Antonio Guerrero Aguilar/ Poemoria/
En 1943 el antropólogo alemán Paul Kirchhoff dividió el
territorio nacional en tres regiones, con la intención de señalar lo común y lo
simbólico entre los pueblos y culturas existentes. Entonces desde el punto de
vista cultural, México comprende tres zonas que son Mesoamérica, Aridoamérica y
Oasis América. En Mesoamérica se desarrollaron las civilizaciones más
representativas de nuestro país.
La ubicación comprende desde el Trópico de
Cáncer hasta Centro América. Mientras que Oasis América corresponde a un área
cultural situada en Arizona y Nuevo México y las partes montañosas y norteñas
de Chihuahua. Al igual que Mesoamérica, fue habitada por grupos sedentarios
agrícolas que llegaron a poseer culturas complejas que dependían del intercambio
comercial. Se divide en tres grandes grupos culturales: Anazasi, Hahokam y Mogollón.
Esta última corresponde al territorio mexicano y se relaciona al punto más
importante en el complejo Casas Grandes en Chihuahua. También se les conoce
como las culturas de los Indios-Pueblo.
La otra región es Aridoamérica y abarca un extenso
territorio dentro del considerado Desierto Chihuahuense, en la cual están la
porción oriental de Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Ahí vivían
los indios nómadas que nos dejaron una buena cantidad de arte lítico y pinturas
rupestres. Los habitantes de ésta región semiárida, conservaron por milenios su
modo de vida nómada y una subsistencia basada en la caza y la recolección.
Conocían ampliamente el territorio y tenían numerosas lenguas que hablaban
entre sí.
Eran llamados Chichimecas,
un término despectivo pues literalmente significa chupadores de sangre o hijos
de perra. Lo mismo designa a personas como animales que tienen una soga
amarrada al cuello. La mayoría de aquellos grupos desaparecieron del medio en
el que vivían; fueron sometidos, perseguidos y obligados a convertirse para
luego crear un sincretismo cultural.
Según las crónicas de los primeros colonizadores eran
bárbaros e incivilizados, rebeldes, fuertes y reacios al contacto con los
pobladores de origen ibérico que se asentaron en sus tierras. Siempre al acecho
para atacar, provocando albazos (caían
en los pueblos y ranchos al alba) para destruir, robar y/o matar. Otros a la
vera del camino para caer sobre los transeúntes que recorrían los valles y
desiertos. Mientras que los grupos mesoamericanos fueron sometidos en menos de
50 años, los chichimecas tardaron 350
años en asimilar la cultura occidental.
Los
grupos étnicos en el noreste fueron gradualmente desapareciendo, más no su
legado y sus tradiciones. Tal vez la más relevante sean los innumerables
conjuntos de arte rupestre que nos hablan de su visión y representación del
mundo. Toda esta región fue testigo de las migraciones de los primeros
pobladores de México, cuando la transitaron a partir del año 14 mil y el 9 mil
antes de Cristo.
El arte rupestre se divide en petrograbado, pintura
rupestre y geoglifos. Los petroglifos o petrograbados son diseños simbólicos
tallados en las rocas. Preferentemente dibujaban líneas y círculos con la
intención de dejar un mensaje de tipo ritual o vivencial. Los trazos
representan un sistema antiguo de comunicación basado en pictografías o
ideogramas. En los muros donde están los petrograbados pueden observarse los
símbolos realizados a través de golpes en la roca, a veces con apariencia muy
burda y en otras ocasiones hasta pulidos para dejar un rasgo estético. Son muy
abstractos, antiguos y paradójicamente hasta muy recientes, pues la gente del
campo continuó los trazos incluso hasta los soldados que pelearon en la
revolución entre 1913 y 1915.
Las pinturas rupestres fueron hechas a base de pigmentos
sobre muros de rocas, barrancos, cuevas y abrigos rocosos. Usaban dos colores
de pintura: uno rojo y otro de color ocre. Dicen que el rojo viene de una
mezcla de la savia de una planta llamada sangre
de drago con agua y otros pigmentos de minerales molidos. Pintaban con las
manos, con pinceles de pelo animal, ramas quemadas, cañas huecas para soplar la
pintura; a veces escupían sobre la mano y aprovechaban las salientes o formas
de la roca para darle volumen al trazo. Tienen elementos y símbolos menos
abstractos que los petrograbados.
Gracias al arte rupestre tenemos datos
interesantísimos de los ritos y costumbres de diversos grupos de nómadas que
poblaron a lo largo y ancho la región noreste de México. Mientras que los
geoglifos son las formas y líneas que se hicieron sobre el ras de la tierra y
se pueden ver desde un punto elevado. Las pinturas rupestres se hacían con tres
fines: darle un trazo estético a la roca, producir un bien mejor, así como la
de expresar en un lenguaje abstracto la realidad que vivían.
Los grabados y la pintura rupestre son dos tipos de arte
parietal, llamado así porque fue realizado en muros. Las muestras de pintura
rupestre en mejor estado de conservación se han encontrado en el interior de
cuevas. Pero también las encontramos en otras superficies rocosas menos
protegidas, pero más luminosas y accesibles como barrancos, cañadas y abrigos
rocosos. En Nuevo León tenemos cerca de 800 sitios con arte rupestre, de los
cuales solo Boca de Potrerillos en Mina está habilitada y protegida
adecuadamente.
Otro sitio que vale la pena rescatar es la llamada Cueva Ahumada.
De acuerdo a los estudios realizados por
investigadores del Centro INAH Nuevo León, los testimonios tienen una
antigüedad que va desde los 4 mil años a. C. hasta el siglo XIX, pues los
llamados indios bárbaros dejaron
grabados en las rocas antes de atacar a alguna población o en los sitios
inaccesibles en donde vivían.
El sitio arqueológico está aislado por montañas y
arrinconado ahí donde comienza la montaña venerable llamada el cerro de la Mota;
en la parte baja de un cañón donde serpentea el cauce de un río seco, a unos 45
kilómetros de Monterrey y a otro tanto de Saltillo. Conviene recorrer desde
Rinconada hasta Los Fierros, llamado así por sus habitantes cuando pensaron que
los petrograbados eran representaciones de anagramas para marcar ganado.
Son parajes donde predomina el silencio, el
azul del cielo es más evidente y de
pueden encontrar vestigios que han resistido el paso de miles y miles de años.
Las líneas y formas que conforman este arte milenario; indudablemente son las voces del desierto, gritos que
parecen esconder mensajes cifrados, códigos ocultos que narran el secreto de la
historia poco conocida de los antiguos pobladores del noreste mexicano.
La Cueva Ahumada tal vez sea el único sitio arqueológico
en la entidad en donde se pueden apreciar petrograbados como pinturas
rupestres; en los cuales los antiguos representaron a una figura que parece ser
un hombre de culto. Y es una de las pocas representaciones de seres humanos que
tenemos. Lo interesante del caso es que en la Cueva Ahumada encontraron dos o tres sepulcros
prehispánicos con ofrendas. En la década de 1960 vinieron estudiosos de la
Universidad de Texas en Austin, y se llevaron todo lo que pudieron para
investigarlos y clasificarlos. Incluso hay una pintura que parece ser una planta
de maíz.
Las pinturas rupestres parecen perder la batalla. La
erosión del viento como del agua han borrado gradualmente los motivos pintados
en la roca. También los vándalos las han destruido. Como están en lugares
alejados de las zonas urbanas, acuden a los mismos para dejar grafitis sobre
los motivos pintados en la superficie. Del mismo modo afectan las vibraciones
provocadas por los trenes que pasan por la vía México-Laredo, la cual está a
menos de 150 metros.
En 1988 la geografía del lugar cambió debido al
desbordamiento del río Pesquería durante el embate del huracán Gilberto. Luego
les dio por construir la carretera, quedando exactamente a un lado de la cueva.
Las lluvias torrenciales del Álex afectaron el entorno.
La Cueva Ahumada, también conocida como la Capilla Sixtina de Nuevo León, tiene formas,
signos e imágenes que enlazan una realidad temporal con el ámbito de lo
sagrado.
A menos de tres kilómetros al norte, antes de llegar a
Los Fierros está una zona conocida como La Huachichila. Sobre un banco de
piedra hay una pared que indica el nacimiento del Sol entre el 19 y 20 de
marzo, en pleno equinoccio de primavera. Esta coincide con muchas culturas de
la antigüedad que celebraban el inicio de la temporada de crecimiento y
plenitud. Ahí vemos una huella de venado lo cual indica que enlazaron los
ciclos cósmicos con la regeneración de la vida silvestre. De aquí a la parte
alta de la montaña que llaman de La Mota, todas las rocas tenían formas
emblemáticas, pero destruyeron una sección cuando les dio por abrir la
carretera entre Los Fierros y Rinconada.
Como se advierte, hay muchos sitios prehistóricos en
Nuevo León, de los cuales solamente uno está preparado por su visita y
conocimiento. El resto permanece en el olvido; perdidos en los lugares más
alejados e inaccesibles que se puedan imaginar. Otros sufren del deterioro
debido al daño que les hacen los visitantes que aún no dimensionan su
importancia y relevancia dentro del patrimonio tangible de nuestros pueblos. Lo
ideal y reglamentario es que se cuiden y protejan todos.
Bueno, tal vez todo esto quede en buenos deseos. Pero si
al menos aquellos que acuden al monte como al desierto, así como a nuestras
autoridades, quienes deben poner especial cuidado para conservar los
testimonios de aquellos que nos precedieron en poblar éstos valles situados
entre las montañas. El arte rupestre por ejemplo, cambiaría muchas perspectivas
que tenemos respecto a lo se tiene y se cree de la tierra considerada como la
Gran Chichimeca.
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