Antonio Guerrero Aguilar/
Dicen que los malos deseos son como las
llamadas a misa, solo las atiende quien quiere. Pero debemos aprender a
escucharlas pues representan a los signos de los tiempos.
Decían que las mejores campanas se hacían
en la región de Campania al sur de Italia. Por eso les llamaron así. El tañer
de las mismas tiene un rico lenguaje. Con ellas se lloraba a los muertos,
disipaba a los relámpagos, anunciaba el día del Señor, animaba al perezoso,
dispersaba los vientos y apaciguaban a los sanguinarios. Señalaban las horas y
también anunciaban episodios y revueltas. Era recordatorio para la reunión del
pueblo entero y hay de aquel que no acudiera a su llamado. Durante mucho tiempo
las campanas suplieron al radio de nuestros tiempos.
Como la voz humana no se podía escuchar
en todos lados, a través de los campanarios se pregonaba los días cívicos y
fiestas de guardar. Daban la hora, pedían ayuda para apagar a un incendio,
avisaban cuando se acercaba un enemigo, llamaban a los hombres a las armas y
los citaban al trabajo; los enviaban a recogerse en sus casas y recordaban
cuando debían acostarse. ¿Por quién doblan las campanas? Doblaban por que daban la vuelta. Por y con
tristeza por la muerte de un ser querido en la comunidad. Pero también
expresaban la alegría pública. Y teníamos unas campanas que se oían en la
sierra y en todo el valle de Santa Catarina. Algunos recuerdan su mensaje hasta
Rinconada.
Una campana es la voz
de Dios. Cuando suenan es el Padre eterno quien invoca y la asamblea convoca
como parte de su pueblo. Desde el medioevo se relacionan con la Iglesia y sus
templos. Los campanarios son torres que indican al cielo y a la divinidad. Pero
también los hombres se llaman entre sí. Cuando se tocaban, dividían los tiempos
de la comunidad: para levantarse, comer, dormir y trabajar. Cada vez que había un
problema en la comunidad, un responsable hacía tañer las campanas para que
todos en solidaridad apoyaran a quien lo necesitara. Antes de campanario había
la espadaña, como construcción regularmente triangular que nos recuerda a la
Santísima Trinidad y en la cual había unos huecos para los instrumentos, como
por ejemplo, la que tienen en el templo
de San Carlos en Vallecillo.
Cuando la situación
económica cambiaba se hacían los campanarios, pero no los terminaban pues
decían éstos deben acabarse con el fin de los tiempos. Por eso vemos en las
fotos y grabados las torres mochas. Aquí en Santa Catarina teníamos la campana
mayor dedicada a María Santísima. Dicen que su calidad del metal era tan buena
que fácilmente se oía en el valle como adentro del cañón. De tanto tañerla la
campana se abrió y hubo necesidad de repararla. Vinieron para bajarla, se la
llevaron pero ya no sonó igual. Se hizo gracias al apoyo de la familia González
Steel y de los Audifred en la década de 1960. Siempre se dijo que tenía una
aleación especial con plata y oro. Otra la vez la campana se dañó y volvieron a
repararla en 1987. Y tampoco sonó igual. Y hace poco les dio por limpiarlas y
perdieron más su sonido característico.
En 1872 los vecinos de
Santa Catarina compraron un reloj para colocarlo en algún lugar visible. Para
ello mandaron construir un campanario. Llegaron contribuciones de distintos
lugares y hasta se organizó una corrida de toros. La torre seguía en
construcción y una vez concluida, Marcelino Tamez instaló la maquinaria para el
reloj el 22 de julio de 1879. El campanario consta de dos cuerpos: la base
hecha con piedra azul de la sierra Madre de Santa Catarina y el segundo con
sillares. Se compraron campanas y unas vigas para sostenerlas. Toda la obra
costó 680 pesos y fue inaugurada en 1881. Un informe de 1912 nos dice que la
torre del campanario es de cal y canto y de orden toscano; con una altura
aproximada de 16 metros. El párroco continúa
con la descripción: “tiene un reloj
público, con cuatro campanas, una grande, dos chicas, una mediana y dos
esquilas medianas. La cúpula del campanario tiene una forma piramidal algo
abombada que remata en su cúspide con una cruz”. La escalera de madera en
forma de caracol fue concluida el 25 de julio de 1902 por Reginaldo Castañeda.
El reloj debió cambiarse en 1937, 1955 y 1964. Quienes daban mantenimiento para
su funcionamiento fueron R. López, José Luis Urdiales y Roberto Páez. El padre
Antonio Portillo le dio mantenimiento y funcionó durante la década de 1990.
Por
cierto, quien mantenía los relojes tanto del palacio como del templo era la
misma persona y una ocasión vieron que se llevaba las piezas para ponerlas en
el reloj del palacio. Ahora ninguno de los dos relojes públicos funciona, lo
cual es muy lamentable. Durante la década de 1910 se hacía una llamada a las 8
de la noche para que todos se guardaran a sus casas y a las 10 para que se
fueran a dormir. Por costumbre, se llama tres veces a misa antes de que
comience. Para un difunto se hacía el doble: uno y dos tañidos lastimeros. Ya
no lo hacen. Ahora el campanero llama a
las 12 del medio día para rezar el Ángelus.
Tenemos uno de los
campanarios más altos. Un distintivo en el paisaje de La Fama, es una torre
campanario de 40 metros perteneciente a la parroquia de San Vicente de Paúl.
Construida en la década de 1960 por los mismos constructores que levantaron el
campanario de la basílica de nuestra Señora del Roble en Monterrey. A veces
estaban en La Fama y luego acudían al Roble a proseguir con las obras. Y algo
tenían de razón, pues los diseños arquitectónicos de los templos del Roble, San
Vicente de Paul y la Medalla Milagrosa pertenecen a Lisandro Peña (1910-1986) a
quien también debemos los cines teatros Elizondo y Florida ya desaparecidos. Al
arquitecto le gustaba recubrir los muros con la llamada “piedra de Vallecillo”. La estructura del templo del Roble, realizada en la década
de 1950 consta de tres elementos principales: el pórtico, las tres naves que
forman el cuerpo y el campanario reloj con 75 metros de altura; la cual es
similar a la del templo de San Vicente de Paul en la Fama.
La primera renacentista y la de la Fama
apegada al estilo románico. Las torres campanarios de El Roble y San Vicente
nos recuerdan a las torres gentilicias de origen medieval de Bolonia, Italia
llamadas Garasenda y Asinelli. Los
motivos por los que se levantaron tantas torres en Bolonia no están claros. Se
tiende a pensar que las familias más ricas de la ciudad, en una época marcada
por las luchas entre las facciones adeptas al papado y al imperio, las
utilizaron como un instrumento de ataque y defensa, y sobre todo, como símbolo
de poder. Hoy los campanarios son símbolos de dos templos y de un barrio y de
un pueblo: el Roble y La Fama.
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