Antonio Guerrero Aguilar/
Por mucho tiempo, relacioné al mes de febrero con la sentencia popular de “febrero loco y marzo otro poco”, con la cual se mantenía una previsión respecto al clima que se presentan en ambos meses. Hoy en día, no deja de ser el mes del amor y la amistad. Pero viéndolo bien, tiene más aniversarios que septiembre, para ser considerado el mes patrio por excelencia. A lo largo de sus 28 días (o 29 si es año bisiesto), conmemoramos a la Constitución, la “Marcha de la Lealtad”, la “Decena Trágica”, al ejército como a la bandera.
De la constitución, San Valentín y la bandera se ha escrito mucho. Pero se nos olvida a los hijos de la patria, el glorioso ejército mexicano. Durante la “Decena Trágica”, ocurrida en marzo de 1913, el presidente Francisco I. Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez se hallaban en el castillo de Chapultepec. Ante el temor de un golpe de estado, debieron salir para trasladarse hasta el Palacio Nacional. Para proteger a la investidura presidencial, fueron escoltados por cadetes del Heroico Colegio Militar, quienes les dieron la seguridad que necesitaban en el trayecto por el Paseo de la Reforma hacia el Zócalo.
Los jóvenes militares obedecieron a la orden del comandante supremo de las fuerzas armadas de México, permaneciendo leales en todo momento y poniendo en alto el honor de un plantel con tanta historia y tradición. A partir de ahí, cada 9 de febrero se conmemora un aniversario más de la lealtad que se hizo patente, aún en momentos difíciles por los que atravesaba el país, cuando el ejército institucional fue ejemplo de disciplina y respeto hacia uno de los tres poderes constituyentes de la nación. Lamentablemente en aquella ocasión, las fuerzas armadas estaban divididas: unas siguieron a los golpistas amparados por el Pacto de la Embajada y otros, mostraron su aprecio por el poder ejecutivo.
A decir verdad, México no tiene una vocación guerrera que se demuestra en invasiones y declaratorias bélicas hacia otros países. Sin embargo, el historiador Lorenzo Meyer, la política militar está en el corazón mismo del sangriento y penoso nacimiento del México mestizo, subordinado a los reyes procedentes de la casa de los Habsburgos y luego de los Borbones.
Como se advierte, las fuerzas armadas siempre han estado presentes en nuestra historia. Los antiguos pueblos mesoamericanos mantenían ejércitos para defensa de sus territorios como para la conquista de otros señoríos. Son famosas las guerras floridas, con las cuales los mexicas atacaban a otros pueblos circunvecinos, y hacerse de prisioneros para luego ofrendarlos como víctimas a sus dioses. A la llegada de los pobladores ibéricos, esos pueblos fueron prácticamente aniquilados con las armas que ellos trajeron. Por cierto, se habla de dos conquistas, una militar y otra de índole religiosa. Una se justificó a partir de los procesos de expansión de los territorios en beneficio de la corona de España, mientras la otra se hizo para integrarlos a la fe cristiana.
El gobierno virreinal no solo era de corte administrativo, sino también militar. La colonización, la pacificación, las expediciones de reconocimiento del territorio al igual que la de conquista se apoyaron efectivamente en las armas. En casi 300 años, no se tuvo propiamente un ejército institucionalizado, excepto por aquellos que cuidaban el orden y protegían a las autoridades como los caminos que llevaban a las principales ciudades y puertos. En cada pueblo o villa, los vecinos practicaban un oficio para sostenerse y por obligación debían tener armas y caballos disponibles para cuando se hiciera falta. De ahí que cada 25 de julio y 25 de noviembre, se hicieran las famosas revistas de armas, en las cuales presentaban sus equipos de defensa ante el teniente de gobernador o alguna autoridad.
Con las Reformas Borbónicas aplicadas en el último tercio del siglo XVIII, se organizó un ejército para la defensa de la integridad de la Nueva España, así como también se crearon las compañías de soldados presidiales, para defender la integridad y la seguridad de los dilatados puntos del septentrión novohispano. No eran fuerzas considerables por la cantidad de sus miembros, pero bien armados, preparados en la táctica y disciplina militar. En consecuencia, pronto sofocaron a los brotes rebeldes comandados por militares, sacerdotes y abogados que acaudillaron las líneas de ataque, apoyados por la muchedumbre armada con piedras, palos o lo que tenían a su alcance.
En este periodo sobresalen por su pericia y don de mando, Félix María Calleja, Joaquín de Arredondo y Agustín de Iturbide, quien precisamente para dar fin a la lucha insurgente, se apoyó en ellos. Además, tuvo la inteligencia para manejar los miedos y prejuicios que se tenían tanto españoles y criollos y el resto de las castas, para proclamar la independencia de México y luego ser investido como emperador de México.
El ejército que se formó en el llamado México independiente, cuyo periodo va de 1821 a 1856, cuidó a una clase política que lo mismo gobernó, conspiró, peleó, puso y quitó gobiernos. Primero fue un ejército imperial convertido en republicano, fluctuante entre las distintas facciones de la masonería imperante y del cual Antonio López de Santa Anna quedó como cabeza visible de un bando que afrontó problemas contra España, Francia, Texas y los Estados Unidos. En esa etapa, los mismos ciudadanos, temían más del ejército que de las tropas que nos invadieron.
Ante los cambios de gobierno que se presentaban más o menos cada año, de pronto se vieron entre la espada y la pared, padeciendo de los vaivenes justificados en cada proyecto de nación. No contaban con un buen presupuesto, pero en cualquier oportunidad, el presidente en turno se apropiaba de sus recursos, con los cuales impidió el desarrollo y el crecimiento de los mismos.
Durante la primera mitad del siglo XIX, nuestro suelo fue testigo de una incesante guerra civil entre dos facciones. Para contrarrestar la influencia militar de Santa Anna, surgieron bandas de guerrilleros, que a la larga posicionaron a los liberales en el poder. Estos no eran militares de carrera, eran más bien gente de pueblo guiados por abogados y hasta intelectuales de corte liberal que se apoyaron del ejército para reñir entre sí. Tras la victoria del Plan de Ayutla, el improvisado ejército, logró consolidarse para bien, de tal modo que llevaron y mantuvieron el poder con Juan Álvarez, Comonfort y Benito Juárez, apoyado por el ejército republicano y en la obediencia y lealtad de prohombres y caudillos regionales, que defendieron al régimen aun a costa de su vida, durante la Guerra de la Reforma o de los Tres Años, la Intervención francesa y el Imperio de Maximiliano, así como apuntalar a la República Restaurada. Ese ejército fue quien hizo fuerte a Lerdo de Tejada, Manuel González y a Porfirio Díaz, quien dispuso la formación y el entrenamiento militar necesario para fortalecer a la gran nación que estaba surgiendo a la modernidad.
Con la Revolución Mexicana surgió un ejército, compuesto por militares que no tenían carrera ni formación militar. Eran campesinos y civiles que se metieron a la bola y en ella comenzaron a escalar puestos. Ya con la institucionalización se ganaron uniformes y condecoraciones, que validaban su experiencia en movimientos generados a partir de los planes de Guadalupe, de Agua Prieta y de las rebeliones cristeras, escobarista y delahuertista entre otras más.
Con la
intención de asegurar el control político como militar de la nación, el
ejército fue integrado como sector militar en la fundación del Partido Nacional
Revolucionario y luego llamado de la Revolución Mexicana. Para evitar
levantamientos y procurar su servicio a la patria, en 1940 el sector
desapareció dentro de la estructura orgánica del partido. Desde entonces validó
y protegió al poder ejecutivo, a cuyo titular considera como jefe supremo de
las fuerzas armadas y aplicó la fuerza para someter movimientos contrarios al
régimen como el henriquismo, almazanismo y los movimientos del 68 y 71, el
movimiento zapatista y ahora de la lucha contra el narco.
El ejército mexicano tiene un día especial dedicado a ellos. El 19 de febrero de 1913 el entonces gobernador constitucional del estado libre y soberano de Coahuila de Zaragoza, don Venustiano Carranza; desconoció a Victoriano Huerta como jefe del poder ejecutivo de la República. Ya con la Constitución de 1917, se concedieron facultades extraordinarias al señor presidente, para “armar fuerzas para coadyuvar al sostenimiento del orden constitucional de la República". La revolución constitucionalista triunfó y en ella vemos el origen de las fuerzas constitucionalistas y de nuestro glorioso ejército nacional.
Por ello, ¡honor y respeto a nuestro glorioso Ejército Nacional Mexicano!
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