domingo, 12 de noviembre de 2017

La mujer norestense y su participación en la lucha armada

Antonio Guerrero Aguilar/

Los tribunos y poetas del siglo XIX vieron a la mujer como la madre de la patria, la consideraban los labios y el corazón de la nación. A decir verdad representan más que eso en un país como México, en donde tratan a la mujer como pasión, muerte y destino a decir de Octavio Paz. Contrario a lo que se cree, hubo no pocas mujeres que participaron en los cuatro movimientos militares más importantes de nuestra historia como lo son la lucha por la insurgencia, la invasión norteamericana, la guerra de la Reforma que también abarca hasta la invasión francesa y el imperio fallido de Maximiliano y la revolución. De acuerdo a las cifras oficiales, existen registradas poco más de mil 500 mujeres que le entraron a la lucha armada en estos 200 años.


Regularmente se piensa que a la guerra van los hombres más bragados y valientes. Se nos olvida que también hubo mujeres de armas tomar. Tal vez esto se deba a la negación de la mujer como sujeto de acción militar, pues tradicionalmente hacemos a la mujer en el hogar, la familia y el cuidado de los hijos y la cocina. Hay muchas sentencias populares al respecto, “mujer que no sabe hacer tortillas de harina, ni chiles rellenos no está apta para el matrimonio”,buena pa´l petate pero mala pa´l metate”, “la mujer como la carabina, siempre cargada y arrinconada”. Si además le agregamos la postura de la historia oficial que se empeña en censurar y a desaparecer los testimonios populares, que hablan mal de la mujer para privilegiar al hombre. Por ello, aquí van algunos esbozos de mujeres del noreste que se distinguieron por ser de armas tomar.

Allá en el Nuevo Santander vivió Isidora Valle, a quien fusilaron el 20 de mayo 1815 en la Villa de Aguayo, (actual Ciudad Victoria, Tamaulipas), junto con otros insurgentes que se habían sumado al grito de libertad y de independencia que el padre Hidalgo había proclamado en 1810. Ella siguió a los rebeldes que pelearon contra el régimen del entonces gobernador del Nuevo Santander don Manuel Iturbe, entre los que destacaban Bernardo “El Indio Huacal”, Martín Gómez de Lara y otros que cayeron derrotados por Joaquín de Arredondo y su fuerza compuesta por solo 200 hombres. Isidora tuvo la fortaleza de servir como correo, como proveedora de alimentos y municiones a los alzados. Fue una efectiva informante entre los más recónditos lugares de la sierra de Tamaulipas. Después de su ejecución, su cabeza fue llevada a Ocampo, Tamaulipas, (antigua Santa Bárbara), para que todos vieran lo se hacía en contra de los insurrectos.

De Cadereyta tenemos a Leonarda González. Durante la invasión francesa participó activamente como correo del Cuerpo de Caballería y también como mujer entrona que no temía a la muerte ni a los golpes. Entre su vestido y enaguas, lo mismo guardaba mensajes, cargas de pólvora y medicinas. Hasta instrumentos musicales llevaba a las tropas para que se divirtieran en los momentos de distracción.  Ella murió en Santa Catarina el 26 de octubre de 1878, de 45 años de edad, ya viuda de Luis Sandoval.

Hay una dama que en vida llevó el nombre de María de Jesús de la Rosa, quien inspiró al Corrido de Jesusita en Chihuahua y de  la canción de la Coronela. Al morir su esposo, (un hombre de apellido Garza) tomó su caballo y sus armas y se lanzó a la revolución. También organizó una fuerza que al grito de “¡Órale Muchachos!” se lanzaban a la lucha. Jesusita portaba dos pistolas ocultas en sus enaguas, un fusil amarrado a la espalda y una pistola en la cintura. Nació en Parras de la Fuente, Coahuila en 1892 y militó en los bandos que hicieron posible la derrota del usurpador Victoriano Huerta. Por entrona fue ama y señora de las tropas constitucionalistas. Para 1918 vivía en la hacienda Larraldeña de Sabinas Hidalgo y a partir de 1920 residió en Nuevo Laredo en donde adquirió unos terrenos que poco antes de morir donó para que en ellos se construyera una escuela. Ella falleció en 1957 sin dejar descendencia.

Otra canción típica de la revolución es la de Marieta, que nos habla de una mujer coqueta y que en consecuencia de serlo, le advierten que no lo sea, porque los hombres prometen mucho y cumplen poco y además lo que dan son puros palos. Probablemente la letra de ésta canción está dedicada a una mujer de nombre Marieta Martínez que por andar peleando en el bando contrario fue mandada fusilar por Pascual Orozco. Pero la música es más antigua de lo que parece, pues existen partituras que datan de fines del siglo XIX y que en 1910 fue registrada como una polka de piano. Hay versiones francesas e italianas muy populares y con letras similar a la que cantamos en México. Aunque su autoría de acuerdo a un disco que vi, se le atribuye a un señor llamado Samuel M. Lozano.

Pero no todas las mujeres de armas tomar han inspirado canciones o corridos. No obstante, con su pluma hicieron temblar a más de un batallón y al menos a dos presidentes, uno de los Estados Unidos y el otro ni más ni menos que don Porfirio Díaz. Ella se llamó Andrea Villarreal González, nacida en 1881 en Lampazos del Naranjo, hermana de don Antonio I. Villarreal, uno de los líderes de la División del Noreste que peleó a favor del constitucionalismo. Siendo joven y muy guapa, siguió a su hermano cuando fue escapó a los Estados Unidos. Allá se dedicó a escribir artículos en contra del régimen y se afilió a un club magonista. Incluso criticó al presidente de los Estados Unidos por estar apoyando indirectamente a don Porfirio.

Fue amenazada, pero siguió escribiendo en beneficio de la revolución mexicana. Regresó a México y se quedó a vivir en Monterrey, en donde murió en 1963, sin descendencia y sumida en la pobreza. Junto con su hermana Teresa se dedicó al proceso de liberación femenina entendida como proyecto de utopía por alcanzar. Tenemos en Monterrey dos estudiosas de ella, como lo son Aurora Díaz de García y Griselda Zárate. Para darnos cuenta de lo combativa que era, un verso suyo dice: “Los estandartes de la Revolución se izarán en la patria de los aztecas y nuestros bandidos alzarán el hermoso grito de ¡Viva la libertad!, ¡Abajo el mal gobierno!”

Otra mujer que se distinguió en el campo de batalla como en la promoción de las ideas, fue doña Consuelo Peña de Villarreal, quien nació en Monclova en 1896. Participó activamente al lado de su padre y de su esposo en el movimiento carrancista, ya sea como enfermera o como mujer de armas tomar. Escribió una obra llamada La Revolución en el Norte en la que recupera historias basadas en lo que vio.


Pero estos casos no son los únicos, desde 1813 andaban mujeres cuidando a sus maridos, amamantando a sus hijos, alimentando a la tropa y curando a los heridos. Sabemos de féminas que participaron en el ataque a Monterrey en julio de 1813 y en el sitio a la antigua Pesquería Grande, actual García, Nuevo León. Hubo dos que pelearon en la línea mexicana durante el “Sitio de Monterrey” en septiembre de 1846. Una se llamaba Josefa Zozaya y la otra María Dosamantes.  

Hay mucho que hablar y tratar de la mujer en la historia, ya sea nacional como regional. Espero que estos ejemplos inspiren y propongan nuevas líneas de investigación de cada una de ellas.

domingo, 5 de noviembre de 2017

La Décima Musa: Sor Juana Inés de la Cruz

Antonio Guerrero Aguilar/

Dicen que el mexicano tiene una conducta barroca, expresada en la forma de hablar con muchos adjetivos y rodeos. Nuestra forma de ser un poco o un tanto complicada, tendiente a vivir la vida siempre en extremos. La mentalidad barroca de los siglos XVII y XVIII, postulaba un mundo fragmentado e incompleto, en continuo proceso de desarrollo. Por ello concebía al individuo como un ser capaz de inventar estrategias, artes y cosas para integrarse a ese desarrollo.  Ese sentido se refleja tanto en el arte como en otras esferas sociales de la Nueva España. Por cierto, barroco es una palabra de origen portugués que literalmente significa profusión y abundancia, aplicada originalmente a los adornos de los retablos, templos y demás construcciones de la Nueva España.

Se considera a Sor Juana Inés de la Cruz como una escritora barroca. Ella escribía desde el claustro de un convento y desde una perspectiva femenina, experimentaba la mentalidad en crisis de la época que invadía al imperio español. Por ejemplo, la monja jerónima produjo su versión de una batalla de sexos para superar la inestabilidad que amenazaba la formación intelectual y espiritual de la persona, especialmente en un ambiente que no admitía fácilmente la entrada de las mujeres a las instituciones rectoras de su tiempo.

Sor Juana Inés de la Cruz nació en San Miguel de Nepantla, Estado de México el 12 de noviembre de 1651, aunque algunos especialistas como Guillermo Ramírez España y Alberto G. Salceda, sostienen que en vio la luz tres años antes. Ellos localizaron su fe de bautizo, realizado el 2 de diciembre de 1648 en la parroquia de Chimalhuacan en Chalco con el nombre de Inés, hija natural de Isabel Ramírez de Cantillana. Fueron sus padrinos Miguel y Beatriz Ramírez. Además tuvo dos hermanas, Josefa María y María de Azuaje.


Sor Juana aprendió a leer a la edad de tres años. Ella misma escribió: “dediqué el deseo de leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen los castigos y represiones a estorbarlo”. Por su clara inclinación al estudio, siendo niña solicitó a su madre que la enviara a la Ciudad de México vestida de varón para poder asistir a la universidad.  A pesar de lo adverso a la educación intelectual femenina, logró una excelente formación humanística. Siendo una adolecente hablaba y leía el latín. Por su bella y delicada presencia, para 1665 figuraba como dama de la virreina marquesa de Mancera. Al poco tiempo ingresó al convento de la orden de las carmelitas de donde pasó después al convento de San Jerónimo.

Ahí desde la celda y la biblioteca del convento, escribió poesía, obras de teatro  y literatura en prosa. Se sabe por testimonios de su época que cuando no se aprendía o dominaba algo, se cortaba dos dedos su cabello, pues decía que no era posible que su cabeza estuviera poblada de cabellos y no de conocimientos. Tuvo dificultades con sus directores espirituales que le prohibieron estudiar. Existen cartas en donde refutaba la postura de sus confesores. Entre sus escritos sobresalen algunos autos sacramentales como: El cerco de José, El Mártir del Sacramento, El divino Narciso, las comedias: Los empeños de una casa, Amor es más laberinto y varias poesías como Inundación Castálida; Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, algunas loas y sainetes.

Por todo lo adverso que tenía, hace una defensa de la mujer. Son muy conocidos los versos que tratan  de ello: Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis./ Sin con ansia sin igual/ solicitáis su desdén/ ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?/Combatís su resistencia/ y luego no gravedad,/ decís que fue liviandad/ lo que hizo la diligencia./Cuál mayor culpa ha tenido,/ en una pasión errada:/ la que cae de rogada, / o que ruega de caído?/¿O cuál es más culpa,/ aunque cualquiera mal haga:/ la que peca por la paga,/ o el que paga por pecar?/ Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis?/ Queredlas cual las hacéis/ o hacedlas cual las buscáis.

En 1692 hubo fuertes lluvias e inundaciones en la capital del virreinato. Llegaron las plagas y a falta de alimentos, los pobladores se amotinaron el 8 de junio de 1692. Las epidemias continuaron y en consecuencia murió el 17 de abril de 1695 en la Ciudad de México. Dos meses exactos antes había fallecido su confesor el padre Núñez de Miranda.

Dominó casi todos los campos del saber. En su obra, vemos la preocupación por la equidad entre hombres y mujeres, en el acceso a las mismas oportunidades de instrucción y su constante negación a los clásicos atributos femeninos, tales como la frivolidad, la coquetería, inconstancia, superstición, chismes. A cambio, promueve la aspiración a la autonomía de la conducta de la propia vida. Sin duda alguna, Sor Juana reúne todo para ser catalogada como un genio literario de la época, por su amplitud de miras, la reivindicación de un verdadero cambio y la solidaridad. Sin duda alguna; el prototipo feminista recae en ella. Por su genio intelectual es llamada El Fénix de México y la Décima Musa.

Durante el sexenio de José López Portillo, encontraron sus restos mortales en lo que fue parte del convento en donde vivía. Dicen que al saber de ello, la señora Margarita López Portillo, entonces titular de Radio, Televisión y Cinematografía del gobierno federal, solicitó que le llevaran el tocado y parte del hábito distintivo de Sor Juana. Luego se consiguió que en ese sitio se estableciera el llamado Claustro de Sor Juana. En la década de los 1980 fue localizada una carta de ella en la biblioteca del Seminario de Monterrey en la cual renuncia a su confesor asignado y que el Padre Aureliano Tapia Méndez publicó después con mucho éxito.


Debemos cambiar la imagen de ésta mujer inquieta y ávida de conocimientos que aparece en los billetes de 200 pesos. Una mujer que inclusive cuidó su aspecto físico, pues dicen que usaba zapatos de tacón dentro del convento, tenía una sirvienta a su lado y que con su grandeza social soportó y enfrentó las más crueles críticas en torno a su origen y vocación por el estudio y la escritura. Por cierto, “sorella” es una palabra italiana que significa hermana. De ahí que designemos a las religiosas como sor, que es una contracción de “sorella”.


Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico