domingo, 3 de febrero de 2019

Del "todo o nada...", unos relatos de tesoros


Antonio Guerrero Aguilar/

De tesoros y relaciones hay muchos relatos. Conozco personas que tienen equipo especial y hasta recurren con algunos que tienen cualidades excepcionales y no tienen la fortuna esperada. Más como dice el refrán: si te toca aunque te muevas. Otros tienen la oportunidad sin buscarla, les llega como milagro del cielo,  la aprovechan y se llevan la parte que les toca y a reserva de no haber maldición alguna, mejoran su situación económica. Es como si aquella frase atribuida al Cantinflas se hiciera efectiva: no pido que me den, sino que me pongan donde haya.


Por ejemplo, cuando estaban construyendo el mercado de abastos de Santa Catarina allá por 1982, unos trabajadores estaban quitando unas tapias. De pronto todos los albañiles corrieron para hurgar entre los escombros. Alguien me dijo que eran monedas de oro y ya con ellas agarraron monte, para perderse con lo encontrado. Tengo otra exposición también de Santa Catarina; en la calle Colegio de Niñas entre Morelos y Constitución se aparecía una señora en la madrugada que atravesaba de lado a lado. En el suelo sobresalía un aro metálico entre la tierra, con el cual una vecina siempre se tropezaba al pasar. Como era muy mal hablada, decía unas palabrotas para luego concluir que ahí estaba un tesoro.

Una madrugada, los inquilinos de una de las casas decidieron escarbar al amparo de la obscuridad, y dieron con un cazo repleto con monedas de plata. Obviamente al amanecer ya no estaba la gente y no supieron más de ellos. Era el año de 1977 y yo cursaba el primero de secundaria en la Rangel Frías. Pasé por esa mañana y vi el hueco. Me animé a bajar y recogí una monedita de 20 centavos de plata del 0.720 con la fecha de 1936 que aún guardo. O también de un tesoro encontrado en la casa que perteneció a Nemesio Ayala en la esquina de Juárez y Zaragoza, en donde hubo una panadería entre los años de 1974 y 1975; cuando el panadero decidió tirar unas tapias de sillar para construir un horno y también dio con la relación.

Es raro y hasta cierto punto paradójico, que durante mucho tiempo a las personas les diera por ocultar sus objetos valiosos en sus casas, patios, campos o cuevas. Obviamente eran tiempos donde no había bancos y la propiedad de la tierra no era muy lucrativa. Los terrenos fuera de la población le correspondían al municipio o a un fondo comunal. De pronto llegaban gavillas de bandoleros o de los indios bárbaros y tenían que resguardar el patrimonio familiar en algún lugar habilitado para ello. Por ejemplo, he visto travesaños en las puertas o ventanas con orificios, en donde perfectamente cabían monedas de regular tamaño. Otro sitio predilecto era en los fogones de las cocinas, en los muros gruesos de las casas o los enterraban en donde Dios les daba a entender; debajo de un árbol, cerca de una piedra o en la oquedad de una noria.

Luego hacían planos conocidos como derroteros, en donde dejaban las instrucciones precisas para ubicar el tesoro oculto. Las generaciones pasaban y se olvidaban del punto en donde dejaban los lingotes, monedas, joyas y demás objetos de valor. Con el correr del tiempo, se hacían obras de construcción o de mantenimiento. Un conocido me contó que en 1966, estaban haciendo trabajos de pavimentación en el cruce de Manuel Ordóñez y Privada Reforma en pleno centro de Santa Catarina, exactamente en frente de la primaria. De pronto se armó un alboroto cuando la motoconformadora dio con una relación. Los trabajadores aprovecharon la ocasión, se quitaron los pantalones y en ellos echaron unas monedas al parecer de oro. Huyeron con su tesoro y nunca más se supo de ellos, dejando tan solo la maquinaria en el lugar.



En el periódico El Porvenir del 22 de noviembre de 1936, se habla del hallazgo de un tesoro en la Sierra de Mamulique. Un médico de Sabinas Hidalgo llamado Ignacio García relató el recorrido a una mina abandonada, supuestamente repleta de tejos de oro, que dejaron los revolucionarios. Como prueba de la riqueza que les esperaba a quien se atreviera a buscarla, tenía un trozo del metal amarillo que un trabajador le hizo llegar. Para cerciorarse de la fortuna, realizó una expedición con el propósito de investigar y hacerse de la abundancia ahí guardada, provistos de unas lámparas y unos mechones. Acudieron hasta una mina abandonada ubicada en el extremo norte de la Cuesta sobre la serranía, como a unos veinticinco kilómetros de la carretera a Laredo. Ingresaron a una galería como de cincuenta metros de profundidad, y luego un abra o sendero los llevó a lo más recóndito del túnel.

En el trayecto vieron cosas que brillaban en el suelo, mientras escuchaban un extraño ruido. El guía les pidió que no recogieran nada, especialmente porque había muchos pedazos de metal por todos lados, semejantes al que tenía el señor García. Uno de los acompañantes tomó una pieza de metal que le pareció oro puro y en ese momento, un fuerte viento se dejó sentir, apagando los mechones que llevaban. Trataron de salir apresuradamente, pero se dieron cuenta que se hallaban perdidos. En eso ordenaron al compañero que dejara el tejo que había tomado. Fue cuando el viento se calmó y dejaron de oírse los ruidos. Pudieron salir de la caverna, convencidos que no se podían llevar las cosas que ahí estaban. Ya no se supo más del asunto.

En el municipio de García, hay una comunidad muy antigua conocida como Los Elotes. Muy cerca de ahí está un cerro que llaman de La Ventana, en donde todos los que por ahí viven por el rumbo de Icamole, Maravillas, El Milagro, El Carricito y San Antonio, saben que se unos ladrones se robaron la paga del ejército durante la Revolución.  

La serranía guarda riquezas minerales y por mucho tiempo, sacaron cuarzo y fósforo. La gente que ahí laboró hizo un tiro como de 80 metros de largo que serpentea debajo de la superficie. Los trabajos se interrumpieron y solo se quedó en el recuerdo de quienes ahí estuvieron y lograron ganar un salario para mantener a su familia. Hasta que en 1998, unos excursionistas recorrieron la intrincada red de túneles. Vieron una gruta ya muy dañada por las detonaciones y muchos recovecos que les dieron la impresión de no tener fin.


Recorrieron una buena distancia, hasta que llegaron a una parte en donde estaban unos hornos, leña, una moneda antigua de un peso, una servilleta y una mochila, además de unos restos humanos. Con las lámparas y las teas que llevaban, pudieron observar unas barras y unos costalitos que les pareció estar repletos de monedas. Quisieron levantar el esqueleto pero no pudieron, estaba tan pesado y lo peor del caso, es que oyeron un bramido y una corriente de aire que les apagó la luz y sus lámparas dejaron de alumbrar. Se asustaron, pero ofrecieron llevar los huesos y enterrarlos en un panteón. En eso oyeron una voz como de ultratumba, que les sentenció: todo o nada, por lo que regresaron hasta la entrada, en donde se pusieron a pensar lo que habían vivido. Dicen que volvieron pero ya no estaba aquello que les había llamado la atención.

Es difícil precisar las cosas que ocurren. Para unos pueden ser alucinaciones y fantasías provocadas por el afán de tener una aventura que les permita remediar su situación económica, seguramente. Lo mejor del caso, es que esas descripciones nos permiten aumentar y enriquece la historia oral de nuestros pueblos.  

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Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico