Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina
En su raíz de origen árabe, la palabra barrio originalmente
designaba aquello que estaba fuera de la ciudad. Hoy en día, referirse a un barrio
nos lleva a un lugar físico delimitado fundamentalmente por un sentido común de
pertenencia, justificado en la cercanía y en los valores históricos en torno a
una plaza, templo o sitio característico de los alrededores; a veces reforzado
por la rivalidad con otro barrio contiguo. Monterrey formó muchos barrios fuera
de su centro político-administrativo. Uno de ellos es el famoso barrio de la
Purísima, el cual a mi juicio comprende unas 25 manzanas que delimito más o
menos entre Rayón al este y Venustiano Carranza al oeste, al sur Hidalgo y a
partir de Serafín Peña la calle de Ocampo y al norte Matamoros. De acuerdo a un
plan urbano de regeneración del sector, el polígono cuenta con 45 manzanas,
cada una de ellas con una densidad de población no mayor a 30 personas.
De ser un barrio habitado por familias de abolengo y
luego por gente trabajadora y educada; gradualmente se fue despoblando para dar
origen a negocios y oficinas; padeciendo en muchos aspectos, los problemas que
de ahí se derivan. El nombre procede por una capilla que se levantó para darle
morada, a una venerable imagen de la virgen de la Purísima Concepción de María;
a la que de cariño y por su tamaño le decían también “la virgen Chiquita”. El fervor a la imagen está relacionado a una
inundación ocurrida en el siglo XVIII.
Según la tradición, una tlaxcalteca llamada Antonia
Teresa estaba casada con un zapatero. En 1719 ella se refiere a la virgen como
“Nuestra Señora de la Concepción”.
Sabemos que Antonia era originaria del pueblo de San Esteban de la Nueva
Tlaxcala y que había contraído nupcias primero con Esteban Martín y luego con
Diego de Hernández; residía en un terreno que era parte de la merced de don
Manuel Campuzano. Ella le dejó la imagen a su hija de nombre Margarita. Su
popularidad comenzó en 1756, cuando se dice que llovió 40 días y bajó un
culebrón de agua por el río Santa Catarina. Para evitar la inundación y los
efectos de la destrucción, Margarita tomó a “la
virgen chiquita” y con ella tocó las aguas embravecidas del río Santa
Catarina que se calmaron en forma milagrosa. Gracias a una aportación de la
señora Petra Gómez de Castro, se construyó un templo digno en su honor para
alojar a tan milagrosa imagen.
Esta parte era la entrada del camino real de los
Saltilleros que llegaba hasta Monterrey, a mitad de la loma de la Chepe Vera y
la plaza de armas; la cual comenzó a poblarse a fines del siglo XVIII,
alrededor de la capilla como de una plaza conocida por muchos años como de “los arrieros”; pues todas las recuas
con sus cargamentos que llegaban de tierra adentro aquí paraban antes de entrar
a la ciudad. Cuentan que las mejores fincas de descanso estaban por éste rumbo
y en consecuencia muchos destacados hombres de negocios y de la política
adquirieron solares por el sector. Además, el primer panteón que propiamente
tuvo Monterrey se construyó en la sección poniente del templo, siendo
clausurado a mediados del siglo XIX.
Santiago Vidaurri pensó hacer una alameda en la plaza “de los arrieros”, pero no tuvo el apoyo
de los vecinos de los alrededores. No obstante, se hicieron obras como las
glorietas (bancas) y jardines, además del iluminado. Desde 1865 la plaza ostenta
el nombre de plaza de la Llave en honor al político y militar liberal veracruzano
que peleó contra los franceses: don Ignacio de la Llave fallecido en 1863. Ahí
colocaron en 1894, la famosa fuente de “los
Delfines”, la cual fue diseñada a por el Ing. Teodoro Giraud y Juan
Raimundo Lozes, ambos de origen francés. Tiene cuatro delfines, uno de ellos
sin cola. Posiblemente se inspiraron en la leyenda del delfín que salvó a Arión
de Corinto. El mármol se compró a Juan Bocanegra en 2 mil pesos y según la
historia oral lo trajeron desde el Cerro de las Mitras. Lozes labró la piedra en
el viejo convento de San Andrés. La fuente fue inaugurada el 2 de febrero de
1864 en la plaza de armas, pero no tenía agua. Se hicieron las obras necesarias
y fue inaugurada formalmente el 26 de mayo de 1878 y en la primavera de 1894 el
cabildo de la ciudad, decidió trasladarla a la plaza de la Llave, por no
considerarla un monumento ornamental y en su lugar levantaron un kiosco al
centro de la plaza Zaragoza. Aunque la tradición popular sostiene que la hizo el
escultor italiano Mateo Matei.
Ya con el templo concluido en 1946, el barrio de la
Purísima se hizo célebre en la década de los sesenta. Uno de los más
representativos y predilectos para recorrer los fines de semana o al
atardecer, asistir a misa o a los
oficios religiosos. Muchos de los
bautizos y bodas de gente muy conocida en Monterrey se realizaron en éste
templo. También se hicieron famosos los puestos y negocios de la comida que se
vende en los alrededores, como las paletas Dumbo, los trolebuses, los elotes, las
fresas con crema, los carretoncitos que vendían tostadas y las famosas tortas
de la Purísima; así como de los restaurantes Bona Burguer y Lulu´s Bell´s que
ya no existen. La Purísima se convirtió en un campus educativo, con las
escuelas como el Franco Mexicano, el American School que comenzó en Porfirio
Díaz e Hidalgo, para dar educación a los hijos de los norteamericanos que
habitaban en la colonia El Mirador, actual sede del Instituto Mexicano
Norteamericano de Relaciones Culturales, A.C. La escuela Serafín Peña que se
convirtió en la Normal de Especializaciones; algunas facultades del Centro de
Estudios Universitarios y la Universidad Regiomontana. Para quienes nacimos en la segunda mitad del
siglo XX, nos tocó ver en la Purísima una próspera zona comercial y de la vida
nocturna de los jóvenes regiomontanos de la década de los setenta y de los
ochenta.
El eje que enlaza todo el sector es la calle Hidalgo,
conocida hace mucho tiempo como “Camino
Real”, luego de Iturbide, o México; a partir de 1930 la calzada Obispado y
luego de Hidalgo. En 1948 quitaron las
palmas del camellón de la calle de Hidalgo y destruyeron una parte del jardín de la plaza de la Purísima. Estas
obras se hicieron con el fin de reducir una parte de la plaza, y así ampliar
las calles Hidalgo, Padre Mier, Zarco y Serafín Peña que se llamó alguna vez de
las Flores. Recortaron la plaza para evitar el congestionamiento de tránsito en
el sector y con el compromiso de respetar la vista del templo como de la plaza.
De aquel esplendor, de ser el sector más exclusivo de Monterrey, quedan unas 70
casas dignas de resguardar, pero solamente tienen consideradas menos de la mitad de ellas, de
las cuales dos ya no existen. Están bajo cuidado legal, la Casa Universitaria
del Libro en Padre Mier y Vallarta. La casa construida en 1908 que se quedó
dentro del campus de la Universidad Regiomontana y en frente una casona de dos
pisos fechada en 1917 situada en Padre Mier entre Rayón y Aldama. Otra en la
esquina de Matamoros y Porfirio Díaz. Viendo a la plaza, por la calle Hidalgo número
648, está una construcción de dos niveles con cantera y rasgos neoclásicos. Ahí
una placa con el año de1908 da cuenta que fue construida por Lorenzo Ginesi y
que perteneció a la señorita Ana María Treviño Quiroga. Casi enseguida otra
casa de dos pisos también en el catálogo de bienes inmuebles.
En la esquina de Hidalgo y Zarco está otra interesante
construcción de dos niveles, en donde hace muchos años vendieron alfombras
junto una facultad del CEU. Por Hidalgo, entre Aldama y Rayón casi enfrente de
la plaza Dorada (en donde ahora está un hotel), estuvo una finca que perteneció
a una familia de apellido Guzmán, luego convertida en colegio llamado “Británico
Americano” de la cual solo quedan las columnas del acceso principal. Por Ocampo
estaba fábrica La Mexicana que ya destruyeron. Sin clasificar están unas casas
por el rumbo de Primo de Verdad entre Vallarta y Serafín Peña, la casa
parroquial de la Purísima que perteneció al general Porfirio G. González y tiene
las iniciales PGG y la fecha 1925. Una casona situada en la esquina de Serafín
Peña e Hidalgo, la sede del Centro Vocacional Arquidiocesano, aunque no es
anterior a 1910, vale la pena preservar, así como las dos casas de la rectoría
del CEU. Otras más por el rumbo de Padre Mier y Aldama. Todas seguramente
pertenecieron a las familias de los Morales, los Treviños, los Morelos, los
Zaragoza, los Sepúlveda, los Barrera, los Zambrano, los Padilla, los Medina y
la de don Pepe Saldaña que residió en éstos rumbos.
A los urbanistas y desarrolladores, promotores de la
cultura y el arte pusieron su interés en ésta parte tan emblemática e histórica
de Monterrey. Tienen planes para rescatar y poblar el barrio. Mu gusta la idea,
pero no estoy de acuerdo en que se hagan multifamiliares que van a colapsar el
tránsito de las calles y nos impiden ver las formas del majestuoso templo. Vale
la pena que la plaza se rescate y se destine como un jardín público, que tanta
falta nos hacen en la ciudad de Monterrey.