Antonio Guerrero Aguilar/
Voy a tratar un tema extraño, a la vez controvertido;
pero que no deja de asombrar al explicar cómo el tiempo corre más aprisa de lo
esperado. Yo recuerdo que mis primeros 15 años de vida, desde que nací en 1965 hasta
que salí de la secundaria en 1980, las situaciones ocurrían más despacio; con
periodos de aburrimiento en el “dolce far niente”. De pronto, a partir de la
década de los 80, siento y me da la impresión de que tuve una existencia tan
efímera de la que apenas me doy cuenta del tiempo transcurrido. Por ejemplo,
este año del 2024 que acaba de concluir, tan rápido que se nos fue y tenemos
esa percepción de que los días, las semanas y los meses se van propiamente “volando”.
Hablar del tiempo nos lleva a reflexionar
en su doble naturaleza, lo cuantificable regulado por Cronos y lo cualitativo y
oportuno regido por el Kairós. Dicen que “el tiempo vale oro y que hasta el
tiempo perdido hasta los santos lo lloran”. De igual forma sentencian que el
tiempo cura todas las heridas y que las cosas se acomodan y llegan a su debido
tiempo, lo cual me recuerda a un dicho: “las calabazas en la carreta, con el
traqueteo se acomodan”.
Hay tres conceptos relacionados con el tiempo
a partir de lo cuantificable, precisamente con el orden mensurable del
movimiento. En primera instancia, los pitagóricos comparaban al tiempo como una
esfera la cual abarca todo, es el cielo que con su movimiento ordenado permite
su perfecta medida. Conviene mencionar que no es algo que se detiene en algún
punto. Es lo cíclico y lo interminable, la imagen móvil de la eternidad de la
que tanto hablaba Platón. En segunda instancia, está relacionado con el
movimiento intuido, es decir, con la conciencia de todo lo que hemos tenido y
vivido a lo largo de nuestra vida. Es cuando los actos de conciencia se
convierten en memorias y recuerdos. Por decirlo así, en un depósito donde
tenemos aquellas referencias que nos importan ya sea para bien o para mal. Y
por último, hay una idea acerca del tiempo, que tiene que ver con las
posibilidades, deseos, aspiraciones y el porvenir.
Si se fijan, las dos primeras dependen más
del presente y la tercera con lo que está por venir y no se ha cumplido, pero
que yo puedo intervenir gracias a un orden que supone la simultaneidad de sus
partes, ya que el tiempo es una sucesión infinita de instantes que vivimos y
aprendemos. Metáforas implícitas en aquel canto de “Coincidir” de Alberto
Escobar. Henry Bergson señalaba que todo depende de un intuicionismo, de una
concepción abierta y a la vez subjetiva del tiempo. Como se advierte, es una
justificación tanto psicológica y filosófica en la que también se considera a
la memoria, la expectativa, la anticipación y la conciencia como algo inherente
a las otras concepciones del tiempo. Entonces, pasamos del Cronos al Kairós; de
lo cosmológico a lo humano en una comunicación íntima con lo sagrado y divino.
Si el tiempo es una medida de lo que se
mueve, un científico alemán de nombre Winfield Otto Schumann (1888-1974),
descubrió un efecto de resonancia en el sistema de la Tierra-Ionósfera en 1952,
conocida como la “Onda Transversal-Magnética o Resonancia Schumann”, la cual sostiene que la velocidad de rotación
de la Tierra ha aumentado y por consiguiente, se han acortado los días. La
rotación de nuestro planeta vibra a la misma frecuencia de las ondas cerebrales
de 7.8 de Hertz por segundo, pero de una manera inexplicable, a partir de 1980
lo hace a 12 Hertz y en lugar de que un día dure 24 horas, en realidad ahora lo
hace en 16. Por cierto, un hercio representa un ciclo por cada segundo,
entendiendo ciclo como la repetición de un suceso.
Obviamente esta teoría no fue bien aceptada
por la comunidad científica internacional. Pero de acuerdo con estudios
recientes, la “Resonancia Schumann” volvió a subir en el 2014; de un nivel
15-16 aumentó a 25 y a principios del 2017 a más de 30, gracias a unos
monitores del sistema espacial ruso que registraron esta elevación. Los
cosmonautas y técnicos creyeron que su equipo estaba funcionando mal, pero más
tarde descubrieron que los datos eran correctos.
Estos cambios se reflejan en la conciencia
colectiva. Muchas personas se están dando cuenta de que el tiempo se está
acelerando y por ende la conciencia humana se ve afectada por el campo
magnético de la Tierra y las alteraciones en su interior. Entonces, si el
sentido del tiempo tiene que ver con la conciencia, ahora resulta que
diariamente perdemos ocho horas, debido a que la Tierra gira más rápido y eso
provoca que se tenga la idea de que no completamos con el día, lo cual da la
impresión de que los segundos, los minutos y las horas van más aprisa.
Mientras algunos insisten en que cada
jornada tiene unas horas menos, los hombres de ciencia refutan esa hipótesis y
explican que tales cambios habrían sido notados por todo el mundo; porque para
que el tiempo, su movimiento y medida cambien, se requiere que la velocidad de
la luz lo haga de igual forma y no se ha podido comprobar que haya sufrido una variación
en el tiempo cósmico. Y si esto ya lo tenemos, por ejemplo la luz del Sol se
pondría a simple vista hasta las tres de la tarde. Además, las observaciones
del Universo, obligarían a que los telescopios se adaptaran a los cambios que
nuestro planeta sufrió. Como respuesta,
quienes analizan los cambios climatológicos y ambientales, sostienen que la
vibración aumentó por el daño que le estamos haciendo al planeta.
Luego, si el tiempo tiene que ver con lo
intuido y la conciencia, eso nos da a entender que los cambios provocan molestias,
angustias y stress a todos los seres vivos del planeta. Dormimos menos, hacemos
más cosas en lapsos cortos, nos convertimos en esclavos de los horarios y para
dar certeza a nuestros actos, hacemos itinerarios que no permiten cambios ni
modificaciones. Nos convertimos en seres con hábitos y costumbres similares
sumamente repetitivas y previsibles. Esa aceleración nos hace sentirnos más
cansados, con mareos, con estados de ánimo cambiantes y depresivos. Si las
cosas salen de distinta manera, entonces viene el enojo de que no estamos
cumpliendo con nuestra labor o peor, los empleadores inmediatamente considerarán
que “no estamos dando el kilo” como regularmente de dice.
Ahora quiero aplicar el concepto del tiempo
que aún no se cumple, ese que está por
venir y en el cual yo puedo intervenir en mis actos como en mi futuro. Aquí
bien cabe la frase de que el ser humano es el arquitecto de su propio destino,
porque tenemos potencialidades extraordinarias, ejercemos el libre albedrío y
confiamos en la certeza de que cada día nosotros escribimos la historia. Construimos el futuro de una manera más
creativa, y sabemos que las intuiciones y talentos; aunque son impredecibles o
emergentes, pueden estabilizarse en las generaciones venideras. Eso es lo
maravilloso de la creación, otros pueden salvar o resarcir los daños y errores
que consciente o inconscientemente estamos provocando, por eso es necesario
reconocer que las nuevas generaciones tienen otra conciencia y preocupación
para cuidar lo que nos queda. Nuestros procesos de pensamiento son más claros y
más centrados, sin embargo, se representan en el flujo o en el saber.
Si la Tierra está cambiando su frecuencia
vibratoria, nosotros lo estamos haciendo también. Esta puede ser una de las
muchas señales de que estamos despertando a una conciencia nueva, plena como
liberadora. Por lo que procuramos ecualizar nuestras propias frecuencias para
estar más en sintonía con la Madre Tierra.
La adaptación no siempre es un proceso fácil, pero hay que tener en cuenta
que todo es parte de su propio despertar.
Ya para terminar, como una manera de echar
por tierra la propuesta de Schumann, unos científicos realizaron el “Experimento
del Búnker” para estudiar el ritmo circadiano en los seres humanos. Colocaron a
un grupo voluntarios en un búnker subterráneo, aislados de estímulos del
exterior tales como las variaciones de luz y temperatura. Los resultados
concluyeron que el ritmo circadiano de los humanos es de 24 horas y que está
estrechamente vinculado con los intervalos de exposición a la luz. Algunos partidarios
de las “Resonancias Schumann”, refutaron el experimento, alegando que más bien
se buscaba aislar a los voluntarios de la influencia de ondas Schumann para
estudiar cual era la intervención de las mismas en los seres vivos.
Quiero concluir con lo siguiente: es
posible que la percepción de la rapidez del tiempo se deba a una conducta
acelerada, repleta de actividades y cosas por cumplir. Entre más líneas se
pongan en los resúmenes de vida, horarios, reportes y resultados, creemos que
todo se ajusta a los requerimientos del presente. Pero se nos olvida de que hay
un orden basado en la sencillez, en la responsabilidad y en el afán de trabajar
como una aspiración de darnos y sentirnos útiles a los demás. Es lo que tiene
que prevalecer al fin de cuentas.