Antonio Guerrero Aguilar/ Narrador y promotor cultural
Durante
la gubernatura de don Martín de Zavala en el Nuevo Reino de León (1626-1664),
trajeron las cabras y los borregos procedentes del altiplano central. Pastaban
y engordaban en regiones situadas al oriente y norte de nuestra entidad. Según
testimonios de gente que sabe de historia, también llegaron esclavos de origen
africano como pastores. Los ganados trashumantes venían en el otoño y se iban
en la primavera. Entonces la presencia de los pastores y el contacto con los
naturales del noreste, dejó una cultura compuesta con los mitos y costumbres,
que mezclan ambos mundos y entretejen en asuntos mágicos y extraños.
En
ese sincretismo encontramos algunos atavismos, supersticiones y creencias que
todavía persisten respecto a los ritos que tenían los pueblos originarios. Un
poblador del Nuevo Santander llamado Hermenegildo Sánchez, (vivió en Villagrán,
Tamaulipas de 1750 hasta 1804), escribió acerca de los indicios de la brujería
y curandería en el noreste. “Desierta de gente española y cristiana y
solamente poblada por bárbaros indios y algunos pastores que entraban por
temporadas a apacentar sus ganados. Porque estos (indios) forman sus mitotes y
bailes a que concurren muchas de las rancherías más cercanas a embriagarse con
una bebida que hacen de pulque de mezquite, maguey y tuna, y de no haber esto
lo más común es el peyote, que es una yerba que ellos veneran mucho que también
los emborracha mucho. Con esto y el baile que forman en círculo alrededor de
una gran hoguera caen privados y en esa privación se les aparece el demonio, a
quien adoran y veneran, que baja del cielo y ahí les dice lo que han de hacer”.
Como
se advierte, los naturales hacían mitotes que los colonizadores consideraban
malignos y en cierto punto peligrosos a la moral cristiana. Si a esa nos vamos,
el mitote norteño era en cierta forma similar a los “aquelarres” que supuestamente hacían las brujas. Desde mediados del siglo XIX, tenemos algunos relatos que tienen que ver con el
tema de “las brujas”, en una
comunidad llamada La Petaca perteneciente a Linares. A decir verdad, muchas
narraciones tienen su origen en la figura de los curanderos. Recordemos que en
esos tiempos casi no había médicos ni siquiera hospitales establecidos en el
Nuevo Reino de León, y el remedio de muchos males lo encontraban en recetas y
tratos que tenían con los curanderos que les daban pociones preparadas con
hierbas mezcladas y en el cumplimiento puntual de ciertas prácticas.
Para
ser curandero se requerían cualidades hasta cierto punto excepcionales. El
conocimiento fue pasando por tradición oral y lo fusionaron con elementos de la
religión católica. Pero una persona que sabe el origen de las cosas y la
solución a los problemas del cuerpo como del espíritu, sabe que hay “trabajos” buenos y malos, unos
bendecidos y otros malignos que quieren dañar o desaparecer a las personas.
Unos los provocan y otros los solucionan. Como esa función la hacían los
mismos, entonces relacionaron al curandero con un hechicero o brujo.
Entonces
la comunidad de La Petaca allá en Linares, se hizo famosa para buscar el
remedio de los males y la cura de las aflicciones que dañan al cuerpo como al
espíritu. Ahí vivieron unas tres curanderas que se dice controlaban las artes
negras como blancas de la magia. Por ejemplo, a fines del siglo XIX llegaron
dos curanderas a Linares, una de ellas llamada María de Jesús Prado y otra que
decía ser una india kikapú cuyo nombre era Guadalupe Ornelas. El alcalde don Jesús
María Benítez y Pinillos, pidió a su yerno el doctor Joaquín Garza que las
persuadiera de abandonar la población. Pero las indias no se fueron de Linares y
se quedaron a vivir en La Petaca. Según cuentan, el sitio se llama así pues
dicen que una ocasión unos sacerdotes hicieron un rito de exorcismo y
encerraron los espíritus malignos en una “petaca”
que metieron en el lecho del río Pablillo.
Según
el cronista de Linares, allá por 1960 ocurrió algo extraño en el punto conocido
como La Yerbabuena. El comisariado
ejidal los llevó con un hombre que se hacía llamar “El Brebajes”. Las autoridades estuvieron platicando un rato con
él. Llegado el momento de presentarlos ante su “dios”, les hizo ponerse ropa igual como la que él llevaba. Al
fondo del local había un chivo disecado y de pronto se dirigió a los asistentes:
“hermanos, nos hemos reunido para alabar
a nuestro dios de las tinieblas”. Los visitantes se quedaron todos
sorprendidos. Luego los trasladaron a un sitio en donde había una mesa servida
con una variedad de platillos. Los testigos experimentaron visiones y cosas extrañas, como que las paredes
se acercaban y alejaban, oyeron gritos espeluznantes, y que todo giraba a su
alrededor.
El “Brebajes” levantó en su mano y colocó
en ella una serie de palillos que parecían del mismo tamaño y dijo, “al que le toque el más chico será
sacrificado en El Pilar del Chivo y le ofreceremos a Satanás la sangre y el
corazón…”. Obviamente todos quedaron asustados. Aunque ya no supe qué
siguió, este tipo de relatos nos hablan de las supersticiones, así como el
conjunto de conocimientos en torno a la salud y el cómo curar, propiciaron que
lugares específicos como La Petaca y otros pueblos en Linares, que lo
convirtieron en el escenario ideal para
la ferviente creencia en la hechicería. Aunque los vecinos del lugar dicen que
ya no hay “brujas ni brujos”. Nomás
les quedó la fama.
Visitar
el entorno, inmediatamente nos remite a anécdotas como la de unos jacales de
brujas que fueron quemados por los pobladores, como la casa de Elisa Látigo,
una de las brujas más famosas; y un policía sacó un muñeco entre las cenizas y
le quitó cinco o seis alfileres. De aquellos tiempos, cuando “Gente muy importante” venía a consultar,
venían a curarse con Elisa Látigo o María Cepeda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario