constitución hasta Washington. Aunque la colonia originalmente comprende desde el Hospital Muguerza hasta Capitán Aguilar, conocida como Benjamín Franklin hace tiempo y de Matamoros hasta Hidalgo. Dentro de su jurisdicción territorial podemos ubicar los terrenos de la Compañía de Tranvías, Luz y Fuerza Motriz de Monterrey, S.A. en donde ahora está un depósito de agua y las oficinas de Agua y Drenaje de Monterrey y la preparatoria 2 de la UANL. Desde 1954 se le cambió el nombre de José Benítez a toda la avenida Circunvalación, que en la parte sur ahora lleva el nombre de Belisario Domínguez. Las calles han cambiado de nombre: Boudelaire, considerado uno de los poetas malditos, substituyó a Constantino de Tárnava, pionero de las transmisiones de radio en América Latina. Propongo que se cuide todo el sector, aunque no vivamos por ahí, pertenecen a nuestra historia y por su patrimonio a nuestra ciudad.

lunes, 8 de agosto de 2016

Recordando a don Martín de Zavala


Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

Un 8 de agosto de 1664, falleció en la ciudad de Monterrey don Martín de Zavala y Sepúlveda, quien ocupara el cargo de Gobernador y Comandante Militar del Nuevo Reino de León. Había nacido en Pánuco, Zacatecas en 1597. Su padre lo envía a la Universidad de Salamanca, España. Consiguió que el rey Felipe IV, aprobara las capitulaciones de pacificación y colonización del Nuevo Reino de León. Entró al Reino el 24 de agosto de 1626. Lo encontró en extrema pobreza y un estado continuo de guerra viva entre los colonos e indios, provocado por las sublevaciones de estos últimos por las injusticias cometidas por los primeros. Se comprometió a fundar dos villas. Pero a una de ellas solo le cambió de nombre a la ciudad de Monterrey, provocando el enojo de los vecinos que se quejaron con el virrey, quien pidió restituir su título original. La nueva villa quedó establecida en lo que fue la ciudad de León, otorgándole el nombre de San Gregorio de Cerralvo en honor del decimoquinto virrey de Nueva España, don Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo. También promovió la fundación de la villa de San Juan Bautista de Cadereyta en 1638. Fue caballero de la Orden de Santiago y teniente de capitán general del Reino de la Galicia. Puso de su capital los gastos utilizados para pacificar muchos lugares del Nuevo Reino de León, estableciendo caminos que permitieron consolidar los asentamientos humanos de la región y también promovió la fundación de una villa en el antiguo territorio de la villa de Almaden, en la actual Monclova en 1644. También logró que Matehuala formara parte del Nuevo Reino de León. Mientras hacían una restauración en la catedral, encontraron algunos objetos que se creen le pertenecieron en vida.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico