domingo, 27 de septiembre de 2015

La consumación de la Independencia

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de la Ciudad de Santa Catarina

La invasión napoleónica a España en 1808, fue el antecedente directo de los primeros movimientos emancipadores en la América española. Y otro acontecimiento será decisivo en los movimientos de Independencia: el primero de enero de 1820, los jefes liberales de un batallón español acantonado en Cádiz, destinado a prestar sus servicios en América, iniciaron una rebelión que rápidamente se propagó a otros militares. Reinstalaron la Constitución de Cádiz y con ella suprimieron  al tribunal de la Inquisición y limitaron el fuero eclesiástico, se redujeron a la mitad los diezmos, las órdenes monásticas fueron abolidas y se tomaron medidas para evitar que la Iglesia siguiera acaparando bienes raíces. También se decretó la libertad de prensa. Dichas medidas debían aplicarse también en la Nueva España. Por ello, las clases dominantes se opusieron. La Iglesia no quería perder el control económico y espiritual y los altos funcionarios, de que fueran regresados a España en donde serían castigados por las Cortes de Cádiz por apoyar a Fernando VII.


Algunos jefes insurgentes habían pedido el indulto y con el pretexto de que asistían a unos ejercicios espirituales en el antiguo templo de la Profesa; ahí se reunieron varios clérigos, altos funcionarios y militares y los más influyentes comerciantes de la ciudad de México. Planearon un proyecto de independencia basado en la premisa de que el rey Fernando VII estaba privado de su libertad a la hora de jurar la constitución, por lo cual carecía de validez. Mientras el virrey Apodaca ejercería el gobierno de la colonia sujetándose a las leyes absolutistas. Hasta pensaron que Fernando VII trasladaría su corte a la Nueva España, tal y como lo hicieron los reyes portugueses cuando se trasladaron a Brasil.

Estas intenciones dividieron a los criollos de la Nueva España, ya que el viaje y la estancia de la corte de Fernando VII sería muy costosa. Además llegarían muchos gachupines a acaparar los principales puestos, regresaría el monopolio comercial y terminaría el incipiente libre comercio.    Debían actuar con cautela pues un choque entre españoles y criollos, haría que la chusma de las etnias tomara el control y eso sería inadmisible. Lo mejor era trazar un proyecto que integrara el bienestar de todos los habitantes. Los conspiradores de la Profesa gestionaron ante el virrey que nombrara el Iturbide como comandante del ejército del sur con sede en Teloloapan, actual estado de Guerrero, territorio controlado por 2,500 pintos al mando de Guerrero. Iturbide debía lograr la pacificación de uno de los últimos reductos insurgentes.


Para noviembre de 1820 estaba en Teloloapan. Fue cuando Iturbide siguió un proyecto alterno. Ya no quería ser instrumento de los altos funcionarios españoles, por lo que ideó un plan que beneficiara a todos los actores socioeconómicos de la Nueva España: respeto a los fueros, privilegios y propiedades de la Iglesia,  a las propiedades y cargos públicos de los españoles, reducción de impuestos a los indios y a las castas y la igualdad jurídica de los mismos con respecto a los españoles. La oferta se sintetizaba en “Tres Garantías”: Religión, Unión e Independencia. Agradecían a España por su tutela de tres siglos y se declaraba la independencia por haber alcanzado la mayoría de edad. Se crearía un imperio mexicano independiente, no absolutista, acotado por los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

El trono sería ofrecido en primer término a Fernando VII o algún miembro de la familia de los Borbones o de otra familia europea católica. El plan se discutió entre los principales jefes y oficiales del ejército, clérigos y abogados de confianza. Para hacerse de dinero, confiscó un cargamento de plata valuado en medio millón de pesos y con ello, el 24 de febrero de 1820, reunió en Iguala a sus 2,500 hombres y les dio a conocer el documento, que todos aprobaron con aclamaciones. El ejército se llamó “Trigarante” y un sastre de la localidad, confeccionó una bandera con tres colores: blanco, verde y rojo. Luego Iturbide convenció a Guerrero para aceptar las garantías, le confirió el grado de coronel y le ordenó que tomara a Acapulco. Pronto el movimiento alcanzó simpatías en Guanajuato, Michoacán y la capital novohispana. Muchos religiosos y monjas apoyaron al movimiento, diciendo que las tres garantías eran una especie de guerra santa contra el liberalismo imperante proveniente de las trece colonias de los Estados Unidos y de Francia. Para el verano de 1821, todo el territorio se hallaba amparado bajo el plan de las tres garantías. Hasta unas religiosas cocinaron una comida alusiva a las tres garantías: los chiles en nogada.  


Como los gachupines pensaban que el virrey era incapaz de detener a Iturbide, convencieron a los militares que guarnecían la capital de que lo depusieran. Mientras en Madrid designaban a Juan de O´donojú como el nuevo virrey. Tenía la orden de ganarse el respeto de la población y de hacerla sentir que la mejor opción era la de seguir bajo el dominio español. Pero al llegar a Veracruz en agosto de 1821, supo que casi todo el país estaba de lado de Iturbide. Tenía dos opciones: regresar a España o aceptar  la voluntad popular. Optó por ésta y a los pocos días se reunió en Córdoba donde pactó con Iturbide el reconocimiento al Plan de Iguala. O´donojú formaría parte de un equipo de transición para elegir a un monarca, cuidar los intereses de los españoles, gestionar la evacuación pacífica y la marcha hasta Veracruz de todas las fuerzas realistas.

El 27 de septiembre de 1821, quedó establecida la Independencia de México. Al día siguiente se publicó el acta de independencia. Convencidos de que el país era el más rico del mundo en recursos naturales, el más virtuoso y el más bello, tenía ganado un lugar en la historia universal. Todos consideraron a Iturbide como un héroe, el país se volcó en muestras de júbilo y regocijo popular. Una vez instalado en la ciudad de México, Iturbide designó a los integrantes de una junta de organismos gubernamentales que necesitaba el país para transitar a la independencia. Entre los 38 elegidos, figuraban lo más granado de la sociedad novohispana. No se invitó a ningún insurgente. Nombraron una regencia encabezada por Iturbide, mientras Fernando VII elegía al emperador. Por lo pronto Iturbide dispuso de un sueldo de 120,000 pesos, el doble de lo que ganaba el virrey, más un bono de un millón de pesos y 20 leguas cuadradas en Texas.

Con esto empezó el descontento: la minería estaba estancada, los puentes, caminos y ciudades en ruinas. La población pauperizada, hambrunas, cosechas insuficientes, la recaudación fiscal muy baja y el tesoro nacional contaba con un déficit de 4 millones de pesos. Pero continuó la vida dispendiosa de las clases privilegiadas, se respetaron los puestos y salarios de la burocracia. El país nació con una deuda de 45 millones de pesos, que dejaron los últimos virreyes. A la baja burocracia se le debían quincenas de sueldos, aumentó los sueldos a sus tropas, decretó ascensos en masa y se beneficiaron sus hombres, mientras que los insurgentes quedaron relegados. Solo Guerrero se benefició. Bravo vivía pobre en Cuernavaca y Guadalupe Victoria permanecía como rebelde en Veracruz.

Se decía que el espíritu público de la nación era la “empleomanía”. Iturbide se reservó la jefatura del Patronato Indiano hasta que se nombrara a un monarca, en cuanto al control y nombramiento de los prelados. La Iglesia lo tomó como una traición. El 5 de enero de 1822, la Capitanía General de Guatemala, la cual incluía toda Centro América se incorporó a México. Con ello México alcanzó los 5 millones de kilómetros cuadrados. Hasta en Cuba pedían que el águila azteca de la independencia llegara a la isla, lo que asustó a muchos agricultores, pues en México ya se había abolido la esclavitud.



El 24 de enero de 1822, apareció el Congreso Constituyente, integrado por criollos, intelectuales y clérigos regulares, todos fáciles de manipular. Se encargaron de organizar y calificar los primeros comicios. Pero en lugar de ratificar el Plan de Iguala y el Tratado de Córdoba, se constituyó en depositario de la soberanía popular. El Congreso se declaró substituto del Rey en lugar de elaborar una constitución de carácter republicano.

domingo, 20 de septiembre de 2015

El Batallón de San Patricio: los irlandeses que amaron a México

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de la Ciudad de Santa Catarina


El día 12 de septiembre se conmemora el sacrificio, pero también el valor y coraje de una unidad militar conocida como el “Batallón de San Patricio”, que luchó del lado de los mexicanos en contra de la invasión norteamericana entre 1846 y 1848. Se llamó de San Patricio porque estaba compuesta por irlandeses y otros extranjeros, quienes al ver la injusta invasión decidieron pasarse al bando mexicano. Por ser irlandeses tomaron el nombre del santo patrono de Irlanda, que nació en la isla en el 387 y murió ya anciano el 17 de marzo del 461. San Patricio fue hijo de un militar romano que a los 16 años fue raptado por piratas y que al escapar regresó a Irlanda para difundir el evangelio. A él se le relaciona con el verdor de la tierra irlandesa, con el trébol con el cual explicó el misterio de la Santísima Trinidad y por la leyenda que le atribuye la limpieza de serpientes en toda la isla.

Ciertamente, los del batallón fueron emigrantes que  llegaron a los Estados Unidos con la intención de pedir la ciudadanía norteamericana y de los privilegios que podían obtener con serlo. Para ello inscribieron a un buen número de irlandeses a los que supuestamente se les engañó al decirles que iban a pelear contra un país bárbaro e incivilizado. Al llegar a México, los irlandeses vieron los templos católicos, que sus habitantes se alimentaban con maíz, frijol y papas y eran sometidos por los norteamericanos al igual que ellos lo fueron por los ingleses.


Al sentirse parte de una guerra injusta, se pasaron al lado de los mexicanos. Decidieron participar en la defensa de los principales puntos y al grito de “Irlanda por siempre”, estuvieron luchando con valor en la batalla de Monterrey y de la Angostura en las inmediaciones de Saltillo. Algunos dicen que el batallón estaba compuesto por cerca de 800 irlandeses y los más conservadores sostienen que no pasaban de dos unidades de 300 soldados, en los que no solo había irlandeses, sino también alemanes y polacos de origen católico.

Participaron en la defensa de la hacienda de los Portales y en el puente y convento de Churubusco el 20 de agosto de 1847, donde el Batallón de San Patricio sufrió junto con los soldados mexicanos una de las peores derrotas a causa de que no tenían parque ni municiones para hacerles frente al ejército invasor. Dicen que cuando los mexicanos mostraron la bandera blanca, los del San Patricio ondearon con más fuerza su bandera, intentando motivar a los defensores pero sin éxito alguno.


Después de esas batallas, fueron encarcelados en el Castillo de Chapultepec y otros llevados a la cárcel de la Acordada. Algunos fueron ejecutados precisamente en la Plaza de San Jacinto que pertenece actualmente a la delegación Álvaro Obregón. Ahí está colocada una placa que hace honor a los nombres de 71 de ellos que fueron castigados, de los cuales 48 eran irlandeses y otros después recibieron su sentencia absolutoria el 2 de agosto de 1848 después de los Tratados de Guadalupe Hidalgo. A los irlandeses que se habían enrolado antes de la invasión fueron encarcelados y marcados en la cara con una D que significaba desertor, mientras que los que habían incorporado al batallón durante la invasión, fueron sacrificados.

Los que sobrevivieron, vagaban por los pueblos del centro y occidente del país: derrotados,  hambrientos y en estado deplorable. Corren rumores de que cuando llegaban a un rancho, su dueño los cuidaba y alimentaba a cambio de que embarazaran a alguna de sus hijas y le dieran un nieto rubio. Una vez que nacía el infante, los echaban y volvían a recorrer los lugares buscando alimento y también hospedaje temporal. Lo cierto es que muchos de los habitantes de los Altos de Jalisco se dicen ser descendientes de aquel Batallón de San Patricio y eso explica el por qué los nativos de esa región son güeros. Para algunos historiadores, ellos se fueron a vivir a las costas de Jalisco en donde establecieron el poblado de San Patricio. Ahí todavía llegan jóvenes irlandeses y norteamericanos con raíces irlandesas que participan en las tareas de desarrollo comunitario.

Cuando el denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZNL) entró a una marcha a la ciudad de México en marzo de 2001, un grupo de jóvenes marchaba con ellos portando la camiseta verde con la leyenda del “Batallón de San Patricio” y que aparentemente en la noche, elementos de la Secretaría de Gobernación fueron al campamento, los atraparon y los mandaron a Irlanda. Los jóvenes asustados, sin saber inglés y sin dinero debieron recurrir a la ayuda diplomática que les arregló su regreso.

Algo similar sucedió cuando el 1 de mayo del 2002, un grupo de 18 jóvenes procedentes de varios lugares de Jalisco, se sumó a una marcha que conmemoraba el día del Trabajo en Guadalajara. Ellos portaban camisetas verdes con la leyenda: “Batallón de San Patricio: Viva Irlanda” y se tapaban la cara con un paliacate rojo y en la mano derecha portaban un machete. Alguien le avisó al entonces titular de Gobernación Santiago Creel Miranda,  de que había un grupo que supuestamente pertenecía a una célula del Ejército Republicano Irlandés, por lo que mandó por ellos y los deportó a los Estados Unidos.  Esas leyendas urbanas, se debían presuntamente a que en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y en el movimiento de los campesinos de San Salvador Atenco, estaba financiado por la ERI, (Ejército Republicano Irlandés), Sendero Luminoso y por la organización separatista vasca ETA .



Esos irlandeses se hicieron mexicanos cuando entraron a nuestras fuerzas armadas y decidieron defender a México como buenos ciudadanos y patriotas mexicanos. Esos militares irlandeses fueron leales a su patria, a sus tradiciones y costumbres, a su historia y su religión. Pero también a México al que amaron hasta dar su vida por nosotros. Por ello, para ellos un sepulcro de gloria y un laurel de victoria en su honor.

domingo, 13 de septiembre de 2015

El Grito de Dolores

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de la Ciudad de Santa Catarina


Cada 15 de septiembre celebramos el Grito de Independencia, que dio el padre Hidalgo en el pueblo de Dolores y que con el transcurso del tiempo se convirtió propiamente en el día de la Patria. A decir verdad, éste ocurrió a las cinco de la mañana del día 16 de septiembre de 1810, en el pórtico de la Parroquia de Nuestra Señora de Dolores. Ahí el padre Miguel Hidalgo y Costilla congregó a cerca de 600 fieles y los instó a separarse del dominio español. Luego en el templo de Atotonilco, el padre Hidalgo tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe para convertirlo en la primera bandera de los insurgentes. Ya en San Miguel el Grande, (llamada de Allende a partir del 8 de marzo de 1826); los comandantes insurgentes reunidos en la casa de Domingo Allende, nombraron jefe supremo de la insurgencia a Miguel Hidalgo.

Los antecedentes del Grito de Independencia, tienen su origen en la ciudad de Querétaro cuando el intendente Juan Antonio Riaño y Bárcena solicitó la orden de aprehensión en contra de los conjurados que se reunían en la casa del corregidor Miguel de Domínguez, a donde acudían Ignacio Allende, los hermanos Aldama y el padre Hidalgo. Luego de una campaña militar repleta de luces y sombras, el movimiento de Hidalgo y Allende concluyó con la aprehensión de los insurgentes en Acatita de Baján, Coahuila, el 21 de marzo de 1811; no así el movimiento insurgente que encontró en el padre Morelos y en la llamada “Junta de Zitácuaro”, la continuación de los ideales por alcanzar la Independencia Nacional.

Precisamente uno de los primeros en celebrar la fecha de inicio de la guerra de Independencia, fue el general Ignacio López Rayón, quien dispuso en el pueblo de Huichapan que se hiciera al amanecer del 16 de septiembre de 1812, una descarga de artillería y vuelta general de esquilas y campanas de los templos en recuerdo del Grito de Dolores. También el padre Morelos pidió el 14 de septiembre de 1813, que se incluyera en la Constitución de Apatzingán, una celebración especial para que se conmemorara el 16 de septiembre como día en que se alzó la voz de Independencia. Los continuadores de la insurgencia consideraban ese día como el comienzo de la libertad de los mexicanos y por eso debía recordarse con júbilo los méritos de Hidalgo y de Allende al encabezar el primer movimiento independentista.


Una vez consumada la independencia, el Congreso Constituyente de 1822 declaró el día 16 como fiesta cívica. De igual forma, Agustín de Iturbide propuso como principales fechas el 24 de febrero, 2 de marzo, el 16 y el 27 se septiembre. Esta fecha como el día en que los defensores del Plan de Iguala entraron triunfalmente a la ciudad de México, con salvas de artillería y misa de acción de gracias en los templos. El 19 de julio de 1823 el padre Hidalgo fue declarado “Padre de la Patria” por el Soberano Congreso Mexicano. Era tanto el respeto que se tenía por nuestros héroes de Independencia, que el 16 de septiembre de 1823, se dispuso que los restos de los caudillos  Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez, Morelos, Matamoros, Mina y Moreno, fueron trasladados a la Villa de Guadalupe para luego ser depositados el día 17 en el Altar de los Reyes en la Catedral Metropolitana.

Fue hasta 1825 cuando se organizó la primera gran fiesta del 16 de septiembre, en dónde se convino que una junta vigilaría que las casas y las calles de la capital para que estuvieran iluminadas y los balcones y cortinas de los principales edificios estuvieran adornados con motivos alusivos al Plan de las Tres Garantías. Todo cambió a mediados del siglo XIX, cuando a la Junta Patriótica le dio por celebrar en el Teatro Nacional el “Día del Grito de Independencia”. En lugar de hacer una festividad popular en el zócalo, se convirtió en un acto elegante y exclusivo para las clases más privilegiadas, en donde citaban a la gente el día 15 a las 11 de la noche para escuchar el mensaje del presidente que leía el acta de Independencia de 1821. Se cree que se tenía la intención de festejar el natalicio de la esposa del presidente Antonio López de Santa Anna, doña Dolores Tosta Gómez. Tiempo después el general Porfirio Díaz dejó el Grito el día 15, porque aprovechaba la ocasión para festejar su cumpleaños. 

domingo, 6 de septiembre de 2015

Y murieron por la patria: los “Niños Héroes”

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de la Ciudad de Santa Catarina

El 13 de septiembre de 1847,  tuvo lugar el asalto al Castillo de Chapultepec por varias divisiones norteamericanas. El Castillo estaba defendido por 832 soldados del Batallón de San Blas y un grupo de Cadetes del Colegio Militar.  El general en jefe del heroico sitio era el general Nicolás Bravo, secundado por el general José Mariano Monterde, director del Colegio Militar. Los lamentables resultados son de sobra conocidos: la muerte de muchos cadetes, del coronel Santiago Xicoténcatl y de numerosos jefes y oficiales que ofrecieron sus vidas en defensa  de la Patria Mexicana. De los jóvenes sacrificados, la historia mexicana solamente reconoce y ensalza el valor de seis de ellos, que como jóvenes macabeos ofrendaron su vida a cambio de la Patria. Sus nombres son Juan de la Barrera, Juan Escutia, Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca, Vicente Suárez, y Francisco Márquez.

Un año antes, el gobierno de los Estados Unidos le había declarado  la guerra  a México, con el fin de obtener los territorios de Alta California y Nuevo México y de ampliar su extensión territorial hasta el océano Pacífico y así cumplir con el “Destino Manifiesto” de los fundadores de los Estados Unidos.  Como estrategia, el ejército estadounidense trazó un plan para apodarse de nuestra nación: por el norte avanzó un contingente a las órdenes del general Zacarías Taylor, para obtener las principales plazas de tierra adentro. Otro contingente militar bajo el mando del general Winfield Scott, desembarcó por Veracruz hasta llegar a la Ciudad de México, a la cual llegó en septiembre de 1847. Se dice que para lograr su empresa, leyó la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz de Castillo; para documentarse respecto a lo que Hernán Cortés había hecho en su tiempo para apoderarse del gran imperio Mexica. Inmediatamente se dedicó a capturar las principales plazas de los defensores, entre ellas la del Molino del  Rey y Churubusco en donde los mexicanos se defendieron como hombres al servicio de la patria.


Luego el ejército invasor atacó el Castillo de Chapultepec en donde se hallaba el Colegio Militar. Los jóvenes cadetes a cargo de Nicolás Bravo y del batallón de San Blas, dieron muestra de valentía al resistir la agresión,  peleando inclusive cuerpo a cuerpo. Lamentablemente los norteamericanos tomaron el castillo.  Es cuando Juan Escutia al ver la inevitable derrota tomó la bandera nacional y desde una de las torres del edificio, se lanzó para evitar que el lábaro patrio cayera en manos del enemigo. Al final de la guerra México fue derrotado y perdió la mitad de su entonces territorio, superficie similar a su tamaño actual, dos millones de kilómetros cuadrados, que incluyen a los actuales estados de California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Colorado y Utah.

Hasta aquí el evento con el que cada año recordamos la gesta heroica del Castillo de Chapultec. Sin duda alguna, una serie de sucesos que integran la llamada “Historia de Bronce”, patria u oficial como también se le conoce y se dice en tono de burla que se enseña en las escuelas mexicanas. Porque ciertamente, mucho se ha discutido acerca de la grandeza de estos seis jóvenes cadetes que defendieron su colegio, y sobre todo, a su Patria de la invasión norteamericana, pues no es posible que solo conmemoran a seis y se deja en olvido a otros hombres que murieron en el anonimato.

Aunque se insiste en llamarlos “Niños Héroes”, propiamente eran jóvenes cuya edad oscilaba entre los 14 y 20 años. Su heroísmo también es cuestionado; pues en realidad las tropas americanas arrasaron con los pocos guardias que se encontraban abandonados a su suerte, en lo que entonces era el Colegio Militar. A manera de broma, corre el rumor de que en realidad, eran un grupo de jóvenes que se habían quedado en el colegio después de festejar el cumpleaños del director.

El martirio de Juan Escutia siempre se ha puesto en tela de juicio, pues no hay evidencia histórica de su presencia en la defensa del castillo y como cadete en la institución. Siempre se ha dicho que su nombre fue tomado de una ficha de ingreso al colegio militar que decía tener 16 años y que era originario de Tepic. Muchos de los que participaron en el sitio heroico y quedaron como prisioneros de guerra, dijeron desconocerlo. Por ejemplo, Miguel Miramón fue uno de los que cadetes que se salvaron y que tal vez por su afiliación conservadora y posición antijuarista, nunca se le reconocerá como “Niño Héroe”. 

Algunos historiadores de índole conservadora, sostienen que ningún ''Niño Héroe" se lanzó del castillo de Chapultepec envuelto en una bandera. Posiblemente armaron una historia a partir de un combatiente llamado Margarito Suazo, quien en la batalla de Molino del Rey luchó con una bandera mexicana amarrada a su cintura y que después de la derrota de los mexicanos, se le encontró inerte con la bandera llena de sangre. Y porque la bandera que ondeaba en el Castillo de Chapultepec, fue quitada como señal para ahorcar a los del Batallón de San Patricio en Mixcoac.

Durante su gobierno, Antonio López de Santa Anna prohibió que se les recordara. Fue hasta el último año del mandato del presidente Juárez, en 1872, cuando se comenzó a exaltar el patriotismo de esos jóvenes. Corre también a manera de leyenda, de que en el monumento conocido como el altar a la Patria, fueron inhumados los cadáveres de los soldados norteamericanos que tomaron la ciudad de México y que cuando se retiraron después de los Tratados de Guadalupe Hidalgo, los habitantes de la ciudad de México iban a destruir sus tumbas y ensalzar el valor de los mexicanos.

Curiosamente, debido a que se ponía en duda la existencia de los seis cadetes, poco antes de la inauguración y que coincidía con  la visita del entonces  presidente de los Estados Unidos de América, Harry Truman el 3 de marzo de 1947; se localizaron seis urnas mortuorias que supuestamente pertenecieron los llamados “Niños Héroes” y que ahí los dejaron como símbolo de la sangre que derramaron aquellos que nos dieron patria. Incluso el presidente norteamericano dejó una ofrenda floral. Por lo tanto el monumento es tan sólo un lugar para recordar las hazañas de los defensores del Castillo de Chapultepec.


El altar a la Patria, que es un hemiciclo formado por seis enormes y robustas columnas blancas dispuestas en semicírculo que resguardan la figura de una mujer, que representa a la Patria y que con el brazo derecho abraza orgullosamente a un joven, aparentemente uno de los jóvenes caídos en el combate y en la mano libre porta una bandera. En medio de las columnas, ondea la bandera de México. Este monumento se inauguró en 1952 siendo presidente el Lic. Miguel Alemán Valdés y desde entonces, cada 13 de septiembre se rinden honores a los llamados “Niños Héroes”. El espacio  fue diseñado por el escultor Ernesto Tamaríz y el arquitecto Enrique Aragón, cuyas columnas sobresalen por el blanco del mármol de Carrara, que predomina en toda la obra.


Muchos historiadores oficiales defendieron en esa época, que ciertamente habían muerto muchos mexicanos, pero como era difícil recuperar los restos de todos ellos, por eso solo se quedaban unos en representación de los defensores de la Ciudad de México, a los que también se les conoce como los “Héroes del 47”. Este acto ha pasado a la historia nacional, resaltando la valentía de los jóvenes, que en el siglo XIX se les conoció como niños, aún a pesar de tener más de catorce años.  De ahí que la historia oficial, cuya finalidad es la de formar patriotas, preferentemente desde la infancia en las escuelas, les llama niños para que los verdaderos infantes que cursan la educación primaria los vean como un ejemplo a seguir. 

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico