Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de la
Ciudad de Santa Catarina
La historia de las
inundaciones en Monterrey y sus municipios cercanos es cuento de nunca
terminar. Se dice que el río tiene crecidas a partir de las torrenciales
lluvias que nos llegan cada 20 o 30 años. Para algunos historiadores la peor
inundación de todas, es la de 1909 por las consecuencias que dejó en el verano
del año en cuestión; precedida por una gran sequía y dos torrentes tan
peligrosos que son dignos de considerar. El 10 de agosto de 1909 llovió tanto
que dejó innumerables pérdidas materiales como humanas. En consecuencia el gobierno del Estado
dispuso ayuda económica y asistencial para todos los damnificados. Basados en
la idea de que las lluvias ocurren en periodos que abarcan entre los 20 y 30
años, pensaron que no volverían los aguaceros.
Pero no fue así, para
desgracia de los nuevoleoneses, las lluvias
comenzaron el miércoles 25 de agosto. Ese día los habitantes de Monterrey y de
los municipios aledaños no mostraron temor alguno por las lluvias que iniciaron
como a las 4 de la tarde. Apenas catorce días antes las aguas habían castigado duramente
la ciudad y no pensaron que se repetiría tan pronto otro fenómeno similar. Un día después (el jueves 26) la lluvia se
hizo torrencial. La intensidad disminuía un poco y al rato regresaba con más
fuerza. La lluvia despareció en la mañana del viernes 27 de agosto de 1909. A
la una de la tarde cayeron las primeras gotas de la tormenta, considerada como
la peor de todas. No dejó de llover en toda la tarde, todo el sábado y hasta
las primeras horas del domingo 29 cuando
paulatinamente dejó de caer la lluvia. Dicen las crónicas: “el río fiera, bramaba y el cielo que no
dejaba de llover”. Entonces los ríos
Santa Catarina, Pesquería, San Juan, Salinas,
la Silla y el arroyo del Obispo agarraron agua en serio y con verdadera
furia arrasaron a todo lo que encontraron a su paso.
En las torrenciales
lluvias ocurridas entre el 25 y 28 de agosto de 1909, murieron entre 4 y
5 mil personas. El cauce embravecido arrasó con una buena parte de Monterrey y
con la colonia Independencia llamada en ese entonces como de San Luisito. Gracias
a una obra de Osvaldo Sánchez y Alfonso Zaragoza "El Río Fiera, bramaba: 1909" podemos comprender e imaginarnos
lo que fue aquel escalofriante y triste episodio. Cuando las calles del Monterrey y del barrio
de San Luisito vivieron en carne propia el destino de aquellas personas, que de
manera trágica, sucumbieron ante el gigante dormido; su majestad el río de
Santa Catarina que “bufaba el agua como animal,
que hasta daba miedo”. El 28 de agosto de 1909
Santa Catarina, Monterrey y otros municipios hermanos amanecieron destruidos
por la fuerza imbatible del río de mis ancestros, el Santa Catarina.
Dicen que el clima de Monterrey es estable, siempre está de la fregada. Hoy
padecemos la sequía, pero de pronto con cualquier lluvia todo se trastoca y si
llueve de más, vienen las inundaciones repentinas y nuestros pueblos fundados a
la margen de los ríos nunca están a salvo. Menos aún cuando no hemos acabado de
aprender la lección. Hemos olvidado que el río Santa Catarina es el único drenaje
natural de la Sierra Madre. Nuestra considerada “sociedad del conocimiento” es incapaz de contener y prever fuertes
tempestades. Las aguas con furia imbatible se llevaron de paso cualquier obstáculo
como ya pasó en 1909, 1933, 1967, 1988, 2005, 2010 y 2014. Y en aquellos años,
el cauce casi limpio del río no soportó tal caudal y llegó a destruir parte de la
ciudad que se había construido sobre su cauce.
A 106 años de la tragedia, pensemos en
los casi 5 mil habitantes que perdieron la vida y hoy permanecen en sin
recuerdos no homenajes. En 1909 Monterrey apenas contaba con 78 mil habitantes.
El entonces gobernador, el general Bernardo Reyes pasaba sus vacaciones en
Galeana junto con su familia, pues no soportaba los calorones del noreste. No daba
crédito que en tan solo 48 horas, la furia de un río despertó. Dijeron los cronistas:
"se olvidó que los ríos secos
también son traidores". Efectivamente fue un olvido que dejó a la
mayoría de los municipios con familias enlutadas. Casi todos conocían a una
víctima de las grandes aguas. El barrio de San Luisito, conocido como Independencia
después de los festejos del Centenario de 1910 y la otra banda del río sucumbió
ante las aguas del río. En San Luisito vivían 8 mil personas en esas casas de
madera, lámina y cartón que no resistieron los embates fluviales. El río de mis ancestros y de mis raíces arrastró
todo: paredes, casas, árboles, postes de luz, puentes y vidas. Como siempre destacaron los cuerpos de
policía, bomberos y la Iglesia. Todos a su manera improvisaron actos de rescate
y asistencia. ¿Y dónde quedaron los restos de quienes murieron? Muchos
desaparecidos y a quienes encontraron o los enterraron en la manzana sur en
frente del Santuario de Guadalupe en la colonia Independencia o los inhumaron
por el rumbo del canal 28 de Tv Nuevo León.
Un valiente cocinero japonés de nombre
Takano demostró sus dotes de nadador; ganó fama al salvar a mujeres y
niños. La solidaridad se hizo presente.
Ahí es donde la grandeza de Monterrey se hace evidente. Se dice que a raíz de
este hecho, la bandera de la Cruz Roja ondeó por primera vez en México. En la política, la furia del río cobró otra
víctima: un mes después de la inundación, el general Bernardo Reyes fue removido
de su cargo como gobernador. Lo peor del caso es cuando decían que junto con
los apoyos, pasaban armas para iniciar la destitución del régimen de don
Porfirio Díaz.
Cosas y casos de la inundación de 1909:
la actriz Sara García con tan solo 14 años de edad fue testigo de la inundación
pues vivía en el barrio San Luisito de Monterrey, junto con su padre de origen
español Isidoro García Ruiz quien laboraba como arquitecto. Entre las muertas encontraron
a una joven vestida de novia, otra aun dormida en el sueño profundo con su
catre y otra muy guapa que nadie conocía y cuyo cadáver estaba muy cerca del
puente San Luisito. O de la familia que se aferró a un árbol al que llamaron “el árbol de la salvación”. La casa Verde
en donde dos sacerdotes esperaron ayuda de la providencia y ahí sucumbieron
cerca de 300 almas. El padre Heleno Salazar que desde una orilla se dedicaba a
dar bendiciones a cuantos pasaban pidiendo auxilio y que logró salvar a un niño
que se tiró al agua cuando perdió a su mamá. Los dos mineros y una joven que
iban agarrados de un madero, impasibles y serenos que de pronto desparecieron a
la altura del puente San Luisito. De muchos héroes que dieron su vida como
Takano, un norteamericano de apellido Reeder, Juan Cram, Silvino García, Jesús
Montemayor, Isidro Treviño, Arnulfo Tamez y muchos más a quienes no se les
recuerda como Dios manda. De comerciantes que dieron toda su mercancía a los
miles de damnificados como Casimiro Guajardo. De pueblos enteros muy dañados
como Los Aldamas, Rayones, General Bravo y Villa de García. De incontables cadáveres
que encontraron en Cadereyta y en Camargo, Tamaulipas. De manzanas enteras con
sus casas y moradores que fueron tragados por el agua.
¿Qué nos dejó la inundación de 1909 en
Santa Catarina? La mayoría de la opinión pública regiomontana pensaba que las
aguas torrenciales se debían a una tromba caída en El Pajonal. Y en efecto, el
jagüey se desbordó y por la cuesta de la Manteca bajó un caudal que hizo más
potente al río Santa Catarina allá en Tinajas. El entonces alcalde Pedro
González Espinoza pidió ayuda para apoyar a los damnificados. Las autoridades
de Monterrey se asombraron, cuando solicitó bajar el cobro de las
contribuciones de los ciudadanos pues éstos como en toda tragedia, sufren por
las pérdidas materiales y personales. Mientras Monterrey recibió 10 mil pesos, a
Santa Catarina llegaron tan solo 2 mil. En nuestro municipio se dañaron 200
viviendas, hubo manzanas de las que ni quedaron vestigios; las acequias prácticamente desaparecieron.
Paradójicamente aunque corría mucha
agua, hubo escasez de víveres, medicinas y precisamente de agua potable. Como
las acequias estaban completamente azolvadas, el agua dejó de fluir rumbo a La
Fama, La Leona y los molinos Jesús María y por consiguiente no había energía
para mover las turbinas. Todavía en la década de 1990 había casonas de adobe y
sillar que se quedaron como testigos mudos de la inundación de 1909. Esa
inundación nos recuerda al Beulah, Gilberto, al Emily y al Alex…
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