domingo, 25 de agosto de 2019

El Nido de las Águilas y Eduardo Aguirre Pequeño


Antonio Guerrero Aguilar/Poemoria/

En el cañón de Santa Catarina sobresalen dos cuevas y una casa. Una de las cuevas se llama del Guano y la otra de la Virgen. Una cueva es una cavidad o hueco, cuya formación se debe a la erosión causada por el viento, el agua o la combinación de ambas; interviniendo además procesos químicos, geológicos como climatológicos y atmosféricos. Regularmente las cavernas son formadas por corrientes de agua, las cuales disuelven o fragmentan las rocas. Precisamente en la Sierra Madre correspondiente a Santa Catarina, podemos observarlas junto con ventanas o huecos en los muros.


Indudablemente la famosa de todas es la llamada Cueva de la Virgen, situada en el otrora llamado Potrero de Santa Catarina. Desde el río del mismo nombre, se puede ver la imagen de la virgen María. Pero no hay una escultura; más bien vemos una imagen delineada por juegos de luz y sombra. En realidad, en el interior de la caverna hay un tragaluz, que ilumina la pared y el contorno de la cueva, forma la imagen de una virgen parecida a nuestra señora de la Medalla Milagrosa. Recuerdo que siendo un niño, cada vez que nos llevaban al pasar un día de campo, nos platicaban la historia de una religiosa que al buscar la forma de subir hasta la cueva se cayó y perdió la vida; como una advertencia para no arriesgarse y escalar hacia ella.

El ilustre científico Eduardo Aguirre Pequeño las estudió para determinar la enfermedad que causa el excremento del murciélago, usado por mucho tiempo como abono y fertilizante en nuestros campos. Quienes recogían el guano, adquirían una afección en los pulmones. Por cierto, hay una anécdota que nos ilustra respecto a la llegada del médico a este potrero. Aguirre Pequeño era el dueño de un paraje situado en General Zaragoza, Nuevo León, llamado El Salto. Se sentía orgulloso de tener el sitio considerado más hermoso de la entidad. Pero una vez alguien le mencionó: El lugar más bello y pintoresco de Nuevo León está en el cañón de Santa Catarina. Vino a conocer el cañón y en efecto, quedó encantado con los paisajes y montañas de la Sierra Madre perteneciente a Santa Catarina. Por lo que vendió El Salto y compró unos terrenos correspondientes a un sitio conocido como El Alamar, el cual está muy cerca del cañón de la Virgen.


A mediados del siglo XX, comenzó a construir la casa con el apoyo del maestro albañil Simón García Verastegui, quien por cierto vivía en La Huasteca. En ella trabajaron sus hijos, muchos alumnos y amigos de ellos. La casa fue concluida en 1957. Propiamente era una finca de descanso en donde acudían los fines de semana y las vacaciones. En la propiedad había dos manantiales, uno de ellos llamado El Palmar, que daba servicio de agua potable al lugar. Por cierto, aprovechando el vital líquido, construyeron una alberca y una red de canales con los cuales también regaban hortalizas y plantas que el médico mantenía para sus estudios. En revistas y periódicos de la época se referían a la construcción como el Nido de las Águilas. Obviamente la construcción, por su hechura, forma y ubicación, despertó muchas creencias acerca de que pertenecía a un científico loco y no sé cuántas habladurías más. Especialmente cuando decían que la casa era de un doctor pequeño. La familia Aguirre Cossío también adquirió otra finca en el poblado de La Huasteca.

El doctor Aguirre Pequeño fue promotor del cultivo de especies y plantas con usos medicinales y hasta alimenticios como el algarrobo, conocido también como el árbol del pan. A la muerte del médico, su familia decidió vender las propiedades, tanto las del cañón como la de la Huasteca. Y como una forma de reconocer su legado, el gobierno del Estado de Nuevo León junto con el municipio de Santa Catarina, inauguraron un museo en diciembre de 1991. No prosperó en la siguiente administración, hasta que el sitio quedó abandonado, sucio y con grafiti.

Eduardo Aguirre Pequeño, fue un ilustre hombre polifacético. Lo mismo cantaba, tocaba la guitarra, amante de la fiesta charra, un consumado jinete, excelente deportista que dominaba diversas disciplinas, un aventurero en toda la extensión de la palabra, pero sobre todo, un gran educador, científico y médico. Para muchos, Aguirre Pequeño es el discípulo más apegado al doctor Gonzalitos.

Eduardo Aguirre Pequeño nació en Hualahuises, Nuevo León el 14 de marzo de 1904. Hijo de Juan Aguirre y Leónides Pequeño. Cuando su padre falleció, debió trabajar en las labores del campo. Debió trasladarse a Ciudad Victoria, Tamaulipas, para concluir su educación básica. Gracias a una beca llegó a Monterrey para estudiar en el honorable Colegio Civil y cursó la carrera de medicina en Monterrey entre 1926 y 1932. En 1946 cursó en la Universidad de Tulane, Nueva Orleans una especialidad en medicina tropical.


Siempre tuvo presente que: no hay dificultad tan fuerte que resista los embates de una voluntad firme ni de vulnerar un trabajo continuo a favor de la justicia y bienestar del hombre. Esta convicción fue para él un impulso para cada una de las acciones emprendidas en su vida. Fundador y maestro de las escuelas de biología, ingeniería química, agronomía y psicología de la UANL. Asistió como ponente a numerosos congresos internacionales y perteneció a diversas sociedades científicas y culturales de América y Europa.

En 1972 obtuvo el premio Luis Elizondo. Autor de varios ensayos de carácter histórico y científico. Con sus investigaciones, contribuyó en la cura del mal del pinto y del mal del pulmón derivado por la presencia de esporas de guano de murciélago en el sistema respiratorio. Todo por la ciencia y le investigación médica, a tal grado de padecer en carne propia las enfermedades para darle un adecuado tratamiento. Murió el 18 de julio de 1988 en Monterrey.

Siempre consideró a nuestras montañas y parajes como los más bellos de Nuevo León. Si alguien la conoció y recorrió las cuevas del cañón de Santa Catarina, fue el doctor Eduardo Aguirre Pequeño, quien escribió unos versos el sábado de Gloria de 1965 para la virgen de la cueva:

Transeúnte detente
 y dirige tu mirada
 al lejano horizonte,
 hacia el poniente.

Y en el fondo de eólico agujero
 una sacra figura se presenta con los brazos abiertos,
 símbolo de gran amor y de paz
 entre los hombres.

Y al contemplar la mística figura,
 Una voz a tu oído te replica
 Es la que siempre aconsejó cordura
 De evocadora imagen religiosa.


Santa Catarina como Hualahuises y Monterrey, están en deuda con el doctor Eduardo Aguirre Pequeño. Un personaje al cual no le hemos dado el homenaje y respeto que se merece, en especial de su Nido de las Águilas que permanece en mal estado.

domingo, 18 de agosto de 2019

Testimonios y símbolos escritos en piedra: el arte rupestre de Nuevo León


Antonio Guerrero Aguilar/ Poemoria/

En 1943 el antropólogo alemán Paul Kirchhoff dividió el territorio nacional en tres regiones, con la intención de señalar lo común y lo simbólico entre los pueblos y culturas existentes. Entonces desde el punto de vista cultural, México comprende tres zonas que son Mesoamérica, Aridoamérica y Oasis América. En Mesoamérica se desarrollaron las civilizaciones más representativas de nuestro país. 

La ubicación comprende desde el Trópico de Cáncer hasta Centro América. Mientras que Oasis América corresponde a un área cultural situada en Arizona y Nuevo México y las partes montañosas y norteñas de Chihuahua. Al igual que Mesoamérica, fue habitada por grupos sedentarios agrícolas que llegaron a poseer culturas complejas que dependían del intercambio comercial. Se divide en tres grandes grupos culturales: Anazasi, Hahokam y Mogollón. Esta última corresponde al territorio mexicano y se relaciona al punto más importante en el complejo Casas Grandes en Chihuahua. También se les conoce como las culturas de los Indios-Pueblo.

La otra región es Aridoamérica y abarca un extenso territorio dentro del considerado Desierto Chihuahuense, en la cual están la porción oriental de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Ahí vivían los indios nómadas que nos dejaron una buena cantidad de arte lítico y pinturas rupestres. Los habitantes de ésta región semiárida, conservaron por milenios su modo de vida nómada y una subsistencia basada en la caza y la recolección. Conocían ampliamente el territorio y tenían numerosas lenguas que hablaban entre sí.

Eran llamados Chichimecas, un término despectivo pues literalmente significa chupadores de sangre o hijos de perra. Lo mismo designa a personas como animales que tienen una soga amarrada al cuello. La mayoría de aquellos grupos desaparecieron del medio en el que vivían; fueron sometidos, perseguidos y obligados a convertirse para luego crear un sincretismo cultural.  


Según las crónicas de los primeros colonizadores eran bárbaros e incivilizados, rebeldes, fuertes y reacios al contacto con los pobladores de origen ibérico que se asentaron en sus tierras. Siempre al acecho para atacar, provocando albazos (caían en los pueblos y ranchos al alba) para destruir, robar y/o matar. Otros a la vera del camino para caer sobre los transeúntes que recorrían los valles y desiertos. Mientras que los grupos mesoamericanos fueron sometidos en menos de 50 años, los chichimecas  tardaron 350 años en asimilar la cultura occidental.  

Los grupos étnicos en el noreste fueron gradualmente desapareciendo, más no su legado y sus tradiciones. Tal vez la más relevante sean los innumerables conjuntos de arte rupestre que nos hablan de su visión y representación del mundo. Toda esta región fue testigo de las migraciones de los primeros pobladores de México, cuando la transitaron a partir del año 14 mil y el 9 mil antes de Cristo.

El arte rupestre se divide en petrograbado, pintura rupestre y geoglifos. Los petroglifos o petrograbados son diseños simbólicos tallados en las rocas. Preferentemente dibujaban líneas y círculos con la intención de dejar un mensaje de tipo ritual o vivencial. Los trazos representan un sistema antiguo de comunicación basado en pictografías o ideogramas. En los muros donde están los petrograbados pueden observarse los símbolos realizados a través de golpes en la roca, a veces con apariencia muy burda y en otras ocasiones hasta pulidos para dejar un rasgo estético. Son muy abstractos, antiguos y paradójicamente hasta muy recientes, pues la gente del campo continuó los trazos incluso hasta los soldados que pelearon en la revolución entre 1913 y 1915.


Las pinturas rupestres fueron hechas a base de pigmentos sobre muros de rocas, barrancos, cuevas y abrigos rocosos. Usaban dos colores de pintura: uno rojo y otro de color ocre. Dicen que el rojo viene de una mezcla de la savia de una planta llamada sangre de drago con agua y otros pigmentos de minerales molidos. Pintaban con las manos, con pinceles de pelo animal, ramas quemadas, cañas huecas para soplar la pintura; a veces escupían sobre la mano y aprovechaban las salientes o formas de la roca para darle volumen al trazo. Tienen elementos y símbolos menos abstractos que los petrograbados. 

Gracias al arte rupestre tenemos datos interesantísimos de los ritos y costumbres de diversos grupos de nómadas que poblaron a lo largo y ancho la región noreste de México. Mientras que los geoglifos son las formas y líneas que se hicieron sobre el ras de la tierra y se pueden ver desde un punto elevado. Las pinturas rupestres se hacían con tres fines: darle un trazo estético a la roca, producir un bien mejor, así como la de expresar en un lenguaje abstracto la realidad que vivían.

Los grabados y la pintura rupestre son dos tipos de arte parietal, llamado así porque fue realizado en muros. Las muestras de pintura rupestre en mejor estado de conservación se han encontrado en el interior de cuevas. Pero también las encontramos en otras superficies rocosas menos protegidas, pero más luminosas y accesibles como barrancos, cañadas y abrigos rocosos. En Nuevo León tenemos cerca de 800 sitios con arte rupestre, de los cuales solo Boca de Potrerillos en Mina está habilitada y protegida adecuadamente. 

Otro sitio que vale la pena rescatar es la llamada Cueva Ahumada.  De acuerdo a los estudios realizados por investigadores del Centro INAH Nuevo León, los testimonios tienen una antigüedad que va desde los 4 mil años a. C. hasta el siglo XIX, pues los llamados indios bárbaros dejaron grabados en las rocas antes de atacar a alguna población o en los sitios inaccesibles en donde vivían. 

El sitio arqueológico está aislado por montañas y arrinconado ahí donde comienza la montaña venerable llamada el cerro de la Mota; en la parte baja de un cañón donde serpentea el cauce de un río seco, a unos 45 kilómetros de Monterrey y a otro tanto de Saltillo. Conviene recorrer desde Rinconada hasta Los Fierros, llamado así por sus habitantes cuando pensaron que los petrograbados eran representaciones de anagramas para marcar ganado.  

Son parajes donde predomina el silencio, el azul del cielo es más evidente  y de pueden encontrar vestigios que han resistido el paso de miles y miles de años. Las líneas y formas que conforman este arte milenario; indudablemente  son las voces del desierto, gritos que parecen esconder mensajes cifrados, códigos ocultos que narran el secreto de la historia poco conocida de los antiguos pobladores del noreste mexicano.

La Cueva Ahumada tal vez sea el único sitio arqueológico en la entidad en donde se pueden apreciar petrograbados como pinturas rupestres; en los cuales los antiguos representaron a una figura que parece ser un hombre de culto. Y es una de las pocas representaciones de seres humanos que tenemos. Lo interesante del caso es que en la Cueva Ahumada  encontraron dos o tres sepulcros prehispánicos con ofrendas. En la década de 1960 vinieron estudiosos de la Universidad de Texas en Austin, y se llevaron todo lo que pudieron para investigarlos y clasificarlos. Incluso hay una pintura que parece ser una planta de maíz. 


Las pinturas rupestres parecen perder la batalla. La erosión del viento como del agua han borrado gradualmente los motivos pintados en la roca. También los vándalos las han destruido. Como están en lugares alejados de las zonas urbanas, acuden a los mismos para dejar grafitis sobre los motivos pintados en la superficie. Del mismo modo afectan las vibraciones provocadas por los trenes que pasan por la vía México-Laredo, la cual está a menos de 150 metros. 

En 1988 la geografía del lugar cambió debido al desbordamiento del río Pesquería durante el embate del huracán Gilberto. Luego les dio por construir la carretera, quedando exactamente a un lado de la cueva. Las lluvias torrenciales del Álex afectaron el entorno.

La Cueva Ahumada, también conocida como la Capilla Sixtina de Nuevo León, tiene formas, signos e imágenes que enlazan una realidad temporal con el ámbito de lo sagrado. 

A menos de tres kilómetros al norte, antes de llegar a Los Fierros está una zona conocida como La Huachichila. Sobre un banco de piedra hay una pared que indica el nacimiento del Sol entre el 19 y 20 de marzo, en pleno equinoccio de primavera. Esta coincide con muchas culturas de la antigüedad que celebraban el inicio de la temporada de crecimiento y plenitud. Ahí vemos una huella de venado lo cual indica que enlazaron los ciclos cósmicos con la regeneración de la vida silvestre. De aquí a la parte alta de la montaña que llaman de La Mota, todas las rocas tenían formas emblemáticas, pero destruyeron una sección cuando les dio por abrir la carretera entre Los Fierros y Rinconada.

Como se advierte, hay muchos sitios prehistóricos en Nuevo León, de los cuales solamente uno está preparado por su visita y conocimiento. El resto permanece en el olvido; perdidos en los lugares más alejados e inaccesibles que se puedan imaginar. Otros sufren del deterioro debido al daño que les hacen los visitantes que aún no dimensionan su importancia y relevancia dentro del patrimonio tangible de nuestros pueblos. Lo ideal y reglamentario es que se cuiden y protejan todos.


Bueno, tal vez todo esto quede en buenos deseos. Pero si al menos aquellos que acuden al monte como al desierto, así como a nuestras autoridades, quienes deben poner especial cuidado para conservar los testimonios de aquellos que nos precedieron en poblar éstos valles situados entre las montañas. El arte rupestre por ejemplo, cambiaría muchas perspectivas que tenemos respecto a lo se tiene y se cree de la tierra considerada como la Gran Chichimeca.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico