Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor y promotor cultural
El gran río de los ancestros viene desde lo más alto de
la sierra y la montaña perteneciente al municipio de Santiago. Siguiendo el
cauce del río se fundaron muchos pueblos como Nogales, Buenos Aires, los
García, Labor de la Casa, El Rodeo, El Alto, Las Tinajas, San Cristóbal, la
Ciénega de González, Laborcitas y San Juan Bautista. Ahí en las Tinajas
vivieron los Castillo. En este sitio hay mucha agua pues aquí se junta al cauce
del río Santa Catarina con los arroyos que vienen desde el Puerto del Conejo y
El Refugio de los Aguilar. Para aprovechar el flujo se hicieron pilas o
pequeñas presas para almacenar el vital líquido, considerado por Agua y Drenaje
de Monterrey como el mejor de toda la sierra. El aire más fresco que viene del
Huajuco y la Sierra aquí están presentes. También donde se dice que se pizcaba
el mejor chile del monte, con unas casas dignas de preservarse como ésta que
corresponde a la segunda mitad del siglo XIX.
Más allá de Las Tinajas se formaron otros pueblos a la
orilla del río de los ancestros. Se atraviesa el cañón de la Ratonera y luego
El Marrubial. De pronto los vetustos árboles nos anuncian la llegada al cañón
más enigmático e ignoto para todos: el cañón de San Cristóbal. Ya para mediados
del siglo XIX había una ranchería habitada por una familia tan ilustre que
otros linajes de Santa Catarina vienen de una mujer de apellido Góngora, como
son los Téllez, los Páez, los Jiménez, los de Luna y los Rodríguez. La gente de
la sierra conocía bien los caminos que se abren por entre los cañones y bien
podían comerciar en Monterrey, Santiago
o Arteaga. Eso provocó que se tejieran historias y leyendas en torno a una
familia que hizo del rancho, sus campos y agostaderos un sitio autosuficiente y
próspero. Con agua de sobra, buenas cosechas, ganado mayor y menor y animales
de corral. Dicen que tenían todo para preparar sus propios licores. Más
adelante está el rancho de Los Lobos y en seguida están los límites entre
Santiago y Santa Catarina. Luego El
Salto tan majestuoso, ahí donde el torrente del Santa Catarina cae repentina y
en forma decisiva. Luego otros bancos en donde los antiguos pobladores dejaron
historias escritas en la piedra, unos petrograbados en mal estado por la acción
humana de manchar con un rasgo personal al patrimonio arqueológico de todos.
Siempre se quejan de que en Nuevo León le ponen apellido
a los santos. Y éste caso no es la excepción, pues tenemos una comunidad llamada
de San Cristóbal en donde la familia Góngora sentó sus reales. Para 1878 había dos Góngora, hijos de Pedro Góngora y de Ignacia García,
casados con dos hermanas: Pedro Góngora de 45 años, labrador, casado con
Apolonia Beltrán. Tenían por hijos a Juana, Victoriana, Arcadio, Eduardo,
Maximiana, Casimiro y Ruperto. El otro era Andrés Góngora de 34 años, labrador
con Basilia Beltrán con quien procreó a Gorgonio, Emilio, Ramona y Juan. Emilio
se casó con Jerónima Ayala y procrearon a José casado con Juana García Ornelas;
Inocencio con Vicenta Ornelas, Fortunato con Ignacia Ornelas, Eloísa con Pablo
Carvajal, Margarita con Jesús Jiménez, Paulita con Manuel Rodríguez Hernández y Elpidia con Teófilo Aguilera. Los
hijos de don Gorgonio son los Góngora viven por las calles de Galeana y Colón.
También hay una rama de los Góngora que se asentaron en la Villa de Santiago
del Huajuco: Calletano Marcelino Góngora, hijo de Juan de Góngora y María Rosa
de Arellano, casado con Guadalupe Marroquín desde 1773 y tuvieron por hijos a
José Antonio casado con Gertrudis Alanís y José Domingo casado con Rita Alanís.
Río arriba de San Cristóbal está la Ciénega de González,
Laborcitas y finalmente San Juan Bautista. Los poblados que Lucas García
estableció para la posesión real del río Santa Catarina se hicieron comunidades
agrícolas considerables. El llamado Potrero Escondido, el valle de San Juan
Bautista en donde también tiene su origen el río San Juan batallaba para sus
negocios y trámites a Santa Catarina. Entonces abrieron caminos hacia las
partes altas de Arteaga, Coahuila y al sur con el Valle del Huajuco. Dicen que
una vez hubo una pelotera en un baile allá en la Ciénega. Los auxilios llegaron
desde El Cercado. La población reclamó sus derechos a ser tratados y atendidos
con prontitud. Entonces el gobernador Bernardo Reyes logró que el reclamo del
llamado "Indio Rafael" se hiciera efectivo. Santa Catarina perdió
poblados y territorios el 15 de septiembre de 1898. La Sierra Madre
correspondiente a Santa Catarina fue dividida en dos. La zona que llegaba hasta
Allende, Montemorelos y Galeana se hizo de Santiago, Nuevo León. Santa Catarina
solo quedó de San Cristóbal río abajo, partiendo del Pico del Aguacate en la
Sierra de Santiago, línea recta del terreno de los Venados: de aquí en línea
recta a la parte más alta del banco que forma la línea donde voltean las aguas
del Cañón de San Cristóbal. Fueron cerca de 400 kilómetros cuadrados que se
perdieron. Pero los lazos familiares y sociales aún permanecían, a tal grado de
que una vez abrieron una ruta con un camioncito al que dieron por nombre "El león de la sierra" hasta
que una vez cayó por barranco. Afortunadamente no hubo pérdidas materiales qué
lamentar.
Para 1826, los vecinos de la sierra se quejaban de las
constantes inundaciones y las pocas tierras disponibles, por estar en suelo
montañoso. Aun así sembraban arroz, garbanzo, lentejas, olivares, lino algodón,
trigo, cebada y otras plantas. En años buenos recogían sandías, calabazas y
chile verde. Había madera abundante pero no la explotaban por lo peligroso y
escabroso de la sierra. Para 1832 Santa Catarina contaba con 1,725 habitantes
que vivían distribuidos en varias haciendas y ranchos. Los poblados más
importantes eran El Pajonal que limitaba con Saltillo y San Juan Bautista que
limitaba con el Huajuco. La máxima autoridad era un juez de paz nombrado por el
cabildo. Tenían agua suficiente que se juntaba en la llamada laguna de Sánchez
y los vecinos elaboraban vino mezcal.
Un tío abuelo mantenía una majada con cabras allá por el
rumbo de El Marrubial. Esto nos permitía conocer el tramo de Las Tinajas y un
paso angosto en medio de dos acantilados conocido como el cañón de La Ratonera.
Previo a la fiesta navideña de 1991 acudimos a saludar a un tío mi papá, mi
mamá, mi hermano y un servidor. Un poco más allá donde el camino que viene de
El Pajonal se une con el que viene de San Cristóbal, la camioneta tuvo una
falla mecánica. Nos bajamos a revisarla y había algo roto en horquilla del eje.
Se sentía el frío y avanzaba la neblina con su manto haciendo más obscura la
noche. Preferimos esperar ayuda de alguna camioneta de Agua y Drenaje que
continuamente recorren esos lugares o de algún vehículo que bajaba de allá de
la sierra. Entramos a la cabina mientras platicábamos un poco. De pronto las
palabras se agotaron y grande fue la sorpresa al escuchar murmullos, luego
palabras y diálogos y por último lamentos. Los que estábamos dentro solo
acertamos a mirarnos sin decir cosa alguna para no alterar la poca tranquilidad
que teníamos. De pronto sentimos que había personas rodeando la camioneta y así
como llegaron otra vez se esfumaron. Dicen que corresponden a voces de ánimas
que murieron a lo largo del río y que van y vienen de regreso por el cauce del
Santa Catarina. Voces que se quedaron atrapadas en los recovecos de las
montañas. Finalmente pasaron por ahí unas gentes que arreglaron el desperfecto
y pudimos llegar a Santa Catarina.
Esa reserva ecológica corre riesgos. Pronto construirán
una carretera y seguramente van a dañar el entorno de una zona que bien se
puede recorrer sin alterar el entorno.
Excelente Maestro, felicidades!
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