miércoles, 25 de febrero de 2015

El Obispado de Monterrey

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina


Es raro que una ciudad como la capital de Nuevo León, establecida hace poco más de 400 años no tenga edificaciones propias de los siglos XVI, XVII y una que otra correspondiente al siglo XVIII. Gradualmente todo el patrimonio arquitectónico fue desapareciendo y no se diga de la falta de panteones y arte funerario pertenecientes a esos siglos. Del siglo XVIII solo permanecen en pie la catedral, el antiguo edificio del hospital de nuestra señora del Rosario y el obispado. El otro fue destruido en 1914 durante la ocupación de las tropas carrancistas, el emblemático y enigmático templo y convento franciscano dedicado a San Andrés.

Al inmueble como a la loma y la colonia que rodean al único monumento colonial de Monterrey se les llama o conoce popularmente como “El Obispado”. Desde aquí se pueden apreciar las montañas que circundan a Monterrey, la bien ponderada “ciudad de las montañas”. Entre las montañas se forman valles y nosotros bien podemos identificar dos: el valle de Monterrey delimitado al norte por el cerro del Topo Chico, al sur por la Loma Larga, al este por la majestuosa sierra de la Silla y al oeste por las Mitras. El otro valle está delimitado por la Sierra Madre al sur, las Mitras y la Loma Larga al norte, al poniente la Cuesta de los Muertos y al oriente la Silla. A éste se le conoce como el Valle de Santa Catarina de Nueva Extremadura y en están jurisdicciones territoriales de García, Santa Catarina, San Pedro Garza García y una parte del sur de Monterrey.

Precisamente el cerro de las Mitras tiene dos estribaciones que bajan de poniente a oriente: la Loma Larga con una extensión de diez kilómetros más o menos la cual llega hasta el sureste, con una altura de no más de 300 metros. La otra es un conjunto de lomas que bajan por San Jerónimo y llegan hasta Monterrey. A ésta loma le llaman del Obispado y tiene una altura de 780 metros.  Al cerro del Obispado también se le conoce como la Loma de la Chepe Vera, en honor a José Vera, un poblador regiomontano que nació en 1687. Cultivó sus tierras por éstos lares cercanos a la loma. Trabajó en la construcción de la catedral y fue casado con Ignacia Rodríguez, muriendo en Monterrey en 1743.  

La diócesis del Nuevo Reino de León y luego arquidiócesis de Monterrey han dado nombres en honor a los obispos: los municipios de Marín y Apodaca llevan los apellidos de dos obispos. Un barrio y colonia del sur de Monterrey se tituló originalmente Repueble de oriente o de Verea. Una montaña nos recuerda a la mitra episcopal y hasta un arroyo que baja de la Sierra Madre se le conoce como del Obispo gracias al señor José María Belaunzarán y Ureña.  

Obispo tiene su raíz etimológica en una palabra griega “episkopos”, formada por el prefijo “epi” que significa sobre o encima de y “skopos” cuyo significado es ver, mirar o apreciar. Entonces el obispo es quien tiene una posición superior, es quien cuida y supervisa a su pueblo convertido en su rebaño. El obispo se sienta en una cátedra y desde ella gobierna a su diócesis. Por eso su templo es llamado catedral. Luego desde el punto de vista honorífico, algunos obispos asumieron posiciones más elevadas. Se convirtieron en arzobispos, cuya etimología procede de “arki”, el primero, el que manda. Desde 1891 la sede diocesana fue convertida en el arzobispado aún con el nombre de Linares, pero estando en Monterrey, cambio aprobado por la Santa Sede en 1922. Hoy en día, la arquidiócesis de Monterrey es la primera de una provincia eclesiástica conformada por los obispados de Saltillo, Piedras Negras, Linares, Nuevo Laredo, Matamoros, Ciudad Victoria y Tampico. Todas ellas situadas en las ciudades más grandes del noreste mexicano.

La intención más antigua de formar una diócesis data de 1739, cuando el rey Felipe V pensó en la conveniencia de establecer otro obispado y segregar su territorio de la diócesis de Guadalajara. Para ello solicitó a unos emisarios que recorrieran el noreste de la Nueva España buscando el lugar más idóneo para fijar la sede diocesana. Uno de ellos, el Lic. José Osorio y Llamas recomendó en 1769 su establecimiento. Para ello propuso a la villa de San Felipe de Linares, situada en el corazón geográfico del Nuevo Reino de León, de la Nueva Extremadura y del Nuevo Santander. En consecuencia, el 16 de mayo de 1777 le otorgaron la categoría de ciudad a Linares y el papa Pío VI decretó la creación de la nueva diócesis mediante la bula “Relata Semper” el 15 de diciembre de 1777.

A la nueva sede episcopal le dieron por nombre del Nuevo Reino de León. Después le llamaron de Linares y desde 1922 de Monterrey. El auto formal para su funcionamiento corresponde al 31 de agosto de 1779. El rey de España propuso como primer obispo a Juan Antonio Sánchez de Alozén, un religioso franciscano que cambió su nombre por fray Antonio de Jesús Sacedón. Inmediatamente se trasladó a éstas tierras para tomar posesión de su encargo espiritual. En noviembre de 1779 llegó enfermo a Saltillo y desde ahí dispuso que el padre Francisco Javier Barbosa, cura del Valle del Pilón acudiera en su representación hasta Linares y tomara posesión de su diócesis. Todavía indispuesto llegó a Monterrey. La gente organizó fiesta para su recibimiento y hasta le ofrecieron un generoso hospedaje. Como buen franciscano prefirió una de las celdas del convento franciscano de San Andrés, en donde falleció en olor a santidad el 27 de diciembre de 1779.

Al quedar vacante la diócesis, nombraron como segundo obispo a fray Rafael José Verger (1722-1790). Originario de Santagní, en Mallorca, España. Todo un personaje formado en la academia y dedicado a la enseñanza y con celo apostólico a las misiones.  Fue consagrado como obispo por el arzobispo de la ciudad de México, Alonso Núñez de Haro el 22 de junio de 1783. Llegó a Monterrey el 20 de diciembre del mismo año. Acudió a su sede pero no le gustó. Prefirió el clima y el ambiente de Monterrey, por eso pidió el cambio de Linares para la capital del Nuevo Reino de León.

Ya con la diócesis la situación del reino cambió. Proyectó una catedral nueva, abrir el seminario y un hospital. Mandó construir el templo de nuestra señora del Roble y del palacio episcopal situado en donde ahora están las calles de Zaragoza y Morelos. También le dio por ampliar la traza urbana de Monterrey rumbo al poniente, por estar más alto, con mejor posición y alejada del peligro de las inundaciones. El 30 de mayo de 1787 envió un oficio al ayuntamiento de la ciudad para solicitar la loma de la Chepe Vera y construir en ella su residencia, un nuevo palacio episcopal. El 2 de junio del año citado el cabildo aprobó la petición.

1785 fue un año difícil. Hubo fuertes heladas que destruyeron las cosechas dejando a muchos pobladores sin recursos. Por eso como una forma de aliviar sus necesidades, el obispo les dio trabajo para la construcción del palacio episcopal que inició en 1787 y concluido tres años después. La cúpula del oratorio no corresponde a éste periodo. En su lugar se puso un cimborrio techado con madera y forrado con placas de plomo. Usaron piedras de sillar que había en las canteras del mismo cerro. El edificio consta de un oratorio en el cual se hicieron ceremonias litúrgicas. Su puerta y fachada principal están hacia el oriente. Los recuerdan el sacrificio pascual y la relación de Jesús como el Sol que todos los días nos ilumina. Para llegar a la misma debían subir por una escalinata. La fachada mantiene algunos detalles churriguerescos. En el centro fue colocada en una hornacina una imagen de nuestra señora de Guadalupe y a los lados dos pequeños campanarios en los que alguna vez tañeron tres campanas en cada uno. A la izquierda del oratorio estaba la secretaría. Al norte las habitaciones del señor obispo. En una de ellas falleció el 5 de julio de 1790. En la azotea colocaron dos relojes de sol con casi dos metros de altura, uno mirando al sur y otro al norte. Para recoger las aguas llovedizas dejaron un aljibe en el patio central.  El palacio episcopal fue dedicado a la Virgen de Guadalupe, declarada como patrona del nuevo Reino de León desde 1748.


A la muerte del señor Verger el edificio quedó sin ser ocupado para lo que fue hecho. Entonces le dieron otra vocación tan distinta. En 1816 José Joaquín de Arredondo lo ocupó como cuartel. También el ejército mexicano se atrincheró para combatir a los norteamericanos que finalmente se hicieron de la plaza el 22 de septiembre de 1846. Según el historiador Carlos Pérez Maldonado, un soldado mexicano hizo la proeza para evitar que una bandera nacional cayera en poder de los invasores. De acuerdo a las leyes de Reforma, el gobierno incautó el predio. Desde aquí Santiago Vidaurri dispuso que sus tropas vigilaran a la comitiva del presidente Benito Juárez para que sus tropas no avanzaran más allá de San Jerónimo en febrero de 1864. En 1871 durante la revolución de la Noria el ala norte explotó pues también destinaron al Obispado como polvorín. En 1888 la federación se hizo cargo de los monumentos y bienes inmuebles de carácter histórico. Querían establecer cuatro plazuelas por cada lado del cerro y dejarlo como cuartel militar. Entre 1898 y 1903 sirvió como hospital y de refugio de aquellos que sufrieron de la epidemia de la fiebre amarilla. En 1907 surgió una Junta Arqueófila, quedando como presidente el médico Amado Fernández Muguerza, quien se preocupó por rescatarlo y darle el uso adecuado. El doctor Martínez comenzó a llevar piezas históricas para conformar una colección. En 1944 comenzó la remodelación a cargo del arquitecto Joaquín A. Mora.

Hoy en día su fachada nos habla de la mentalidad de una época. Tiene una arquitectura culta diseñada en un estilo, basado en un credo estético. Con su fachada ornamentada sobre el sillar. Está cimentado en la cima de la roca, pero no en su parte más alta. Consta de dos plantas, de todo el conjunto sobresale su fachada y la cúpula. La primera tiene un arco conopial gótico rematado con motivos de flores y vegetales, con el anagrama VM. Separado del remate superior vemos un cordón franciscano que corre de sur a norte. A los lados dos columnas barrocas estípites corintias. Hay una hornacina en donde alguna vez estuvo la imagen de la guadalupana. Aún está pero en mal estado pues de acuerdo a versiones orales, fue dañada por disparos de metralleta. A sus lados están dos medallones en donde hay dos figuras, una de ellas corresponde a Santa Clara de Asís y la otra está sin identificar.

Algunas cosas que estuvieron en el vetusto convento de San Andrés aquí se resguardan. La puerta principal de madera fue instalada el 8 de enero de 1923. Hay una viga que perteneció al techo del templo desaparecido con la fecha de 1793, la pila bautismal y una escultura de Santo Domingo de Guzmán.

Cuando hicieron la explanada, se le hizo un monumento para instalar la imagen de la virgen de la Purísima que data de 1799, de un escultor anónimo traída desde San Luis Potosí. La escultura permaneció en la barda norte del puente que atravesaba los arroyos de Santa Lucía; en la actual calle de Diego de Montemayor entre Juan Ignacio Ramón y 15 de Mayo. En 1934 fue destruida por unas autoridades anticlericales, pero también fue rescatada y remodelada con cemento. Perdió un poco su apariencia pero la dejaron en su lugar en 1940. La actual es una réplica de la original. Desde el 20 de septiembre de 1956 fue destinado a museo regional de historia. Dicen que es Obispado de día y París de noche y que todo noviazgo regiomontano que no ha pasado una tarde en el obispado no es noviazgo regiomontano. Lo cierto es que éste edificio es la síntesis y el testigo silencioso de una historia de casi 225 años.

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Santa Catarina, Nuevo León, Mexico