Como una forma ritual, la reunión y el festejo navideño
se repite en la noche del fin de año. Muchos países tienen formas distintas de festejar el
último día del año que se vive. Los italianos por ejemplo comen un plato de
lentejas, los argentinos comen doce uvas pasas mientras que los españoles consumen
doce uvas al ritmo de las doce campanadas que marcan la media noche y el inicio
de un nuevo año. Son doce uvas que se comen porque son doce meses que se fueron
y por los doce meses que vienen. El simbolismo del número 12 es muy especial:
el uno representa lo indivisible, la unidad, el mundo espiritual y el 2 lo
divisible, lo material. En consecuencia el 12 tiene que ver con la unión de lo
material con lo espiritual y en ésta celebración se conjuga lo ido con lo que
viene, lo festivo traducido en lo material y los buenos deseos y alegría como
sentimientos y emociones que brotan desde lo interior de las personas.
La costumbre de las doce uvas tiene su origen en el pueblo
catalán de Penedés. En 1909 los agricultores tenían un excedente de cosecha, entonces
repartieron racimos de uvas a la gente que estaba congregada en la plaza del
pueblo, argumentando que al consumirlas en los últimos segundos de la “noche vieja”,
garantizaba la buena suerte del año
entrante. Desde 1962 las dos cadenas de televisión española comenzaron a
trasmitir dicha costumbre, que seguramente llegó a México con las compañías
vitivinícolas de procedencia ibérica.
En México se tienen varias creencias que se conjuntan obviamente
por la influencia prehispánica y occidental. Los antiguos mexicanos hacían
ritos muy especiales que marcaban el fin de un siglo compuesto por 52
años. Entre otras cosas, hacían fogatas, rompían cazuelas y demás objetos de barro.
Posiblemente nos dejaron supersticiones y creencias en torno a que debemos deshacernos de cosas que nos tienen anclados en el pasado. De ahí la necesidad
de descontaminar el hogar y el cuerpo para que la suerte, la dicha, la
felicidad y el dinero lleguen sin problemas a nuestras vidas en el nuevo año.
Por eso todo lo que vivimos el día 31 de diciembre, se
hace con el fin de asegurar las cosas buenas para el año que por comenzar. Se
hacen ritos y reuniones que en cierta forma repiten el ambiente de la Noche
Buena. Por eso la cena, la decoración, la música y el ambiente deben ser
espléndidos. La música que más se escucha es la cumbia que en su letra dice:
"yo no olvido al año viejo, porque
me ha dejado cosas muy buenas" o la ranchera que pregona: "diciembre me gustó pa´que te vayas".
En el ambiente de las casas y de las calles no pueden faltar los cohetes, el
ruido y el fuego. También esa costumbre procede de los antiguos pueblos
mesoamericanos que hacían fogatas, golpeaban los troncos y las rocas. Como
verán mis estimados lectores, las cosas no han cambiado mucho en todo éste
tiempo.
Para recibir el año y atraer la salud, dinero y amor, estrenamos
alguna prenda de ropa; sobre todo si de ropa interior se trata, ya que eso
ayuda a propiciar cosas. Si lo que se desea es amor, es indispensable que sea
roja, y si lo que deseado es dinero, tiene que ser amarilla. El hogar debe estar
muy limpio esa noche y se debe de limpiar en especial los rincones, donde se
acumula polvo. Y hay que procurar deshacerse de todo lo que esté roto o
quebrado, para sacar del hogar las malas vibras, todo lo desagradable y
asegurar que habrá cosas mejores y nuevas en el próximo año. Dicen que si
alguien quiere tener muchos viajes, se debe salir a dar la vuelta a la manzana
cargando unas maletas. Para otros se deben tirar los zapatos viejos.
Según las creencias, en la decoración de la mesa tiene
que haber algo dorado para que no falte el dinero en el hogar. De bebida es
necesario que haya un vino espumoso, porque se cree que las burbujas que se
forman al momento de servirlas son las de la felicidad. El momento de brindar
tras las campanadas es también importante, por eso se pone un anillo de oro en
la copa, para atraer riqueza.
Mientras que los hogares más religiosos, comienza el
inicio de año con la veladora y oración respectiva dedicada a la Divina
Providencia, para que no nos falte comida, casa y sustento. El primer día del
año está marcado como fiesta de guardar en la liturgia católica y en consecuencia obliga a ir a misa. Ya para concluir les cuento ésto: cuando era niño, creía que el fin de año lo marcaba un cometa que bifurcaba el
cielo. Por más que me quedaba viendo al cielo, nunca lo vi. A la distancia de
aquellos años, aún perduran los deseos de que no falta salud, trabajo y amor.
Habiendo ello, no hay crisis que nos pueda hacer daño. Y eso yo les deseo a
Ustedes. Nos vemos Dios mediante en el año venidero.