martes, 7 de enero de 2025

El paso inexorable del tiempo

Antonio Guerrero Aguilar/

Voy a tratar un tema extraño, a la vez controvertido; pero que no deja de asombrar al explicar cómo el tiempo corre más aprisa de lo esperado. Yo recuerdo que mis primeros 15 años de vida, desde que nací en 1965 hasta que salí de la secundaria en 1980, las situaciones ocurrían más despacio; con periodos de aburrimiento en el “dolce far niente”. De pronto, a partir de la década de los 80, siento y me da la impresión de que tuve una existencia tan efímera de la que apenas me doy cuenta del tiempo transcurrido. Por ejemplo, este año del 2024 que acaba de concluir, tan rápido que se nos fue y tenemos esa percepción de que los días, las semanas y los meses se van propiamente “volando”.

 


Hablar del tiempo nos lleva a reflexionar en su doble naturaleza, lo cuantificable regulado por Cronos y lo cualitativo y oportuno regido por el Kairós. Dicen que “el tiempo vale oro y que hasta el tiempo perdido hasta los santos lo lloran”. De igual forma sentencian que el tiempo cura todas las heridas y que las cosas se acomodan y llegan a su debido tiempo, lo cual me recuerda a un dicho: “las calabazas en la carreta, con el traqueteo se acomodan”.

 

Hay tres conceptos relacionados con el tiempo a partir de lo cuantificable, precisamente con el orden mensurable del movimiento. En primera instancia, los pitagóricos comparaban al tiempo como una esfera la cual abarca todo, es el cielo que con su movimiento ordenado permite su perfecta medida. Conviene mencionar que no es algo que se detiene en algún punto. Es lo cíclico y lo interminable, la imagen móvil de la eternidad de la que tanto hablaba Platón. En segunda instancia, está relacionado con el movimiento intuido, es decir, con la conciencia de todo lo que hemos tenido y vivido a lo largo de nuestra vida. Es cuando los actos de conciencia se convierten en memorias y recuerdos. Por decirlo así, en un depósito donde tenemos aquellas referencias que nos importan ya sea para bien o para mal. Y por último, hay una idea acerca del tiempo, que tiene que ver con las posibilidades, deseos, aspiraciones y el porvenir.

 

Si se fijan, las dos primeras dependen más del presente y la tercera con lo que está por venir y no se ha cumplido, pero que yo puedo intervenir gracias a un orden que supone la simultaneidad de sus partes, ya que el tiempo es una sucesión infinita de instantes que vivimos y aprendemos. Metáforas implícitas en aquel canto de “Coincidir” de Alberto Escobar. Henry Bergson señalaba que todo depende de un intuicionismo, de una concepción abierta y a la vez subjetiva del tiempo. Como se advierte, es una justificación tanto psicológica y filosófica en la que también se considera a la memoria, la expectativa, la anticipación y la conciencia como algo inherente a las otras concepciones del tiempo. Entonces, pasamos del Cronos al Kairós; de lo cosmológico a lo humano en una comunicación íntima con lo sagrado y divino.

 


Si el tiempo es una medida de lo que se mueve, un científico alemán de nombre Winfield Otto Schumann (1888-1974), descubrió un efecto de resonancia en el sistema de la Tierra-Ionósfera en 1952, conocida como la “Onda Transversal-Magnética o Resonancia Schumann”,  la cual sostiene que la velocidad de rotación de la Tierra ha aumentado y por consiguiente, se han acortado los días. La rotación de nuestro planeta vibra a la misma frecuencia de las ondas cerebrales de 7.8 de Hertz por segundo, pero de una manera inexplicable, a partir de 1980 lo hace a 12 Hertz y en lugar de que un día dure 24 horas, en realidad ahora lo hace en 16. Por cierto, un hercio representa un ciclo por cada segundo, entendiendo ciclo como la repetición de un suceso.

 

Obviamente esta teoría no fue bien aceptada por la comunidad científica internacional. Pero de acuerdo con estudios recientes, la “Resonancia Schumann” volvió a subir en el 2014; de un nivel 15-16 aumentó a 25 y a principios del 2017 a más de 30, gracias a unos monitores del sistema espacial ruso que registraron esta elevación. Los cosmonautas y técnicos creyeron que su equipo estaba funcionando mal, pero más tarde descubrieron que los datos eran correctos.

 

Estos cambios se reflejan en la conciencia colectiva. Muchas personas se están dando cuenta de que el tiempo se está acelerando y por ende la conciencia humana se ve afectada por el campo magnético de la Tierra y las alteraciones en su interior. Entonces, si el sentido del tiempo tiene que ver con la conciencia, ahora resulta que diariamente perdemos ocho horas, debido a que la Tierra gira más rápido y eso provoca que se tenga la idea de que no completamos con el día, lo cual da la impresión de que los segundos, los minutos y las horas van más aprisa.

 

Mientras algunos insisten en que cada jornada tiene unas horas menos, los hombres de ciencia refutan esa hipótesis y explican que tales cambios habrían sido notados por todo el mundo; porque para que el tiempo, su movimiento y medida cambien, se requiere que la velocidad de la luz lo haga de igual forma y no se ha podido comprobar que haya sufrido una variación en el tiempo cósmico. Y si esto ya lo tenemos, por ejemplo la luz del Sol se pondría a simple vista hasta las tres de la tarde. Además, las observaciones del Universo, obligarían a que los telescopios se adaptaran a los cambios que nuestro planeta sufrió.  Como respuesta, quienes analizan los cambios climatológicos y ambientales, sostienen que la vibración aumentó por el daño que le estamos haciendo al planeta. 

 

Luego, si el tiempo tiene que ver con lo intuido y la conciencia, eso nos da a entender que los cambios provocan molestias, angustias y stress a todos los seres vivos del planeta. Dormimos menos, hacemos más cosas en lapsos cortos, nos convertimos en esclavos de los horarios y para dar certeza a nuestros actos, hacemos itinerarios que no permiten cambios ni modificaciones. Nos convertimos en seres con hábitos y costumbres similares sumamente repetitivas y previsibles. Esa aceleración nos hace sentirnos más cansados, con mareos, con estados de ánimo cambiantes y depresivos. Si las cosas salen de distinta manera, entonces viene el enojo de que no estamos cumpliendo con nuestra labor o peor, los empleadores inmediatamente considerarán que “no estamos dando el kilo” como regularmente de dice.

 

Ahora quiero aplicar el concepto del tiempo que aún no se cumple, ese que está por venir y en el cual yo puedo intervenir en mis actos como en mi futuro. Aquí bien cabe la frase de que el ser humano es el arquitecto de su propio destino, porque tenemos potencialidades extraordinarias, ejercemos el libre albedrío y confiamos en la certeza de que cada día nosotros escribimos la historia.  Construimos el futuro de una manera más creativa, y sabemos que las intuiciones y talentos; aunque son impredecibles o emergentes, pueden estabilizarse en las generaciones venideras. Eso es lo maravilloso de la creación, otros pueden salvar o resarcir los daños y errores que consciente o inconscientemente estamos provocando, por eso es necesario reconocer que las nuevas generaciones tienen otra conciencia y preocupación para cuidar lo que nos queda. Nuestros procesos de pensamiento son más claros y más centrados, sin embargo, se representan en el flujo o en el saber.

 

Si la Tierra está cambiando su frecuencia vibratoria, nosotros lo estamos haciendo también. Esta puede ser una de las muchas señales de que estamos despertando a una conciencia nueva, plena como liberadora. Por lo que procuramos ecualizar nuestras propias frecuencias para estar más en sintonía con la Madre Tierra. La adaptación no siempre es un proceso fácil, pero hay que tener en cuenta que todo es parte de su propio despertar.

 

Ya para terminar, como una manera de echar por tierra la propuesta de Schumann, unos científicos realizaron el “Experimento del Búnker” para estudiar el ritmo circadiano en los seres humanos. Colocaron a un grupo voluntarios en un búnker subterráneo, aislados de estímulos del exterior tales como las variaciones de luz y temperatura. Los resultados concluyeron que el ritmo circadiano de los humanos es de 24 horas y que está estrechamente vinculado con los intervalos de exposición a la luz. Algunos partidarios de las “Resonancias Schumann”, refutaron el experimento, alegando que más bien se buscaba aislar a los voluntarios de la influencia de ondas Schumann para estudiar cual era la intervención de las mismas en los seres vivos.

 

Quiero concluir con lo siguiente: es posible que la percepción de la rapidez del tiempo se deba a una conducta acelerada, repleta de actividades y cosas por cumplir. Entre más líneas se pongan en los resúmenes de vida, horarios, reportes y resultados, creemos que todo se ajusta a los requerimientos del presente. Pero se nos olvida de que hay un orden basado en la sencillez, en la responsabilidad y en el afán de trabajar como una aspiración de darnos y sentirnos útiles a los demás. Es lo que tiene que prevalecer al fin de cuentas.

domingo, 5 de enero de 2025

Recuerdos y secuelas: mis primeros años en la escuela…

Antonio Guerrero Aguilar/

El cantautor argentino Facundo Cabral, mitad en serio y mitad en broma, decía que su educación terminó cuando lo echaron a la escuela. Tras escucharlo, me llevó a una interrogante: ¿así como entró, lo habrán “echado” literalmente de su plantel? Bueno, eso no me toca ni me corresponde saberlo, es asunto de cada quien. Lo cierto es que después de su sentencia, remataba en tono burlón sí había un lugar especial en el mundo, para guardar todas las cosas, en especial las “tonteras” que nos han enseñado en las aulas. Seguramente se inspiró en una frase de George Bernard Shaw: “Mi educación fue muy buena hasta que el colegio me la interrumpió.”

Siempre he pensado que la escuela no debe confundirse con la formación. La primera por definición, es para quienes tienen “tiempo libre” y así lo confirma su etimología: “skolé”. Un niño tiene toda la vida a su disposición y en consecuencia, nos inculcaron a leer, escribir, a contar y a dirigirnos al público, parte esencial del trívium antiguo de la gramática, dialéctica y retórica. La etapa siguiente, nos dio habilidades, actitudes y destrezas.



