domingo, 19 de junio de 2016

La leyenda de Charles Mc Comas, que vieron en Santa Catarina

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de Santa Catarina

El 28 de marzo de 1883, una partida de apaches chiricahuas al mando del jefe rebelde Chato, cayeron sobre una familia en Lordburg, perteneciente al condado de Hidalgo en el suroeste de Nuevo México. Mataron a Hamilton Mc Comas y a su esposa Juanita Ware y se llevaron a su hijo Charley con apenas seis años.  Hamilton Mc Comas nació el 29 de noviembre de 1823 en el condado de Cabell en West Virginia. Se casó con una dama de nombre Louisa y tuvieron cuatro hijos.  Participó en la guerra civil como teniente coronel en el lado de la Unión el 4 de septiembre de 1862 en el estado de Illinois, aún y cuando era sureño. Dejó la milicia el 6 de febrero de 1863.


Sirvió como juez del condado en Monticello, Illinois. No se tienen referencias de su primera esposa, solo sabemos que volvió a casarse con Juanita Ware en 1869 en Fort Scott, Kansas y tuvieron un niño llamado Charley nacido en 1876. Hamilton fue contratado por una compañía minera de Saint Louis, para trasladarse a Silver City en Nuevo México. Abrió una oficina y se convirtió en un miembro muy querido de la comunidad. Un día salió con su esposa y su hijo menor a una mina en las cercanías de Lordsburg.  Le advirtieron de la peligrosidad de los caminos, pero no les hizo caso. El 27 de marzo de 1883,  Mc Comas se detuvo a unos 17 kilómetros antes de llegar a su destino para pasar la noche.  Al día siguiente una partida de indios chiricahuas cayó en el improvisado campamento.  Tanto el padre como la madre fueron asesinados.  Quien dio parte a las autoridades de Silver City fue un colaborador de la familia de apellido Moore.  Vio a la pareja sin vida pero no encontraron a Charley. Pronto se formó un destacamento al mando  del general George Crook, quienes persiguieron a los apaches que huyeron hacia México, mientras los cuerpos de Mc Comas y su esposa fueron enviados a Fort Scott, Kansas para el entierro. 

Se  dispuso la búsqueda del niño y los medios impresos de la época comenzaron a publicar notas al respecto. No daban crédito que los apaches y comanches mantuvieran una guerra en contra de los pobladores del suroeste de los Estados Unidos. Mientras el ejército norteamericano consiguió  la rendición del gran jefe Gerónimo, quien también se comprometió a buscar el niño. La familia Mc Comas era muy estimada y estaba emparentada con políticos influyentes en Washington, quienes llegaron a ofrecer hasta mil dólares de recompensa a todo aquel que les informara el paradero de Charley. La fotografía llegó a diversos puntos de la frontera entre Nuevo México y Texas, Chihuahua, Coahuila y Nuevo León.

El asalto se convirtió en un asunto nacional. La opinión pública estaba indignada pues las naciones de indios seguían causando estragos.  Exigieron rescatar a Charley y castigar a los apaches por la muerte de sus padres. Lo único que localizaron en las montañas, fue un álbum familiar de los Mc Comas y varios otros objetos de valor.  Para muchos, los tres Mc Comas habían perecido juntos. La búsqueda militar se interrumpió debido a las maniobras políticas; por lo que amigos y familiares se negaron a aceptar la desaparición del niño. 

Durante la búsqueda, dos guerreros apaches admitieron que el niño estaba vivo. Un capitán de nombre John G. Bourke supo que una mujer apache lo tenía cautivo en uno de las reservas.  A finales de mayo Gerónimo y Chato, se presentaron para iniciar conversaciones de paz.  Todos ellos prometieron encontrar a Charley y lo buscaron en la reserva de San Carlos. Los oficiales en San Carlos llegaron a la conclusión de que Charley si había estado en el campamento, pero había muerto a causa  del frío durante el invierno. Cuando Gerónimo regresó a la reservación sin el niño, la familia Mc Comas aceptó la muerte de Charley pues su cuerpo nunca fue encontrado.


Un primo de Gerónimo afirmó que Charley fue asesinado en venganza por un apache iracundo después de que mataron a su madre.  Otra historia dice que Charley fue llevado por dos mujeres apaches cuando huían del campamento con sus hijos. Y lo más extraño y curioso de todo, un telegrama llegó desde Monterrey  en donde les comunicaba que el niño estaba con una familia de Santa Catarina. Supuestamente unos chiricahuas llegaron hasta la Sierra Madre Oriental; pasaron por Santa Catarina y ahí fue rescatado.


No se sabe con certeza qué pasó con Charley Mc Comas.  Para unos murió al poco tiempo de que mataron a sus padres. A principios de siglo XX; entre Sonora y Arizona andaba una banda de ladrones cuyo jefe era un "hombre blanco." La prensa afirmó que este hombre era Charley Mc Comas .  O a lo mejor el niño se quedó con la familia de Santa Catarina y tal vez hasta haya formado su familia entre nosotros, sin saber la verdadera identidad de Charley Mc Comas, el niño que robaron cerca de Silver City, Nuevo México y fue visto en Santa Catarina. Si tienen oportunidad de ver la película Hombre con Paul Newman, verán alguna similitud con éste relato que les acabo de contar.

domingo, 12 de junio de 2016

La herencia de caciques y caudillos que pelearon éstas tierras

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

Cuando arribaron los pobladores de procedencia ibérica a la región noreste, debieron tratar y someter a los caciques o caudillos indígenas,  que comandaban o regían las diversas rancherías o naciones de las llamadas tribus chichimecas. Los cronistas de la época se refieren a ellos como capitanes, jefes, caciques o caudillos, cuyos nombres se aplican en la actualidad a sitios emblemáticos como lo son Nacataz e Icamole en García, Mamulique en Salinas Victoria, Lazarillo y Colmillo en Allende, el Huajuco en Santiago y Zapalinamé en Saltillo.


Tenemos pocas referencias acerca de la vida de los guerreros imbatibles. Tal vez el más conocido de todos es Huajuco, un cacique huachichil perteneciente a la nación Cayo Cuapa. Que por cierto dio su nombre a una extensión territorial situada al sur de Monterrey, la cual atraviesa una porción de los municipios de Santiago y de Allende, delimitada por la Sierra Madre y el Cerro de la Silla. Un 31 de mayo de 1624, Huajuco en compañía de un hermano suyo llamado Colmillo y de una partida de rebeldes, llegaron hasta la hacienda de Santa Catalina. Capturaron al mayordomo Diego Pérez, a quien desnudaron a cambio de su libertad. Este logró escapar pero al pasar por un montecillo fue flechado por los indios. En el incendio destruyeron la casa grande y otras construcciones, se perdieron toda la producción de maíz, el ganado, las herramientas  y los títulos de propiedad. A Huajuco se le describe como alto, feroz, mandaba con imperio y hablaba diversas lenguas. Mantuvo en estado de sitio a Monterrey y a sus alrededores con sorpresivos y continuos ataques. Convertido al cristianismo, se dedicó a robar jóvenes indios para venderlos en colleras. En 1625 salió con rumbo hacia el río del Potosí. En el camino los mismos indios lo sorprendieron dejándolo gravemente herido.

Colmillo fue bautizado con el nombre de Cristóbal y cuando fue gravemente herido, huyó hasta un paraje situado río arriba del Ramos en Allende en donde murió. Por las noches en los alrededores, se pueden escuchar lo mismo el canto y los gemidos del cacique. Por ese tiempo en jurisdicción de Pesquería Grande, andaba otro cacique del grupo de los tepehuanes a quien mataron de una lanzada. En 1624 el jefe Nacastlahua fue muerto a palos en Cadereyta, porque se sentaba a la mesa antes que sus patrones. Como venganza, los indios se rebelaron y quemaron el jacal en donde vivía Alonso Pérez. Ahí mataron a uno de nombre Pereyra a quien se comieron en barbacoa.

Un cacique llamado Cabrito se levantó en contra de los colonizadores allá por el rumbo de la Sierra de Papagayos, perteneciente al actual municipio de Los Ramones. Para someterlo atraparon a su esposa, confinándola  en la casa que Alonso de León tenía en Cadereyta. La india escapó y dio aviso de cómo estaba la situación de la ranchería, a donde cayeron los indios el 27 de noviembre de 1651. El sitio fue roto cuando llegaron unos vecinos de Cadereyta para rescatarlos. Ahí Cabrito fue mortalmente herido y antes de morir, pidió se robaran los caballos de los pobladores para vencerlos. Por el mismo rumbo tenemos a Lazarillo, nacido en 1599 y que luego se convirtió en un cacique indio del grupo de los borrados. Para 1639 vivía en Cadereyta.

En 1655 Martín Hualahuis atacó una estancia de Nicolás Vázquez en San Pablo de Labradores. Fue atrapado y conducido a Monterrey en donde fue bautizado, siendo su padrino ni más ni menos que el gobernador don Martín de Zavala. Con su gente se formó la misión de San Cristóbal de los Hualahuises. Otro indio cantor de la misma ranchería de San Cristóbal perteneciente al pueblo o nación de los Hualahuises, participó en varias de las empresas de pacificación y conquista al servicio de los nuevos pobladores; pues al saber diversas lenguas, prestó valiosos apoyos por conocer las tradiciones y creencias de los distintos pueblos de la sierra de Tamaulipas.


Según la leyenda,  Zapalinamé fue un valiente guerrero de la tribu de los huachichiles, a quien  hirieron después de librar un feroz combate defendiendo la libertad de su pueblo. Llegó hasta su refugio en lo más alto de la sierra. Cansado se recostó viendo el azul intenso del cielo que cubre el valle de Saltillo. Mientras la muerte se acercaba, decidió quedarse como protector del aquel lugar. Hoy en día la sierra de Zapalinamé es una reserva natural protegida, que produce el 70 % del agua que se consume en la zona de Saltillo, Ramos Arizpe y Arteaga.  


Estoy seguro que hay más referencias de los antiguos pobladores que defendieron en éstas tierras, a la llegada de los colonizadores. Falta buscarlos para entender mejor la vida de aquellos que nos precedieron. 

miércoles, 8 de junio de 2016

El “Filósofo de Güémez”

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

Hace unos días falleció Ramón Durón Ruiz. A lo mejor el nombre no les dice algo. El nació en Ciudad Victoria, Tamaulipas en 1956. Estudió para maestro, luego la carrera de abogado hasta obtener el doctorado en la misma especialidad en la UNAM. A la par de la carrera docente, militó en la política partidista de su ciudad natal: síndico y presidente municipal, diputado local, delegado federal, secretario particular del entonces gobernador Tomás Yarrington, procurador general de justicia y director del Instituto Tamaulipeco de Educación para Adultos. Durante mucho tiempo colaboró en diversos medios de comunicación, impartió conferencias y se dio a conocer como investigador de temas relacionados al rescate de la tradición y cultura popular; pero sobre todo, se le reconoce por ser el promotor y divulgador de los dichos y refranes del considerado “Filósofo de Güémez”.

El “Filósofo de Güémez” es conocido por sus frases compuestas, con la que justifica o explican alguna situación tan obvia o cotidiana. Las frases del pensador, corresponden a un personaje de la vida rural, inteligente, difícil para engañar o burlarse de él. Su sentido del humor llega lo mismo a niños, amas de casa, campesinos, obreros, académicos, promotores culturales y cronistas. Para tratar al “Filósofo de Güémez”, debemos definir en primera instancia quien es un filósofo y qué hace un filósofo. Dicen que para filosofar se requiere vivir y tener conciencia de las vivencias. Una vez le preguntaron a Pitágoras si era muy cuerda e inteligente. Les contestó que era simplemente un amante o buscador de la sabiduría. De aquí viene su sentido etimológico; literalmente es “amor a la sabiduría”. Sabiduría tiene que ver con el sabor y la substancia a todas las cosas. Para José Vasconcelos, filosofar es una forma de acercarse a todos los rincones de la existencia, con la finalidad de descubrir un sentido en el caos y una dirección en las corrientes.


Como alumnos de cursos preparatorianos de filosofía, seguramente nos molestaba el lenguaje complejo y abstracto que predominaba en las lecciones. Nos enseñaron que la filosofía consiste en aprenderse de memoria las propuestas en torno al ser, el pensar y el actuar de todos los pensadores habidos y por haber. Pero no solo se hace filosofía desde la academia, todos filosofamos de una u otra manera. La vida y la experiencia, los golpes y fracasos al igual que las esperanzas y alegrías, también nos proveen de material para filosofar. Entonces vemos a filósofos en la banqueta, las bancas, la calle y en otros sitios más. Y aunque el sentir y la sabiduría popular no están sistematizados ni expuestos en un esquema riguroso y analítico, tampoco están exentas del amor a la sabiduría y a las cosas que nos preocupan.

Tenemos a un filósofo que expresa sus cosas de una manera tan burda, desparpajada y sencilla que hasta nos causa risa. Es de Güémez, un municipio de Tamaulipas establecido por José de Escandón en 1749, llamado en honor al virrey de la Nueva España, don Juan Francisco de Güémez y Horcasitas Aguayo, Conde de Revillagigedo. Está a unos 24 kilómetros de Ciudad Victoria, junto al Río Purificación que desemboca a la presa Vicente Guerrero en Padilla, Tamaulipas. El municipio colinda al norte con los municipios de Hidalgo y Padilla; al sur con el de Victoria; al este con el de Padilla: al oeste con Nuevo León; al sureste con el municipio de Casas y al suroeste con Jaumave.


En 1985 apareció la obra “El Filósofo de Guémez”, escrito y recopilado por Ramón Durón Ruiz. Fue cuando Güémez se hizo famosa; por contar entre sus hijos a un filósofo que piensa como nosotros, con una filosofía tan evidente, contundente, sencilla (decía Ortega y Gasset que la virtud del filósofo es la claridad). Este no era alemán, francés o británico. Es de un pueblo de Tamaulipas. Su sabiduría está expuesta en cápsulas, refranes, sentencias y dichos. Nos hacen pensar, reflexionar y hasta nos alegran la existencia, con ocurrencias como ésta: “Cualquier tiempo pasado, fue anterior”, “Cuando el gallo canta en la madrugada, puede que llueva poco o que no llueva nada”. “Si dos perros corretean a una liebre y el de adelante no la alcanza, el de atrás menos” o “Se está muriendo mucha gente, que antes no se había muerto”.  “Pa´vida de morirse hay que estar vivo”, “Todo objeto que se introduce en el agua tiende a mojarse”, “Cría cuervos y tendrás muchos”, “En política el que sabe, sabe, y el que no es el jefe”, “Lo que no va de bajada, va de su subida”, “En todas las subidas, de allá para acá son bajadas”, “Todo lo que entra tiene que salir, a menos que se quede adentro”.

Ante la fama de tan distinguido pensador, le preguntaron a la gente de Güémez si realmente existió o es un invento popular. Para algunos se trata de un mito, una leyenda que se formó a lo largo de los años. Lo mismo puede ser el sacristán, el barrendero, el cura o el peluquero del pueblo, pues todos tienen algo que contar. Para unos, el verdadero filósofo encarnó en la figura de Juan Mansilla Ríos, Darío Guerrero o de José Calderón Castillo.

Juan Mansilla Ríos nació en Güémez y se le considera el máximo intelectual que ha dado la villa. Fue un genio en las matemáticas y se sabe que vivió en Europa cuando cayó el régimen de don Porfirio Díaz. Por sus aportes académicos, fue condecorado por el presidente el general Lázaro Cárdenas. Todos saben que realizó una compilación de frases y refranes típicos de la región, que lamentablemente nunca salió publicada. Se hicieron unas copias que circularon por el vecindario y posiblemente la gente se las aprendió y difundió. Darío Guerrero era originario de Calabacillas, una localidad perteneciente a Bustamante. Llegó en 1896 a Güémez. Se refieren a él como un hombre poco versado en los estudios, pero con una notoria inteligencia. Durante mucho tiempo fungió como parte de la autoridad del pueblo. Don Pepe Calderón nació en 1870 en Rosales, Ciudad Victoria. En 1902 se asentó en Güémez dedicándose a la música y a la carpintería y ahí murió en 1964.  A Calderón se le recuerda por lo dicharachero, por lo “sabio”, sus tallas y sus ocurrencias. El  propio Calderón contaba que la leyenda filosofal surgió en 1882, cuando el presidente Manuel González acordó fijar los límites entre Nuevo León y Tamaulipas. Las primeras reuniones se hicieron en Monterrey, a donde acudieron representantes de los municipios involucrados, excepto los güemenses por falta de dinero. Las juntas siguieron en Linares y tampoco fueron los de Güemez. En 1905 se hizo una asamblea en Ciudad Victoria. Los habitantes de Güémez comisionaron a Darío Guerrero, para que hiciera acto de presencia. Llegó con la tradicional vestimenta de un hombre de campo, mientras que los demás andaban de trajeados con levita y sombrero. En medio de tanta elegancia, el campesino causó extrañeza y se preguntaban “¿y éste quién es?”.

Uno se animó a interrogarlo: “¿Y tú qué plan peleas aquí?”. Guerrero le contestó delante de todos: “No, po´s yo vengo representando a Güémez”. “¡Mira,  Mira! ¿Y no hallaron a otro cabrón?”. Le salió lo afrentoso: “No, pos los de allá me dijeron que, para los que vinieran, que conmigo era más que suficiente”. El funcionario señaló en tono festivo: “¡Mira este cabrón, hasta filósofo me salió!”. Para la gente del pueblo, el verdadero filósofo es José Calderón Castillo, quien dejó bastantes documentos inéditos. El habría dejado algunas de las máximas “filosofales” que se publicaron como la  de “Agua que no corre… es charco”, “El que anda de buenas, no puede andar de malas”, “Primero es el Uno y después el Dos, pero en el 21 se chingó el Uno”. Lamentablemente la fama de Güémez surgió del desprecio y la consideración de los pocos estudios que tienen los residentes del municipio, al cual se refieren en tono de burla como un pueblo pequeño.


El “Filósofo de Güémez” es un icono de la cultura norteña, un personaje que representa mucho de lo que somos. A través de sus expresiones, entendemos la vida cotidiana de quienes nacimos en el norte de México. A decir verdad, Ramón Durón fue la encarnación del “Filósofo de Güémez”, pues puso al personaje en la república de las letras; no fue su padre pero sí le dio forma y lo llevó por todas partes. Hay un dicho: “Si tienes marrana amárrala y si no, no busques mecate”, que nos hace pensar: No hay necesidad de andar el metiche. Otra más: “Me tienen como perro de rancho, me amarran en las fiestas y me sueltan en los pleitos”. Para finalizar: “El que se mete en política, es como el gato que se mete a la chimenea. O sale quemado o sale tiznado, pero limpio no sale”. Lo obvio es tan fácil de ver y si no, observen a nuestros gobernantes. Sería imposible citar todas las inteligentes frases del filósofo, pero sin duda, son un camino simple para entender la vida cotidiana del habitante del centro de Tamaulipas. 

domingo, 5 de junio de 2016

Santo Domingo y el Nogalar

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

En la zona noreste del municipio de San Nicolás de los Garza, se halla una de las poblaciones más antiguas de Nuevo León y por cierto es la cuna del apellido Cavazos. Se llama Santo Domingo en honor al religioso de origen español (1170-1221) fundador de la orden de los frailes predicadores, mejor conocidos como dominicos y promotor de la devoción al santo rosario. Pero también nos refiere a Domingo Manuel, uno de los doce fundadores de la ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey el 20 de septiembre de 1596 y en consecuencia obtuvo merced de cuatro caballerías de tierras, para establecer una estancia a la que llamaron precisamente de Santo Domingo.


Una vez llegaron unos indios a su finca y se robaron unas yeguas. Domingo Manuel acompañado de Juan Pérez de los Ríos salió a darles alcance. Pero los asaltos continuaron. Una vez mientras comía, unos indios fueron a pedirle alimento. Cuando salió a darles lo poco que tenía, uno lo golpeó en el brazo, lo atraparon, le pusieron una soga al cuello, lo colgaron y lanzaron flechas hasta matarlo más o menos en el 1604 y 1605. . Su propiedad pasó al capitán Antonio Rodríguez, quien llegó a ser alcalde de Monterrey en 1601 y murió también en un ataque que hicieron los indios bárbaros el 8 de febrero de 1624. Para 1626 las estancias, la que perteneció a Diego Díaz como la de Santo Domingo no aparecen en los censos. De acuerdo a Tomás Mendirichaga estaban deshabitadas debido al estado continuo de guerra viva.

La estancia de Santo Domingo quedó despoblada hasta que un familiar de Rodríguez llamado Antonio de Urbina, la vendió al capitán Pedro de la Garza, quien repobló la hacienda y volvió a cultivar sus tierras. Casado con Inés Rodríguez formó una familia integrada por Mariana, Elena, Pedro y José. Elena se casó con el capitán Juan Cavazos en 1630, por lo que dividió la hacienda y dio en dote la mitad de la labor que perteneció a Antonio Rodríguez. En 1655 Juan Cavazos adquirió la otra mitad quedando como dueños absolutos de la hacienda de Santo Domingo. La estancia pronto alcanzó notoriedad hacia el siglo XVII, creciendo en territorio, convirtiéndose en un importante centro agrícola y ganadero. La hacienda era el paso obligado para el camino a San Gregorio de Cerralvo y desde mediados del siglo XVIII como enlace con dos de las llamadas villas del Norte, Revilla y Mier. Como se advierte, Santo Domingo se convirtió en un sitio especial para la consolidación de la población de toda esa región.


Juan Cavazos nació en 1600 en Santa María, Castilla la Vieja en España. Hijo de Gabriel Cavazos, posiblemente de origen italiano y de Simona del Campo. Llegó al Nuevo Reino de León en 1630. Ocupó diversos cargos en el ayuntamiento de Monterrey como alcalde, regidor y síndico. Obtuvo merced de tierras en otros sitios, pero solo pobló las de Santo Domingo. Ahí tuvo molino de pan, labores y encomiendas de indios. Con el grado de capitán acudió a diversas campañas de pacificación. En documentos de la época firmaba su apellido como Cabasso al que luego pluralizó en Cavazos. Murió el 15 de junio de 1683, enterrado en el convento de San Francisco de Monterrey. Fue uno de los responsables de la construcción del templo parroquial de Monterrey. En su testamento menciona que en la hacienda había casas bien construidas y hasta presume tener la mejor construcción del reino y junto a la casa un aposento que sirve de caballeriza y la existencia de una pequeña capilla en la cual oficiaban misas. Del matrimonio de Juan Cavazos y Elena de la Garza nacieron el religioso franciscano Juan Cavazos, Francisca Margarita, Antonio, Clara, María, Lucía, Gabriel y José.

Las familias Cavazos y de la Garza crecieron y a ella se añadieron otras dinastías. En 1642 se hizo medición de la hacienda y Martín de Zavala los confirmó en octubre de ese año. Elena de la Garza murió en 1659 y gracias al testamento sabemos que la hacienda estaba compuesta por veinte caballerías de tierra y tres sitios de ganado mayor y menor. En 1687 la hacienda se repartió entre los herederos Antonio, José y Lucía que se casó con el capitán Antonio de Estrada. El lugar se convirtió en una comunidad agrícola y ganadera.

Contaba con suficientes manantiales y por ello estaba repleta de nogales y otros árboles típicos de la región. Por ello también se le conocía como el bosque de Santo Domingo o también de El Nogalar. En 1846 el ejército norteamericano estableció su cuartel y hasta dejó un panteón para los militares caídos en la toma de Monterrey. Santo Domingo era considerado centro abastecedor de productos básicos para los alrededores. Se construyeron importantes casas, edificios austeros con líneas claras y precisas. Cuando fue creada la municipalidad de San Nicolás de los Garza en 1830, ésta quedó integrada en su jurisdicción territorial. Para 1862, se decía que la hacienda de Santo Domingo era un rancho situado estaba a tres cuartos de legua de San Nicolás, dividida en 70 accionistas. Tierra de hombres y mujeres ilustres, ahí nació en 1861 Nicéforo Zambrano Cavazos que llegó a la gubernatura de Nuevo León entre 1917 y 1919.


Santo Domingo, la tierra de frontera y puerta a Monterrey. En 1971 cuando San Nicolás de los Garza alcanzó la categoría de ciudad, comenzó su crecimiento demográfico. Gradualmente los vecinos emigraron, dejando las parcelas y los lugares de cultivo. Estos fueron comprados para instalar en ellos fábricas, colonias y bodegas de uso industrial. Las avenidas pronto cambiaron su modo apacible de vida. Si alguien quiere conocer lo que un día fue, solamente nos queda parte del casco de la vieja hacienda que tiende a desaparecer. El 4 de agosto de 1984 inauguraron la capilla dedicada a Santo Domingo de Guzmán a quien veneraban en casas particulares, luego en un jacalón. Lo festejan cada 4 de agosto. Es cuando llevan a la antigua imagen en una procesión por el pueblo para pedir por las lluvias y las buenas cosechas. Sacaban a dar gallo por entre la plaza y los negocios instalados en su alrededor. Hoy los restos de la hacienda de Santo Domingo son recuerdos vertidos en la casona vieja, en las paredes y cimientos que indican la presencia de un rico pasado ligado a la fundación de Monterrey, a la historia de San Nicolás de los Garza y al desarrollo metropolitano de Nuevo León.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico