Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de la Ciudad de
Santa Catarina
A mediados del siglo XIX surgió la hacienda
de San Antonio. Su primer dueño Antonio de la Garza Elizondo la dedicó en honor
a San Antonio de Padua. Está situada en el antiguo camino donde se unen los valles
de las Salinas con la Pesquería Grande, Icamole y el viejo camino real a
Monclova. Ahí donde el río Salinas entra a Nuevo León, se forma un valle
rodeado de una montaña que parece la popa de un barco, la serranía de El Fraile
y la sierra de Gomas. La hacienda
también es conocida como del Muerto, debido a una serranía que parece un
cadáver tendido. La finca floreció y alcanzó notoriedad, aprovechando las aguas
del río que pasa por su demarcación. Durante el siglo XIX y principios del
siglo XX, todo el paraje fue invadido por los indios bárbaros y fue testigo de
tres o cuatro enfrentamientos militares.
En 1856 don Antonio
de la Garza debió venderla a Juan José Villarreal Elizondo, quien ordenó la
construcción de su capilla, las casas para los sirvientes, las galeras, un acueducto
y otras construcciones propias para la defensa. El propietario murió en 1878. Apenas
dos años antes ocurrió la primera batalla de Icamole, entre los seguidores del
Plan de Tuxtepec y las fuerzas leales a Lerdo de Tejada, que dejaron secuelas
en San Antonio del Muerto. Tras la muerte de Juan José, la hacienda pasó al único
descendiente y heredero don Melitón Villarreal. Fue cuando la hacienda alcanzó
importancia y fue reconocida en el ámbito regional.
Don Melitón
Villarreal nació en la hacienda El Chipinque, actual El Carmen en 1837. Hijo de
Juan José Villarreal y Ana María Gutiérrez. Falleció a principios de marzo de
1904. Sin descendencia todo su patrimonio fue dividido. Por decisión
testamentaria, una parte de su herencia fue
destinada para establecer un orfanatorio en 1907 en Monterrey. Los albaceas
Lázaro Garza Ayala, Francisco Belden y Valentín Rivero vendieron la hacienda de
San Antonio a Jesús González Treviño. Vinieron tiempos difíciles. Durante la
década de 1910 la hacienda ya no representaba una fuente de ingresos y la
crisis política le afectaron profundamente. Su último propietario vendió antes
de que fuera convertida en propiedad ejidal en 1937, iniciando una progresiva
etapa de abandono.
Para los
viajeros que recorrían de Icamole a Mina, se les hacía raro encontrar el viejo
casco de una hacienda. Con su plazoleta y en medio de la misma una noria, en
frente la capilla y la casa grande; con un silo y bodegas en donde guardaban
las semillas y cosechas. Muchos acudían a ella para tratar de rescatar el templo y la fiesta a San Antonio
cada 13 de junio. Otros para buscar tesoros, realizar conciertos de rock
alternativo, como lugar para grabar videos musicales y documentales,
aprovechando la poca o nula vigilancia existente.
Desde 1988 el
casco de la hacienda forma parte del patrimonio cultural del municipio de Mina.
Sin embargo, hasta 2004 se iniciaron los
trabajos para devolverle su antigua arquitectura y hacerla un lugar turístico.
Lamentablemente los buscadores de tesoros y hasta de personas mal intencionadas
que llegaron a profanar el templo, aunado al deterioro natural del inmueble,
provocaron la destrucción de la hacienda de San Antonio. El 13 de junio de
2010, la señora Tina Lozano de Villarreal rescató el casco de la hacienda, recuperando
el esplendor de la capilla. Ya no pudo continuar con su proyecto debido a
problemas burocráticos y relacionados con la inseguridad imperante en la
región. Son pocos los cascos de haciendas en Nuevo León y San Antonio del
Muerto debe resurgir como punto emblemático en el desierto norestense.
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