Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina
Ahora que todas son consideradas colonias, Monterrey alguna
vez tuvo barrios, congregaciones y ranchos. Los primeros son de carácter
urbano, pero por la cercanía de las casas y de las gentes nos remiten a
elementos de identidad y de la comunidad que la conforman. Ahí conviven y
desarrollan afecto, comparten vidas e historias, lo mismo en las banquetas,
calles y negocios. Regularmente los barrios están alrededor de un templo, de
una plaza o de un centro fabril o educativo o de algo característico que les da
nombre, como el de la Purísima, el Roble, la Catedral, las Tenerías, del
Nejayote, el de la Rata Ahogada, la Cuesta Blanca, el Mediterráneo, Matehualita
(ahora colonia Sarabia) y otras más. En ésta
ocasión les hablaré de un barrio que lo mismo designa a una comunidad con su
templo parroquial y a su plaza.
En tiempos de Santiago Vidaurri (1860-1864), se planeó la
ampliación de Monterrey rumbo a los cuatro puntos cardinales a los que llamaron
“repuebles”. Al norte de los ojos de
agua de Santa Lucía se prolongaron las actuales calles de Zaragoza, General Zuazua,
Doctor Coss y Diego de Montemayor y otras más. Es cuando comienzan a
establecerse las primeras familias de lo que actualmente conocemos como el
Barrio de la Luz. Este comprende desde la calle de Zuazua al poniente hasta
Félix U. Gómez al oriente. Al norte la Calzada Madero y al sur la calle de
Washington.
Se tienen referencias de que para 1919 no había
iluminación en las calles del sector, algo irónico pues al barrio se le conocía
de La Luz. Indispensable para el buen funcionamiento de sus actividades, la
feria y las vendimias con obras de teatro que se desarrollaban por aquellos
días en la tan famosa plaza. El 22 de marzo de 1921, los vecinos Ramón de la Garza
y José G. Garza manifestaron que desde el día 30 de septiembre de 1919, habían
comunicado a la junta de mejoras materiales del Repueblo Norte-Oriente de la ciudad
de Monterrey, referente al alumbrado de la plaza en ese barrio. Los del
ayuntamiento respondieron que tan pronto como estuviera terminada la
instalación, se diera aviso para que se pusieran el servicio de luz en la plaza
de la Luz.
De acuerdo a un informe de 1927, se decía que la zona
norte a partir de la calle de Aramberri, presentaba un estancamiento en lo que
se refiere a la renovación de las construcciones, planificación, urbanización y
“alineamientos citadinos”. El rumbo
estaba sin pavimentar, repleto de jacales y tejabanes amontonados; corralones
bardeados con ramas y alambres de púas o deshechos de latería. Los más
elegantes tenían bardas cercadas con cuartones de sillar. De acuerdo al plan
urbano que se impuso con José Benítez en la gubernatura en 1930, esto debía componerse. Decidió la ampliación de la calle Zaragoza y se terminó
la Calzada Madero, a la que consideraron en su tiempo como la más hermosa de
todas las existentes en Monterrey. En el antiguo camino a Roma se hizo la
ampliación para adecuarla como una gran avenida a la que llamaron Félix U.
Gómez.
Gradualmente las cosas cambiaron. Se construyeron mejores
casas, se pavimentaron las calles y les pusieron farolas para iluminarlas por
las noches. Un promocional de 1946 da cuenta de que entre Villagrán y Félix U.
Gómez y de Aramberri a la Calzada Madero, había diez cuadras con multitud de
empresas comerciales de diversos ramos, tres grandes teatros que también
servían como cines: Encanto, Alameda y Bernardo Reyes. Una agencia bancaria de
crédito industrial, varios edificios de alta construcción, una fundición
llamada Siller y estaciones de gasolina y garajes. Muchos de los vecinos que se asentaron por el rumbo, llegaron de
otros pueblos de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas. Mantenían negocios o
trabajaban en los centros fabriles de los alrededores como Talleres del Norte,
la Fundición de Fierro y Bronce, el taller de Ramón Treviño, la fábrica de
velices El Buen Viaje, Espejos Monterrey, la fábrica de camisas Don, Muelles
Monterrey, la Sastrería Zavala y otros más.
La plaza junto con el templo, conforman el corazón del
llamado Barrio de la Luz. En 150 años la plaza ha tenido varios nombres: “Plaza
de la Muralla”, “Plaza del 27 de Septiembre” (seguramente en honor a la entrada
triunfal de Iturbide a la ciudad de México para proclamar la independencia) y
finalmente la Luz, aunque también le llaman del Magisterio por el monumento que
tiene, en donde están representados una maestra con una alumna.
Como alguna vez alguien escribió, el barrio de la Luz es un lugar lleno de
magia y tradiciones. Para los vecinos, todo era muy diferente a como
es actualmente. Con nostalgia recuerdan lugares como la panadería “La Gardenia”,
una la tortillería sobre la calle Álvaro Obregón, la carnicería “Cerralvo”, la
tiendita “La Chiquita” en la calle Diego de Montemayor y Espinosa; la plaza
sobre la calle Espinosa; cuando los líneas de autobuses “Tamaulipas” pasaban
por allí.
Con la intención de rescatar toda esa parte de la zona
centro de Monterrey, entre 2012 y 2013 se procuraron estudios y alcances del
sector que comprende algunas 100 manzanas y en la cual habitan unas 5 mil
personas. La mayoría son adultos mayores. Se contaron 2,700 viviendas de
las que solo el 35% están habitadas. La extensión territorial abarca unos 700
metros cuadrados. Con ese proyecto, han rescatado
algunos comercios antiguos y tradiciones, como la de instalar un mercado en los
viernes, en donde se ofrecían productos varios. El mercado tuvo tanto éxito que
un buen día llegaron las autoridades municipales (en tiempos de la señora
Arellanes) y en un hecho inusitado hicieron valer la política de buen gobierno.
Solicitaron permisos, les advirtieron que el tránsito vehicular como el flujo
peatonal molestaba a los residentes y prácticamente los corrieron. Los oferentes
debieron buscar espacios en donde dedicarse a lo suyo, que a mi juicio no
molesta ni daña a terceros.
Muchos ciudadanos que viven por el rumbo, así como grupos
y la comunidad parroquial, conscientizan a las personas acerca de temas como el cuidado
animal y la importancia del arte en los barrios, el mantenimiento y limpieza de
las banquetas como de las casas. Ciertamente algunos vecinos se oponen a las
obras pues temen que todo el lugar se llene de oficinas y multifamiliares, y
les quiten la poca tranquilidad de uno de los barrios más emblemáticos de
Monterrey.