Por Antonio Guerrero Aguilar/ Escritor y promotor cultural
Hablar de tesoros y relaciones, son temas enigmáticos, interesantes; un anhelo que muchos quisieran
encontrar para que salve y solucione los problemas económicos. Sin embargo hay
quienes piensan que el mejor tesoro está en el amor, en la salud, en la
amistad, la dicha y en la felicidad. Pero ¿quién de nosotros en nuestra
infancia no soñó con encontrar grandes riquezas o le gustaba escuchar cuentos y
relatos que tenían que ver con los tesoros?
La palabra tesoro viene del griego theseo que
significa guardar o tener bajo cuidado. Un derivado de ella es thesaurus, concepto relacionado con la
liturgia cristiana y con la cual llamaban a una colección de escritos o de
diccionarios que se usaban en las ceremonias religiosas. Es probable que en su
sentido original tuviera más que ver con la riqueza espiritual que
material. Ahora se considera que el tesoro es una fuente de riqueza ya
sea de metales o de piedras preciosas, pero también de objetos únicos y valiosos.
La idea en torno a la existencia de tesoros ocultos es
muy antigua, pues se tenía la creencia de que eran escondidos por
personas poderosas y a lo que solo se podía acceder a ellos de una forma
especial. Dicen que el tesoro elige a quien lo encuentra y no al revés. De ahí
que muchos buscadores aun esperen el sueño de los justos para encontrar una
relación como también se les conoce. En todo esto sobresale la mentalidad
mágica. Por ejemplo, en el siglo XVI, los colonizadores españoles soñaban con
encontrar una ciudad mítica repleta de oro y piedras preciosas, y nunca las
encontraron.
Muchas de las leyendas en torno a los tesoros, tienen
que ver con riquezas extraordinarias y ocultas, que eran señaladas por
fantasmas, animales, ruidos, luces o huesos. Hasta tenemos un refrán que dice:
“en donde llora el muerto está el tesoro”. Una vez que localizan con el
tesoro se oye una voz que dice. “O todo o nada” o que también, si
alguien de quienes encuentran el tesoro tiene malos pensamientos, el tesoro se
mueve de lugar o se pierde otra vez o puede caer una maldición. Regularmente
se dice que los tesoros son el fruto de un robo cometido ya sea por indios,
salteadores, revolucionarios, bandidos o personas ricas que ocultaban sus
riquezas en lugares alejados y de difícil acceso en las montañas, en las viejas
paredes de las casas o encima de los marcos de las puertas. En casi todo el
siglo XIX y parte del XX hubo movimientos armados en nuestra nación, por eso
decían que el dinero se guardaba en la casa porque no había bancos y los padres
de familia ocultaban sus recursos, con el temor de que les quitaran sus
ganancias. Lo raro es que con el trascurso del tiempo hasta los mismos
propietarios y sus familiares se olvidaban de ello.
En Santa Catarina también existen leyendas en torno a
riquezas ocultas como en todos los pueblos de Nuevo León. En la cabecera
municipal hay una loma que llaman de la Santa Cruz y sobre la cual está un
castillo. Cuando era niño decían que por los alrededores se aparecía una
marrana que arrastraba unas cadenas. Si alguien se atrevía a agarrarle las
orejas, el animal se convertía en un cazo con monedas de oro.
Durante mucho tiempo yo viví en una casa que era del
siglo XIX. Una vez mi abuelo vio un pato que paseaba por el patio cuando en ese
lugar no había aves de corral. Fue y le platicó a mi mamá que le dijo que ahí
no había patos. Cuando abandonamos la casa para cambiar de domicilio, los
nuevos propietarios tiraron una barda y por todo el barrio corrió el rumor de
que se habían encontrado una relación como también se le conoce a los tesoros.
Una vez la señora María Lares de Cabral, me contó que
en la casa donde vivía, situada sobre la calle Juárez, había una chimenea muy
antigua. En las madrugadas veía como un niño se metía en ella pero ya no salía.