A mi parecer, en la escuela nos llenan de información, que tiene con “enseñar qué”: por ejemplo, Colón llegó en 1492 al considerado Nuevo Mundo, que dos más dos es cuatro y así sucesivamente. En cambio, la formación nos “enseña a”: a pensar, a ser felices, a ser mejores. Como se advierte, son dos rumbos que no están reñidos, sino complementarios: inteligencia y voluntad, la cualidad de conocer como la de querer.

En su libro “Don Camilo y don Pepone”, Giovanni Guareschi señala: “Nací en una entonces aldea soleada y esparcida”. Yo también, el domingo de Ramos de 1965, en un solar que la bisabuela rentaba y permitía a la nieta mayor, anidarse en el mismo. Soy de Santa Catarina, Nuevo León, un estado mexicano, ubicado al pie de la Sierra Madre Oriental y a unos 200 kilómetros del Río Bravo, la frontera tan controvertida con Texas, catalogada por Carlos Fuentes, “como una cicatriz que aún no termina de sanar”.

En aquel tiempo, mi pueblo tan solo había un plantel de pre-escolar, dos primarias y dos secundarias, así como un colegio confesional atendido por las hermanas del Verbo Encarnado. Con tan solo cuatro años, fui llevado al “kínder garden” del lugar. Ahí estuve dos años, de 1969 a 1971. Años de revueltas estudiantiles, en especial el 68, año sincrónico porque coincidieron acontecimientos decisivos en la historia. En ese año, los Beatles alcanzaron el primer lugar en ventas con la canción de “Hey Jude”, en la cual Paul McCartney recita la estrofa: “Porque bien sabes que es un tonto, el que trata de hacer su mundo un poco más frío…”. A la distancia, había sin tantos aspavientos, una pedagogía de la utopía.

Tengo pocos recuerdos de aquella estancia, repleta de juegos, bailes, cantos, a de enseñanzas que nos llevaban a identificar e integrarnos en el contexto. Raro, pero aún conservo amistades y conocidos de tales tiempos, porque al ser un municipio casi conurbado con Monterrey, la capital del estado, todos fuimos compañeros en el plantel. Conviene aclarar: a esa edad, 4, 5 y 6 años, todo depende más de la percepción como de la curiosidad que de los espacios como de las personas.



Por ejemplo, recuerdo pasillos, patios y salones más amplios como iluminados, ahora cuando visito a mis planteles, lo veo empequeñecidos, angostos y hasta deben mantenerlos con climas y luces para que parezcan cómodos y propios para el aprendizaje. En el prescolar me dieron los rudimentos y las bases para acercarme a las letras como a los números, de una forma lúdica como esencial y secuencial. Ya en el primer grado, nos pusieron una tarea, la de sumar los números y dar resultados. Eran libretas con hojas cuadriculadas y por intuición, comencé a dar secuencia a los números y no a realizar operaciones. El resultado fue terrible y más porque prevalecía el postulado de “la letra, con sangre entra”. Con pluma roja la maestra comenzó a dibujar una serie de tachas, que hoy en día, se me recuerdan las cruces de un panteón.

Lo admito: al concluir cada etapa, se me dificultaba adecuarme a los lineamientos. Me sucedió en secundaria, en preparatoria como en profesional y posgrado. Siempre tengo que remontar y posicionarme en las calificaciones, porque al arrancar, siempre obtengo la mínima calificación y sendas “regañadas”.

En el kínder teníamos sillas individuales y nos permitían jugar entre niños y niñas. Ya en la primaria, eran mesabancos para dos personas: nos sentaban por parejas e inmediatamente, nos marcaban una distancia como diferencia, la cual se reflejaba en tareas asignadas: las compañeras limpiaban las aulas y pasillos, en cambio a nosotros nos ponían los trabajos “duros” en el patio. Si no cumplíamos como “Dios manda” y la maestra también, nos daban unos “manazos” o nos castigaban en los rincones. Una ocasión por no llevar la tarea, me pusieron “orejas de burro” y me mandaron a un rincón, dando la espalda a todo el grupo. Eso sí, no lloré cuando me llevaron a la primaria. En cambio, lloraba cuando iban y nos ponían vacunas. En el kínder nos daban un desayuno y en la escuela, una cosa dura y cuadrada que parecía mazapán, que debíamos diluirla en agua para que diera consistencia de un chocolate.

Han pasado poco más de medio siglo y a la distancia, agradezco las intenciones y significados que me inculcaron: a levantarme temprano, no llegar tarde, no molestar a las niñas y más o menos andar presentado, entre otras enseñanzas más. Albert Camus consideraba a “La escuela prepara a los niños para un mundo que no existe y yo me tomé el atrevimiento de modificarla un poco”. 

De igual forma alguien me dijo que el hombre es la suma de sus desgracias. Disiento, gracias a la escuela, somos un cúmulo de experiencias y recuerdos de los tiempos idos.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico