Antonio Guerrero Aguilar /Cronista de Santa Catarina
Allá por donde se extiende el cañón de la Mielera rumbo
al oriente; ahí donde el territorio montañoso de Santa Catarina se une al cañón
del Huajuco y la Estanzuela. En donde prevalece el riesgo de formar zonas
urbanas y habitables y concluir el daño ecológico irreversible a la región,
Monterrey contaba con uno de minerales más productivos y famosos en Nuevo León.
Por cierto, fue fan famoso que hasta Porfirio Díaz lo visitó en diciembre de
1898. Ahí donde un bosque propiamente rodea las montañas y éstas ensoñerean el
paisaje. Ya es una zona particular y difícilmente se puede acceder a éste
pueblo cuya fiesta se daba en la víspera de cada 28 de junio y previo a sus dos
santos en el día del 29 de junio cuando honraban al martirio de San Pedro y San
Pablo. Pero el templo del lugar estaba dedicado a nuestra de El Carmen y cada
16 de julio hacían fiesta en su honor.
De acuerdo a un informe de 1889, el entonces gobernador
del Estado el general y licenciado Lázaro Garza Ayala hizo saber de la
existencia de 83 minas en Nuevo León, de las cuales 19 se hallaban enclavadas
entre las montañas de Santa Catarina y Monterrey. Precisamente en los límites
al sureste de ambas municipalidades, también cercano a territorio perteneciente
a Santiago, Nuevo León, floreció un pueblo minero al que llamaron de San Pedro
y San Pablo propiedad de una familia de apellido Maiz llegada de España. Era
tanta la producción de plata, fierro y plomo que tenía su propia línea de
ferrocarril que lo comunicaba con la cabecera municipal de Monterrey. Cuentan que la vía del tren bajaba de la
sierra rumbo al Huajuco y atravesaba unas labores por el rumbo en donde ahora
está la avenida Lázaro Cárdenas de Monterrey.
Allá por el 6 de noviembre de 1890 para ser precisos,
Agustín Maiz solicitó permiso al ayuntamiento de Monterrey para hacer una
exploración en el lado oriente de la Sierra Madre, entre la mina de San Pedro y
la línea que mide a Monterrey con la Villa de Santiago; con el propósito de
descubrir yacimientos minerales. Agustín Maiz fue dueño del mineral hasta 1898
cuando en representación de su familia lo vendió en dos millones de pesos a una
compañía llamada Mexican Lead, perteneciente a la Metalúrgica Mexicana que la
explotó en serio. A tal grado de que vendieron 11 millones de material en 1901 obteniendo
ganancias de poco más de un millón de pesos y al año siguiente explotaron 27
millones de kilogramos de material. Para bajar los minerales usaban un cable de
4 mil metros por el que circulaban grandes cucharones que los ponían en los
carros de ferrocarril. El mineral era un pueblo con muchos habitantes: con sus
casas, el templo, una escuela y hasta un panteón. El 11 de febrero de 1895
Joaquín Maiz hizo una solicitud de permiso para inhumar cadáveres en un lugar
apropiado en el Mineral de San Pedro que le fue concedido por el ayuntamiento
de Monterrey. Agustín Maiz era además el propietario de una factoría llamada “Sombreros
de Monterrey”.
Pero no solo era un pueblo minero. Gracias al entorno
boscoso y montañoso, el paisaje era pintoresco. Un lugar obligado de visita de
la familia del entonces gobernador de Nuevo León, el general Bernardo
Reyes. La familia Reyes Ochoa nunca se
acostumbró a los calorones y a las resolanas que se sienten y se padecen en
Monterrey a partir de mayo. Incluso una vez escribió don Alfonso Reyes respecto
al Sol de Monterrey: “No cabe duda que de
niño a mí me seguía el Sol como perrito faldero, en mi vida todo era
resolana”. Por eso los Reyes Ochoa también pasaban sus vacaciones en una
casa situada en el Cerro del Mirador, acudían a una finca en La Fama y luego
recorrían la sierra de Santa Catarina y en Galeana, Nuevo León. El mismo lo
describe: “Había que pasar fuera de
Monterrey los calurosos estíos. Yo disfruté de vacaciones veraniegas
sucesivamente en La Fama (Cañón de Santa Catarina que allá nunca dicen
Catalina) casa de un señor Santiago Andrews, uno de mis más antiguos recuerdos;
después por las cumbres de la Sierra Madre, en el mineral de San Pedro y San
Pablo”. Bernardo Reyes siendo gobernador de Nuevo León (papá de Alfonso
Reyes) siempre se quejó de las altas temperaturas que se sienten en Monterrey.
Incluso trasladó a su familia con rumbo a Galeana en el verano de 1909.
Mientras buena parte de Nuevo León quedaba inundado por las torrenciales
lluvias en el mes de agosto de 1909, el gobernador se hallaba fuera de la
capital y debió acudir a lomo de caballo atravesando la sierra desde Galeana
hasta Monterrey. Para algunos historiadores, eso le costó no ser considerado
para la candidatura a la vicepresidencia de la república en 1910.
Pero regresemos al Mineral de San Pedro y San Pablo. En
éste sitio don Alfonso Reyes pasó su infancia: hizo amistades imborrables con
los hijos de Agustín Maiz y Jorge Cotera, el ingeniero de las minas; persiguió
ratas que el ingeniero Cotera disparaba con una vieja escopeta, aprendió a
montar a caballo llamado El Grano de Oro, jugaba con unas ratas blancas que
habitaban la bodega del almacén y acudió a misa los domingos. Con un clima
distinto que a decir del Regiomontano Universal: “El viento arrebataba las sombrillas y los mantos de las mujeres;
deshacía, travieso, sus peinados. Nos robaba lo que podía. Zumbaba y aullaba de
noche, golpeaba a las puertas, quería entrar. Cimbrábase la casa, atada con
cables de acero y nuestros visitantes de la ciudad se echaban a cuatro manos, haciéndonos
reír a los niños. El viento era una presencia casi animal”. También Alfonso
Reyes comparaba en parecido a Jorge Cotera con el conquistador Hernán Cortés y
relata la caída del secretario de su papá el general Reyes de apellido Zúñiga:
“tuvo la mala suerte de perder el sentido y rodar un trecho ladera abajo”.
El mineral finalmente desapareció. Por ahí se puede
acceder al cañón de la Mielera en Santa Catarina y un gran risco que da nombre
al cañón de Cerro del Diente aún se puede ver desde la carretera nacional,
indica la entrada al cañón donde estaba el Mineral de San Pedro y San Pablo.
Lamentablemente esos terrenos ahora están en un juicio legal, la compañía minera
expulsó a los habitantes y cerró los accesos. Por eso los descendientes de esos
habitantes tienen demandada a la minera en un pleito largo debido a intereses
de particulares que buscan hacer desarrollos inmobiliarios.
Si alguien quiso, amó, respetó y honró a las montañas que
rodean a Monterrey, fue don Alfonso Reyes. Comparó al cerro de la Silla con el
dios Atlas y luego lo relacionó con la figura paterna. Ya sea en el Romance de Monterrey, en El Sol de Monterrey, en sus versos,
recuerdos y reseñas aparecidas en el Correo
de Monterrey. Nadie le ha cantado a Monterrey como Alfonso Reyes y nuestras
montañas ahora amenazadas por el crecimiento urbano desmedido y las intenciones
de dañarlas para construir colonias, fraccionamientos y avenidas sobre ellas.
Por eso que ¡Viva Monterrey de las Montañas! y ¡Arriba Alfonso de
Monterrey!
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