sábado, 20 de febrero de 2021

Juárez y la consolidación de la segunda transformación

Antonio Guerrero Aguilar/

Hoy en día el proyecto de nación, se justifica en la llamada cuarta transformación. Cada mañana, el señor presidente, fiel a la tradición prehispánica de gobernar a través de la palabra, como buen tlatoani y representante terrenal del dios Huitzilopochtli, se nos presenta en medio de símbolos. Un escenario en el cual sobresale como telón de fondo algunos elementos que conviene analizar. Primero, se ven cinco figuras de personajes emblemáticos de la memoria e identidad mexicana. Si algo sabe y está seguro, es que gobierna de cara a la historia.

 

A veces en fondo verde olivo y en otros color rojo, enmarcado por el plumaje que nos recuerda al águila posada sobre el nopal que vieron los mexicas, como símbolo esperado para la fundación del gran imperio. Luego los héroes en este orden: Morelos, Hidalgo, Juárez, Madero y Cárdenas. Están sobre un elemento que nos indica camino a seguir como una pirámide. De todos ellos, en medio, está el Patricio republicano portando un estandarte con el lábaro patrio. Luego la bandera, la tribuna, el escudo, las sillas dispuestas para informar y dirigirse a los medios de comunicación ahí presentes.

 


El mandatario habla de la cuarta transformación, que en un proceso lineal hemos vivido a lo largo de poco más de dos siglos: la etapa insurgente y la independencia, la Reforma y la República Restaurada, la Revolución y la cristalización de los postulados que Madero propuso y se supone, alcanzó don Lázaro a su llegada a la presidencia en 1934. Entonces López Obrador, se manifiesta como principio y fin, consolidar una cuarta transformación en la vida de México.

 

Entiendo que López Obrador tiene especial predilección por Juárez. Ambos del sur, de dos entidades situadas en el Istmo de Tehuantepec. Estoy seguro que los festejos continuarán en el 2022. Les voy a decir por qué. El próximo año se van a cumplir 150 de la desaparición física del ilustre abogado. El político liberal que cumpliera con el mandato constitucional como jefe del poder ejecutivo, literalmente hablando hasta las últimas consecuencias: desde fines de 1857 hasta su muerte ocurrida el 18 de julio de 1872. Benito Pablo Juárez García, venía de raza zapoteca pura, originario de una pequeña aldea de San Pablo, Guelatao, hijo de Marcelino Juárez y Brígida García. Ambos murieron cuando el pequeño Benito contaba con tan solo tres años de edad y el Benemérito alguna vez confesó que no los conoció y que no recordaba nada de ellos.

 

Como es sabido, su tío Bernardino Juárez protegió a la familia del desamparo, sin saber qué entre uno de sus miembros, se hallaba el futuro presidente de la república. En su niñez fue pastor, oficio que abandonó a los 12 años para trasladarse a la ciudad de Oaxaca. Por una hermana, quedó como mozo de una familia influyente de apellido de la Maza. El comerciante de origen italiano llamado Antonio de la Maza, le confió el cuidado de la granja de la casa, mientras conseguía un mejor sitio en donde vivir.

 

Inquieto como vivaz, a los pocos días conoció a Antonio Salanueva, un hombre bueno dedicado a encuadernar libros quien lo recibió como aprendiz, mientras estudiaba en la escuela. En tres años avanzó considerablemente. A los 15 años estaba como alumno externo en el Seminario de Oaxaca. Con 21 años cumplidos, en 1827 se inscribió en el recién Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, de donde egresó como abogado en 1834 y ejerció la docencia en el mismo instituto. Cuentan que una vez estuvo como mesero en un banquete que le hicieron a don Antonio López de Santa Anna.

 


No cualquiera, se casó con una joven de la familia a la que sirvió, aún sin saber castellano y seguramente, a vestir a la usanza de los indígenas de su tiempo. Contrajo matrimonio el 31 de julio de 1843 a la edad de 37 años con Margarita Maza. Ya tenía título y pudo emparentar con una de las familias los más respetables de Oaxaca. Van a decir que doña Margarita era hija expósita. Como dicen: “no le aunque”, tenía el apellido y el apoyo necesario. Por eso la gente de bien de la vieja Antequera, recibió el enlace con la misma sencillez que Margarita Maza pintó a su pretendiente: “es muy feo pero muy bueno”. Este matrimonio tuvo por hijos a Manuela, Margarita, Felicitas, Soledad, Benito, María de Jesús, María Josefa que sobrevivieron a sus padres. Además, José y Antonio que murieron en los Estados Unidos, y Amada, Francisca y Guadalupe que murieron pequeñas.

 

Al acabar la era de la “Alteza Serenísima” en 1854 con el Plan de Ayutla, llegó el periodo de Juárez que comprende desde la Reforma, la guerra de los tres años, la intervención, la pugna entre liberales y conservadores, la república restaurada, su posición respecto a la separación de los asuntos civiles de los concernientes con la Iglesia, con los Estados Unidos y con Francia. Fue el principal actor entre 1856 y 1872.

 


De maestro y leguleyo, Juárez se convirtió en gobernador de Oaxaca. Entonces recibió el llamado del presidente Comonfort para ocupar la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; por lo que solicitó licencia a la legislatura local para dejar el cargo, la cual se le concedió de inmediato. La solicitó como una ausencia temporal, sin sospechar que no volvería para terminar su periodo de gobernador, ni siquiera volvería a pisar suelo oaxaqueño en el resto de su vida.

 

El presidente de los Estados Unidos, James Buchanan, lo describió como: “un hombre de aproximadamente de cuarenta y cinco años, indio de raza pura sangre, bien versado en las leyes del país, prudente jurisconsulto aunque tímido y desconfiado como político, austero e incorruptible, de condición benigna y suave, y en su trato modesto como un niño. Tiene voz en el gabinete, y se le escucha con respeto, pero carece de influencia sobre sus ministros bajo cuyo más absoluto control se halla, posiblemente sin darse cuenta”.

 

En los 14 años que ocupó la presidencia (1858-1872), con penurias y adversidades, sorteó y salió avante de todos los problemas, tanto internos como externos. Lo mismo aguantó destierros, amenazas francas y veladas, estuvo a punto de morir en varias ocasiones. Gracias a las milicias cívicas, la guerra de guerrillas y los mejores militares, pudo vencer a los ejércitos de la intervención.

 

Cuando decidieron la suerte de Maximiliano, la princesa Inés de Salm Salm pidió una audiencia con Juárez para evitar la ejecución del emperador. Juárez después de escucharla sentenció: “me causa verdadero dolor, señora, al verla así de rodillas más aunque todos los reyes y todas las reinas estuviesen en su lugar, no podría perdonarle la vida, no soy yo quien se la quita, es el Pueblo y la Ley quien piden su muerte, si yo no hiciese la voluntad del Pueblo, entonces este le quitaría la vida a él y aun pediría la mía también”.

 


Ya en Palacio Nacional, prohibió las loterías por considerarlas juegos inmorales y perjudiciales para la sociedad; porque consumen las economías del fruto del trabajo de las clases más necesitas y menesterosas, y porque con el incentivo de un lucro grande, aunque improbable, debilitan el estímulo del trabajo, que es la primera base del bien social.

 

Muchos se preguntan cómo pudo un hombre sostener la estabilidad de la nación. Lo consiguió en la observancia de la ley del Benemérito. Ante todo, y para todo; la ley. A los enemigos “sólo basta con la justicia” y al apoyo que tuvo de los hombres fuertes en cada región. Pudo enfrentar los problemas, gracias al apoyo de los Estados Unidos y de los caciques y caudillos regionales que vieron en él, la encarnación de los máximos valores republicanos. Anteriormente logró deshacerse del general González Ortega que aspiraba a la presidencia.

Pero tras la derrota del Imperio, no quedó el mérito para el solo. En los años siguientes de 1867, Juárez debió soportar la fama y las intenciones de Porfirio Díaz para acceder al poder. Cuentan que de 1867 a 1872 gobernó como si fuera un dictador. Previniendo la derrota de Lerdo de Tejada contra el general Porfirio Díaz en las elecciones presidenciales de 1871, Juárez logró su última reelección. No le gustaba la idea de que los militares que lo apoyaron, se hicieran del poder. Debía mantener el civilismo ante todas las cosas, representado buenos ciudadanos, entre los que se hallaban muchos abogados, literatos, funcionarios y hombres dedicados al servicio público.

 

Al joven Porfirio no le cuadró la forma en que ganó y el estilo de gobernar. Es entonces cuando tiene lugar el levantamiento de un grupo de oficiales simpatizantes de Díaz, conocido como el Plan de la Noria quien proclamó y enarboló esta frase: “Sufragio efectivo, no a la reelección indefinida”. Si creen en el karma, a don Porfirio le llegó en 1910, en los anhelos de un hombre que era guiado por el espíritu de Benito Juárez, que le hablaba a través de una bola de cristal y de sueños. Era don Pancho Madero, nieto del hombre que consolidó un gran capital, gracias al influjo y apoyo de las políticas económicas del porfiriato: poca política, mucha administración.

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Santa Catarina, Nuevo León, Mexico