Antonio Guerrero Aguilar/
El desarrollo regional del noreste mexicano a lo largo
del siglo XIX, depende en buena medida por el impulso económico y la influencia
política de personajes como Evaristo Madero, Santiago Vidaurri, Genaro Garza
García y Bernardo Reyes. Este último llegó a a Monterrey para orquestar las
políticas de pacificación y control de Porfirio
Díaz. Por ser el máximo representante del orden y progreso porfiriano, se le
conoce como el Procónsul de la Frontera.
Bernardo Reyes nació en Guadalajara, Jalisco el 20 de
agosto de 1850. Hijo del coronel Domingo Reyes y de Juana Ogazón. Contaba con
16 años, cuando entró a servir como alférez del cuerpo de Guías de Jalisco. En su
cartera militar, sobresale su participación en el Sitio de Querétaro donde fue
testigo de la rendición de la plaza; también concurrió a campañas militares en los
estados de Zacatecas, Sinaloa, Tamaulipas y San Luis Potosí, combatiendo a los
rebeldes que secundaban al Plan de Tuxtepec. A la caída de Lerdo de Tejada se
adhirió al régimen de don Porfirio, quien lo ascendió a coronel en 1877,
sirviendo como jefe militar en Sinaloa, Sonora y Baja California. En esa
carrera repleta de acciones bélicas, sobresale su matrimonio en 1874 con
Aurelia Ochoa.
Durante la presidencia de Manuel González entre 1880 y
1884, el general Porfirio Díaz lo destinó como responsable militar en Nuevo
León, para controlar las rivalidades de dos grupos que reñían por el poder: por
un lado Jerónimo Treviño, Francisco Naranjo y Genaro Garza García y del otro Lázaro
Garza Ayala. Una vez que el régimen se deshizo de Garza García, Reyes fue
nombrado gobernador de Nuevo León el 12 de diciembre de 1885 teniendo la
ratificación del Senado de la República.
Nuevo León consolidó su crecimiento con la mano de
Reyes, iniciado con Vidaurri, y continuado con Garza García. Por ejemplo, se
hicieron obras considerables, saneó las finanzas públicas, organizó una junta
de mejoras e inició la construcción de una nueva penitenciaría. Sofocó el
bandolerismo, reconstruyó el mercado Colón, reabrió la escuela normal, impulsó
el Colegio Civil y promovió el establecimiento de industrias con las cuales
arrancó el segundo proceso de
industrialización regional. El 4 de octubre de 1887 entregó la gubernatura a
Lázaro Garza Ayala, quedando como responsable militar en la región.
En 1889 quedó otra vez como gobernador constitucional
de Nuevo León. Favoreció la exención de impuestos para la apertura de nuevas
empresas y otorgó concesiones para la inversión extranjera. Las obras de
infraestructura y de promoción social se sucedían una tras otra. Para alabar al
régimen de don Porfirio, abrió dos avenidas; la Unión y Progreso, en donde por
cierto, levantaron un monumento alusivo al centenario de la independencia en el
cruce de ambas. Cosas de la vida, ahora esas avenidas se llaman Madero y Pino
Suárez. Como fiel soldado de la República y del presidente, persiguió a los
antagonistas del porfiriato que desde los Estados Unidos trataban de
desestabilizar al régimen. Para ello, Nuevo León necesitaba tener frontera con
Texas; lo cual logró en 1892 mediante una permuta de terrenos con Coahuila,
quien cedió el rancho llamado La Pita
para establecer la Congregación de Colombia. Nuevo León con esa porción
fronteriza de tan solo 14 kilómetros de ancho y 16 de largo, podía reclamar ante
los Estados Unidos, la extradición de los mexicanos que tanto atacaban al
presidente. Plenamente convencido de la labor realizada, cuando Díaz visitó a
Monterrey en diciembre de 1898 sentenció: así
se gobierna, así se corresponde al mandato del pueblo.
Para la prensa de la época, esto era un franco
espaldarazo a las pretensiones políticas de Reyes, situándolo en el primer
círculo de poder en México. A la muerte de Felipe Berriozábal, Reyes quedó como
ministro de Guerra el 24 de enero de 1900, entregando el gobierno de Nuevo León
a Pedro Benítez Leal. Reyes regresó a Nuevo León a fines de 1901. Por su
influencia regional y la presencia en el gabinete de Díaz, pronto se le
mencionó como uno de los posibles sucesores. Entonces se formaron dos grupos
políticos que se disputaban el poder: el de los científicos con José Yves Limantour, ministro de Hacienda y los reyistas a favor del militar. El gobernante
se hizo de simpatizantes como de adversarios. Por ejemplo, el 2 de abril de
1903 se usó la fuerza pública para disolver una manifestación de apoyo a favor
de Francisco Reyes a la gubernatura de Nuevo León. Esta revuelta para muchos
representa el principio del ocaso político. El Héroe del 2 de Abril se hizo
en represor, exactamente un día similar de cuando alcanzó la gloria como
militar, el 2 de abril de 1867.
La segunda etapa en el poder ejecutivo de Nuevo León,
comprende de 1903 a 1909. Siempre apoyado por sus seguidores, quienes veían en
él, al candidato idóneo a la vicepresidencia. Mientras sus enemigos hacían todo
lo posible por verlo caer. Las obras continuaron: trajo canteros y albañiles
potosinos para la construcción del nuevo palacio de gobierno. En cambio a su
esposa le mandaron hacer el templo de San Luis Gonzaga. Pero nunca se
acostumbró a los calorones que hacen en estos lares. Para evitarlos, acudía a una
finca de descanso en el Cerro del Mirador o se trasladaba a Galeana.
Precisamente en septiembre de 1909, estaba de vacaciones en aquel municipio cuando
ocurrió la terrible inundación.
Reyes se hizo presente para guiar los trabajos de
apoyo y reconstrucción, pero le acusaron que permitió el traslado de armas y
municiones con los que pretendían levantarse contra don Porfirio. Además, su
reacción tardía ante los desbordamientos de los ríos y los arroyos, provocaron
que el 24 de octubre de 1909, entregara la gubernatura a Leobardo Chapa. Al
iniciar la revolución maderista huyó del país, para regresar en abril de 1911. Dos
meses después tuvo una entrevista con Madero quien le ofreció el ministerio de
Guerra, pero los principales colaboradores se negaron a tenerlo en el gabinete.
Y es que Reyes nunca vio con buenos ojos a los Madero y en especial a don
Francisco, a quien siempre consideró como chaparro,
feo y pelón. De nueva cuenta la rivalidad entre Reyes y Madero se hizo
evidente, obligándolo a salir del país rumbo a Estados Unidos en donde conspiró
contra el Apóstol de la Democracia. Regresó a Nuevo León pensando que había
seguidores a su causa. Al ver la nula respuesta, se entregó en Linares el 25 de
diciembre de 1911. Fue conducido a la ciudad de México en donde fue recluido en
la prisión de Tlatelolco.
Allá tuvo contacto con los enemigos naturales de Madero.
Con su hijo Rodolfo, se sumó a la rebelión orquestada por Manuel Mondragón y
Félix Díaz quienes lo dejaron en libertad. Esperando la liberación de Díaz,
Reyes atacó la plaza defendida por Lauro Villar. En la mañana del 9 de febrero
de 1913, el procónsul fue abatido frente a la puerta mariana del palacio
nacional. Cayó mortalmente herido por una ráfaga de metralla. Su hijo Alfonso
Reyes fue testigo del martirio que sufrió su padre: Cuando vi caer aquel Atlas, creí que se derrumbaría el mundo. Hay desde
entonces una ruina en mi corazón. Aquí morí yo y volví a nacer y el que quiera
saber quien soy que le pregunte a los Hados de febrero. Todo lo que salga de
mí, en bien o mal, será imputable a ese amargo día. Apenas dos años antes,
Alfonso se había casado y unos meses después de los días aciagos, salió de
México en misión diplomática.
El considerado Regiomontano Universal nunca olvidó
esos días adversos de 1913, en especial el día en que vio morir a su padre, a
quien llamó el poeta de a caballo. Pasado
el tiempo le ofrecieron conocer a quien mató a su padre y no aceptó. La
historia de Vidaurri se repitió con Reyes. Garza García ya había muerto en su
solar poniente en 1904. Nuevo León y Monterrey, especialmente el Alfonso de
Monterrey quedaron en luto. Poco antes de morir, Alfonso Reyes escribió un
poema titulado Cerro de la Silla. Ahí
se refiere a la colosal y emblemática montaña como otro atlas: Atlas soy de
nueva hechura, aunque de talla menor, y a lomos del alma cargo, otro fardo de
valor.
Reyes vio y comparó a Monterrey y a nuestra
emblemática montaña como el general Bernardo Reyes. Hoy sus restos permanecen
casi en el olvido en la Explanada de los Héroes, frente al palacio que mandó
construir. Para honrar a su memoria, urge construir una rotonda de los
nuevoleoneses ilustres y sacar los restos de nuestros héroes ubicados en la
explanada.
Excelente artículo. Bravo!!!!
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