Antonio Guerrero Aguilar/
Hoy en día el proyecto de nación, se justifica en la llamada cuarta transformación. Cada mañana, el señor presidente, fiel a la tradición prehispánica de gobernar a través de la palabra, como buen tlatoani y representante terrenal del dios Huitzilopochtli, se nos presenta en medio de símbolos. Un escenario en el cual sobresale como telón de fondo algunos elementos que conviene analizar. Primero, se ven cinco figuras de personajes emblemáticos de la memoria e identidad mexicana. Si algo sabe y está seguro, es que gobierna de cara a la historia.
A veces en fondo verde olivo y en otros color rojo, enmarcado por el
plumaje que nos recuerda al águila posada sobre el nopal que vieron los
mexicas, como símbolo esperado para la fundación del gran imperio. Luego los
héroes en este orden: Morelos, Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas. Están sobre
un elemento que nos indica camino a seguir como una pirámide. De todos ellos,
en medio, está el Patricio republicano portando un estandarte con el lábaro
patrio. Luego la bandera, la tribuna, el escudo, las sillas dispuestas para
informar y dirigirse a los medios de comunicación ahí presentes.
El mandatario habla de la cuarta
transformación, que en un proceso lineal hemos vivido a lo largo de poco más de
dos siglos: la etapa insurgente y la independencia, la Reforma y la República
Restaurada, la Revolución y la cristalización de los postulados que Madero
propuso y se supone, alcanzó don Lázaro a su llegada a la presidencia en 1934. Entonces
López Obrador, se manifiesta como principio y fin, consolidar una cuarta
transformación en la vida de México.
Entiendo que López Obrador tiene especial
predilección por Juárez. Ambos del sur, de dos entidades situadas en el Istmo
de Tehuantepec. Estoy seguro que los festejos continuarán en el 2022. Les voy a
decir por qué. El próximo año se van a cumplir 150 de la desaparición física
del ilustre abogado. El político liberal que cumpliera con el mandato
constitucional como jefe del poder ejecutivo, literalmente hablando hasta las
últimas consecuencias: desde fines de 1857 hasta su muerte ocurrida el 18 de
julio de 1872. Benito Pablo Juárez García, venía de raza zapoteca pura,
originario de una pequeña aldea de San Pablo, Guelatao, hijo de Marcelino
Juárez y Brígida García. Ambos murieron cuando el pequeño Benito contaba con
tan solo tres años de edad y el Benemérito alguna vez confesó que no los
conoció y que no recordaba nada de ellos.
Como es sabido, su tío Bernardino Juárez
protegió a la familia del desamparo, sin saber qué entre uno de sus miembros, se
hallaba el futuro presidente de la república. En su niñez fue pastor, oficio
que abandonó a los 12 años para trasladarse a la ciudad de Oaxaca. Por una
hermana, quedó como mozo de una familia influyente de apellido de la Maza. El
comerciante de origen italiano llamado Antonio de la Maza, le confió el cuidado
de la granja de la casa, mientras conseguía un mejor sitio en donde vivir.
Inquieto como vivaz, a los pocos días
conoció a Antonio Salanueva, un hombre bueno dedicado a encuadernar libros
quien lo recibió como aprendiz, mientras estudiaba en la escuela. En tres años
avanzó considerablemente. A los 15 años estaba como alumno externo en el
Seminario de Oaxaca. Con 21 años cumplidos, en 1827 se inscribió en el recién
Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, de donde egresó como abogado en 1834 y
ejerció la docencia en el mismo instituto. Cuentan que una vez estuvo como
mesero en un banquete que le hicieron a don Antonio López de Santa Anna.
No cualquiera, se casó con una joven de la
familia a la que sirvió, aún sin saber castellano y seguramente, a vestir a la
usanza de los indígenas de su tiempo. Contrajo matrimonio el 31 de julio de
1843 a la edad de 37 años con Margarita Maza. Ya tenía título y pudo emparentar
con una de las familias los más respetables de Oaxaca. Van a decir que doña
Margarita era hija expósita. Como dicen: “no le aunque”, tenía el apellido y el
apoyo necesario. Por eso la gente de bien de la vieja Antequera, recibió el
enlace con la misma sencillez que Margarita Maza pintó a su pretendiente: “es
muy feo pero muy bueno”. Este matrimonio tuvo por hijos a Manuela, Margarita,
Felicitas, Soledad, Benito, María de Jesús, María Josefa que sobrevivieron a
sus padres. Además, José y Antonio que murieron en los Estados Unidos, y Amada,
Francisca y Guadalupe que murieron pequeñas.
Al acabar la era de la “Alteza Serenísima”
en 1854 con el Plan de Ayutla, llegó el periodo de Juárez que comprende desde
la Reforma, la guerra de los tres años, la intervención, la pugna entre
liberales y conservadores, la república restaurada, su posición respecto a la
separación de los asuntos civiles de los concernientes con la Iglesia, con los
Estados Unidos y con Francia. Fue el principal actor entre 1856 y 1872.
De maestro y leguleyo, Juárez se convirtió
en gobernador de Oaxaca. Entonces recibió el llamado del presidente Comonfort
para ocupar la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; por lo
que solicitó licencia a la legislatura local para dejar el cargo, la cual se le
concedió de inmediato. La solicitó como una ausencia temporal, sin sospechar
que no volvería para terminar su periodo de gobernador, ni siquiera volvería a
pisar suelo oaxaqueño en el resto de su vida.
El presidente de los Estados Unidos, James
Buchanan, lo describió como: “un hombre de aproximadamente de cuarenta y cinco
años, indio de raza pura sangre, bien versado en las leyes del país, prudente
jurisconsulto aunque tímido y desconfiado como político, austero e
incorruptible, de condición benigna y suave, y en su trato modesto como un
niño. Tiene voz en el gabinete, y se le escucha con respeto, pero carece de
influencia sobre sus ministros bajo cuyo más absoluto control se halla,
posiblemente sin darse cuenta”.
En los 14 años que ocupó la presidencia
(1858-1872), con penurias y adversidades, sorteó y salió avante de todos los
problemas, tanto internos como externos. Lo mismo aguantó destierros, amenazas
francas y veladas, estuvo a punto de morir en varias ocasiones. Gracias a las
milicias cívicas, la guerra de guerrillas y los mejores militares, pudo vencer
a los ejércitos de la intervención.
Cuando decidieron la suerte de Maximiliano,
la princesa Inés de Salm Salm pidió una audiencia con Juárez para evitar la
ejecución del emperador. Juárez después de escucharla sentenció: “me causa
verdadero dolor, señora, al verla así de rodillas más aunque todos los reyes y
todas las reinas estuviesen en su lugar, no podría perdonarle la vida, no soy
yo quien se la quita, es el Pueblo y la Ley quien piden su muerte, si yo no
hiciese la voluntad del Pueblo, entonces este le quitaría la vida a él y aun
pediría la mía también”.
Ya en Palacio Nacional, prohibió las
loterías por considerarlas juegos inmorales y perjudiciales para la sociedad;
porque consumen las economías del fruto del trabajo de las clases más necesitas
y menesterosas, y porque con el incentivo de un lucro grande, aunque
improbable, debilitan el estímulo del trabajo, que es la primera base del bien
social.
Muchos se preguntan cómo pudo un hombre
sostener la estabilidad de la nación. Lo consiguió en la observancia de la ley
del Benemérito. Ante todo, y para todo; la ley. A los enemigos “sólo basta con
la justicia” y al apoyo que tuvo de los hombres fuertes en cada región. Pudo
enfrentar los problemas, gracias al apoyo de los Estados Unidos y de los caciques
y caudillos regionales que vieron en él, la encarnación de los máximos valores
republicanos. Anteriormente logró deshacerse del general González Ortega que
aspiraba a la presidencia.
Pero tras la derrota del Imperio, no quedó
el mérito para el solo. En los años siguientes de 1867, Juárez debió soportar
la fama y las intenciones de Porfirio Díaz para acceder al poder. Cuentan que
de 1867 a 1872 gobernó como si fuera un dictador. Previniendo la derrota de
Lerdo de Tejada contra el general Porfirio Díaz en las elecciones
presidenciales de 1871, Juárez logró su última reelección. No le gustaba la
idea de que los militares que lo apoyaron, se hicieran del poder. Debía mantener
el civilismo ante todas las cosas, representado buenos ciudadanos, entre los
que se hallaban muchos abogados, literatos, funcionarios y hombres dedicados al
servicio público.
Al joven Porfirio no le cuadró la forma en
que ganó y el estilo de gobernar. Es entonces cuando tiene lugar el
levantamiento de un grupo de oficiales simpatizantes de Díaz, conocido como el
Plan de la Noria quien proclamó y enarboló esta frase: “Sufragio efectivo, no a
la reelección indefinida”. Si creen en el karma, a don Porfirio le llegó en
1910, en los anhelos de un hombre que era guiado por el espíritu de Benito
Juárez, que le hablaba a través de una bola de cristal y de sueños. Era don
Pancho Madero, nieto del hombre que consolidó un gran capital, gracias al
influjo y apoyo de las políticas económicas del porfiriato: poca política,
mucha administración.
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