domingo, 25 de septiembre de 2016

El Art Decó en Monterrey

Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor y promotor cultural

Quienes saben de arte y realizan recorridos culturales, muestran con orgullo los testimonios que prevalecen desde 1928 en Monterrey. Un sello característico del periodo en el que gobernaron Aarón Sáenz como José Benítez, tiene que ver con la puesta de boga del llamado Art Decó, el cual comprende un conjunto de distintas manifestaciones estéticas que coincidieron en la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas ocurrida en París, Francia en 1925. La aplicación del nuevo estilo, fue una moda imperante que puso a la decoración en todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde un objeto de nuestra casa como una lámpara, buró y un ropero hasta un edificio completo. Esta tendencia artística se desarrolló en Monterrey en las décadas que van de 1920 a 1950. En sentido estricto, el término Art Decó se refiere a las artes decorativas. Pero en uno más amplio, representa una tendencia que predominó en la arquitectura y forma de construir tanto casas y edificios públicos como privados, ajustados a un arte o estilo que estuvo de moda en el México posrevolucionario.

Los materiales usados en este arte son de una pureza y solidez como el concreto, vidrio, bronce, mármoles de diferentes colores y procedencias, aluminio, estaño, pisos lustrosos, mosaicos y otros más que se pueden usar para la decoración. Los edificios son construidos y decorados de tal manera que al situarse frente a ellos, se tiene la impresión de estar bajo enormes templos, similar al de los palacios renacentistas.

El Art Decó fue la divisa de los regímenes posrevolucionarios. Ya no es el Art Nouveau ni el modernista que prevalecen en las edificaciones y obras públicas como particulares. Los arquitectos y diseñadores van a convencer a los presidentes y gobernantes en el poder, que con éste estilo se puede representar la nueva memoria e identidad del mexicano; acorde con el espíritu necesario para entrar a la era moderna, tan propia y vigente en las naciones como Francia y los Estados Unidos.  El régimen posrevolucionario del general Plutarco Elías Calles y de los presidentes que le siguieron durante el “Maximato”, propuso un lenguaje cultural que rompió con lo vigente a finales del siglo XIX y principios del XX. Lo urgente era entrar en la modernización y las obras públicas como privadas debían hablar del nuevo estado de las cosas que México vivía con la llegada de los generales sonorenses al poder. Los edificios públicos, las escuelas, los talleres, los negocios, los cines, las plazas, sus fuentes y sus decorados, hasta las casas habitación se hicieron bajo el modelo artístico vigente. 

El modelo arquitectónico en sí se convirtió en un vehículo publicitario. Invitaba a la gente a consumir esos nuevos objetos de diseños exclusivos. Esa es la razón por la cual la industria produjo una buena cantidad de productos, copiados o inspirados en los originales que se vendían en los selectos almacenes y finas boutiques de Francia como de los Estados Unidos. Y hasta se aprovechó en lo local, pues nuestras fábricas los hacían sin necesidad de salir al exterior para buscarlos. De 1920 a 1940, es una etapa de consumo que provoca a los grandes almacenes comerciales para que sean decorados atractivamente y atraer la atención de los consumidores. Prueba de lo anterior, son los negocios y casas que se hicieron preferentemente por las avenidas Venustiano Carranza, Colón, Calzada Madero, Pino Suárez, la salida a Nuevo Laredo y por otros rumbos de la ciudad. A través de grandes ventanas, todo esto se difunde y se da a conocer a través de la publicidad, en donde también el cartel, los símbolos y anagramas toman gran importancia. Y si los detalles mantienen explícitos propios de nuestra historia y cultura, pues qué mejor.

El Art Decó fue un rasgo efectivo de los gobernantes. Una construcción con elementos y rasgos geométricos, plagada de símbolos y la integración de la escultura a la arquitectura de los espacios. Cuando Aarón Sáenz se hizo de la gubernatura en 1927, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público le hizo saber de la intención de concentrar todas las oficinas federales situadas en Monterrey en un solo edificio. Con eso ahorraban la renta de los espacios dispersos por varios rumbos. Buscaron alternativas y pensaron que el viejo edificio del Honorable Colegio Civil sería la mejor opción. En enero de 1928 el gobernador Sáenz aceptó la propuesta de hacer el palacio federal en el terreno perteneciente al Colegio Civil.

Las cosas cambiaron con la llegada del Lic. José Benítez a la gubernatura en marzo de 1928. No estaba dispuesto a ceder una escuela para oficinas de las dependencias federales. En su lugar les ofreció la plaza de la República; pero a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público no le gustó esa alternativa, pues implicaba sacrificar un área verde, un espacio público tan necesario para la ciudad de Monterrey. Finalmente la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y José Benítez a nombre del pueblo de Nuevo León llegaron a un acuerdo. Para el 4 de octubre de 1928 se puso la primera piedra del edificio diseñado por Augusto Petriccioli. Por esos tiempos, se comenzó a construir la Escuela Industrial Álvaro Obregón como la Fernández de Lizardi. Mientras una constructora identificada con la Fundidora de Monterrey se puso a levantar los edificios: Fomento y Urbanización, mejor conocida como FYUSA.

Tanto el palacio federal como las escuelas, representaban un esfuerzo, una tendencia orientada a producir una arquitectura justificada en un concepto genuino que fuera símbolo del paradigma cultural, político y social que también se vivía en Monterrey. Una ciudad pujante y moderna convertida en una de las principales ciudades en el país. Era urgente alcanzar la modernidad sin perder la identidad, sin buscar las representaciones artísticas que anteriormente estaban vigentes en México.Dentro del mismo estilo de Art Decó, podemos ubicar al Auditorio Acero, que fue iniciado el 4 de junio de 1929 cuando instalaron la primera piedra en una ceremonia muy concurrida en la que estuvo don Adolfo Prieto. Esta fue una iniciativa de la misma empresa como del gobierno de Nuevo León y de la Sociedad Recreativa Acero que fue fundada el 8 de febrero de 1925, así como también a la fachada de la fábrica de dulces y chocolates llamada “La Imperial” de don Miguel Villarreal, obra del arquitecto español Cipriano J. González Bringas que fue destruida en una ampliación que hicieron a la avenida Venustiano Carranza.

El 14 de mayo de 1930, el gobierno del Estado de Nuevo León entregó a la federación las escrituras de la plaza de la República en donde se levantó el edificio que por muchos años, con sus siete pisos fuera el más alto y uno de los más representativos en la ciudad. El 4 de octubre de 1930, fueron inaugurados los tres edificios que dieron origen al Art Decó en Monterrey: el palacio federal, la escuela Álvaro Obregón y la Fernández de Lizardi.

En síntesis, en éste periodo al cual también comprende las gubernaturas de Francisco Cárdenas (1931-1933) y Pablo Quiroga Treviño (1933-1935) se hicieron los dos grandes hospitales: el Muguerza (1932-1934) y el Civil, las llamadas escuelas monumentales: Plutarco Elías Calles, la Fernández de Lizardi y la Nuevo León, la Ciudad Militar, la Carretera Nacional en su tramo por Nuevo León desde Linares a Nuevo Laredo, la fundación y traza singular de Ciudad Anáhuac, la Calzada Madero, la Avenida Pino Suárez y Venustiano Carranza, el corredor refresquero de la Cervecería al norte, algunas plazas, muchas casas y negocios.

¿Cómo identificar al Art Decó? Por el volumétrico simple y dinámico de sus formas, con cubos sobre puestos, descendentes y sin decoración excepto en los relieves que dejan a la vista una amplia posibilidad  bidimensional con tableros escultóricos, geométricos, esferas y líneas armónicas o zigzagueadas y la monocromía en particular el blanco. La mayoría de los edificios tienen un gran compromiso con las necesidades utilitarias y sociales de la obra. Por eso presenta una doble forma: una estética sui generis en un ambiente en donde anteriormente todo predominaba en formas rígidas y lineales y otra decorativa que hablaba del empuje y la inquietud de dejar una huella perdurable de la política.


Y a José Benítez se le debe la aplicación del Art Decó vigente en Monterrey y en algunos municipios como Ciudad Anáhuac, Sabinas Hidalgo y Linares. Unos ya deteriorados a punto de colapsarse y perderse y otros que se yerguen altivos como testigos de una época que vio el arranque definitivo de Monterrey y de Nuevo León hacia la modernidad, el crecimiento y el desarrollo que nos hacen distinguir de otras regiones de nuestro país.  

martes, 20 de septiembre de 2016

Monterrey, Monterrey de mis amores 1596-2016

Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor y promotor cultural

El municipio de Monterrey, llamado originalmente Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, está en la región centro occidental del estado de Nuevo León. Limita al norte con General Escobedo, García y San Nicolás de los Garza; al oriente con Guadalupe y Juárez, al sur con Santiago y Santa Catarina y al poniente con San Pedro Garza García y Santa Catarina. De aquellas 25 leguas que tenía a la redonda, es decir, 60 kilómetros que llegaban al sur hasta el río Ramos en Allende, al norte hasta la cuesta de Mamulique en Salinas Victoria, hasta la estación San Juan en Cadereyta Jiménez al este y al oeste hasta la cuesta de los Muertos en García; ahora tiene una extensión territorial de 320 kilómetros cuadrados y la cabecera municipal está a 538 metros sobre el nivel del mar.


Regularmente se refieren a Monterrey como la ciudad de las montañas, porque está situada en un valle delimitado por cordilleras y montañas pertenecientes a la Sierra Madre. Por ejemplo al norte está el cerro del Topo, al poniente  la sierra de las Mitras y el cerro del Obispado, al oriente el Cerro de la Silla y al sur la Sierra Madre Oriental. De poniente a oriente se levanta la Loma Larga y por supuesto en el paisaje sobresale la figura aunque imperfecta de una silla de montar, el cerro de la Silla, que no es un cerro y solo una porción corresponde a la jurisdicción territorial de Monterrey.

El fundador de la ciudad es don Diego de Montemayor, probablemente originario de Málaga, España, nacido alrededor de 1530. Hijo de Juan Montemayor y de Mayor Hernández. Propiamente fue el segundo gobernador del Nuevo Reino de León y participó en las otras dos fundaciones; la primera atribuida a Alberto del Canto en 1577 y la segunda a don Luis Carvajal y de la Cueva en 1583. Santa Lucía con del Canto y San Luis Rey de Francia con Carvajal, cuyo primer alcalde mayor fue don Gaspar Castaño de Sosa. Ambas poblaciones no prosperaron, debido a la belicosidad de los naturales que habitaban la región, porque San Luis y el Nuevo Reino de León se asentaban en jurisdicción de la Nueva Vizcaya y además, acusaron a Carvajal de practicar la ley de Moisés. Por ello fue encarcelado y todo el reino quedó despoblado.


Junto con doce pobladores estableció la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey el 20 de septiembre de 1596, en honor a la virgen María y a don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde Monterrey y entonces virrey de la Nueva España. Los nombres de los pobladores deben preservarse: Diego Díaz de Berlanga casado con Mariana Díaz, se quedó con la estancia de San Nicolás, Diego de Montemayor el mozo, casado con Elvira de Rentería, Diego Rodríguez casado con Sebastiana de Treviño, Juan López con su esposa Magdalena de Avila, Martín de Solís con Francisca de Avila, Diego de Maldonado con Antonia de la Paz, Juan Pérez de los Ríos con Agustina de Charles, Alonso de Barreda y Pedro Iñigo, Cristóbal Pérez, Domingo Manuel y Lucas García con mi tatarabuela Juliana de Quintanilla.

Aunque Monterrey lleva 420 años de formada, casi no quedan vestigios o construcciones que nos hablen del pasado correspondiente a los siglo XVII y XVIII. En 1612 llovió tanto que el justicia mayor, Diego Rodríguez, dispuso el traslado de la sede de la primitiva ciudad en donde actualmente permanece la plaza de armas, la catedral y el palacio municipal. Las casas reales, estaban al norte del Ojo de Agua, más o menos situadas entre 5 y 15 de Mayo y en medio de Zaragoza y Escobedo. Según testimonios de la época, la ciudad que más bien (quiero suponer) parecía un campamento quedó completamente destruida.

Como ave fénix, la ciudad volvió a levantarse. En 1653 el entonces gobernador don Martín de Zavala, dispuso la destrucción de las antiguas casas reales para construir un edificio con “lustre y ornato de esta dicha ciudad”. La obra fue entregada el 27 de febrero de 1665 y estuvo al servicio del pueblo apenas casi de un siglo, pues de nueva cuenta llovió tanto en 1752 que dañó la mayoría de las edificaciones importantes de la ciudad. A estas torrenciales lluvias corresponde la maravillosa y aleccionadora leyenda de la imagen de la Purísima, conocida también como la Virgen Chiquita.

Como se advierte, lamentablemente nuestra ciudad capital no cuenta con vestigios arquitectónicos que nos hablen de su pasado. Como testigos de los tiempos, sobresalen el antiguo hospital de Nuestra Señora del Rosario, que previamente había sido la residencia del gobernador Pedro Barrio Junco y Espirella, las partes más antiguas de la catedral y del anterior palacio municipal, además del palacio episcopal de nuestra Señora de Guadalupe en el Obispado. La joya colonial más representativa del virreinato, el templo franciscano de San Andrés, estuvo situado casi tres siglos en la confluencia de las actuales calles de Zaragoza y Ocampo y fue destruido en 1914 por tropas carrancistas que controlaron la ciudad y la región en ese periodo.

El 29 de septiembre de 1667, el gobernador don Nicolás de Azcárraga solicitó a la corona española la concesión de un escudo de armas para Monterrey. La Real Audiencia de la Ciudad de México solicitó informes el 29 de mayo de 1670, luego los remitió el 13 de julio de 1671 y de acuerdo con la reina Mariana de Austria, quien gobernaba a nombre de su hijo Carlos II, expidió  la real cédula fechada en Madrid el 9 de mayo de 1672, facultando al gobernador para aprobar el escudo que la ciudad eligiera.


En el marco oval quedó una escena en donde sobresale un indio en medio de dos árboles, flechando al sol que se asoma por entre el cerro de la Silla. A los lados, dos indios en actitud altiva y orgullosa lo sostienen. Atrás de ellos seis banderas y a sus pies dos cañones, dos tambores y unas balas como trofeos militares. En la parte inferior una banda en gules con el nombre: Ciudad de Monterrey y encima del oval, una corona condal que nos recuerda a don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey.


Don Diego de Montemayor entregó haciendas a sus pobladores. Estas se convirtieran en valles en el siglo XVIII y en villas en el siglo XIX. A partir de la segunda mitad del siglo XX se unieron a Monterrey en una zona metropolitana. Así se cumplió el sueño de los pobladores, de ser una ciudad metropolitana. Monterrey fue fundada en tierra de “guerra viva”, en constante zozobra por los ataques de los indios; de tiempos de pobreza. A veces Diego de Montemayor se alimentó de raíces que crecían en los arroyos. De todas ellas, nuestros ancestros se levantaron. Con trabajo, ahorro, sacrifico y esfuerzo. Una ciudad maravillosa para vivir y crecer. Un dato: el gentilicio de sus habitantes es regiomontano, no “regio” que suena despectivo. Hasta el gran Alfonso Reyes se refirió al regiomontano como un héroe en mangas de camisa. O cuando sentenció: “El regiomontano cuando no es un hombre de saber, es un hombre de sabiduría. ¡Qué viva Monterrey, tierra querida, es el cerro de la Silla tu estandarte y tu perfil! A sus habitantes, felicidades por vivir en esa ciudad tan entrañable que veo todos los días y la quiero como si fuera la mía, la Puerta de Monterrey.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Los cautivos que se convirtieron en temibles jefes apaches

Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor e historiador

Nuestra historia regional está repleta de casos que tienen que ver con albazos e incursiones de los llamados indios bárbaros; que atacaban, asaltaban y huían despavoridos por los montes y desiertos, llevando consigo lo que podían cargar. Lo mismo ropa, armamento, objetos de valor, la caballada y el ganado menor como mayor. A veces mataban y morían en el intento. Un detalle para el asalto: lo hacían por sorpresa y sin dejarse ver, dejando un rastro apenas perceptible que tenía la peculiaridad de engañar y desorientar. Pero por sobre todas las cosas, les gustaba atrapar jóvenes con las que podían procrear. Decían que las sometían a tal grado de que podían cuidar el sueño y el descanso de los guerreros. Estos habitaban las dilatadas tierras que nadie conocía y tampoco recorrían por temor, los valles y bolsones que se forman entre la Sierra Madre Oriental y la Mesa del Norte, ahora pertenecientes a los municipios de Camargo, Ojinaga y Manuel Benavides, Chihuahua y Sierra Mojada, Ocampo, Cuatro Ciénegas y Múzquiz,  Coahuila, y las llanuras y sitios desolados en los márgenes del Río Bravo o Grande del Norte.

En todos estos lares había puntos estratégicos que conocían perfectamente, y por los cuales se podían mover tanto para Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y el sur de Texas y Nuevo México. Existen referencias de que se llevaron niños, que luego se convirtieron en feroces y valientes guerreros. Le voy a comentar tan solo dos casos. Por el rumbo de la región centro de Coahuila,  se habla mucho del “cautivo de Castaños” perteneciente a la familia Fuentes, cuando los indios mataron a un familiar de ellos y se llevaron a varios más el 30 de noviembre de 1838.  Esto ocurrió allá en Castaños, población cercana a Monclova. Manuel Fuentes y Catarina de Hoyos formaron una familia con diez hijos: nueve hombres y una mujer, cuyos nombres se consignan como Ramón, Pedro,  Anastasio, Telésforo, Andrés, Ildefonso, Avelino, Abraham y Elena, todos nacidos entre 1815 y 1836.

Pedro Fuentes estaba recién casado con María Arciniega. Salieron de Castaños con rumbo a Monclova. Los acompañaban Avelino, Abraham y Elenita así como la esposa de Ramón llamada María Josefa Cosío. A dos kilómetros al norte de Castaños, en el lugar que llaman El Puertecito, fueron asaltados por una numerosa partida de indios apaches chiricahuas. Mataron a Pedro y los indios se llevaron a todas los demás.  Las noticias llegaron pronto a Castaños como a Monclova. Las autoridades decidieron perseguirlos y liberar a los integrantes de la familia que se habían llevado como cautivos. Esa noche les dieron alcance en Pozuelos de Arriba, recuperando a Josefa Cosío de Fuentes, Abraham y la niña Elena, pero les fue imposible rescatar a María Arciniegas y Avelino, de quienes  ya no supieron de ellos.

En 1853 llegó a San Buenaventura un indio montado a caballo. Inmediatamente lo llevaron a la prisión. Como no hablaba nada de español ni había quien entendiera el dialecto con el que les hablaba, lo trasladaron a Nadadores.  Ahí  vivía un vecino que estuvo cautivo por varios años. Por medio del intérprete les hizo saber que él no era indio; que su tierra estaba al otro lado de cerro grande y apuntaba rumbo al cerro del Mercado, dando a entender que su tierra era Castaños. Logró escapar después de haberse peleado con otro indio al que le dio muerte en un lugar cercano a San Blas. Pasó  por San Buenaventura con la intención de regresar a su hogar, pues un indio anciano le dijo alguna vez que Castaños era su tierra.


El cautivo era ni más ni menos que Avelino que ya contaba con 22 años de edad. De Nadadores lo trasladaron a Monclova, cuyo presidente municipal era Telésforo Fuentes. Su padre Manuel Fuentes ya no vivía, solamente doña Catarina de Hoyos. Para saber si en realidad se trataba de su hermano Avelino, juntaron a muchas señoras de la localidad que habían perdido a familiares en los albazos de la indiada. Lo pararon al centro del salón y le dijeron que se fijara bien, para ver si conocía a su madre entre todas aquellas mujeres. Posó su vista en cada una de ellas hasta que llegó con doña Catarina a la que apuntó con el dedo para luego expresar "esta es mi madre".

La señora tuvo un sobresalto en el pecho. Le preguntó a Telésforo si recordaba que Avelino tenía un lunar en la cintura, en medio de las caderas del tamaño de una peseta. Levantaron el faldón de la camisa del indio y allí estaba el lunar. El hijo ausente regresó a su tierra y con su gente. Avelino se fue a vivir con su mamá. A los dos meses Telésforo Fuentes recibió una carta procedente de Las Cruces, Nuevo México. Se trataba de doña María Arciniegas pidiéndoles informes de Avelino. Quería saber si estaba Avelino estaba con bien. En la misiva les informó que tenía salud y que tenía un hijo llamado Victorio, de 14 años de edad y que era muy valiente. Don Telésforo le contestó que Avelino estaba con ellos y puso a su disposición la parte de herencia de su hermano Pedro. Doña María contestó la carta. Se sintió contenta por saber el paradero de Avelino, pero no aceptó la herencia que se le ofrecía. Le mandaron una carta que ya no contestó, ni se supo más de ella.

Después de la guerra y la ocupación que hicieron en México, el gobierno de los Estados Unidos hizo una guerra sin cuartel tanto a los comanches, apaches, lipanes y mescaleros que estaban diseminados entre Nuevo México, Arizona y Texas. Por lo que surgieron muchos caudillos, entre los cuales se hallaba el indio Victorio, supuestamente hijo de María Arciniegas y de un guerrero que llegó a ser el jefe de la nación apache que hacía sus incursiones por esos dilatados territorios. El jefe Victorio, a pesar de ser hijo de una mujer blanca que fue raptado por los indios, sentía un particular odio por todos los hombres blancos.

Victorio fue uno de los principales líderes que pusieron en jaque a las autoridades mexicanas como de los Estados Unidos, tan famoso como Ju, Gerónimo y Alzate. Lo describen valiente, cruel y sanguinario. Tenía su pueblo o cuartel general en Tres Castillos, en el actual Coyame del Sotol en el estado de Chihuahua y allí fue exterminado en 1880 por fuerzas federales y del Estado comandadas por don Joaquín Terrazas.

Don Avelino murió en Monclova en 1915 de 85 años. Conservó para siempre el color de piel cobriza que adquirió por vivir en los montes y desiertos, pero sus ojos eran de un azul intenso. Tenía toda su dentadura perfecta y la gente que lo conoció, quedaban asombrados al ver que podía trozar un mecate de ixtle de 4 hilos con tan solo dos mordidas. Nunca pudo hablar bien el español. Por cierto, llegó en un caballo semental. Al coronel Ildefonso Fuentes le regalaron el caballo semental de un jefe francés que murió en la batalla de Santa Isabel el 9 de marzo de 1866. Platicaban los viejos de ese tiempo que todas las crías que había dejado el caballo del indio, eran mejores que las había del caballo francés del coronel Ildefonso Fuentes.

Siempre le preguntaron a Avelino Fuentes: ¿a quién se parece Victorio? Y contestaba: A mí. ¿Cómo tiene o de qué color son los ojos de Victorio?, y decía como los míos. En la familia Fuentes, persistió siempre la duda de si Victorio fue hijo de Pedro Fuentes, o del indio que tomó como esposa a doña María Arciniegas.

El gran jefe apache Alzate

Hubo un caso similar pero allá en Múzquiz, Coahuila. A principios de siglo XIX, unos apaches entraron al antiguo Presidio de Nuestra Señora de Santa Rosa María del Sacramento. Ahí se llevaron a un niño de nombre Miguel Múzquiz González, nacido en esa población en el año de 1800. Fue adaptado por la tribu y se casó con una joven apache, procreando a un varón al que llamó Pedro, (según un acta de bautizo encontrada por Raúl Ricardo Palmerín, en realidad se llamaba Leonardo) quien al crecer alcanzó notoriedad por su hombría, intrepidez y astucia para la guerra.  Lo refieren como alto, delgado, musculoso y de nariz ligeramente aguileña con ojos de águila.

Lo atraparon cerca del Presidio del Paso del Norte. Le preguntaron su nombre y dijo llamarse Alzate. Los soldados presidiales pensaron que el nombre tenía que ver con un capitán llamado Francisco Arzate. Los desiertos de Chihuahua como de Coahuila supieron del valor de su bravura y continuamente atacaba por el suroeste de Texas, de tal manera que por el rumbo del Big Bend, haya sitios que aún lo recuerdan como el Charco de Alzate, el arroyo de Alzate, la Formación de Alzate, la Cara de Alzate, la Cueva de Alzate y las Luces del Espíritu Santo de Alzate.

En la Navidad de 1849 los apaches mezcaleros llegaron hasta Santa Rosa María del Sacramento. La población estuvo a punto de ser arrasada, de no ser por Marín Ortiz, un joven de Lampazos al cual secuestraron siendo un niño y pusieron por nombre Zesnacané. Tuvo la habilidad para escaparse de la tribu para darles aviso a los pobladores de los planes que tenían los hombres de Alzate.  Dicen que robaban la caballada y objetos de valor, se hacían de cautivos que dejaban en el presidio de San Carlos en el actual Manuel Benavides, Chihuahua. Ahí los vecinos regresaban a las personas que habían atrapado en sus correrías. Los apaches avanzaban con rumbo a Jiménez, Camargo y otras poblaciones fronterizas de Chihuahua, que a Cuatro Ciénegas, Múzquiz, Monclova y Sierra Mojada.

En 1878 el general Porfirio Díaz ordenó la captura de Alzate. Se organizó una fuerza considerable que finalmente lo atrapó y llevaron a Santa Rosa. Entre los guerreros estaba su padre Miguel Múzquiz.  Ya viejo y ciego pidió hablar con un hermano de nombre Manuel. Cuando éste llegó, lo vio y recordó que una vez se habían llevado a un hermano suyo. Para cerciorarse le pidió que se quitara un mocasín. Los Múzquiz padecían un problema genético, algunos nacían con seis dedos en el pie derecho. Miguel le dijo que tenía seis dedos pero que se quitó uno porque no caminaba bien por el desierto y los montes.


Manuel logró que Miguel se quedara con ellos, no así su sobrino mejor conocido como Alzate  que fue llevado con los suyos hasta la prisión de la Acordada en la Ciudad de México. Como el general Miguel Blanco y Múzquiz era un militar muy cercano al presidente, le pidieron ayuda para el buen trato de su familiar. Cuentan que una noche llegó una carreta a la que se subieron todos los guerreros. Ya fuera de la Ciudad de México huyeron con rumbo al norte en donde se dedicaron a robar y a cometer albazos entre los ranchos y pueblos. Para atraparlos otra vez, el jefe militar de San Carlos les hizo creer que había un acuerdo de paz con ellos. Alzate le creyó y se congregó con la gente que le seguía. Comieron abundante barbacoa y los emborracharon con vino mezcal. Cuando todos dormían cayeron sobre ellos y los mataron.

Cuando llegaron a Múzquiz, Alzate traía un niño que fue bautizado el 6 de abril de 1880 con el nombre de Nicacio, con apenas dos años, hijo de Leonardo Múzquiz Alzate.  Fue rescatado el 14 de diciembre de 1878, aprisionado en San Carlos Municipalidad de Ojinaga. Lo adoptó Rómulo Galán por el mismo Alzate; fueron sus padrinos Jesús Galán Castillón y María Gertrudis.

El gran guerrero Alzate, fue jefe de los apaches mescaleros. Cuenta don Alfonso Reyes, que los apaches son verdaderos hijos del desierto, mal remolcados por la historia, a quienes hace falta conocer, pero sobre todo reivindicar. Estoy de acuerdo. 

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico