lunes, 26 de abril de 2021

La Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística y yo

 Antonio Guerrero Aguilar/



En junio de 1983, el padre Aureliano Tapia Méndez me invitó a una sesión de la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, A.C., en el local que tenían en la escuela Serafín Peña a espaldas del templo de la Purísima. Acudí unas tres o cuatro reuniones en ese verano, pero en forma definitiva desde agosto de 1984.  Me presentaba a las juntas que se realizaban cada primer y tercer martes de cada mes a las 8 de la noche.

Quedaba asombrado por la membresía. Personas con nombres y títulos que solo se podían ver en libros, artículos, cursos y foros que se habían publicado y ofrecido en muchas instancias. El ejemplo arrastra. Nadie me invitó a ingresar, pero el anhelo y aspiración de formar parte del organismo, me hizo hacer la solicitud. Creo que pedí el ingreso unas tres ocasiones, y me lo negaron; hasta que por fin el comité de admisión de socios me programó para la ceremonia de ingreso el 17 de noviembre de 1987. Fue cuando salió el interés de escribir la monografía histórica de Santa Catarina, que salió publicada en ese año.

Fue un proceso complicado como difícil. Batallé por la edad, porque cursaba estudios en una casa de formación eclesial, porque no contaba con la solidez económica y moral de muchos de quienes ya formaban parte. Y tan solo para ilustrar, a lo mejor hubo mala intención, pero el día del ingreso cambiaron la sede de la reunión, del local situado en Ruperto Martínez y Zaragoza, al auditorio Eugenio del Hoyo del Archivo General del Estado.

Me presenté a la reunión, vi todo cerrado y un guardia me dijo que se había cancelado. De regreso a Santa Catarina, pasé por el AGENL y vi movimiento, por lo que me animé a pasar. Ahí estaban los honorables miembros a los que ayudé a cambiar bibliotecas de un lugar a otro y la de llevar libros de las oficinas del Centro de Información de Historia Regional de la UANL hasta la Hacienda San Pedro en General Zuazua. También, rescaté la biblioteca que se llevó a la Universidad de Monterrey, gracias al apoyo de Vicente Sáenz Cirlos y Rolando San Miguel.

Una ocasión, me llamaron de una oficina del gobierno del Estado, que deberíamos sacar todo el acervo, debido a que la renta se había cancelado. Entonces Javier Escamilla y yo, hablamos con la gente de la UDEM y se hizo el traslado. Ahora solo reconocen a dos personas que ni siquiera estuvieron ahí.

Siempre tuve el respaldo de compañeros como Javier Escamilla, William Breen Murray, don Felipe García Campuzano, Renato Cantú, Antonio Rodríguez y Gabriel Cárdenas Coronado y la animadversión de otros, que nomás no atinaban a que el aspirante a socio y a cronista de Santa Catarina, estuviera entre ellos.

De 1987 a 2019 fui miembro, de la cual pude ser secretario en 1995 y 2010 al 2011. Además, presidí en dos ocasiones la asamblea, porque el presidente en turno no acudió. De igual forma, en innumerables ocasiones la representé en conferencias, congresos y medios de comunicación. Me ostentaba como socio de la misma. 

En el 2011 quedé sin trabajo y las cuotas fueron cubiertas por un servidor, luego José Reséndiz Balderas, José Guerrero Reséndiz y Sergio Reséndiz Boone.  Dejé de acudir a las ceremonias en 2018, debido a que conseguí trabajo los sábados en el Colegio Excélsior. Pero según yo, estaba todo en orden y todo al corriente. De pronto, muchos de los que ingresaron entre el 2011 y 2014, quedaron como presidentes de las mesas directivas.

Fue cuando una persona agremiada, advirtió ante el pleno que muchos se ostentaban como miembros sin asistir. La presidente reformó los estatutos con apoyo de la membresía y acordaron que quienes no iban y no pagaban, quedarían fuera. Yo vi una ocasión a una directiva en la UANL y casi me amenazó de que iba a quedar fuera si no asistía. Ahí reconozco la gentileza del abogado César Lucio Coronado, que les dijo que fueran más benevolentes con un servidor, debido a los trabajos y actividades que hago. Propuso que no pagara cuotas a cambio de otro tipo de compensación. También agradezco la gentileza en su momento de Bonney Collins Treviño y Juan Antonio Vázquez Juárez.

