Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor y promotor cultural
El municipio de Monterrey, llamado originalmente
Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, está en la región centro
occidental del estado de Nuevo León. Limita al norte con General Escobedo,
García y San Nicolás de los Garza; al oriente con Guadalupe y Juárez, al sur
con Santiago y Santa Catarina y al poniente con San Pedro Garza García y Santa
Catarina. De aquellas 25 leguas que tenía a la redonda, es decir, 60 kilómetros
que llegaban al sur hasta el río Ramos en Allende, al norte hasta la cuesta de
Mamulique en Salinas Victoria, hasta la estación San Juan en Cadereyta Jiménez
al este y al oeste hasta la cuesta de los Muertos en García; ahora tiene una
extensión territorial de 320 kilómetros cuadrados y la cabecera municipal está
a 538 metros sobre el nivel del mar.
Regularmente se refieren a Monterrey como la ciudad
de las montañas, porque está situada en un valle delimitado por cordilleras y
montañas pertenecientes a la Sierra Madre. Por ejemplo al norte está
el cerro del Topo, al poniente la sierra
de las Mitras y el cerro del Obispado, al oriente el Cerro de la Silla y al sur
la Sierra Madre Oriental. De poniente a oriente se levanta la Loma Larga y por
supuesto en el paisaje sobresale la figura aunque imperfecta de una silla de
montar, el cerro de la Silla, que no es un cerro y solo una porción corresponde
a la jurisdicción territorial de Monterrey.
El fundador de la ciudad es don Diego de Montemayor,
probablemente originario de Málaga, España, nacido alrededor de 1530. Hijo de
Juan Montemayor y de Mayor Hernández. Propiamente fue el segundo gobernador del
Nuevo Reino de León y participó en las otras dos fundaciones; la primera
atribuida a Alberto del Canto en 1577 y la segunda a don Luis Carvajal y de la
Cueva en 1583. Santa Lucía con del Canto y San Luis Rey de Francia con
Carvajal, cuyo primer alcalde mayor fue don Gaspar Castaño de Sosa. Ambas
poblaciones no prosperaron, debido a la belicosidad de los naturales que
habitaban la región, porque San Luis y el Nuevo Reino de León se asentaban en
jurisdicción de la Nueva Vizcaya y además, acusaron a Carvajal de practicar la
ley de Moisés. Por ello fue encarcelado y todo el reino quedó despoblado.
Junto con doce pobladores estableció la Ciudad
Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey el 20 de septiembre de 1596, en
honor a la virgen María y a don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde Monterrey y
entonces virrey de la Nueva España. Los nombres de los pobladores deben
preservarse: Diego Díaz de Berlanga casado con Mariana Díaz, se quedó con la
estancia de San Nicolás, Diego de Montemayor el mozo, casado con Elvira de
Rentería, Diego Rodríguez casado con Sebastiana de Treviño, Juan López con su
esposa Magdalena de Avila, Martín de Solís con Francisca de Avila, Diego de
Maldonado con Antonia de la Paz, Juan Pérez de los Ríos con Agustina de
Charles, Alonso de Barreda y Pedro Iñigo, Cristóbal Pérez, Domingo Manuel y
Lucas García con mi tatarabuela Juliana de Quintanilla.
Aunque Monterrey lleva 420 años de formada, casi no
quedan vestigios o construcciones que nos hablen del pasado correspondiente a
los siglo XVII y XVIII. En 1612 llovió tanto que el justicia mayor, Diego
Rodríguez, dispuso el traslado de la sede de la primitiva ciudad en donde
actualmente permanece la plaza de armas, la catedral y el palacio municipal.
Las casas reales, estaban al norte del Ojo de Agua, más o menos situadas entre
5 y 15 de Mayo y en medio de Zaragoza y Escobedo. Según testimonios de la
época, la ciudad que más bien (quiero suponer) parecía un campamento quedó
completamente destruida.
Como ave fénix, la ciudad volvió a levantarse. En
1653 el entonces gobernador don Martín de Zavala, dispuso la destrucción de las
antiguas casas reales para construir un edificio con “lustre y ornato de esta dicha ciudad”. La obra fue entregada el 27
de febrero de 1665 y estuvo al servicio del pueblo apenas casi de un siglo,
pues de nueva cuenta llovió tanto en 1752 que dañó la mayoría de las
edificaciones importantes de la ciudad. A estas torrenciales lluvias
corresponde la maravillosa y aleccionadora leyenda de la imagen de la Purísima,
conocida también como la Virgen Chiquita.
Como se advierte, lamentablemente nuestra ciudad
capital no cuenta con vestigios arquitectónicos que nos hablen de su pasado.
Como testigos de los tiempos, sobresalen el antiguo hospital de Nuestra Señora
del Rosario, que previamente había sido la residencia del gobernador Pedro
Barrio Junco y Espirella, las partes más antiguas de la catedral y del anterior
palacio municipal, además del palacio episcopal de nuestra Señora de Guadalupe
en el Obispado. La joya colonial más representativa del virreinato, el templo
franciscano de San Andrés, estuvo situado casi tres siglos en la confluencia de
las actuales calles de Zaragoza y Ocampo y fue destruido en 1914 por tropas
carrancistas que controlaron la ciudad y la región en ese periodo.
El 29 de septiembre de 1667, el gobernador don
Nicolás de Azcárraga solicitó a la corona española la concesión de un escudo de
armas para Monterrey. La Real Audiencia de la Ciudad de México solicitó
informes el 29 de mayo de 1670, luego los remitió el 13 de julio de 1671 y de
acuerdo con la reina Mariana de Austria, quien gobernaba a nombre de su hijo
Carlos II, expidió la real cédula
fechada en Madrid el 9 de mayo de 1672, facultando al gobernador para aprobar
el escudo que la ciudad eligiera.
En el marco oval quedó una escena en donde sobresale
un indio en medio de dos árboles, flechando al sol que se asoma por entre el
cerro de la Silla. A los lados, dos indios en actitud altiva y orgullosa lo
sostienen. Atrás de ellos seis banderas y a sus pies dos cañones, dos tambores
y unas balas como trofeos militares. En la parte inferior una banda en gules
con el nombre: Ciudad de Monterrey y encima del oval, una corona condal que nos
recuerda a don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, Conde de Monterrey.
Don Diego de Montemayor entregó haciendas a sus
pobladores. Estas se convirtieran en valles en el siglo XVIII y en villas en el
siglo XIX. A partir de la segunda mitad del siglo XX se unieron a Monterrey en
una zona metropolitana. Así se cumplió el sueño de los pobladores, de ser una
ciudad metropolitana. Monterrey fue fundada en tierra de “guerra viva”, en constante zozobra por los ataques de los indios; de
tiempos de pobreza. A veces Diego de Montemayor se alimentó de raíces que
crecían en los arroyos. De todas ellas, nuestros ancestros se levantaron. Con
trabajo, ahorro, sacrifico y esfuerzo. Una ciudad maravillosa para vivir y
crecer. Un dato: el gentilicio de sus habitantes es regiomontano, no “regio”
que suena despectivo. Hasta el gran Alfonso Reyes se refirió al regiomontano
como un héroe en mangas de camisa. O cuando sentenció: “El regiomontano cuando
no es un hombre de saber, es un hombre de sabiduría. ¡Qué viva Monterrey, tierra querida, es el cerro de la Silla tu
estandarte y tu perfil! A sus habitantes, felicidades por vivir en esa
ciudad tan entrañable que veo todos los días y la quiero como si fuera la mía,
la Puerta de Monterrey.
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ResponderBorrarHermosa reseña Antonio Guerrero, gracias por compartirla. Aunque dela ciudad de México, celebro al igual que usted su 420 aniversario , ya que ahi nacio mi abuelo y gran parte de mis raices son regiomontanas.. VIVA Monterrey por siempre. AIDA GOMAR CHAVARRIA
ResponderBorrarHermosa reseña Antonio Guerrero, gracias por compartirla. Aunque dela ciudad de México, celebro al igual que usted su 420 aniversario , ya que ahi nacio mi abuelo y gran parte de mis raices son regiomontanas.. VIVA Monterrey por siempre. AIDA GOMAR CHAVARRIA
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