domingo, 24 de abril de 2016

El Barrio de La Luz

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

Ahora que todas son consideradas colonias, Monterrey alguna vez tuvo barrios, congregaciones y ranchos. Los primeros son de carácter urbano, pero por la cercanía de las casas y de las gentes nos remiten a elementos de identidad y de la comunidad que la conforman. Ahí conviven y desarrollan afecto, comparten vidas e historias, lo mismo en las banquetas, calles y negocios. Regularmente los barrios están alrededor de un templo, de una plaza o de un centro fabril o educativo o de algo característico que les da nombre, como el de la Purísima, el Roble, la Catedral, las Tenerías, del Nejayote, el de la Rata Ahogada, la Cuesta Blanca, el Mediterráneo, Matehualita (ahora colonia Sarabia) y otras más.  En ésta ocasión les hablaré de un barrio que lo mismo designa a una comunidad con su templo parroquial y a su plaza.


En tiempos de Santiago Vidaurri (1860-1864), se planeó la ampliación de Monterrey rumbo a los cuatro puntos cardinales a los que llamaron “repuebles”. Al norte de los ojos de agua de Santa Lucía se prolongaron las actuales calles de Zaragoza, General Zuazua, Doctor Coss y Diego de Montemayor y otras más. Es cuando comienzan a establecerse las primeras familias de lo que actualmente conocemos como el Barrio de la Luz. Este comprende desde la calle de Zuazua al poniente hasta Félix U. Gómez al oriente. Al norte la Calzada Madero y al sur la calle de Washington. 

Se tienen referencias de que para 1919 no había iluminación en las calles del sector, algo irónico pues al barrio se le conocía de La Luz. Indispensable para el buen funcionamiento de sus actividades, la feria y las vendimias con obras de teatro que se desarrollaban por aquellos días en la tan famosa plaza. El 22 de marzo de 1921, los vecinos Ramón de la Garza y José G. Garza manifestaron que desde el día 30 de septiembre de 1919, habían comunicado a la junta de mejoras materiales del Repueblo Norte-Oriente de la ciudad de Monterrey, referente al alumbrado de la plaza en ese barrio. Los del ayuntamiento respondieron que tan pronto como estuviera terminada la instalación, se diera aviso para que se pusieran el servicio de luz en la plaza de la Luz.


De acuerdo a un informe de 1927, se decía que la zona norte a partir de la calle de Aramberri, presentaba un estancamiento en lo que se refiere a la renovación de las construcciones, planificación, urbanización y “alineamientos citadinos”. El rumbo estaba sin pavimentar, repleto de jacales y tejabanes amontonados; corralones bardeados con ramas y alambres de púas o deshechos de latería. Los más elegantes tenían bardas cercadas con cuartones de sillar. De acuerdo al plan urbano que se impuso con José Benítez en la gubernatura en 1930, esto debía componerse. Decidió la ampliación de la calle Zaragoza y se terminó la Calzada Madero, a la que consideraron en su tiempo como la más hermosa de todas las existentes en Monterrey. En el antiguo camino a Roma se hizo la ampliación para adecuarla como una gran avenida a la que llamaron Félix U. Gómez.

Gradualmente las cosas cambiaron. Se construyeron mejores casas, se pavimentaron las calles y les pusieron farolas para iluminarlas por las noches. Un promocional de 1946 da cuenta de que entre Villagrán y Félix U. Gómez y de Aramberri a la Calzada Madero, había diez cuadras con multitud de empresas comerciales de diversos ramos, tres grandes teatros que también servían como cines: Encanto, Alameda y Bernardo Reyes. Una agencia bancaria de crédito industrial, varios edificios de alta construcción, una fundición llamada Siller y estaciones de gasolina y garajes. Muchos de los vecinos  que se asentaron por el rumbo, llegaron de otros pueblos de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas. Mantenían negocios o trabajaban en los centros fabriles de los alrededores como Talleres del Norte, la Fundición de Fierro y Bronce, el taller de Ramón Treviño, la fábrica de velices El Buen Viaje, Espejos Monterrey, la fábrica de camisas Don, Muelles Monterrey, la Sastrería Zavala y otros más.

La plaza junto con el templo, conforman el corazón del llamado Barrio de la Luz. En 150 años la plaza ha tenido varios nombres: “Plaza de la Muralla”, “Plaza del 27 de Septiembre” (seguramente en honor a la entrada triunfal de Iturbide a la ciudad de México para proclamar la independencia) y finalmente la Luz, aunque también le llaman del Magisterio por el monumento que tiene, en donde están representados una maestra con una alumna.

Como alguna vez alguien escribió, el barrio de la Luz es un lugar lleno de magia y tradiciones. Para los vecinos, todo era muy diferente a como es actualmente. Con nostalgia recuerdan lugares como la panadería “La Gardenia”, una la tortillería sobre la calle Álvaro Obregón, la carnicería “Cerralvo”, la tiendita “La Chiquita” en la calle Diego de Montemayor y Espinosa; la plaza sobre la calle Espinosa; cuando los líneas de autobuses “Tamaulipas” pasaban por allí.


Con la intención de rescatar toda esa parte de la zona centro de Monterrey, entre 2012 y 2013 se procuraron estudios y alcances del sector que comprende algunas 100 manzanas y en la cual habitan unas 5 mil personas. La mayoría son adultos mayores. Se contaron 2,700 viviendas de las que solo el 35% están habitadas. La extensión territorial abarca unos 700 metros cuadrados. Con ese proyecto, han rescatado algunos comercios antiguos y tradiciones, como la de instalar un mercado en los viernes, en donde se ofrecían productos varios. El mercado tuvo tanto éxito que un buen día llegaron las autoridades municipales (en tiempos de la señora Arellanes) y en un hecho inusitado hicieron valer la política de buen gobierno. Solicitaron permisos, les advirtieron que el tránsito vehicular como el flujo peatonal molestaba a los residentes y prácticamente los corrieron. Los oferentes debieron buscar espacios en donde dedicarse a lo suyo, que a mi juicio no molesta ni daña a terceros.


Muchos ciudadanos que viven por el rumbo, así como grupos y la comunidad parroquial, conscientizan a  las personas acerca de temas como el cuidado animal y la importancia del arte en los barrios, el mantenimiento y limpieza de las banquetas como de las casas. Ciertamente algunos vecinos se oponen a las obras pues temen que todo el lugar se llene de oficinas y multifamiliares, y les quiten la poca tranquilidad de uno de los barrios más emblemáticos de Monterrey.

domingo, 17 de abril de 2016

¿Y qué son las ferias?

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de la Ciudad de Santa Catarina

La palabra feria designa cualquier día de la semana que no sea sábado o domingo. Por ejemplo, lunes es feria segunda, martes feria tercera y así sucesivamente. Cuando ocurre una fiesta de guardar entre semana, se dice día feriado. Feria tiene que ver con un descanso o con la suspensión del trabajo. También se relaciona con un mercado que se realiza en lugares abiertos y en días específicos, preferentemente los destinados a la devoción de un santo patrono del lugar, con las consabidas fiestas que se hacen en su honor. También se dice que la feria es el paraje público en donde están los animales y las mercancías que se quieren vender, lo cual atrae  mucha gente. Y eso nos lleva a relacionar feria con el alboroto, algarabía o disturbios. Se denomina feria de muestras al sitio en donde se congrega la gente para vender o comprar algo y las ferias mayores tienen  referencia con la Semana Santa.

En México se dice feria a la moneda de uso corriente y que por lo abultado y su baja denominación forman morralla. Dar “feria” implica entregar una dádiva a cambio. Tenemos una tarjeta de pago rápido en los camiones a la que llamamos feria. Si no la traes, debes pagar doce pesos al amable conductor. Como se advierte, la feria es un evento económico, político o social. Las ferias tienen su origen en el medioevo, cuando se pasó del régimen feudal a un sistema burgués. En el primero todos dependían de una figura de autoridad. Cuando algunos habitantes tienen la oportunidad de vivir alejados del sistema feudal, se congregaron en los burgos para dedicarse y practicar los oficios que les permitían sobrevivir. El comercio, las finanzas y las artesanías iban creciendo a la par de la ciudad y en consecuencia se necesitaba abrir mercados en donde proveer e intercambiar productos y materias primas. Esto genera un sistema de dependencia entre ciudades que aprovechaban sus días de fiesta para atraer feriantes o mercantes como también se les conoce. Originalmente se hacían en las goteras de los pueblos, luego en las murallas y después en las plazas de armas.

La fiesta es al tiempo o la existencia, lo que la hierofanía (el culto a elementos naturales) es a la naturaleza. En la fiesta se sale de lo normal y de lo monótono. Se rompe con lo cotidiano y se aspira a lo sagrado, necesariamente vinculado con una devoción. Ahí se armoniza la expresividad, el significado claro de unos días particulares que se viven intensamente en honor a las fiestas patronales. Se pide por la salud, los deseos y su logro. El esparcimiento y la solidaridad local se buscan, expresan y consolidan sincrónicamente en puntos geográficos que dibujan los santuarios y en puntos temporales que siguen las fiestas más importantes de cada pueblo. Y en esos tiempos como en los de ahora, la alegría y la algarabía son peregrinas pues son movibles y cambian de lugar.

Incluso tenemos una ciencia que la estudia: la eortología (del griego heorté) que significa literalmente tratado de las fiestas. Depende mucho de la teología, en especial de la liturgia y del ámbito eclesial; así mismo con otras ciencias como la astrología y la astronomía que depende de los solsticios, equinoccios, plenilunios y otros fenómenos celestes. Por ejemplo, los equinoccios de verano y el de invierno se convirtieron en las conmemoraciones de los natalicios de Juan el Bautista y de Jesús Cristo. En el mundo pagano se hacían hogueras, se danzaba alrededor de ellas; se hacían fiestas de disfraces y de máscaras. Gradualmente lo pagano se civilizó, se le dio un sentido religioso institucional en el cual se hacía fiesta en el templo, los atrios, el camposanto y la plaza. Y las fiestas son muy importantes, porque al institucionalizarse, traen como consecuencia a las ferias. Carlos Monsiváis señala que la “feria es un convenio entre las ganas de divertirse y las posibilidades de hacerlo en fechas fijas”.  Añade: “en las ferias las oportunidades de olvido y de la imprecisión mnemotécticas son numerosas”.


En las ferias siempre hay resabios paganos: juegos mecánicos, juegos de azar, peleas de gallos, comidas típicas, vendedores de todo y de nada, paseantes, perros callejeros, borrachos apestosos, jóvenes buscando novia, aventura o problemas. Parejas que salen a agarrar el aire, niños correteando, ruidos que se diluyen y confunden con otros. En todo hay música y elementos multicolores que decoran el ambiente. Me gusta la cita que hace de Juan José Arreola, cuando señala que las “ferias patrias no son más que un pretexto para divertirse”. Personalmente recuerdo con nostalgia y alegría a la vez, los tiempos en que se ponía la feria en Santa Catarina. Hasta que quitaron la vieja plaza y la convirtieron en explanada, ya no permitieron que las ferias regresaran y con ellas se fueron los sueños de infancia y de juventud que no se lograron al amparo de la feria, pues dijeron que la plaza era para los eventos populares. Decisión paradójica pues que más popular que una feria concurrida.

Hay dos películas que giran en torno a una feria; Vivir a todo dar con Clavillazo. Cuando confunde a Marthita Mijares con la virgen María y que vendía flores para sostener a su papá enfermo. La escena alcanza el cénit cuando pide que le canten: “Pocito de Nagaquilla, manantial del sediento, donde los enamorados esconden sus pensamientos, Pocito de Nagaquilla, donde muchas veces fui, a buscar la que quería pero solito me devolví”. En la película El Gallo de Oro de José Gavaldón, basada en un cuento de Juan Rulfo, los personajes iban de pueblo en pueblo buscando fiestas en las que hubiera ferias. En la trama, el amor imposible se hizo posible y a la vez maldición y olvido de parte de la Caponera (Lucha Villa) con Dionisio Pinzón (Ignacio López Tarso) y el tercero en discordia Lorenzo Benavides (Narciso Busquets) que siempre sentenciaba “Otra más”. Lo malo es que la Caponera y Lorenzo Benavides, tenían como premisa “árbol que no enraiza se muere”, cuando descubrieron que en lugar de ferias, se vivía mejor del dinero fácil producto del juego de azar.



Hay ferias importantes en México.  Sin duda alguna la de Aguascalientes, la de San Juan de los Lagos en donde según la tradición debía dar inicio a la Independencia Nacional, la de Saltillo. La de Monterrey se perdió y cuando quisieron hacerla en septiembre, las lluvias de la temporada la agüitaban. Las ferias tienen su importancia  por sus aportes culturales, históricos, sociales y económicos y por la diversidad existente que vemos en ellas, pues exponen lo más representativo de México en un solo sitio y por ello deben ser catalogadas también, por su historia, cultura y variada tradición, como patrimonio mundial de la humanidad.

jueves, 7 de abril de 2016

¿Quién fue Pedro Flores?

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

En días pasados publiqué el soneto que nos expresa el mensaje de Pedro Flores, un vecino de la vieja Ciudad Guerrero, Tamaulipas. Muchos lectores expresaron su curiosidad en saber la identidad de tan distinguido personaje, que a 135 años aún nos habla desde su última morada. Y no solamente es Pedro Flores, hay dos o tres lápidas que llevan mensajes escritos en ese cementerio del siglo XIX, como el señor Juan Treviño, quien murió en 1873 a causa de un golpe que le propinó un caballo.

Inmediatamente el investigador e historiador, el maestro Ricardo Raúl Palmerín Cordero, se dedicó a buscar referencias de tan enigmático vecino de aquella pujante ciudad fronteriza que quedó sumergida en las aguas de la presa Falcón por mucho tiempo. Gracias al registro de bautizo, sabemos que con tan solo cuatro días de nacido, Pedro fue bautizado en el templo parroquial de San Ygnacio de Loyola de Revilla el 2 de mayo de 1823 por el padre Juan Santiago Sánchez. Pedro era hijo legítimo de Toribio Flores y de María Ygnacia Buentello, fueron sus padrinos Tranquilino Martínez y María de Jesús Vela.


Pedro Flores se casó con Agustina Treviño. Desconozco su oficio; aunque supongo que se dedicaba a la cría de ganado vacuno y de caballos, tan famosos y reconocidos en ese tiempo en ambos lados del Río Bravo. Aparece en la lista de alcaldes de Ciudad Guerrero, cargo que ocupó en 1860.

El maestro Palmerín ubicó su acta de defunción: “En la Yglesia Parroquial de C. Guerrero en catorce de Junio de mil ochocientos ochenta y uno, yo el infrascrito Cura hize las ecsequias religiosas de entierro mayor al cadáver de D. Pedro Flores, casado que fue con Da. Agustina Treviño: murió a los 58 años de edad, recibió el Sacramento de extrema unción y para que conste lo firmó. Jesús de la Garza”.

También el maestro Palmerín añade nueva información respecto a la fundación de la Villa de Revilla perteneciente al Nuevo Santander. Refiere cuando el Capitán de Dragones José Tienda de Cuervo,  envió en 1757 un “Informe del Reconocimiento e Inspección de la Colonia de el Seno Mexicano de orden de el Exmo. Señor Virrey Marquès de las Amarillas”. Revilla se fundó el 1 de octubre de 1750, con la advocación de San Ygnacio de Loyola. El año del informe, José Báez Benavides era el capitán encargado de la población formada por 73 familias y 336 personas. Tenía una misión llamada de San Francisco Solano, a cargo de fray Miguel de Santa María, pero sin “indios congregados á execcion de pie en la cercanía Poblazion de Dolores a la otra parte de aquel Río Grande del Norte”.

Está situada en un ángulo que forman los dos rios de “Savinas y el Grande del Norte en buen terreno fértil y de buenos pastos, tiene buena saca de Agua que de pesada de dicho Rio de Savinas, ya ban empezando a trabajar en ella abunda el pescado”. El río Sabinas también se le conoce en el lado de Nuevo León como de Tamaulipas como Salado. Añade Tienda de Cuervo: “su vecindad es mui dezente, tiene muchos ganados de los que ia ban pasando algunos a la otra vanda del Rìo grande del norte, y creo se aumentara mucho concluida la saca de Agua y que se a de lograr allí una gran Mision. queda 10 leguas al noroeste del lugar de Mier, y 10, al sueste de la Poblazion de Dolores Rio grande del Norte en medio”. Desde su fundación, Revilla estaba expuesta a los albazos de los llamados indios bárbaros, por estar situada en un paraje que “se contemplaba del maior riesgo”. Para consolidar la población, debieron trabajar más de dos años para establecer familias que “la poblasen y a algunas de ellas me fue preziso fomentar fazilitandoles Maizes que totalmente escaseaban en la razon y otras cosas necesarias”.

Lo que las aguas de la presa no dañaron, ahora lo están afectando las acciones de algunos visitantes que van a buscar tesoros. Pero también, Guerrero Viejo está en los planes de convertirlo en un gran centro de resguardo patrimonial de carácter binacional.



domingo, 3 de abril de 2016

La tumba de Pedro Flores

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

La vieja cabecera del municipio de Ciudad Guerrero, Tamaulipas, fue inundada por las aguas del Río Bravo en 1952, con la intención de contenerlas en una presa que llamaron Falcón, concluida hasta el año de 1963. Ese punto sirve de límite entre Zapata, Texas y Guerrero, Tamaulipas. En consecuencia pidieron que todos sus habitantes se trasladaran río abajo para establecer una nueva población, a la que pusieron el nombre de Nueva Ciudad Guerrero. Por eso la antigua población inundada recibió el nombre de Guerrero Viejo.


Guerrero Viejo fue establecida en 1750 por José de Escandón. Originalmente tenía el nombre de Revilla Gigedo y en 1829 se le cambió el nombre por el de Guerrero, Tamaulipas. Fue una de las villas del Norte junto con Reynosa, Camargo, Mier y Laredo. Casi toda la cabecera municipal fue inundada por las aguas del Río Bravo. Solo se salvaron el panteón viejo y algunos solares con sus respectivas casas. Desde hace 20 años, gracias a las frecuentes sequías y el bajo nivel de agua de la presa, Guerrero Viejo resurgió como ave fénix, con una arquitectura civil y religiosa digna de preservación y cuidado patrimonial.

En el panteón existen monumentos funerarios muy interesantes, la mayoría de ellos corresponden al siglo XIX. De ellos sobresale la tumba de Pedro Flores, nacido en 1823 y fallecido en 1881. Lo interesante es que la lápida no solo da nombre y fechas del difunto que está ahí, sino que también contiene un soneto titulado “Viador fugaz del siglo XIX”. Literalmente es un mensaje que el morador del sepulcro da a todo visitante, como si quisiera además de perpetuar su memoria con su tumba, orientar respecto al verdadero sentido de la vida. Aunque señala cosas relacionadas a la época, bien se pueden ajustar a nuestros tiempos.

En la lápida de mármol se puede leer lo siguiente:

Viador fugaz del siglo diez y nueve
que no miras el fin de la carrera
buscando la verdad en donde quiera,
detén el paso por un tiempo breve

Oye la voz del hombre que se atreve
desde la tumba por la vez primera
decirte la palabra tan sincera
due a la región de la verdad te lleva

Cultivando nomás el empirismo
que tu profesas con ardiente amor,
las ciencias de la luz y del vapor,
te cargará fatal racionalismo

Y no habrá bien para la mente estólida
si te desviaras de la fe católica.


Una tumba, un monumento mortuorio son una historia escrita en piedra de los que ya se fueron. Sus deudos con dolor, construyeron un lugar para que fuera guardián de los restos humanos que esperan el fin de los tiempos y la resurrección de los muertos. De una tumba podemos aprender su hechura, sus mensajes, su historia, la genealogía, demografía, arte y hasta arqueología. Aquí llama la atención que en un poema, Pedro Flores se atreve a sentenciar de que la felicidad no está en la búsqueda incesante de cosas triviales, mucho menos en ciencia ni en la ideología del siglo XIX, si al fin de cuentas solo conducen a la destrucción. Y pone de manifiesto, muy a su manera, que el fin último del ser humano está en otra parte.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico