Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina
Hace unos días falleció
Ramón Durón Ruiz. A lo mejor el nombre no les dice algo. El nació en Ciudad
Victoria, Tamaulipas en 1956. Estudió para maestro, luego la carrera de abogado
hasta obtener el doctorado en la misma especialidad en la UNAM. A la par de la
carrera docente, militó en la política partidista de su ciudad natal: síndico y
presidente municipal, diputado local, delegado federal, secretario particular
del entonces gobernador Tomás Yarrington, procurador general de justicia y director
del Instituto Tamaulipeco de Educación para Adultos. Durante mucho tiempo
colaboró en diversos medios de comunicación, impartió conferencias y se dio a
conocer como investigador de temas relacionados al rescate de la tradición y
cultura popular; pero sobre todo, se le reconoce por ser el promotor y
divulgador de los dichos y refranes del considerado “Filósofo de Güémez”.
El “Filósofo de Güémez” es conocido por sus frases compuestas, con la
que justifica o explican alguna situación tan obvia o cotidiana. Las frases del
pensador, corresponden a un personaje de la vida rural, inteligente, difícil
para engañar o burlarse de él. Su sentido del humor llega lo mismo a niños,
amas de casa, campesinos, obreros, académicos, promotores culturales y
cronistas. Para tratar al “Filósofo de
Güémez”, debemos definir en primera instancia quien es un filósofo y qué
hace un filósofo. Dicen que para filosofar se requiere vivir y tener conciencia
de las vivencias. Una vez le preguntaron a Pitágoras si era muy cuerda e
inteligente. Les contestó que era simplemente un amante o buscador de la
sabiduría. De aquí viene su sentido etimológico; literalmente es “amor a la sabiduría”. Sabiduría tiene
que ver con el sabor y la substancia a todas las cosas. Para José Vasconcelos,
filosofar es una forma de acercarse a todos los rincones de la existencia, con
la finalidad de descubrir un sentido en el caos y una dirección en las
corrientes.
Como alumnos de cursos
preparatorianos de filosofía, seguramente nos molestaba el lenguaje complejo y
abstracto que predominaba en las lecciones. Nos enseñaron que la filosofía consiste
en aprenderse de memoria las propuestas en torno al ser, el pensar y el actuar
de todos los pensadores habidos y por haber. Pero no solo se hace filosofía
desde la academia, todos filosofamos de una u otra manera. La vida y la
experiencia, los golpes y fracasos al igual que las esperanzas y alegrías,
también nos proveen de material para filosofar. Entonces vemos a filósofos en
la banqueta, las bancas, la calle y en otros sitios más. Y aunque el sentir y
la sabiduría popular no están sistematizados ni expuestos en un esquema
riguroso y analítico, tampoco están exentas del amor a la sabiduría y a las
cosas que nos preocupan.
Tenemos a un filósofo que
expresa sus cosas de una manera tan burda, desparpajada y sencilla que hasta
nos causa risa. Es de Güémez, un municipio de Tamaulipas establecido por José
de Escandón en 1749, llamado en honor al virrey de la Nueva España, don Juan
Francisco de Güémez y Horcasitas Aguayo, Conde de Revillagigedo. Está a unos 24
kilómetros de Ciudad Victoria, junto al Río Purificación que desemboca a la
presa Vicente Guerrero en Padilla, Tamaulipas. El municipio colinda al norte
con los municipios de Hidalgo y Padilla; al sur con el de Victoria; al este con
el de Padilla: al oeste con Nuevo León; al sureste con el municipio de Casas y
al suroeste con Jaumave.
En 1985 apareció la obra “El Filósofo de Guémez”, escrito y
recopilado por Ramón Durón Ruiz. Fue cuando Güémez se hizo famosa; por contar
entre sus hijos a un filósofo que piensa como nosotros, con una filosofía tan
evidente, contundente, sencilla (decía Ortega y Gasset que la virtud del filósofo
es la claridad). Este no era alemán, francés o británico. Es de un pueblo de
Tamaulipas. Su sabiduría está expuesta en cápsulas, refranes, sentencias y
dichos. Nos hacen pensar, reflexionar y hasta nos alegran la existencia, con
ocurrencias como ésta: “Cualquier tiempo
pasado, fue anterior”, “Cuando el gallo canta en la madrugada, puede que llueva
poco o que no llueva nada”. “Si dos perros corretean a una liebre y el de
adelante no la alcanza, el de atrás menos” o “Se está muriendo mucha gente, que
antes no se había muerto”. “Pa´vida de
morirse hay que estar vivo”, “Todo objeto que se introduce en el agua tiende a
mojarse”, “Cría cuervos y tendrás muchos”, “En política el que sabe, sabe, y el
que no es el jefe”, “Lo que no va de bajada, va de su subida”, “En todas
las subidas, de allá para acá son bajadas”, “Todo
lo que entra tiene que salir, a menos que se quede adentro”.
Ante la fama de tan
distinguido pensador, le preguntaron a la gente de Güémez si realmente existió
o es un invento popular. Para algunos se trata de un mito, una leyenda que se
formó a lo largo de los años. Lo mismo puede ser el sacristán, el barrendero,
el cura o el peluquero del pueblo, pues todos tienen algo que contar. Para
unos, el verdadero filósofo encarnó en la figura de Juan Mansilla Ríos, Darío Guerrero
o de José Calderón Castillo.
Juan Mansilla Ríos nació
en Güémez y se le considera el máximo intelectual que ha dado la villa. Fue un
genio en las matemáticas y se sabe que vivió en Europa cuando cayó el régimen
de don Porfirio Díaz. Por sus aportes académicos, fue condecorado por el presidente
el general Lázaro Cárdenas. Todos saben que realizó una compilación de frases y
refranes típicos de la región, que lamentablemente nunca salió publicada. Se
hicieron unas copias que circularon por el vecindario y posiblemente la gente
se las aprendió y difundió. Darío Guerrero era originario de Calabacillas, una
localidad perteneciente a Bustamante. Llegó en 1896 a Güémez. Se refieren a él
como un hombre poco versado en los estudios, pero con una notoria inteligencia.
Durante mucho tiempo fungió como parte de la autoridad del pueblo. Don Pepe
Calderón nació en 1870 en Rosales, Ciudad Victoria. En 1902 se asentó en Güémez
dedicándose a la música y a la carpintería y ahí murió en 1964. A Calderón se le recuerda por lo dicharachero,
por lo “sabio”, sus tallas y sus
ocurrencias. El propio Calderón contaba
que la leyenda filosofal surgió en 1882, cuando el presidente Manuel González acordó
fijar los límites entre Nuevo León y Tamaulipas. Las primeras reuniones se
hicieron en Monterrey, a donde acudieron representantes de los municipios
involucrados, excepto los güemenses por falta de dinero. Las juntas siguieron
en Linares y tampoco fueron los de Güemez. En 1905 se hizo una asamblea en Ciudad
Victoria. Los habitantes de Güémez comisionaron a Darío Guerrero, para que hiciera
acto de presencia. Llegó con la tradicional vestimenta de un hombre de campo, mientras
que los demás andaban de trajeados con levita y sombrero. En medio de tanta
elegancia, el campesino causó extrañeza y se preguntaban “¿y éste quién es?”.
Uno se animó a
interrogarlo: “¿Y tú qué plan peleas
aquí?”. Guerrero le contestó delante de todos: “No, po´s yo vengo representando a Güémez”. “¡Mira, Mira! ¿Y no hallaron a otro cabrón?”. Le
salió lo afrentoso: “No, pos los de allá
me dijeron que, para los que vinieran, que conmigo era más que suficiente”.
El funcionario señaló en tono festivo: “¡Mira
este cabrón, hasta filósofo me salió!”. Para la gente del pueblo, el
verdadero filósofo es José Calderón Castillo, quien dejó bastantes documentos
inéditos. El habría dejado algunas de las máximas “filosofales” que se publicaron como la de “Agua
que no corre… es charco”, “El que anda de buenas, no puede andar de malas”, “Primero
es el Uno y después el Dos, pero en el 21 se chingó el Uno”. Lamentablemente
la fama de Güémez surgió del desprecio y la consideración de los pocos estudios
que tienen los residentes del municipio, al cual se refieren en tono de burla
como un pueblo pequeño.
El “Filósofo de Güémez” es un icono de la cultura norteña, un
personaje que representa mucho de lo que somos. A través de sus expresiones,
entendemos la vida cotidiana de quienes nacimos en el norte de México. A decir
verdad, Ramón Durón fue la encarnación del “Filósofo
de Güémez”, pues puso al personaje en la república de las letras; no fue su
padre pero sí le dio forma y lo llevó por todas partes. Hay un dicho: “Si tienes marrana amárrala y si no, no
busques mecate”, que nos hace pensar: No
hay necesidad de andar el metiche. Otra más: “Me tienen como perro de rancho, me amarran en las fiestas y me sueltan
en los pleitos”. Para finalizar: “El
que se mete en política, es como el gato que se mete a la chimenea. O sale
quemado o sale tiznado, pero limpio no sale”. Lo obvio es tan fácil de ver
y si no, observen a nuestros gobernantes. Sería imposible citar todas las
inteligentes frases del filósofo, pero sin duda, son un camino simple para
entender la vida cotidiana del habitante del centro de Tamaulipas.
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