Cuando las casas fueron destruidas, se dice que un albañil dio con los huesos
de un niño y con un cazo con monedas de oro. Cerca de ahí, una viejita llamada
doña Sixta, cada vez que pasaba por un tramo de la calle aun sin pavimentar, se
tropezaba (y decía una palabrota) para luego exclamar que seguramente ahí había
dinero. Un vecino acostumbrado a escuchar la maldición de la señora, una
madrugada decidió excavar y encontró precisamente un cantarito repleto de
monedas de plata. Ya no supieron más del agraciado ni de su familia.
En el centro de Santa Catarina había una panadería en
una casona muy antigua, que perteneció a don Nemesio Ayala Luna. Cada domingo
nos llevaban a comprar pan. Como tenían mucha clientela decidieron construir
otro horno. Cuando tiraron parte del muro, vieron una caja de madera con monedas
de oro. Los panaderos obviamente desaparecieron de Santa Catarina. Pero también
sé de casos infructuosos: un conocido de la infancia vivía en una casa muy
antigua. Decían que sus papás tenían centenarios y cuando éstos murieron, el
hijo ya con una familia que mantener, se dedicó a buscar y hacer perforaciones
por toda la propiedad y jamás encontró el tesoro. En cambio, a dos cuadras de
ahí, en una casa de adobe abandonada, cuando fue derruida dicen que los
albañiles dieron con una relación y que huyeron del lugar sin saber más de
ellos. Pero los que se sacaron la lotería sin comprar boleto, fueron los de un
salón de fiestas, quienes al tirar la casa vieja encontraron la relación. Con ese
dinero reconstruyeron el local y compraron otro terreno sobre la calle Guerrero
entre Colón y Zaragoza, y otra vez hallaron la relación.
Había un señor en Santa Catarina al que apodaban “Celso
patas mochas” porque traía prótesis de palo en ambas piernas y se sostenía
por unas muletas de hechura muy burda. El señor recorría las calles del pueblo
allá por la década de 1950, recogiendo aguacates y nueces que caían de los
árboles. Pedía limosna y a cambio de alimentos para llevar, (porque decía que
tenía una esposa que la esperaba en una majada cercana al cerro de las Mitras,
en donde actualmente están las pedreras), ofrecía polvo de oro que llevaba en
una bolsita de cuero.
Se les hacía raro que una persona con aspecto
desaliñado y descuidado llevara consigo polvo de oro suficiente como para
cambiar de domicilio y de vida. Una vez unos niños lo fueron siguiendo y cuando
ya estaba cerca del lugar en el que se decía que vivía se desapareció. Pasaba
el tiempo y otra vez se le veía deambular por el centro de Santa Catarina.
Hasta mi papá en compañía de unos tíos recorrieron muchas de las cuevas
existentes allá por la Sierra de las Mitras y del Fraile. Hasta que alguien les
dijo que no perdieran el tiempo, pues el verdadero tesoro estaba en la cabeza y
en los brazos.
Cierta ocasión, unos buscadores de tesoros llegaron a
la carnicería de un señor llamado Manuel García. El señor que era muy mula,
comenzó a platicar con ellos. Ellos le preguntaron donde estaban las casas más
antiguas y en donde vivían los que eran más ricos del pueblo. A lo que don
Manuel les dijo que en Santa Catarina había mucha pobreza y que por eso la
gente tenía que trabajar para vivir. Les dio santo y señas de las familias que
destacaban por sus recursos y que eran muy pocos, para luego rematar: “aquí
la gente lo único que enterraba era el chile y eso es lo único que van a
encontrar”. O de aquella ocasión,
cuando estaban pavimentando el centro de Santa Catarina, a la altura de Manuel Ordóñez
y Privada Reforma, dieron con una castaña. Al abrirla tenía monedas de oro como
de plata. Como no podían con ellas se quitaron los pantalones para echar su
preciada carga y salir todos contentos para no verlos más.
En el año 2008, mientras
hacían un puente sobre la Carretera Nacional, los albañiles dieron con un viejo
puente de piedra. Lo destruyeron y vieron una caja. En ella estaba un mosque y
monedas de oro. Dejaron la maquinaria, el arma vieja y se fueron con las
monedas. Mientras trabajaban en la Gran Plaza de Monterrey, muchos trabajadores
dieron con tesoros ocultos que cambiaron su vida.
Un artículo sabroso, como siempre. Saludos.
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