No pensé que fueran tan estrictos y como dice un ex presidente que siempre se ajusta a los estatutos, los aplicaron tal cual. En marzo de 2019 acudí a una junta en Allende, Nuevo León. Quise firmar el libro de asistencia y el secretario me hace saber que ya no soy miembro. Discutimos un poco y preferí cortar por lo sano. Tiempo después, vuelvo a ver a un ex presidente y me grita: “¡Usted se salió porque no pagaba las cuotas!, pregúntele al tesorero, al que Usted metió y conoce”. Lo interesante es que en esa misma reunión, me di cuenta que tampoco formaba parte de la asociación de cronistas.

Siempre tuve roces sin buscarlos con ex presidentes. El que se ostentaba como cronista de la tierra del Piporro o también de otro que me gritó porque “yo no me prestaba”, así literalmente. Nunca supe a qué se refería. O cuando hacían las comisiones, quedaban los mismos y las más importantes, en manos de ilustres historiadores que nunca se presentaban a las reuniones. Pero eso sí, pagaban las cuotas. O de personajes insignes que llegaron a ser presidentes antes que yo. Quiero suponer que los asociados nunca pensaron que podía dirigirla. Por eso cuando fui presidente de la asociación estatal de cronistas, me puse a trabajar duro y en serio para demostrarles. Pero no lo logré.

La presidente Alma Elisa Reyes de Rizzo como Ángeles Valdés, se mostraron amables y conciliadoras. Podía regresar siempre y cuando volviera a pedir solicitud y la revisara, el mismo que hace 30 años me negaba el ingreso. O pagara las cuotas correspondientes a esos años y quedarían cubiertas gracias a los aportes de los benefactores.  

Ya no quise moverle, no tiene caso estar en donde no quieren a los que sí trabajan y se esfuerzan.  El año pasado (2020) para las elecciones, revisaron el status de cada uno y José Roberto Mendirichaga y Clemente Rendón de la Garza, pidieron que mi situación fuera reconsiderada. Otra vez, aplicaron los estatus con todo rigor.

Revisando la vanidoteca encontré este diploma. Me hace miembro de una sociedad ya inexistente, pero en la original si estuve, de la cual aún me enorgullezco en decir que soy miembro activo, tras recibir la medalla al mérito histórico Capitán Alonso de León en 2011. De acuerdo a los estatutos de la medalla, señalan que uno es miembro vitalicio siempre y cuando regale libros publicados. Pero eso no les importó. Ah, la gané en el 2010 pero me la quitaron porque no me "tocaba".

Los grandes historiadores como Eugenio del Hoyo, Isidro Vizcaya Canales, Israel Cavazos, Ricardo Elizondo, Raúl Rangel Frías, Tomás, Xavier y Rodrigo Mendirichaga, y otros más no formaron parte o se salieron en algún momento. Espero llegarle a los talones a ellos que no necesitaron guajes para nadar.

Yo soy miembro de la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, de la original fundada en 1943; no de la numerológica que formaron, cuando hicieron socios de número, cuando se supone esto se debe dar cuando hay un sillón, un sitial en un local que ni siquiera tienen.


sábado, 27 de febrero de 2021

Los hijos de la Patria: el glorioso ejército mexicano

Antonio Guerrero Aguilar/



Por mucho tiempo, relacioné al mes de febrero con la sentencia popular de “febrero loco y marzo otro poco”, con la cual se mantenía una previsión respecto al clima que se presentan en ambos meses. Hoy en día, no deja de ser el mes del amor y la amistad. Pero viéndolo bien, tiene más aniversarios que septiembre, para ser considerado el mes patrio por excelencia. A lo largo de sus 28 días (o 29 si es año bisiesto), conmemoramos a la Constitución, la “Marcha de la Lealtad”, la “Decena Trágica”, al ejército como a la bandera.

De la constitución, San Valentín y la bandera se ha escrito mucho. Pero se nos olvida a los hijos de la patria, el glorioso ejército mexicano. Durante la “Decena Trágica”, ocurrida en marzo de 1913, el presidente Francisco I. Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez se hallaban en el castillo de Chapultepec. Ante el temor de un golpe de estado, debieron salir para trasladarse hasta el Palacio Nacional. Para proteger a la investidura presidencial, fueron escoltados por cadetes del Heroico Colegio Militar, quienes les dieron la seguridad que necesitaban en el trayecto por el Paseo de la Reforma hacia el Zócalo.

Los jóvenes militares obedecieron a la orden del comandante supremo de las fuerzas armadas de México, permaneciendo leales en todo momento y poniendo en alto el honor de un plantel con tanta historia y tradición. A partir de ahí, cada 9 de febrero se conmemora un aniversario más de la lealtad que se hizo patente, aún en momentos difíciles por los que atravesaba el país, cuando el ejército institucional fue ejemplo de disciplina y respeto hacia uno de los tres poderes constituyentes de la nación. Lamentablemente en aquella ocasión, las fuerzas armadas estaban divididas: unas siguieron a los golpistas amparados por el Pacto de la Embajada y otros, mostraron su aprecio por el poder ejecutivo.

A decir verdad, México no tiene una vocación guerrera que se demuestra en invasiones y declaratorias bélicas hacia otros países. Sin embargo, el historiador Lorenzo Meyer, la política militar está en el corazón mismo del sangriento y penoso nacimiento del México mestizo, subordinado a los reyes procedentes de la casa de los Habsburgos y luego de los Borbones.



Como se advierte, las fuerzas armadas siempre han estado presentes en nuestra historia. Los antiguos pueblos mesoamericanos mantenían ejércitos para defensa de sus territorios como para la conquista de otros señoríos. Son famosas las guerras floridas, con las cuales los mexicas atacaban a otros pueblos circunvecinos, y hacerse de prisioneros para luego ofrendarlos como víctimas a sus dioses. A la llegada de los pobladores ibéricos, esos pueblos fueron prácticamente aniquilados con las armas que ellos trajeron.  Por cierto, se habla de dos conquistas, una militar y otra de índole religiosa. Una se justificó a partir de los procesos de expansión de los territorios en beneficio de la corona de España, mientras la otra se hizo para integrarlos a la fe cristiana.

El gobierno virreinal no solo era de corte administrativo, sino también militar. La colonización, la pacificación, las expediciones de reconocimiento del territorio al igual que la de conquista se apoyaron efectivamente en las armas. En casi 300 años, no se tuvo propiamente un ejército institucionalizado, excepto por aquellos que cuidaban el orden y protegían a las autoridades como los caminos que llevaban a las principales ciudades y puertos.  En cada pueblo o villa, los vecinos practicaban un oficio para sostenerse y por obligación debían tener armas y caballos disponibles para cuando se hiciera falta. De ahí que cada 25 de julio y 25 de noviembre, se hicieran las famosas revistas de armas, en las cuales presentaban sus equipos de defensa ante el teniente de gobernador o alguna autoridad.  

Con las Reformas Borbónicas aplicadas en el último tercio del siglo XVIII, se organizó un ejército para la defensa de la integridad de la Nueva España, así como también se crearon las compañías de soldados presidiales, para defender la integridad y la seguridad de los dilatados puntos del septentrión novohispano. No eran fuerzas considerables por la cantidad de sus miembros, pero bien armados, preparados en la táctica y disciplina militar. En consecuencia, pronto sofocaron a los brotes rebeldes comandados por militares, sacerdotes y abogados que acaudillaron las líneas de ataque, apoyados por la muchedumbre armada con piedras, palos o lo que tenían a su alcance.

En este periodo sobresalen por su pericia y don de mando, Félix María Calleja, Joaquín de Arredondo y Agustín de Iturbide, quien precisamente para dar fin a la lucha insurgente, se apoyó en ellos. Además, tuvo la inteligencia para manejar los miedos y prejuicios que se tenían tanto españoles y criollos y el resto de las castas, para proclamar la independencia de México y luego ser investido como emperador de México.



El ejército que se formó en el llamado México independiente, cuyo periodo va de 1821 a 1856, cuidó a una clase política que lo mismo gobernó, conspiró, peleó, puso y quitó gobiernos. Primero fue un ejército imperial convertido en republicano, fluctuante entre las distintas facciones de la masonería imperante y del cual Antonio López de Santa Anna quedó como cabeza visible de un bando que afrontó problemas contra España, Francia, Texas y los Estados Unidos. En esa etapa, los mismos ciudadanos, temían más del ejército que de las tropas que nos invadieron.

Ante los cambios de gobierno que se presentaban más o menos cada año, de pronto se vieron entre la espada y la pared, padeciendo de los vaivenes justificados en cada proyecto de nación. No contaban con un buen presupuesto, pero en cualquier oportunidad, el presidente en turno se apropiaba de sus recursos, con los cuales impidió el desarrollo y el crecimiento de los mismos.

Durante la primera mitad del siglo XIX, nuestro suelo fue testigo de una incesante guerra civil entre dos facciones. Para contrarrestar la influencia militar de Santa Anna, surgieron bandas de guerrilleros, que a la larga posicionaron a los liberales en el poder. Estos no eran militares de carrera, eran más bien gente de pueblo guiados por abogados y hasta intelectuales de corte liberal que se apoyaron del ejército para reñir entre sí. Tras la victoria del Plan de Ayutla, el improvisado ejército, logró consolidarse para bien, de tal modo que llevaron y mantuvieron el poder con Juan Álvarez, Comonfort y Benito Juárez, apoyado por el ejército republicano y en la obediencia y lealtad de prohombres y caudillos regionales, que defendieron al régimen aun a costa de su vida, durante la Guerra de la Reforma o de los Tres Años, la Intervención francesa y el Imperio de Maximiliano, así como apuntalar a la República Restaurada. Ese ejército fue quien hizo fuerte a Lerdo de Tejada, Manuel González y a Porfirio Díaz, quien dispuso la formación y el entrenamiento militar necesario para fortalecer a la gran nación que estaba surgiendo a la modernidad.

Con la Revolución Mexicana surgió un ejército, compuesto por militares que no tenían carrera ni formación militar. Eran campesinos y civiles que se metieron a la bola y en ella comenzaron a escalar puestos. Ya con la institucionalización se ganaron uniformes y condecoraciones, que validaban su experiencia en movimientos generados a partir de los planes de Guadalupe, de Agua Prieta y de las rebeliones cristeras, escobarista y delahuertista entre otras más.



Con la intención de asegurar el control político como militar de la nación, el ejército fue integrado como sector militar en la fundación del Partido Nacional Revolucionario y luego llamado de la Revolución Mexicana. Para evitar levantamientos y procurar su servicio a la patria, en 1940 el sector desapareció dentro de la estructura orgánica del partido. Desde entonces validó y protegió al poder ejecutivo, a cuyo titular considera como jefe supremo de las fuerzas armadas y aplicó la fuerza para someter movimientos contrarios al régimen como el henriquismo, almazanismo y los movimientos del 68 y 71, el movimiento zapatista y ahora de la lucha contra el narco.

El ejército mexicano tiene un día especial dedicado a ellos. El 19 de febrero de 1913 el entonces gobernador constitucional del estado libre y soberano de Coahuila de Zaragoza, don Venustiano Carranza; desconoció a Victoriano Huerta como jefe del poder ejecutivo de la República. Ya con la Constitución de 1917, se concedieron facultades extraordinarias al señor presidente, para “armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República". La revolución constitucionalista triunfó y en ella vemos el origen de las fuerzas constitucionalistas y de nuestro glorioso ejército nacional.

Por ello, ¡honor y respeto a nuestro glorioso Ejército Nacional Mexicano! 

sábado, 20 de febrero de 2021

Juárez y la consolidación de la segunda transformación

Antonio Guerrero Aguilar/

Hoy en día el proyecto de nación, se justifica en la llamada cuarta transformación. Cada mañana, el señor presidente, fiel a la tradición prehispánica de gobernar a través de la palabra, como buen tlatoani y representante terrenal del dios Huitzilopochtli, se nos presenta en medio de símbolos. Un escenario en el cual sobresale como telón de fondo algunos elementos que conviene analizar. Primero, se ven cinco figuras de personajes emblemáticos de la memoria e identidad mexicana. Si algo sabe y está seguro, es que gobierna de cara a la historia.

 

A veces en fondo verde olivo y en otros color rojo, enmarcado por el plumaje que nos recuerda al águila posada sobre el nopal que vieron los mexicas, como símbolo esperado para la fundación del gran imperio. Luego los héroes en este orden: Morelos, Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas. Están sobre un elemento que nos indica camino a seguir como una pirámide. De todos ellos, en medio, está el Patricio republicano portando un estandarte con el lábaro patrio. Luego la bandera, la tribuna, el escudo, las sillas dispuestas para informar y dirigirse a los medios de comunicación ahí presentes.

 


El mandatario habla de la cuarta transformación, que en un proceso lineal hemos vivido a lo largo de poco más de dos siglos: la etapa insurgente y la independencia, la Reforma y la República Restaurada, la Revolución y la cristalización de los postulados que Madero propuso y se supone, alcanzó don Lázaro a su llegada a la presidencia en 1934. Entonces López Obrador, se manifiesta como principio y fin, consolidar una cuarta transformación en la vida de México.

 

Entiendo que López Obrador tiene especial predilección por Juárez. Ambos del sur, de dos entidades situadas en el Istmo de Tehuantepec. Estoy seguro que los festejos continuarán en el 2022. Les voy a decir por qué. El próximo año se van a cumplir 150 de la desaparición física del ilustre abogado. El político liberal que cumpliera con el mandato constitucional como jefe del poder ejecutivo, literalmente hablando hasta las últimas consecuencias: desde fines de 1857 hasta su muerte ocurrida el 18 de julio de 1872. Benito Pablo Juárez García, venía de raza zapoteca pura, originario de una pequeña aldea de San Pablo, Guelatao, hijo de Marcelino Juárez y Brígida García. Ambos murieron cuando el pequeño Benito contaba con tan solo tres años de edad y el Benemérito alguna vez confesó que no los conoció y que no recordaba nada de ellos.

 

Como es sabido, su tío Bernardino Juárez protegió a la familia del desamparo, sin saber qué entre uno de sus miembros, se hallaba el futuro presidente de la república. En su niñez fue pastor, oficio que abandonó a los 12 años para trasladarse a la ciudad de Oaxaca. Por una hermana, quedó como mozo de una familia influyente de apellido de la Maza. El comerciante de origen italiano llamado Antonio de la Maza, le confió el cuidado de la granja de la casa, mientras conseguía un mejor sitio en donde vivir.

 

Inquieto como vivaz, a los pocos días conoció a Antonio Salanueva, un hombre bueno dedicado a encuadernar libros quien lo recibió como aprendiz, mientras estudiaba en la escuela. En tres años avanzó considerablemente. A los 15 años estaba como alumno externo en el Seminario de Oaxaca. Con 21 años cumplidos, en 1827 se inscribió en el recién Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, de donde egresó como abogado en 1834 y ejerció la docencia en el mismo instituto. Cuentan que una vez estuvo como mesero en un banquete que le hicieron a don Antonio López de Santa Anna.

 


No cualquiera, se casó con una joven de la familia a la que sirvió, aún sin saber castellano y seguramente, a vestir a la usanza de los indígenas de su tiempo. Contrajo matrimonio el 31 de julio de 1843 a la edad de 37 años con Margarita Maza. Ya tenía título y pudo emparentar con una de las familias los más respetables de Oaxaca. Van a decir que doña Margarita era hija expósita. Como dicen: “no le aunque”, tenía el apellido y el apoyo necesario. Por eso la gente de bien de la vieja Antequera, recibió el enlace con la misma sencillez que Margarita Maza pintó a su pretendiente: “es muy feo pero muy bueno”. Este matrimonio tuvo por hijos a Manuela, Margarita, Felicitas, Soledad, Benito, María de Jesús, María Josefa que sobrevivieron a sus padres. Además, José y Antonio que murieron en los Estados Unidos, y Amada, Francisca y Guadalupe que murieron pequeñas.

 

Al acabar la era de la “Alteza Serenísima” en 1854 con el Plan de Ayutla, llegó el periodo de Juárez que comprende desde la Reforma, la guerra de los tres años, la intervención, la pugna entre liberales y conservadores, la república restaurada, su posición respecto a la separación de los asuntos civiles de los concernientes con la Iglesia, con los Estados Unidos y con Francia. Fue el principal actor entre 1856 y 1872.

 


De maestro y leguleyo, Juárez se convirtió en gobernador de Oaxaca. Entonces recibió el llamado del presidente Comonfort para ocupar la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; por lo que solicitó licencia a la legislatura local para dejar el cargo, la cual se le concedió de inmediato. La solicitó como una ausencia temporal, sin sospechar que no volvería para terminar su periodo de gobernador, ni siquiera volvería a pisar suelo oaxaqueño en el resto de su vida.

 

El presidente de los Estados Unidos, James Buchanan, lo describió como: “un hombre de aproximadamente de cuarenta y cinco años, indio de raza pura sangre, bien versado en las leyes del país, prudente jurisconsulto aunque tímido y desconfiado como político, austero e incorruptible, de condición benigna y suave, y en su trato modesto como un niño. Tiene voz en el gabinete, y se le escucha con respeto, pero carece de influencia sobre sus ministros bajo cuyo más absoluto control se halla, posiblemente sin darse cuenta”.

 

En los 14 años que ocupó la presidencia (1858-1872), con penurias y adversidades, sorteó y salió avante de todos los problemas, tanto internos como externos. Lo mismo aguantó destierros, amenazas francas y veladas, estuvo a punto de morir en varias ocasiones. Gracias a las milicias cívicas, la guerra de guerrillas y los mejores militares, pudo vencer a los ejércitos de la intervención.

 

Cuando decidieron la suerte de Maximiliano, la princesa Inés de Salm Salm pidió una audiencia con Juárez para evitar la ejecución del emperador. Juárez después de escucharla sentenció: “me causa verdadero dolor, señora, al verla así de rodillas más aunque todos los reyes y todas las reinas estuviesen en su lugar, no podría perdonarle la vida, no soy yo quien se la quita, es el Pueblo y la Ley quien piden su muerte, si yo no hiciese la voluntad del Pueblo, entonces este le quitaría la vida a él y aun pediría la mía también”.

 


Ya en Palacio Nacional, prohibió las loterías por considerarlas juegos inmorales y perjudiciales para la sociedad; porque consumen las economías del fruto del trabajo de las clases más necesitas y menesterosas, y porque con el incentivo de un lucro grande, aunque improbable, debilitan el estímulo del trabajo, que es la primera base del bien social.

 

Muchos se preguntan cómo pudo un hombre sostener la estabilidad de la nación. Lo consiguió en la observancia de la ley del Benemérito. Ante todo, y para todo; la ley. A los enemigos “sólo basta con la justicia” y al apoyo que tuvo de los hombres fuertes en cada región. Pudo enfrentar los problemas, gracias al apoyo de los Estados Unidos y de los caciques y caudillos regionales que vieron en él, la encarnación de los máximos valores republicanos. Anteriormente logró deshacerse del general González Ortega que aspiraba a la presidencia.

Pero tras la derrota del Imperio, no quedó el mérito para el solo. En los años siguientes de 1867, Juárez debió soportar la fama y las intenciones de Porfirio Díaz para acceder al poder. Cuentan que de 1867 a 1872 gobernó como si fuera un dictador. Previniendo la derrota de Lerdo de Tejada contra el general Porfirio Díaz en las elecciones presidenciales de 1871, Juárez logró su última reelección. No le gustaba la idea de que los militares que lo apoyaron, se hicieran del poder. Debía mantener el civilismo ante todas las cosas, representado buenos ciudadanos, entre los que se hallaban muchos abogados, literatos, funcionarios y hombres dedicados al servicio público.

 

Al joven Porfirio no le cuadró la forma en que ganó y el estilo de gobernar. Es entonces cuando tiene lugar el levantamiento de un grupo de oficiales simpatizantes de Díaz, conocido como el Plan de la Noria quien proclamó y enarboló esta frase: “Sufragio efectivo, no a la reelección indefinida”. Si creen en el karma, a don Porfirio le llegó en 1910, en los anhelos de un hombre que era guiado por el espíritu de Benito Juárez, que le hablaba a través de una bola de cristal y de sueños. Era don Pancho Madero, nieto del hombre que consolidó un gran capital, gracias al influjo y apoyo de las políticas económicas del porfiriato: poca política, mucha administración.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico