domingo, 29 de mayo de 2016

La hacienda de San Antonio del Muerto

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de la Ciudad de Santa Catarina

A mediados del siglo XIX surgió la hacienda de San Antonio. Su primer dueño Antonio de la Garza Elizondo la dedicó en honor a San Antonio de Padua. Está situada en el antiguo camino donde se unen los valles de las Salinas con la Pesquería Grande, Icamole y el viejo camino real a Monclova. Ahí donde el río Salinas entra a Nuevo León, se forma un valle rodeado de una montaña que parece la popa de un barco, la serranía de El Fraile y la sierra de Gomas.  La hacienda también es conocida como del Muerto, debido a una serranía que parece un cadáver tendido. La finca floreció y alcanzó notoriedad, aprovechando las aguas del río que pasa por su demarcación. Durante el siglo XIX y principios del siglo XX, todo el paraje fue invadido por los indios bárbaros y fue testigo de tres o cuatro enfrentamientos militares.


En 1856 don Antonio de la Garza debió venderla a Juan José Villarreal Elizondo, quien ordenó la construcción de su capilla, las casas para los sirvientes, las galeras, un acueducto y otras construcciones propias para la defensa. El propietario murió en 1878. Apenas dos años antes ocurrió la primera batalla de Icamole, entre los seguidores del Plan de Tuxtepec y las fuerzas leales a Lerdo de Tejada, que dejaron secuelas en San Antonio del Muerto. Tras la muerte de Juan José, la hacienda pasó al único descendiente y heredero don Melitón Villarreal. Fue cuando la hacienda alcanzó importancia y fue reconocida en el ámbito regional.

Don Melitón Villarreal nació en la hacienda El Chipinque, actual El Carmen en 1837. Hijo de Juan José Villarreal y Ana María Gutiérrez. Falleció a principios de marzo de 1904. Sin descendencia todo su patrimonio fue dividido. Por decisión testamentaria,  una parte de su herencia fue destinada para establecer un orfanatorio en 1907 en Monterrey. Los albaceas Lázaro Garza Ayala, Francisco Belden y Valentín Rivero vendieron la hacienda de San Antonio a Jesús González Treviño. Vinieron tiempos difíciles. Durante la década de 1910 la hacienda ya no representaba una fuente de ingresos y la crisis política le afectaron profundamente. Su último propietario vendió antes de que fuera convertida en propiedad ejidal en 1937, iniciando una progresiva etapa de abandono.

Para los viajeros que recorrían de Icamole a Mina, se les hacía raro encontrar el viejo casco de una hacienda. Con su plazoleta y en medio de la misma una noria, en frente la capilla y la casa grande; con un silo y bodegas en donde guardaban las semillas y cosechas. Muchos acudían a ella para tratar de rescatar el templo y la fiesta a San Antonio cada 13 de junio. Otros para buscar tesoros, realizar conciertos de rock alternativo, como lugar para grabar videos musicales y documentales, aprovechando la poca o nula vigilancia existente.


Desde 1988 el casco de la hacienda forma parte del patrimonio cultural del municipio de Mina. Sin embargo,  hasta 2004 se iniciaron los trabajos para devolverle su antigua arquitectura y hacerla un lugar turístico. Lamentablemente los buscadores de tesoros y hasta de personas mal intencionadas que llegaron a profanar el templo, aunado al deterioro natural del inmueble, provocaron la destrucción de la hacienda de San Antonio. El 13 de junio de 2010, la señora Tina Lozano de Villarreal rescató el casco de la hacienda, recuperando el esplendor de la capilla. Ya no pudo continuar con su proyecto debido a problemas burocráticos y relacionados con la inseguridad imperante en la región. Son pocos los cascos de haciendas en Nuevo León y San Antonio del Muerto debe resurgir como punto emblemático en el desierto norestense.

domingo, 22 de mayo de 2016

Un poco de la historia de San Nicolás de los Garza

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de la Ciudad de Santa Catarina

San Nicolás de los Garza es un municipio conurbado perteneciente a la zona metropolitana de Nuevo León. Con apenas una extensión territorial de 59.521 kilómetros cuadrados. Junto con Abasolo, es uno de los municipios más pequeños en la entidad, pero el segundo en densidad de población. Es un municipio netamente urbano, cuya cabecera municipal está a 512 metros sobre el nivel del mar. Limita al norte con Apodaca y General Escobedo, al sur con Guadalupe y Monterrey, al oeste con Monterrey y General Escobedo y al este con Guadalupe. Carece de elevaciones de importancia, pero parte de su territorio al sur llega hasta la falda del cerro del Topo y una loma llamada del Roble.

Las tierras que corresponden a la demarcación territorial de San Nicolás de los Garza, pertenecieron a Monterrey hasta 1830, cuando se creó una nueva municipalidad con la intención de crear un nuevo distrito electoral. San Nicolás quedó integrada por la estancia de los Garzas, la de Santo Domingo y los dos Topos: el Grande de los Ayalas y el Topo Chico de los González. Sus orígenes se remontan a septiembre de 1596 cuando Diego de Montemayor entregó mercedes de tierras a tres de los doce pobladores que participaron en la fundación de la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey.


Se consideran como fundadores del municipio de San Nicolás de los Garza a Diego Díaz de Berlanga, Pedro de Iñigo y Domingo Manuel quienes poblaron sitios poco antes de 1597. Díaz de Berlanga fungió como secretario escribano y regidor del primer cabildo de Monterrey hasta 1600. Fue quien redactó el acta de fundación de la Ciudad de Monterrey y expidió las primeras mercedes a los pobladores.  Obtuvo merced para fundar una estancia el 5 de febrero de 1597. Al poco tiempo de su muerte, el capitán Pedro de la Garza en 1635 le compró a doña Mariana Díaz, la viuda de don Diego Díaz de Berlanga, las cuatro caballerías a las que correspondían las mercedes originales y un ojo de agua al que llamaban de doña Mariana por cien pesos, pagándole con trigo, carne, maíz y otras cosas.  Para ilustrar un poco: una caballería de tierra comprende casi 43 hectáreas. Un sitio de ganado mayor mil 775 hectáreas y un sitio de ganado menor 780 hectáreas.

A partir de ahí, a la estancia se le conoció como de Pedro de la Garza. Pedro de la Garza murió en 1639 víctima  de un arcabuzazo dado por Mateo Monzón, al disputarle un indio de su encomienda en el valle de las Salinas. Entonces la estancia pasa a ser de sus hijos Pedro y José de la Garza, quienes lograron ampliar las tierras gracias a una merced otorgada por Martín de Zavala en 1642. La esposa de Pedro se llamaba Inés Rodríguez, quien murió en 1655. Es cuando a la estancia se le conoce como de los Garzas. Para algunos, la estancia tiene que ver más con la acción de estar y poblar, contrario a la hacienda a la que se le considera más bien como centro de producción agropecuaria.


Pedro de la Garza tuvo por hijos a Pedro el Mozo y a José. El primero se casó con Inés de la Rocha, procreando a once hijos. Sus descendientes son considerados como los primeros pobladores de San Nicolás de los Garza. Elena se casó con Juan Cavazos y José participó en la fundación de San Juan Bautista de Cadereyta en 1637, obteniendo mercedes en San Isidro, correspondiente al actual municipio de Pesquería. Los Garza y Cavazos emparentaron con otros linajes entre los que destacan los Cantú, los Lozano, Arellano, Góngora, Guajardo, Martínez, Páez y Treviño. Al morir Pedro de la Garza el Mozo en 1695, a la estancia le conocen como de San Nicolás de los Garzas. Dicen que en Nuevo León a los santos les ponen apellidos. Se llama San Nicolás en honor a San Nicolás Tolentino, un santo y místico italiano, predicador y patrono de las almas del purgatorio (1245-1305).

A mediados del siglo XVIII la hacienda de San Nicolás de los Garzas, colindaba con la hacienda del Topo de los Ayala al poniente, la del Topo de los González al oriente, la de Santo Domingo y el Mezquital al oriente. La casa grande de la hacienda era de alto, construida en sillar, con techo de morillos, trojes, galeras, corrales y otros anexos. Otro de los primeros pobladores, Domingo Manuel obtuvo merced para establecer la hacienda de Santo Domingo. También ésta propiedad fue adquirida por Pedro de la Garza.

Por decreto del 16 de septiembre de 1830, se creó la nueva municipalidad a la que llamaron San Nicolás de los Garzas.  El primer alcalde José Andrés Montemayor junto con su cabildo, tomaron posesión en 1836. De acuerdo a Gonzalitos la primera acta de cabildo es del 5 de mayo de 1836. Los vecinos eligieron como cabecera a la estancia de los Garza también conocida como la estancia Grande, la cual estaba dividida en tres rancherías: Las Puentes, los Lozano y El Temporal. En 1843 se hizo la traza de la población. En sus orígenes, el municipio tenía problemas por la cantidad de habitantes. Regularmente tenía una población fluctuante, en especial cuando en 1845 muchas rancherías pasaron a formar parte de Apodaca. En 1851 quedó casi despoblada y en 1853 se le quita el Topo de los González para anexarla a Monterrey y a principios de 1868 se segregó el Topo de los Ayala para crear la municipalidad de General Escobedo. La capilla fue concluida hasta 1859. La fiesta principal era la Exaltación a la Santa Cruz que atraía muchos visitantes. En 1852 las haciendas de los Garza tenía un valor de 23 mil pesos, 19 mil la del Topo de los Ayala, Santo Domingo 16 mil y el Topo de los González 6 mil pesos. Tierra de hombres y mujeres ilustres, un notable ex gobernador nació ahí, el Licenciado Ramón Treviño, además de Nicéforo Zambrano, el presbítero Toribio Cantú, el profesor Abraham Z. Garza entre otros más.

De ser un sitio que era proveedor de carnes, semillas y lácteos, en el siglo XX se instalaron empresas y luego colonias, hasta convertirse en una importante zona industrial y en uno de los tres municipios más poblados en Nuevo León. El 12 de mayo de 1971, el Congreso del Estado declaró elevar a la categoría de ciudad a la villa de San Nicolás de los Garza. El nombre de por sí nos remite a la historia de uno de los municipios más importantes de Nuevo León. Y colonias tan representativas como Las Puentes, El Nogalar, Chapultepec, la Cuauhtémoc y la Anáhuac por tan solo citar algunas. Para algunos, se debe cambiar el nombre de San Nicolás de los Garza a San Nicolás de los Cantú, pues de acuerdo al último censo de población y vivienda, el apellido más extendido es precisamente el Cantú.


Me tristeza ver el deterioro en que se encuentra. De cómo pasó de ser el quinto municipio industrial de México a no figurar más en ese rubro. Casi sin reservas territoriales y malbaratadas en los últimos 20 años y agobiada por falta de avenidas adecuadas y modernas de norte a sur y viceversa; que lo tienen encerrado dentro del área metropolitana. No es una apreciación mía, es de un lector. Ahora tan solo es un municipio de "PASO" para todos los que van y vienen al norte de Nuevo León o a Nuevo Laredo. Hay personas que añoran los ojos de agua que existían en el municipio y que secaron ante la voracidad de los desarrolladores; el recreativo Nova, el de la avenida de La Juventud, el Nogalar a pocas cuadras del Hospital Metropolitano, el de La Nogalera, el de la alberca San Nicolás en Avenida Santo Domingo y ahora Arturo B. de La Garza. Las corridas de caballos que se hacían en lo que ahora es la avenida San Nicolás, del arroyo Topo Chico rumbo a la actual rotonda en el segundo sector de la colonia Las Puentes. La quinta Espiridión Villarreal, del arroyo que atravesaba Las Arboledas de poniente a oriente por la acera derecha en la misma colonia Las Puentes, Los "Naranjos" que ahora está un fraccionamiento llamado Rincón de Las Puentes que por muchísimos años fue el lugar idóneo y de tradición para juegos de fútbol, béisbol y softbol. ¡Qué hicieron de mi querido San Nicolás de los Garza!

domingo, 15 de mayo de 2016

La profecía de Atlacomulco

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de Santa Catarina

El Estado de México es un lugar rico en historia, cultura y tradiciones. Desde las grandes zonas y centros ceremoniales arqueológicas hasta los conventos y templos como San Agustín Acolman y Chalma. De los tianguis y mercados, de rica variedad gastronómica y territorial. Durante el virreinato se formó la llamada provincia de México y a partir de 1786 la Intendencia de México, conformada por los actuales territorios de la Ciudad de México, el Estado de México, Querétaro, Guerrero, Morelos e Hidalgo. En 1824 se constituyó en estado libre y soberano, cuando se creó el Distrito Federal como sede de los poderes nacionales. El jefe insurgente Melchor Múzquiz fue el primer gobernador de 1824 a 1826. Repitió en el cargo de 1830 a 1832 y luego Lorenzo de Zavala en 1827 y de 1832 a 1833. El primero oriundo del valle de Santa Rosa, actual Múzquiz, Coahuila y el segundo, un liberal federalista de origen yucateco que se pasó a promover la independencia y la república de Texas en 1836.

La capital del Estado de México estuvo en Texcoco hasta junio de 1827, cuando se trasladaron los poderes a San Agustín de las Cuevas y desde 1830 a Toluca. En un periodo tan inestable, los poderes de la Unión temían de la influencia del Estado de México. Decían que muchos golpes de estado, eran pactados por políticos importantes de ahí. Supuestamente por eso lo fragmentaron para formar tres nuevas entidades que llevaron los nombres de los grandes jefes de la independencia. Guerrero se separó en 1847, Morelos en 1855 e Hidalgo en 1862.


Se dice que la columna vertebral, el pilar del sistema político mexicano está en el Estado de México a través del llamado “Grupo Atlacomulco”; que debe su nombre a un municipio situado en la región noroeste, cuya raíz etimológica en náhuatl significa “lugar en los pozos de agua”. Ahí nació Isidro Fabela en 1882, un abogado y diplomático que comenzó su carrera política al amparo de Venustiano Carranza.  Este grupo de poder surgió en 1940 cuando Francisca Castro Montiel reunió a un grupo de políticos con influencia regional, a los quienes les dijo que de ahí saldrían seis gobernadores y un presidente de la república: el primero fue Isidro Fabela Alfaro entre 1942 y 1945, después de la muerte del entonces gobernador Alfredo Zárate Albarrán; Alfredo del Mazo Vélez de 1945 a 1951, Salvador Sánchez Colín entre 1951 y 1957, Carlos Hank González de 1969 a 1975, Alfredo del Mazo González de 1981 a 1986, Arturo Montiel de 1999 a 2005 y Enrique Peña Nieto de 2005 a 2011.

También al amparo de Isidro Fabela, se formaron Carlos Hank González y Adolfo López Mateos. El primero de Santiago Tianguistengo; llegó a Atlacomulco supuestamente buscando la identidad paterna y el segundo procedente de Atizapán de Zaragoza. Hank no pudo ser presidente de la república por que los hijos de extranjeros no podían aspirar en ese entonces, a ser el jefe del poder ejecutivo de la nación. Del Mazo Vélez buscó la presidencia en dos ocasiones y en ambas tuvo que ceder,  primero ante Adolfo Ruiz Cortines y Gustavo Díaz Ordaz. Su hijo Alfredo debió hacer un madruguete cuando destaparon a Carlos Salinas de Gortari en 1988. Por su parte Arturo Montiel prefirió preparar el camino a su discípulo Enrique Peña Nieto, ante supuestos malos manejos en la administración pública.


Isidro Fabela influyó para que López Mateos llegara a la dirección del Instituto Científico y Literario de Toluca y luego a una senaduría por el Estado de México, después secretario del Trabajo con Ruiz Cortines que lo destapó a la presidencia en 1958. En 1964, López Mateos debió elegir a su sucesor tras una lista de notables en donde figuraban Alfredo del Mazo de Recursos Hidráulicos, Raúl Salinas Lozano de Economía, Antonio Ortiz Mena de Hacienda y Gustavo Díaz Ordaz de Gobernación. Quedó éste último y comenzó la limpia de los aspirantes a ser presidentes de México. Por cierto, uno de los afectados fue Carlos Madrazo.

Además de la cercanía en el poder, surgieron lazos familiares entre algunos de ellos: Antonio Ortiz Mena hizo esposa a una familiar de Salinas Lozano, quien promovió a Roberto González Barrera; quien a su vez emparentó con los Hank cuando una hija suya se casó con uno de los hijos de Hank González. A la muerte de Carlos Madrazo, Hank González se quedó como mentor político de Roberto Madrazo Pintado quien fue candidato a la presidencia en el 2006. En el 2001 falleció don Carlos Hank González, quien supuestamente encargó a Montiel cuidar la integridad del territorio estatal, evitar que el agua se vaya a la ciudad de México y la unidad política del grupo.

En la historia política del Estado de México, han sobresalido grupos de poder como el llamado “Grupo Gomista” al cual pertenecieron los exgobernadores Abundio Gómez entre 1920 y 1921 y Filiberto Gómez gobernador entre 1929 y 1933. En oposición a la dinastía de Atlacomulco, existe el llamado “Grupo Toluca” en el cual figuran Mario Ramón Beteta (1987- 1989), Ignacio Pichardo Pagaza (1989-1993), Emilio Chuayffett Chemor (1993- 1995) y César Camacho Quiroz (1995-1999).



Para muchos,  la existencia del “Grupo Atlacomulco” es un invento y sus miembros no son tan amigos o están tan unidos como parece; lo cual se demuestra en las fracturas y desgastes sufridos en su seno. Por ejemplo, cuando Alfredo del Mazo quiso desviar la atención en la elección de Carlos Salinas de Gortari, quien después tuvo una pugna con Emilio Chuayffet. Hace unos años, Enrique Peña Nieto debió elegir entre Alfredo del Mazo Maza y Eruviel Ávila como candidatos a la gubernatura del Estado de México. Ahora el centro del poder gira en torno a Texcoco, Cuautitlán y Ecatepec y desplazó al antiguo eje Toluca-Atlacomulco. Por eso dicen que la profecía se cumplió con la llegada de Enrique Peña Nieto a la presidencia de la República.

domingo, 8 de mayo de 2016

¿Y para qué sirve un cronista?

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

Recientemente un comité de cierta función pública del congreso del Estado de Nuevo León, organizó una serie de reuniones con los cronistas e historiadores de la entidad. Primero invitaron a unos cuantos y luego lo abrieron al resto. Pero nos pusieron un requisito: debíamos entregar nombramiento de nuestro alcalde o cabildo más reciente. Por ahí anda otro cronista de Santa Catarina con nombramiento oficial. Quiero suponer que le otorgaron su responsabilidad entre el 2013 o 2014. Es el oficial porque le pagan.  Aunque tengo nombramientos otorgados por los respectivos cabildos en 1987. 1990, 2007 y 2009, no tiene sentido de que asista, pues para mis representantes y sus colaboradores no soy cronista aunque trabaje más que otros que si les pagan.

Poco antes de ser reajustado como empleado municipal de Santa Catarina en septiembre de 2011, continuamente unos funcionarios de primer nivel que me decían en tono amenazante: “¿Vale le pena pagarle a un cronista?" Ningún otro municipio le paga a su cronista en el estado. Solo el de Santa Catarina recibe un apoyo. Pero ni nuestras autoridades saben lo que hace un cronista. Por ejemplo, los demás empleados del ayuntamiento se quedaban asombrados porque solo acudía dos o tres veces a las oficinas municipales. A veces no iba porque salían tantas cosas relacionadas con el trabajo honorable de ser el cronista de mi municipio.  No tenía espacio asignado, tenía muchas responsabilidades como de siete dependencias municipales (que ellos no comprendían o consideraban lo fuera) y me catalogaban como aviador. Un día le dije a un político que tenía siete libros publicados en tan solo cuatro años y el muy ingrato la soltó al vuelo: “como no vas a trabajar, por eso tienes tiempo para escribirlos”.


Hace tiempo leí un artículo llamado ¿Para qué sirve un historiador? escrito por Justo Serna y publicado el 3 de mayo de 2012 en el prestigioso diario español llamado El País. A partir del mismo se me ocurrió hacer una comparación entre la función que realiza el historiador con la labor que realiza el cronista. Recuerdo cuando un ilustre médico  con doctorado en historia, dijo en tono de burla: “en Nuevo León levantas una piedra y encuentras un cronista”. En efecto, tenemos cronistas en abundancia: municipales, oficiales, adjuntos, honorarios, consejos de la crónica, urbanos, rurales, literarios, deportivos, de notas sociales y espectáculos entre otros más. Ciertamente la crónica es un género literario y para realizarla se recurren a diversas formas para expresarla de acuerdo al contenido que se quiere manifestar o dar o conocer.

Se hace crónica para informar, recrear, promover la memoria y la identidad, convocar a la nostalgia y al recuerdo, para levantar un inventario del mundo en el cual nos movemos y existimos. Para dar cuenta de lo que fue y ya no es o está. Algunos hacen crónica exponiendo hechos y acontecimientos en línea cronológica. Otros la insertan en un contexto geográfico y espacial. Los cronistas urbanos describen con precisión y amplían el contexto que influye en los hechos. Narran y recrean. Se valen de recursos literarios y de palabras para favorecer y ampliar la crónica.

¿Para qué sirve un cronista?, Algo que regularmente nos preguntamos y nos interrogan los funcionarios públicos, los intelectuales y académicos, además de la gente de nuestros pueblos incluso los familiares que no aciertan a comprender a lo que nos dedicamos. Ser cronista no es una chamba cualquiera, más bien es una vocación. Por eso le respondo a quien me criticó en su tiempo: ¿realmente se justifica pagarle a un cronista? Por supuesto, es obligación de un municipio promover la memoria y la identidad cultural del pueblo al que se sirve. Esa labor le corresponde al alcalde pero por tanto trabajo la comparte con un cronista.

Para los del gremio, el cronista es como el historiador, pero sin un grado académico que lo respalde. Sin lugar a dudas,  es el que sabe, el que ve, el que investiga. Un historiador es alguien que observa y por ello está preparado para relacionar hechos humanos y en consecuencia procura documentarse para tal fin. Busca testimonios para obtener versiones de esos acontecimientos. El historiador recopila datos y relatos para poner en orden las informaciones y para contar las cosas con la mayor imparcialidad posible, con la mayor erudición posible. Ciertamente con el máximo de rigor para evitar caer en falsedades e impresiones. Ahora, la diferencia entre el historiador y el cronista, es que el primero estudia el pasado remoto y lo construye con fuentes a partir de los requerimientos del presente. Un cronista en cambio, estudia el pasado inmediato para provocar un cambio o transformación de todo lo que los demás ven o viven.

Tanto el cronista como el historiador tienen una visión fundamentada del pasado y nos ayudan a entender mejor lo que pasa. Un relato documentado de lo pretérito alivia y complica. Alivia porque nos hace ver que muchos de los problemas son equivalentes o parecidos a quienes nos antecedieron. Es cuando vemos como los antepasados tuvieron que soportar ultrajes mayores, estrecheces inconcebibles, persecuciones sin cuento y sin embargo y a pesar de ello salieron adelante. Pero complica pues puede poner en riesgo su nombramiento. No podemos quedarnos callados cuando veamos alguna injusticia o anomalía, que dañe la historia de nuestros pueblos.

El cronista mantiene nexos y cercanía con el pasado. Construye un puente entre el presente y la tradición. Tiene documentos e informes que le permiten conocer todo lo que conforma nuestra realidad, pues te hace ver los problemas en contexto y el proceso que siguen o pueden proseguir. Cuando uno mantiene los nexos en las raíces y en nuestro pasado, de lo que ocurre y todo lo demás que se nos presenta como una realidad humana conformada por distintos aspectos. Todo está relacionado y tiene un sentido o significado por entender y explicar. Te das cuenta que hay una parte previsible en el comportamiento individual y colectivo y que hay un lado azaroso, impredecible en los actos humanos. Es como si viéramos una película con un desenlace similar y por ello advertimos de los riesgos en los que se puede caer. Hacemos cosas con un fin, con una meta para que los demás se involucren en la vida de nuestros pueblos, pero sobre todo aprendan a apreciarlo, amarlo y a devolverle la grandeza perdida que otros le han quitado.

¿Pueden los cronistas anticipar lo que nos va a ocurrir? No, un cronista no es un profeta que tiene una bola de cristal y sabe lo que vendrá. Pero si saben tanto del pasado, algo se puede predecir o prevenir. Aquellos que han acumulado datos e informes de los hechos pretéritos aventuran un discurrir posible, pero también sospechan el fracaso de sus predicciones. Lo que los humanos hagan dependerá de lo que quieran hacer y sobre todo de la composición y de los efectos imprevisibles que tengan sus actos ya vividos. Y la profecía se cumple en cuanto que el cronista puede anunciar y denunciar. Anunciar la grandeza de un pueblo y denunciar todo lo malo que le hacen o provocan. Dicen que nadie es profeta en su tierra. Todo lo contrario, el cronista es un profeta pues se atreve a denunciar los errores de los funcionarios y malos ciudadanos que no les importa el contexto o la realidad en la que viven, solo satisfacer sus necesidades y carencias con recursos de los demás.



El cronista como el historiador justifican su prestigio en los años de investigación y lectura. Sabe y le gusta husmear las novedades como de lo ya sucedido y presiente por dónde vendrán las derroteros a seguir. Es polémico porque no es un estudioso recluido en su cubículo; no es un académico que vive de la docencia y la investigación formal, que guarde silencio. Siempre que puede y le dejan denuncia las cosas tal cual son y eso que dice suele provocar malestares o animadversiones. ¿Intelectual orgánico? Posiblemente pues hace pensar y mueve conciencias. Un cronista se mete en todos los rincones de la casa y hace pronósticos a partir de cosas, de la acción humana, tan caprichosa, tan imprevisible. Por eso se basa más en disciplinas como la antropología y la sociología como los estudios culturales y artísticos. Un cronista sirve a la sociedad y su función es tan necesaria como la de cualquier funcionario o profesionista al que se le paga o retribuye por su labor. Aunque ellos no entiendan que la labor municipal como estatal se justifican y tienen su origen a partir de la memoria, la identidad y la cultura de nuestros pueblos.

Cosas de la vida, esos funcionarios ya se fueron y yo sigo ejerciendo el honroso cargo de Cronista de Santa Catarina, aunque no me paguen ni me lo reconozcan las autoridades de los tres niveles. Eso en realidad no importa. El reconocimiento lo da el trabajo que hacemos. Estoy seguro.

domingo, 1 de mayo de 2016

El templo y la comunidad parroquial de La Luz

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

El nombre de Luz significa “la que da claridad”. El origen de la devoción a la virgen de la Luz se debe a un sacerdote jesuita llamado Antonio Genovesi, quien rogó a una religiosa le diera una nueva imagen para promover la devoción entre sus fieles. En 1722 ocurrió el milagro en Palermo, Italia. La hermana tuvo una visión de la Madre de Dios repleta de luces, portando al niño en sus brazos y una canasta con los corazones apartados del mal, sostenida y rodeada por ángeles evitando caer en las fauces del Leviatán. Trajeron a un pintor que recibió las características para hacer un cuadro de ella. Un 2 de julio de 1732, (fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen a Santa Isabel) llegó la imagen a León, Guanajuato procedente de Sicilia. El 23 de mayo de 1849 la virgen de la Luz fue proclamada patrona de la ciudad de León.

Posiblemente el origen de la devoción a nuestra Señora de la Luz se deba al padre Alfredo Dávalos, quien siendo vicario de la catedral de Monterrey fundó una asociación para promover la tradición mariana en el desaparecido templo franciscano de San Andrés. El padre Dávalos era originario de Montemorelos. Estudió en el Seminario de Monterrey para ordenarse sacerdote en 1889. Fue vicario parroquial en Saltillo y luego en la catedral de Monterrey. Párroco en el templo del Sagrado Corazón de Montemorelos en 1891, sacristán mayor (encargado) de la catedral de Monterrey a partir del  5 de febrero de 1899, vicario en el templo de la Purísima en 1905 y cura interino de la parroquia de San Juan Bautista de Lampazos de Naranjo en ese mismo año. En 1907 secretario y miembro del cabildo de la Catedral como canónigo. Al año siguiente lo nombraron presidente de la Obra de la propagación de la Fe en la Arquidiócesis de Linares-Monterrey. Fue muy conocido en la ciudad por sus aportes a la literatura, entre 1910 y 1921 dirigió una publicación llamada El Estudiante en la cual colaboraban Alfonso Junco y Alfonso V. Zúñiga. Seriamente enfermo, quedó paralítico en sus últimos años.

El padre Dávalos adquirió una propiedad situada en la esquina suroeste de Luis Carvajal y de la Cueva que durante un tiempo se llamó H.I. Cairo y Ruperto Martínez. Gracias al apoyo del señor arzobispo y de la señora Francisca Muguerza de Calderón, se puso la primera piedra del templo el 6 de enero de 1895. El 6 de enero de 1900 se hizo la ceremonia litúrgica presidida por el señor don Jacinto López y Romo, Arzobispo de Linares-Monterrey. Una vez bendecida la capilla, quedó dentro de la jurisdicción de la parroquia del Sagrado Corazón. En este tiempo oficiaron misa los padres Alfredo Dávalos y el padre Manuel Fernández quien organizó en 1910 un Círculo Católico de Obreros.

El 25 de septiembre de 1913, el entonces señor Arzobispo don Francisco Plancarte y Navarrete aprobó la creación de cuatro nuevas parroquias, entre ellas San Nicolás Tolentino en San Nicolás de los Garza, los santuarios dedicados a Nuestra Señora de Guadalupe en la colonia Independencia de Monterrey y el otro en la Villa de Guadalupe, Nuevo León y el de la Santísima Madre de la Luz en Monterrey.  El primer párroco del templo y de la comunidad fue el presbítero Manuel Cuadrado. En 1910 servía como vicario en la Catedral; entre 1910 y 1911 párroco en Nuestra Señora del Pueblito en Hidalgo, Nuevo León. En septiembre de 1911 servía como vicario en el templo parroquial del Sagrado Corazón y luego vicario fijo en el templo de La Luz, quedando como cura interino del 25 de septiembre al 1 de octubre de 1913 en que recibió nombramiento como párroco. En ese tiempo sirvieron como vicarios otros  sacerdotes como  Luis Martín quien llegó de San Pablo en Galeana en donde estuvo al frente del curato entre 1906 y 1912. El padre Martín tenía un doctorado y llegó al templo de La Luz en diciembre de 1913. En ese año también estuvo el padre Antonio Alonso. El padre Pablo Martínez  fue vicario durante 1914, luego fue párroco de San Pedro Apóstol en Allende de 1915 a 1927.


El primer bautismo ocurrió el 1 de octubre de 1913, siendo el de la niña llamada María de los Ángeles, hija de Atenójenes Murguía y Josefina Elizondo. Sus abuelos paternos Macario y Socorro; abuelos maternos Leónides y Romana y como madrina fungió María Martínez.  El primer matrimonio fue celebrado el 2 de octubre de 1913, entre María de la Luz García y Valentín Silva. Ante la presencia de las tropas carrancistas, el señor Arzobispo Francisco Plancarte y Navarrete consagró la ciudad de Monterrey y luego la arquidiócesis al Sagrado Corazón de Jesús el 7 de noviembre de 1913. El señor Plancarte promovió un grupo de oración y de apostolado en la parroquia dela Luz llamado Nuestra Señora de Guadalupe entre 1917 y 1919.

En enero de 1915 llegó el padre Heleno Salazar para hacerse cargo de la parroquia en la cual sirvió hasta 1941. Nacido en Ojuelos, Jalisco en 1875, pasó su infancia en Villa de García para ingresar al Seminario de Monterrey. Fue ordenado sacerdote en 1899. Párroco en Santiago y Cerralvo, Nuevo León. Fue testigo y hasta salvó vidas durante la inundación de 1909. En 1914 estaba como responsable del templo franciscano de San Andrés que fue destruido por los carrancistas. Pasó seis meses en la cárcel y al salir le fue confiado el cuidado de la nueva comunidad parroquial. Fue miembro del cabildo de la Catedral y murió en 1945. En este periodo hubo vicarios como el padre Nabor Villegas Villarreal (1931 a 1939), quien nació en Bustamante, Nuevo León en 1906. Estudió en el Seminario de Monterrey. Una vez ordenado en 1931 le fue confiada la parroquia de La Luz como su primera comunidad. Fue párroco en los templos de Villaldama y Bustamante y murió en 1974. También fueron vicarios Toribio de la Garza Cantú (1916-1920), José Guadalupe Garza Martínez (1939), Gilberto Flores Albo (1940) y el padre Leandro de la Garza (1941).

Después del padre Heleno Salazar llegó el padre José Trinidad Ruiz (1893-1959). Ordenado sacerdote en 1917, sirvió como vicario en los templos de la Santísima Trinidad de Monterrey, Pesquería, General Zuazua y Marín. Estuvo en la comunidad de 1942 a 1959. En éste periodo el templo fue reedificado y diseñado por arquitectos Manuel Muriel y Joaquín A. Mora.  El arquitecto  Muriel estudió en la Universidad de Texas. Intervino en la construcción del Palacio Federal en Monterrey en 1928. A él le debemos la construcción del templo "La Iglesia Católica Mexicana" en 1928, actualmente la Iglesia Evangélica Luterana Confesional La Santa Cruz situado en la esquina de las calles de Washington y Amado Nervo justo frente a la Alameda de Monterrey. Colaboró junto con Joaquín A. Mora, cuando era director fundador de la facultad de arquitectura de la Universidad de Nuevo León para la ampliación y remodelación del Colegio Civil en 1938. Participó en la construcción de la Escuela Álvaro Obregón cuando trabajó para Fomento y Urbanización S.A (FYUSA). Es además el autor del diseño del barandal en las escaleras de la prepa Álvaro Obregón. En 1939 participó en un concurso para diseñar la hoy Basílica de la Purísima aunque no ganó.

En éste tiempo estuvieron como vicarios los sacerdotes José Pérez González y Luis G. Rojas Navarrete en 1951, Hilario Rodríguez González en 1952 y Aureliano Tapia Méndez en 1955. Ante la enfermedad y la muerte del padre Ruiz el 2 de febrero de 1959, llegó el padre Moisés Moreno Sevilla. Una vez ordenado en 1929 fue párroco de Villa de Santiago (1933-1941), en San Juan Bautista de Cadereyta (1941-1949), en la Purísima Concepción de Doctor Arroyo (1951-1955) y como responsable del templo de Santa María Goretti (1955-1957). En la parroquia de Nuestra Señora de La Luz estuvo de 1959 a 1969.

Ese año llegó el padre Adolfo Lugo Beatriz que sirvió al templo y a su comunidad por 38 años. El padre Lugo nació en la Hacienda Telcampana, Ciudad Venustiano Carranza, Jalisco, el día 27 de septiembre de 1930. Estudió en el Seminario de Monterrey y teología  en Montezuma, Nuevo México. Ordenado sacerdote el  17 de Agosto de 1958. Fue vicario cooperador en Sabinas Hidalgo, Nuevo León. Párroco de la Purísima Concepción en Agualeguas y cura de la Parroquia de Nuestra Madre Santísima de la Luz desde 1970 hasta el 2008. Se destacó por su cercanía a los fieles, su asistencia espiritual a los internos del penal del Estado y a los policías de diversas demarcaciones. Fue capellán del equipo de futbol Tigres por varios años. Falleció a principios de enero del 2009. Este padre organizaba entrenamientos de futbol para los jóvenes,  los ponía a correr y al final se hacía la “cascarita” en la plaza de la Luz.



Respecto al templo, conviene mencionar que cada párroco le fue añadiendo y quitando cosas hasta tener su estructura actual. Su fachada es sobria con dos cuerpos, un campanario. Su forma es basilical con tres naves, una cúpula y un altar de estilo neoclásico. Cuenta con algunos vitrales en sus ventanas. Ahí están depositados los restos de Santa Librada, su figura en cera y aparentemente el órgano que fue donado por don Eugenio Garza Sada. 

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico