Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de la Ciudad de Santa Catarina
La invasión napoleónica a
España en 1808, fue el antecedente directo de los primeros movimientos emancipadores
en la América española. Y otro acontecimiento será decisivo en los movimientos
de Independencia: el primero de enero de 1820, los jefes liberales de un
batallón español acantonado en Cádiz, destinado a prestar sus servicios en
América, iniciaron una rebelión que rápidamente se propagó a otros militares. Reinstalaron
la Constitución de Cádiz y con ella suprimieron
al tribunal de la Inquisición y limitaron el fuero eclesiástico, se
redujeron a la mitad los diezmos, las órdenes monásticas fueron abolidas y se
tomaron medidas para evitar que la Iglesia siguiera acaparando bienes raíces. También
se decretó la libertad de prensa. Dichas medidas debían aplicarse también en la
Nueva España. Por ello, las clases dominantes se opusieron. La Iglesia no
quería perder el control económico y espiritual y los altos funcionarios, de
que fueran regresados a España en donde serían castigados por las Cortes de
Cádiz por apoyar a Fernando VII.
Algunos jefes insurgentes habían
pedido el indulto y con el pretexto de que asistían a unos ejercicios
espirituales en el antiguo templo de la Profesa; ahí se reunieron varios
clérigos, altos funcionarios y militares y los más influyentes comerciantes de
la ciudad de México. Planearon un proyecto de independencia basado en la
premisa de que el rey Fernando VII estaba privado de su libertad a la hora de
jurar la constitución, por lo cual carecía de validez. Mientras el virrey
Apodaca ejercería el gobierno de la colonia sujetándose a las leyes
absolutistas. Hasta pensaron que Fernando VII trasladaría su corte a la Nueva
España, tal y como lo hicieron los reyes portugueses cuando se trasladaron a
Brasil.
Estas intenciones dividieron a
los criollos de la Nueva España, ya que el viaje y la estancia de la corte de Fernando VII
sería muy costosa. Además llegarían muchos gachupines a acaparar los principales
puestos, regresaría el monopolio comercial y terminaría el incipiente libre
comercio. Debían actuar con cautela pues un choque entre españoles y
criollos, haría que la chusma de las etnias tomara el control y eso sería
inadmisible. Lo mejor era trazar un proyecto que integrara el bienestar de
todos los habitantes. Los conspiradores de la Profesa gestionaron ante el virrey
que nombrara el Iturbide como comandante del ejército del sur con sede en Teloloapan,
actual estado de Guerrero, territorio controlado por 2,500 pintos al mando de
Guerrero. Iturbide debía lograr la pacificación de uno de los últimos reductos
insurgentes.
Para noviembre de 1820 estaba en Teloloapan. Fue cuando Iturbide siguió un proyecto alterno. Ya no
quería ser instrumento de los altos funcionarios españoles, por lo que ideó un plan que
beneficiara a todos los actores socioeconómicos de la Nueva España: respeto a
los fueros, privilegios y propiedades de la Iglesia, a las propiedades y cargos públicos de los
españoles, reducción de impuestos a los indios y a las castas y la igualdad
jurídica de los mismos con respecto a los españoles. La oferta se sintetizaba en
“Tres Garantías”: Religión, Unión e Independencia. Agradecían a España por su
tutela de tres siglos y se declaraba la independencia por haber alcanzado la
mayoría de edad. Se crearía un imperio mexicano independiente, no absolutista,
acotado por los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.
El trono sería ofrecido en
primer término a Fernando VII o algún miembro de la familia de los Borbones o
de otra familia europea católica. El plan se discutió entre los principales
jefes y oficiales del ejército, clérigos y abogados de confianza. Para hacerse
de dinero, confiscó un cargamento de plata valuado en medio millón de pesos y
con ello, el 24 de febrero de 1820, reunió en Iguala a sus 2,500 hombres y les
dio a conocer el documento, que todos aprobaron con aclamaciones. El ejército
se llamó “Trigarante” y un sastre de la localidad, confeccionó una bandera con
tres colores: blanco, verde y rojo. Luego Iturbide convenció a Guerrero para aceptar
las garantías, le confirió el grado de coronel y le ordenó que tomara a
Acapulco. Pronto el movimiento alcanzó simpatías en Guanajuato, Michoacán y la
capital novohispana. Muchos religiosos y monjas apoyaron al movimiento,
diciendo que las tres garantías eran una especie de guerra santa contra el
liberalismo imperante proveniente de las trece colonias de los Estados Unidos y
de Francia. Para el verano de 1821, todo el territorio se hallaba amparado bajo
el plan de las tres garantías. Hasta unas religiosas cocinaron una comida
alusiva a las tres garantías: los chiles en nogada.
Como los gachupines pensaban
que el virrey era incapaz de detener a Iturbide, convencieron a los militares
que guarnecían la capital de que lo depusieran. Mientras en Madrid designaban a
Juan de O´donojú como el nuevo virrey. Tenía la orden de ganarse el respeto de
la población y de hacerla sentir que la mejor opción era la de seguir bajo el
dominio español. Pero al llegar a Veracruz en agosto de 1821, supo que casi
todo el país estaba de lado de Iturbide. Tenía dos opciones: regresar a España
o aceptar la voluntad popular. Optó por
ésta y a los pocos días se reunió en Córdoba donde pactó con Iturbide el
reconocimiento al Plan de Iguala. O´donojú formaría parte de un equipo de
transición para elegir a un monarca, cuidar los intereses de los españoles, gestionar
la evacuación pacífica y la marcha hasta Veracruz de todas las fuerzas
realistas.
El 27 de septiembre de 1821,
quedó establecida la Independencia de México. Al día siguiente se publicó el
acta de independencia. Convencidos de que el país era el más rico del mundo en
recursos naturales, el más virtuoso y el más bello, tenía ganado un lugar en la
historia universal. Todos consideraron a Iturbide como un héroe, el país se
volcó en muestras de júbilo y regocijo popular. Una vez instalado en la ciudad
de México, Iturbide designó a los integrantes de una junta de organismos
gubernamentales que necesitaba el país para transitar a la independencia. Entre
los 38 elegidos, figuraban lo más granado de la sociedad novohispana. No se
invitó a ningún insurgente. Nombraron una regencia encabezada por Iturbide,
mientras Fernando VII elegía al emperador. Por lo pronto Iturbide dispuso de un
sueldo de 120,000 pesos, el doble de lo que ganaba el virrey, más un bono de un
millón de pesos y 20 leguas cuadradas en Texas.
Con esto empezó el
descontento: la minería estaba estancada, los puentes, caminos y ciudades en
ruinas. La población pauperizada, hambrunas, cosechas insuficientes, la
recaudación fiscal muy baja y el tesoro nacional contaba con un déficit de 4
millones de pesos. Pero continuó la vida dispendiosa de las clases
privilegiadas, se respetaron los puestos y salarios de la burocracia. El país
nació con una deuda de 45 millones de pesos, que dejaron los últimos virreyes. A
la baja burocracia se le debían quincenas de sueldos, aumentó los sueldos a sus
tropas, decretó ascensos en masa y se beneficiaron sus hombres, mientras que
los insurgentes quedaron relegados. Solo Guerrero se benefició. Bravo vivía
pobre en Cuernavaca y Guadalupe Victoria permanecía como rebelde en Veracruz.
Se decía que el espíritu
público de la nación era la “empleomanía”. Iturbide se reservó la jefatura del
Patronato Indiano hasta que se nombrara a un monarca, en cuanto al control y
nombramiento de los prelados. La Iglesia lo tomó como una traición. El 5 de
enero de 1822, la Capitanía General de Guatemala, la cual incluía toda Centro
América se incorporó a México. Con ello México alcanzó los 5 millones de
kilómetros cuadrados. Hasta en Cuba pedían que el águila azteca de la
independencia llegara a la isla, lo que asustó a muchos agricultores, pues en
México ya se había abolido la esclavitud.
El 24 de enero de 1822,
apareció el Congreso Constituyente, integrado por criollos, intelectuales y
clérigos regulares, todos fáciles de manipular. Se encargaron de organizar y
calificar los primeros comicios. Pero en lugar de ratificar el Plan de Iguala y
el Tratado de Córdoba, se constituyó en depositario de la soberanía popular. El
Congreso se declaró substituto del Rey en lugar de elaborar una constitución de
carácter republicano.
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