Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de la Ciudad de Santa
Catarina
La palabra febrero viene del latín “februarius”. Literalmente febrero significa purificación y entre
los pueblos de la antigüedad era el tiempo propicio para las purificaciones
tanto físicas, como espirituales y materiales. Los romanos en éste mes
acostumbraban incendiar los campos para preparar la siembra de los mismos, pues
entendían que el fuego propiciaba el ciclo de la regeneración de la tierra y de
los campos. El rito se mantuvo hasta el año 494, cuando el papa Gelasio I lo
reemplazó por la festividad de la Purificación de la Virgen María y la
presentación de Jesús en el templo. Los ritos de la purificación coincidían
además con el festival de las Lupercales, que tiene que ver con la fecha de la
fundación de la ciudad de Roma, cuyo inicio estaba relacionado con el
sacrificio de cabras, de la que se tomaban tiras de piel llamadas “februa” y según sus creencias, servían
para hacer fértiles a las mujeres.
Para la festividad de la Purificación de la Virgen, supusieron
que ya habían pasado casi cuarenta días o la cuarentena que toda mujer debía de
guardar después de dar a luz. Es cuando la Virgen María y San José deciden
llevar al Niño para presentarlo ante el templo, porque Jesús es la “Luz de los Pueblos” y de los oprimidos
que creyeron en las profecías de la encarnación. De ahí que los cristianos van
a relacionar esa Luz Divina con las palabras de Simeón cuando Jesús es llevado
al templo de Jerusalén para ser presentado ante el Señor. Simeón un “justo y
piadoso y esperaba la consolación de Israel”, al ver al niño Jesús en brazos de
sus padres, se acercó a ellos y le dedicó su famoso cántico, llamado Nunc
dimittis: “Ahora, Señor, tu promesa está
cumplida: ya puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque he visto la
salvación que has comenzado a realizar ante los ojos de todas las naciones, la luz
que alumbrará a los paganos y que será la honra de tu pueblo Israel”. (Lc
2, 25-35). También profetizó a María, la madre de Jesús: “¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!” La anterior frase
es interpretada por la tradición católica como profecía de la pasión de Cristo
presenciada por su madre.
El profeta vio la luz que iluminará a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte. La
Candelaria es precisamente la entrada de la luz al templo. Es la presentación
del Mesías y que está unida al ciclo navideño. Aunque el tiempo litúrgico
navideño concluyó el día 6 de enero, la tradición popular mexicana levanta al nacimiento del niño hasta el 2 de
febrero, el día de la Candelaria. Pero fue en
el siglo XI cuando las velas se admitieron en el culto a la Candelaria. Existe
una relación entre la vela y la diosa Venus, cuyo planeta brilla con fuerza en
el firmamento. La luz o candela, es el fragmento universal y de la vida del
cosmos y de la vida misma. Es el fuego protector y que luego con él,
circundaban los campos para que la vitalidad de la llama se comunique a los
sembradíos y así espantara a los malos espíritus.
En el Día de la Candelaria se llevan a bendecir las velas que habrán de usarse
durante todo el año, las cuales tienen propiedades para apaciguar a las fuertes
lluvias y evitar las malas vibras y envidias que nunca faltan. Dicen que
bastaba que tirar una veladora encendida al patio, para que dejara de llover.
También es la fecha en que se pagan los tamales de quién
se sacó el monito en la rosca de Reyes. Muchas personas ven como una carga o
una obligación el sacarse el niño de la rosca de Reyes. Todo lo contrario, pues
debemos considerar en su sentido original, que es el Niño Dios que se
manifiesta y que en cierta forma nos eligió. Aunque es complicado en éstos
tiempos pagar los tamales, estoy seguro que la Providencia regresará y con
creces, a quienes se hicieron acreedores al Niño Dios en su corazón.
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