Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina
Quienes fundaron la ciudad de Monterrey en 1596, debieron
buscar un terreno para enterrar a sus difuntos. Al ocurrir la inundación de
1611 cambiaron la traza urbana de la naciente población y exhumaron los restos
de Diego de Montemayor fallecido en 1610 y de su hijo ocurrido apenas un año
después, para sepultarlos en el templo franciscano de San Andrés. Durante el
virreinato hubo al parecer unos tres camposantos: el del templo parroquial
convertido en la catedral a principios del siglo XIX, el del templo franciscano
de San Andrés y otro anexo al templo de San Francisco Javier atendido por los
jesuitas durante el primer tercio de siglo XVIII, situado entre las actuales
calles de Morelos, Escobedo, Padre Mier y Emilio Carranza. También el templo
del Roble llegó a tener su cementerio en donde ahora está la placita.
En 1819 el rey de España ordenó a las autoridades
eclesiásticas el arreglo de los cementerios que estaban bajo su resguardo. Fue
cuando el señor obispo Ignacio de Arancibia dispuso la construcción de un
cementerio en el atrio del templo de la Purísima, el cual funcionó hasta
mediados del siglo XIX. Los difuntos que dejó la epidemia del cólera en 1833,
fueron enterrados en las ruinas del convento de las capuchinas que nunca se
concluyó, situado en la manzana de Ruperto Martínez, Aramberri, Colegio Civil y
Juárez. En 1849 hubo otra epidemia de cólera, por lo que se prohibió la
inhumación de los difuntos en los panteones existentes.
Entonces se dispuso la construcción de un nuevo cementerio
situado al poniente, en donde actualmente confluyen las calles de Aramberri y
Venustiano Carranza, el cual fue inaugurado en 1849. Para 1880 se hizo un
segundo panteón; propiamente todo el conjunto comprendía unas ocho manzanas.
Con el correr del tiempo, por estar saturados y por la cercanía de las casas,
estos panteones dejaron de funcionar
como tal en 1954. Según don Pepe Saldaña todo el sector estaba repleto de
nogales y aguacatales a tal grado de que un vecino de nombre José Luna
construyó una casa a cinco metros de altura sobre un enorme nogal a fines del
siglo XIX.
En 1899 se formó la compañía del Panteón de El Carmen,
quienes solicitaron el respectivo permiso al entonces gobernador Bernardo
Reyes. Adquirieron un solar cercano a los panteones municipales con 24 manzanas
aproximadamente y una acequia con sus respectivos dos días de agua. En el
proyecto participaron un grupo de empresarios entre los que destacan Amado
Fernández Muguerza (1857-1940), Viviano Villarreal, José Antonio Muguerza,
Francisco Belden, Adolfo Larralde y Valentín Rivero. Pidieron al arquitecto Alfredo Giles (1853-1920)
que les hiciera el proyecto. Este tenía sus oficinas en San Antonio, Texas. El
panteón abrió sus puertas en abril de 1901.
Ya en Monterrey preparó el pórtico y la capilla del panteón
de El Carmen, además de los mausoleos de las familias Armendaiz y Rivero. A
Giles le debemos la casa del ex gobernador Jerónimo Treviño (1890), los bancos
de Nuevo León y Mercantil de Monterrey, la Reinera, la torre del templo del
Roble (colapsada en 1905), las casas de Isaac Garza y Valentín Rivero, la
tienda Sorpresa y Primavera, el Arco de la Independencia, el edificio Sanford,
la Botica del León, el puente de San Luisito (destruido en 1909) y las calzadas
Unión y Progreso (Madero y Pino Suárez) hasta su última obra la fachada del
Casino Monterrey (1921), hecha un año después de su muerte en 1920. La obra de
Alfred Giles ha ido desapareciendo paulatinamente de nuestra ciudad. Salvo por
unos edificios con reconocido valor artístico e histórico como el Banco
Regional del Norte o el Arco de la Independencia, y aquéllos que siguen en uso,
como el Panteón del Carmen. El resto de sus edificaciones han sido remodeladas
hasta hacerlas irreconocibles o las destruyeron.
El portal de acceso del panteón corresponde al estilo neogótico,
usado entre el siglo XII y el XV. Tiene la fecha de 1901 y la firma de Alfredo
Giles. Está hecho de cantera potosina, con cuatro basamentos en donde converge
todo el peso de los bloques, con tres remates triangulares (arcos ojivales),
formados por dovelas, con capiteles en forma de flor de acanto. El arte gótico
tiene su origen en las regiones de influencia de los pueblos de origen godo
(norte de Francia). Sobresale por lo estilizado de sus formas, los pináculos,
los rosetones, con formas afiladas apuntando al cielo. En su arquitectura
sintetiza y somete a la pintura como la escultura. En todo el conjunto la luz se
presenta como sublimación de la divinidad, por eso juega con las luces a través
de vitrales y ventanas con la intención de provocar sentimientos y emociones a
la espiritualidad. Un lugar así se identifica como sagrado, de recogimiento,
silencio y expectativa a lo interior.
Traspasando el umbral al cementerio se puede apreciar un sitio que invita al recogimiento y a la
meditación, dedicada a la virgen de El Carmen. La fachada está compuesta por
tres cuerpos o secciones. Como acceso un arco apuntado y unas pequeñas
ventanillas a los lados; en los extremos unos contrafuertes. En el segundo
cuerpo están tres pequeños arcos que representan a la Trinidad, con tres
incisiones verticales. Remata el conjunto una espadaña con su campana. Tiene un
ábside con su óculo atrás del altar.
El mausoleo de la familia Armendaiz es todo un monumento y
espacio funerario que resalta a la vista. Ahí descansan los restos de Francisco
Armendaiz (1858), un empresario de
origen español que llegó a Monterrey en 1870. Es una capilla gótica en donde
resalta el acceso con sus columnas, un arco apuntado, la arquivolta y el
tímpano donde resalta un vitral. En cada esquina sus columnas de orden corinto.
Mientras que el mausoleo de Valentín Rivero mantiene en su fachada elementos y
rasgos con influencia oriental, clásica y mudéjar. Es un templo con forma de cruz
griega. En el acceso se notan unas columnas pareadas, la arquivolta y en vitral
en medio, con tres rosetones, uno en cada lado.
Hay muchas esculturas de gran valor realizadas con material
como mármol. Al principio trajeron de Carrara (más del 90 por ciento), con
mármol blanco traído desde San Luis Potosí y Durango. También usaron el mármol
negro del Topo Chico. En el periodo de transición usaron otros materiales como
el concreto y granito. En el posrevolucionario ya usaron granito artificial y
otros materiales más generalizados y fáciles de darle forma.
Sin duda, tanto las tumbas como mausoleos se nos presentan
como un arte frío y rígido con la intención de hacer presente al ausente. Con
facciones y gestos capaces de aludir a la resignación y al sosiego en momentos
difíciles. Hay muchas esculturas que hizo Miguel Giacomino (1862-1938). Por ejemplo
el busto desparecido y el mausoleo del general Jerónimo Treviño que nos
recuerda a una cripta romana hecho para honrar a las glorias militares. Con
tres cuerpos: un friso en donde está el busto y el frontón rematado en una
cruz. El monumento de la familia Zambrano (Francisco y Octaviano) cuenta con
elementos admirables. El acceso franqueado por columnas jónicas. Una escultura
de dos jóvenes con un ángel. Tiene una estructura que no solo es una capilla
sino un monumento. La tumba de Felipe Canales, un ángel en actitud abatida, con
las alas plegadas, cabeza agachada. Con los brazos ocultos. Con rosas y
crisantemos que caen. El conjunto rematado por cadenas. El sepulcro de Samuel
Cantú, con una doliente, con la intención de asegurar una presencia
representativa del deudo frente a la tumba. La capilla funeraria de los Cantú
Treviño, con sus pináculos tallados en cantera potosina y los ángeles
custodiando cada esquina. La capilla de la familia Villarreal asemeja un templo
griego perfectamente con una estructura armónica, con capiteles jónicos. Hay una
escultura realizada por Octavio Ponzanelli, a un lado del sitio donde está una
señora sentada con su nieta.
Otra es la del "El niño del violín", un sepulcro
donde podemos apreciar un sepulcro sobre el cual se erige una escultura de
mármol blanco con figura de un adolecente, sosteniendo este instrumento musical
bajo su brazo izquierdo. Se dice que el espíritu del niño ronda todas las
noches por los pasillos del panteón o desde su mausoleo tocando su violín entre
la 1 y 3 de mañana, para deleite de las
otras ánimas que habitan en este cementerio. La blanca lápida ya no deja leer
el epitafio, pero gracias a la historia sabemos que se trata de Gregorio Alanís
González, nacido en El Cercado el 17 de noviembre de 1895, hijo de Ramón Alanís
Tamez y de Manuelita González, vecinos prósperos del lugar quienes supieron
aquilatar la vocación musical del niño. Tocaba con maestría bellísimas piezas
clásicas y decidieron comprarle un costoso violín “Stradivarius”. Todos lo
conocían como el “Niño Virtuoso del Violín”. Lamentablemente el niño falleció
en Monterrey con tan solo 13 años el 3 de agosto de 1908. No se saben las
causas del deceso, solo el cariño inmensurable de sus padres que para mantener
vivo su recuerdo, levantaron ésta tumba y tienen su última morada al lado de
donde está el Niño del Violín.
En 1920 don Adolfo Villarreal estableció el cuarto panteón
en la zona: el de Dolores. En 1930 la compañía que controlaba el panteón de El
Carmen, vendió a la compañía Funerales Dolores, S.A. Cuentan que decidió la
construcción de un cementerio para evitar que la ampliación de la calle Edison
afectara a sus propiedades. Esta compañía encargó al maestro constructor
Anastacio Puga el diseño de la portada de acceso y de la capilla ardiente.
El valor arquitectónico del panteón de El Carmen es muy
interesante. Sintetiza la historia del arte a través de la arquitectura,
escultura y diseño a través de cuatro momentos: un periodo academicista llamado
así por la formación de quienes intervinieron en la elaboración, diseño y
hechura de sus monumentos funerarios, uno considerado de transición que va de
1910 a 1920 más o menos, que producen obras similares a las que se hicieron entre
1901 y 1910, otro considerado posrevolucionario que va de 1920 a 1950 más o
menos y de ahí en adelante un cuatro periodo de arte moderno y/o contemporáneo.
“Apuntes basados en el
libro Panteones El Carmen y Dolores, Patrimonio Cultural de Nuevo León, de
Víctor Cavazos y Juan Casas, Monterrey, 2009”.
Excelente reseña maestro Antonio, felicidades y de nuevo gracias por su disponibilidad para compartir sus concoimientos y experiencias,
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