domingo, 9 de octubre de 2016

El proceso contra las "supuestas" brujas de Monclova

Antonio Guerrero Aguilar/ Narrador y promotor cultural

Lo que voy a relatar ocurrió a mediados del siglo XVIII en la Villa de Santiago de la Monclova. Un 15 de septiembre de 1748, el soldado presidial Martín de Tijerina encontró una bolsa de tela azul mientras hacía sus recorridos habituales. En su interior había mechones, una piedra imán envuelta en unos cabellos,  un hilo con muchos nudos, unas yerbas y unos papelitos cortados. Volteó para buscar quién era el dueño, y vio a una mujer llamada María de Hinojosa. Inmediatamente le vino a la mente que se podía tratar de una supuesta bruja y la capturó. Ese día Felipe Joaquín de Iruegas teniente del Presidio de Monclova, acudió con el cura de la parroquia quien además se ostentaba como el comisario de la Santa Inquisición, para mostrarle lo que habían visto.


Decidieron interrogar a María de Hinojosa, una vecina de origen español quien durante las averiguaciones involucró a casi 50 personas de Monclova, Nadadores, del pueblo de San Francisco de la Nueva Tlaxcala y hasta de San Miguel de Aguayo y de San Pedro Boca de Leones pertenecientes al Nuevo Reino de León, todas compañeras y maestras en el arte de la hechicería y brujería, a quienes contrataban para vengar una afrenta y ejercer justicia, hacer “amarres” o curar desventuras físicas como del espíritu. Unas eran de origen español, otras coyotas, mestizas, mulatas, indias tlaxcaltecas y chichimecas, algunas con 80 años cumplidos. En el acta respectiva se dice que son más coyotas que indias, una casta derivada de la unión de indios con mestizos.

Todas hablaron ante el temor de ser sujetas a un juicio de la inquisición. La involucradas admitieron que no adoraban al “hombre encueretado y la mujer enlutada”; refiriéndose a Cristo y a la Virgen María. Reconocieron que un demonio se les aparecía y decía llamarse Herodes.  Vestía todo de negro, y se sentaba en una silla colocada en el carrizal cercano al río Monclova.

Entre agosto y octubre de 1751 hicieron un proceso contra las supuestas brujas. En los interrogatorios revelaron algunos secretos y prácticas que hacían María Hinojosa, Josefa Iruegas y la “India Frigenia”. Explicaron el uso de hierbas, sus efectos tanto en beneficios como en maleficios. Reconocieron la existencia de un pacto que habían firmado con el diablo y la participación en unas reuniones llamadas aquelarres, en donde hacían un ritual sacrílego con baile. Por ejemplo, relataron cuando la “maestra” Gregoria Brígida y su hermana Josefa pusieron los zancarrones (huesos grandes y alargados) alrededor de una fogata y bailaron alrededor, hasta que se cansaron. Esos bailes los hacían con la intención de agradar al demonio, según declaración de otra mujer llamada Antonia “Quiteria”.


La “India Frigenia” pertenecía al pueblo de San Miguel de Aguayo. Reconoció que su “maestro” era un indio de la Punta de Lampazos llamado Diego. Josefa Iruegas les dijo que Francisco de San Miguel era el hierbero; le había dado una piedra mágica “para que pudiera andar y hablar sin que la pudieran ver”. En cambio María Borrega de Nadadores, les dijo que su maestro de brujería era un indio originario de Tlaxcala llamado Joseph a quien conocían como el “Cumuleon”. Tenía 24 años de ejercer la brujería. Otra de las declarantes llamada Luisa Ramona declaró que su maestro era Juan García, un “coyote” de la misión de Peyotes.

María Hinojosa dijo que la piedra imán con los cabellos que estaba en el bolso le pertenecían y los cabellos los había cortado a Pedro Xavier. Hizo el trabajo “para que la quisiera”. Los otros artefactos fueron preparados por la “India Frigenia” para Josefa Iruegas, quien quería “maleficiar” a José Antonio el Sastre. Todo comenzó cuando Teodora Iruegas le aconsejó ir con la “India Frigenia”.

Como se advierte, los objetos encontrados en la bolsa servían para hacer amarres y causar daños. La vara de cabellos con las hierbas era de Bruno Herrera, un soldado del Presidio de Santa Rosa en el actual Múzquiz; mientras que las raíces y los polvos eran para “maleficios”. Aunque también les informaron de las cualidades medicinales de las hierbas, consideradas en ese tiempo como una práctica prohibida por la Iglesia. Los objetos encontrados estaban relacionados, se hicieron con un móvil pasional. Posiblemente también se trate de una venganza contra el gobernador de la provincia, pues había desterrado a un mozo que era el amante de Josefa Iruegas.

En la mitología griega las hechiceras tenían el poder de provocar cambios climatológicos y ambientales. Pues bien, por esos días cayó un granizo “tan grande que todo lo acabó”. Enojadas les advirtieron a los presentes que mientras estuviera el gobernador, se daría la escasez de semillas y que todos los años cayera granizo. También pidieron que no lloviese para que todas las cosechas se perdieran. Y según cuentan, cuando el demonio supo lo que habían hecho son sus fieles seguidoras, se aparecía en uno de los barrios de la villa.

Los ritos y aquelarres se hacían a las afueras de Monclova, cerca de un molino a la orilla del río y bajo una higuera. El otro era en la  “Cueva del Corrizal” (sic) y también en las ruinas de un templo. La “India Frigenia” además de hacer una distinción entre brujería y la hechicería, describió la forma como agarraban el vuelo. Si, lo más extraño querido lector. Las brujas podían volar. Solo así podían brincar la Sierra de Gomas y la Mesa de Catujanes situadas en los límites de las dos provincias y justifica la relación existente tanto de los involucrados y sus lugares de origen, aún y cuando vivían a muchas leguas de distancia. Después del aquelarre y contando con el permiso respectivo del demonio podían alzar el vuelo. Pero solo podían hacerlo en viernes.


El demonio llamado “Herodes” permanecía sentado y cada una iba llegando al revés, para luego pedir licencia y acudir a donde debían. Les advertía ir con cuidado para que no las hicieran caer. En el aquelarre tenían a un chivato negro y todas le besaban la parte posterior. Se untaban un ungüento o sebo de víbora amasado con azufre y almizcle. Luego se acostaban y a cada una se les metía un guajolote; unas veces por el costado y otras veces por la entrepierna. Cuando alzaban el vuelo recitaban estas coplas: “De Coahuila somos /Al Saltillo vamos, /De adentro venimos /Y no nos cansamos”. "De Villa en villa, sin Dios ni Santa María". Lo interesante del caso es que unos niños se las aprendieron mientras se alejaban del piso. Todas llevan una mecha con sebo y azufre, pues sin luz no podían salir.

A muchas se las llevaron a la Ciudad de México. María de Hinojosa estuvo prisionera mientras “el Tribunal la mantendrá en prisión hasta descubrir la verdad, si son chismes o verdaderos maleficios”; y al referirse a los cómplices, hay detalle interesante. El Tribunal recomendó: “no hacer causa contra ningún indio, pues ya sabe nuestro Comisario que las causas de éstos, aunque vengan de Padres y Abuelos Cristianos no tocan al Santo Oficio sino es ordinario, que debe conocer de ellas aunque no estorba el que se valga de dichos indios cuando sea conducente su declaración para justificar las cusas tocantes a este tribunal…”


¿Cómo la ven?

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Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico