domingo, 26 de febrero de 2017

Cuando Coahuila fue anexada a Nuevo León y recuperó su soberanía

Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor y promotor cultural

Libertad y soberanía nunca fueron términos abstractos para la gente de Coahuila. Una región en la cual convergen los antiguos reinos de la Nueva Extremadura, Nueva Vizcaya, la Nueva Galicia y el Nuevo Reino de León. Durante los Habsburgos la Nueva Vizcaya y el Nuevo Reino de León reclamaron su territorio y debió entrar la Real Audiencia y la Diócesis de Guadalajara para promover la colonización de un territorio tan vasto. En 1787 toda la porción noreste de la Nueva Vizcaya la cual abarcaba Saltillo, Parras y la Laguna se integraron a la Nueva Extremadura o Provincia de San Francisco de Coahuila cuya capital estaba en Monclova. Después de las reformas borbónicas, se formó una intendencia cuya capital estaba en San Luis Potosí.

En 1824 los cuatro estados del Noreste debieron formar el Estado Interno de Oriente, pero las aspiraciones de Tamaulipas como la rivalidad entre Saltillo y Monterrey por ser la capital mandaron al traste el proyecto. Quedaron unidas Coahuila y Texas en una sola entidad, hasta que Texas se separó para convertirse en República en 1836. Fue cuando Saltillo reclamó en 1839, el derecho de ser capital en lugar de Monclova. La soberanía y libertad de Coahuila estuvieron vigentes desde el punto de vista político tan solo 20 años, pues el 19 de febrero de 1856 Santiago Vidaurri anunció la anexión de Coahuila a Nuevo León.

El 1 de marzo de 1854, Juan Álvarez proclamó el Plan de Ayutla, en el cual desconoce como presidente al general Antonio López de Santa Anna. Pronto en el noreste mexicano el prohombre de frontera, el general Santiago Vidaurri secundó a Juan Álvarez y propuso un proyecto al cual llamaron “Plan Restaurador de la Libertad” también conocido como “Plan de Monterrey”. Reconoció al nuevo gobierno nacional, se proclamó gobernador y comandante militar de Nuevo León. Sin dejar de ser el caudillo del noreste invitó a Coahuila y a Tamaulipas para una anexión y juntos hacer frente a los ataques de los llamados indios bárbaros y filibusteros texanos. Esta propuesta no les gustó a los círculos de poder en la ciudad de México y en los estados circunvecinos, dando origen a un distanciamiento con el gobierno representado por los liberales Ignacio Comonfort y Benito Juárez. Vidaurri se convirtió en el más severo crítico de Comonfort y su rebeldía le dio tal popularidad que llegó a ser mencionado como probable candidato a la presidencia.

El 19 de febrero de 1856, Santiago Vidaurri anexó Coahuila a Nuevo León, apoyado en casi todos los pueblos coahuilenses, excepto Saltillo y Ramos Arizpe. El gobernador de Coahuila don Santiago Rodríguez del Bosque, sometió al congreso y demás autoridades que apoyaron la anexión. Vidaurri por sus pistolas mandó traer a Monterrey al entonces gobernador de Coahuila para encarcelarlo. En el trayecto y ya prisionero, sufrió vejaciones y padeció insultos. El presidente Ignacio Comonfort ordenó a Vidaurri su renuncia del gobierno del Estado. Ante la rebeldía del lampacense, se ordenó al general tamaulipeco Juan José de la Garza para someterle con las armas. Vidaurri y Zuazua marcharon sobre Camargo el 28 de septiembre de 1856 y luego a Mier que se anexó por unos días a Nuevo León.

Las fuerzas tamaulipecas derrotaron a Escobedo cerca de Cadereyta y avanzaron sobre Monterrey, donde estuvieron a punto de ocupar la Ciudadela defendida por Zaragoza. Zuazua llegó el 3 de noviembre de 1856, obligando a de la Garza a retirarse para incorporarse a la división del general Rosas Landa, quien llegó a Coahuila para someter a Vidaurri. Para evitar otro combate, Zuazua y de la Garza acordaron el 3 de noviembre de 1856 el “Convenio de la Cuesta de los Muertos”. Con ello Vidaurri reconocía y obedecía al poder general, renunciaba a la gubernatura del nuevo Estado mientras se realizaba un plebiscito para llevar el asunto de la anexión de Coahuila. Poco más de 4 mil votos definieron la anexión contra 260 votos. Vidaurri se convirtió de nueva cuenta en gobernador y sus decisiones provocaron largas discusiones en el seno del Congreso Constituyente que finalmente aprobó la unión de ambos estados por 60 votos contra 20. El control de la aduana de Piedras Negras se aseguraba para el gobierno de Vidaurri, quien también mantenía su poder en el puerto de Matamoros. El viejo cíbolo de Lampazos era el hombre fuerte del noreste y se presentaba como un posible rival a la hora de tomar decisiones en el ámbito regional como nacional.

Cuando Benito Juárez llegó a Saltillo el 9 de febrero de 1864, recibió a un grupo de ciudadanos saltillenses que le mostraron su inconformidad por estar unidos al estado de Nuevo León. Le pidieron liberarse de la autoridad de Santiago Vidaurri. Benito Juárez fue mesurado y les propuso esperar un tiempo para ver el rumbo que tomaban las cosas. Luego del encuentro violento que tuvo con Vidaurri en Monterrey, Benito Juárez ordenó que las tropas republicanas asentadas en Matamoros, Zacatecas y Durango acudieran a Monterrey para detener a Vidaurri y proclamó un decreto en la plaza de armas de Saltillo, el 26 de febrero de 1864 mediante el cual Coahuila recuperó su soberanía como estado.

Correspondió al intelectual liberal Francisco Zarco, dar a conocer ese documento en la esquina nororiente de la Plaza de Armas de Saltillo. Parado sobre una silla de tule, se informó a los saltillenses sobre la separación de Coahuila de Nuevo León y convocó a los coahuilenses a tomar las medidas necesarias, para guardar esa independencia y soberanía que el presidente de la República le otorgó a Coahuila. También declararon a Nuevo León en estado de sitio y al general Santiago Vidaurri y sus seguidores como rebeldes al régimen.  El 20 de noviembre de 1870, el Congreso de la Unión ratificó la soberanía, al cual llamó Coahuila de Zaragoza.


El viejo sueño de unir al noreste más o menos se logró entre 1856 y 1864, cuando Nuevo León y Coahuila formaron una sola entidad, un proyecto que han querido identificar con la formación de la supuesta “República de la Sierra Madre”.

domingo, 5 de febrero de 2017

De la influenza y las malas influencias

Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor y promotor cultural

Actualmente vemos un repunte de pacientes que padecen la “Influenza”. Incluso en este mes de enero del 2017 que pasó, murieron 26 personas. La palabra “influenza” es de origen italiano. En el siglo XV se empleaba para referirse al contagio o brote de una enfermedad, entendida como la influencia o dolencia de un enfermo en otro. Por ejemplo, en 1504 hubo en Italia una epidemia de fiebre escarlatina a la que llamaron “influenza di febre scarlattina”, cuya traducción corresponde a una epidemia de fiebre escarlatina. Para 1743 la misma región sufrió por una gran epidemia de gripe conocida como “influenza di cattarro” (brote o epidemia de catarro), nombre que luego se abrevió a “influenza” y desde entonces se relacionó al catarro con la gripe. En 1783 esta denominación fue adoptada en el idioma francés para referirse a la gripe y por la misma época llegó al inglés. En 1843 aparece por vez primera bajo la forma de “flue” y más tarde a la actual “flu”. En el Diccionario de la Academia, este nombre de la gripe apareció en la edición de 1927 designado como "italianismo por trancazo o gripe".


Todas las patologías virales de una “infuenza” se manifiestan con fuertes fiebres y malestar general como cansancio físico, sudoración, diarrea o vómito. A fines de abril y principios de mayo de 2009, padecimos una grave amenaza de “Influenza”. En ese tiempo colaboraba en un programa que se llamaba “Consultorio, vida y salud” que se trasmitía en el Canal 53 de la UANL. Como era conducido por médicos, me preguntaron cuántas epidemias habíamos sufrido a lo largo de nuestra historia. Busqué información en el libro “Nuevo León, apuntes históricos” de Santiago Roel que nos da cuenta de las siguientes enfermedades.

En 1798 hubo una epidemia de viruela en Monterrey. A fines de 1802 y principios de 1803 ocurrió una epidemia de fiebre amarilla (hepatitis) en todo el Nuevo Reino de León que ocasionó la muerte de 1,900 vecinos de los 30 mil que se infectaron con la enfermedad. La fiebre amarilla se repitió en 1898 y 1903. Ocurrieron brotes de malaria o paludismo en 1815, 1825, 1836, 1844, 1853 y 1866, provocado por piquetes de mosquitos. De cólera morbus en 1833, 1849, 1850 y 1866 con fuertes diarreas.

El cólera morbus se desarrolló en todo el país en 1833. Para fines de julio estaban invadidos los pueblos del norte de Tamaulipas y los municipios de Nuevo León aledaños a ellos. Según esto, el brote había iniciado en Matamoros, por lo que se tomaron medidas urgentes para evitar el contagio. Lamentablemente el 6 de agosto de ese año se presentaron las primeras víctimas. Por eso el gobierno del Estado dictó medidas de seguridad e higiene pública. Concluyeron que la fruta era la fuente de trasmisión de la enfermedad, por eso fue decomisada y destruida. Prohibieron el ingreso de la misma, de la matanza de reses y de otros animales dentro de las poblaciones y que se arrojaran las aguas negras a las calles. Se preocuparon por la limpieza de las casas, las fuentes y las acequias, impidieron la venta de vinos y licores y los bailes después de las 10 de la noche como medidas precautorias.


Entre abril y diciembre de 1903 ocurrió una epidemia de fiebre amarilla o hepatitis que atacó preferentemente a los municipios del norte y del centro del Estado. Alertaban que el foco de infección estaba en las costas de Tamaulipas. A fines de 1918, una terrible enfermedad llamada “Influenza Española” invadió a todo el país y Nuevo León no fue la excepción. Le llamaban así porque decían que el foco de infección estaba en la península ibérica. Fue una pandemia que  causó muchísimas muertes. Por ejemplo, el 21 de octubre de 1918 fallecieron cien personas en Monterrey. El promedio de muertes era de 10 por día. A mediados del siglo XX tuvimos una de fiebre tifoidea o salmonelosis. Y ya en el siglo XX, cada año padecemos de dengue y recientemente de Zica y chikungunya


Dicen que nuestra generación ha sido testigo de varias enfermedades que han puesto en alerta a nuestras autoridades sanitarias. También he visto cierto escepticismo que tiende a menospreciar los alcances de la llamada “Influenza Humana”. Ciertamente que nuestros gobernantes deben invertir más en salud, en investigación y tecnología. Pero sobre todo, realizar campañas de concientización y prevención en la salud personal como pública. Solo así evitaremos que broten nuevas enfermedades o contagios que se pensaban que ya se habían erradicado.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico