Antonio
Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina
Posiblemente
la división entre los ámbitos de la vida de la Iglesia y del Estado en México,
en primera instancia tuvo que ver con la formación de un calendario cívico y el
rezago de las fiestas religiosas, que ahora debían vivirse dentro de los atrios
y de los muros de los templos. En lugar de hacer ceremonias religiosas y
procesiones al aire libre, lo oficial se hizo público en monumentos y plazas. El
nuevo calendario resaltó al 5 de febrero, luego al 2 de abril, el 5 y 15 de
mayo, el 15 de septiembre como las fiestas del nacionalismo fundante.
Para
algunos investigadores revisionistas de nuestra memoria e identidad nacional,
la historia centrada en homenajes se relaciona con la llamada “historia de bronce”, como contra parte
de la historia crítica. Para Luis González y González, la historia de bronce
mantiene su prestigio como guía moral, maestra del pundonor nacional y faro de
todo buen gobierno. Entonces los historiadores se convierten en una especie de
pedagogos sociales que ponen a los hombres (y a muy pocas mujeres) como ejemplo
a seguir. Su obra es un legado, una evocación a su conducta para la reforma de
nuestras costumbres.
Entonces
el calendario cívico nos pone vidas a imitar, tan propicias que algún día harán
que todo niño mexicano pueda recibir alguna condecoración cívica que resalte
nuestros méritos ciudadanos ejemplares al servicio de los demás y de la patria.
Y personajes como Hidalgo, Allende, Ocampo y la pléyade de hombres de la
Revolución, aunque hayan cometido errores se les perdonan, pues murieron por la
patria.
De
todos ellos resalta la figura y la obra del Benemérito. Su nombre se ha
utilizado para registrar nueve mil 759 calles en todo el país y es el más usado
para nombrar vías públicas en Oaxaca y Quintana Roo. Innumerables municipios lo
honran, hasta cuatro universidades públicas tienen su apellido: la de Ciudad
Juárez, las autónomas de Oaxaca y Tabasco y la de Durango. Sus bustos y
monumentos seguramente están por doquier, a lo largo y ancho del territorio
nacional que tanto lo honra y lo pone como el “héroe” más importante de nuestra historia.
El
21 de marzo desplazó la celebración del supuesto inicio del día de la primavera
y tuvo preponderancia sobre el día de la expropiación petrolera el 18 de marzo
de 1938. Y todo porque Benito Juárez nació el 21 de marzo de 1806 en San Pablo
Guelatao, Oaxaca. Con tan buena estrella que siendo indígena zapoteca, de ser
un pastor pobre y descalzo que no entendía bien el idioma castellano, tuvo la oportunidad
de estudiar con un tío, luego con un sacerdote que lo llevó al seminario y de
ahí al Instituto Científico y Literario de Oaxaca para graduarse como abogado. La figura de Benito Juárez concentra virtudes
muy diversas. Es el "indio de raza
pura", llegó a ser el paladín por excelencia de los principios que
propugnaban los liberales "puros"
y el símbolo y prototipo más depurado de la masonería mexicana. Su persona
encarna los valores más excelsos de la élite liberal que tomó el poder en
México en el siglo XIX, y que se representaba a sí misma como laica, autónoma
de todo imperativo moral de carácter religioso. Pero eso sí, ligado a otro
conjunto de principios morales más libres y racionales.
Para
otros Juárez fue un hombre de “gabinete”
y eso demuestra que haya contado con el apoyo de un grupo tan compacto que lo
siguió durante mucho tiempo. El México de Juárez depende en mucho de una
generación de políticos que tejieron una red nacional de poder, gracias al
apoyo de los caciques y caudillos que controlaban las regiones de nuestra
nación. Con ellos triunfó sobre los conservadores, la otra ala liberal conocida
como la “moderada” y el imperio de
Maximiliano.
Juárez
heredó las posturas de los primeros reformistas como Valentín Gómez Farías y el
padre José María Luis Mora, quienes propusieron en su tiempo, poner fin al
monopolio de la Iglesia y de los propietarios tradicionales de las tierras. Entonces
convirtieron a los curas, clérigos y religiosos junto con las etnias indígenas
como los malos. Tanto a unos como a los otros les quitó sus tierras; para establecer
los ranchos que dieron origen a las haciendas cuando canalizaron toda clase de
inversiones capitalistas. A partir de 1857 se decretó la inexistencia de los
indios en México. El otro proyecto de nación que propuso Lucas Alamán, buscaba
amoldar la reforma de Estado al orden de las cosas; no tuvo ni siquiera tiempo
para aplicarse a la realidad propia del siglo XIX. Juárez es el artífice del modelo de nación
basado en la igualdad y el amparo de las leyes, con una historia patria que
articulaba a la educación como fundamento de nuestra mexicanidad. Para ellos
debieron sacrificar al México que se justificaba en la historia matria y común,
las castas y las creencias religiosas derivadas de la observancia de la fe
católica.
Para
contrarrestar la influencia de la Iglesia, decretaron la libertad de cultos,
cerraron muchos templos y conventos, sacaron a muchas congregaciones religiosas
y buscaron la manera de quedarse con las tierras que ellos administraban desde
el virreinato. Por ejemplo, en 1862 se beneficiaron a 2 007 personas o
compañías que se quedaron con las tierras de las capellanías que hicieron más
ricos a los usureros y comerciantes que siempre se beneficiaron de nuestros
problemas y conformaron las clases dominantes en el porfiriato.
Cuando
Juárez regresó a la Ciudad de México el 15 de julio de 1867, aplicó un modelo
de nación suyo, contrario a quienes lo hicieron fuerte durante diez años.
Juárez convocó al congreso; pretendió darle voto al clero, pide facultades
extraordinarias y licenciar al ejército. Los liberales que siempre estuvieron a
su lado se dividieron. Surgieron dos grupos, uno conocido como “los ministeriales” o “inmaculados”; formados por los hombres más
cercanos como Lerdo de Tejada, Matías Romero y Pedro Santacilia. A Juárez lo apodan “el Cura”, a su gabinete “los
hijos del Cura”, a Lerdo “el jesuita”
por su pragmatismo y sus estudios. En la oposición figuran José María Zamacona,
Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio y Porfirio Díaz Mori. Lo que más temían,
Juárez se convirtió en una especie de dictador pero “rebajado”. Hasta el día de su muerte, debió enfrentar 15
rebeliones.
Al
morir el 18 de julio de 1872, los “hijos
del Cura” se dividen; unos a favor de Juárez que representa el poder
político, Lerdo de Tejada el poder económico y Porfirio Díaz al pueblo. De ser tan querido y respetado, de pronto la
opinión pública lo trataba con desdén. Un periódico opositor le compuso unos
versos: “No quisiste, señor, a tiempo
irte,/ muy lejos de éstas tierras con tu corte, /porque la Patria tu bolsillo
surte/ Y hoy tengo el sentimiento de decirte/ que algo muy raro avanza por el
norte/ que es muy posible tu silla te arrebate.
Siguió
como presidente Lerdo de Tejada, que fue depuesto en 1876 por una revolución al
mando de don Porfirio Díaz, quien heredó de don Benito el uso de la maquinaria
política implacable para derrotar y aniquilar a todo movimiento rebelde. Juárez
y Díaz no siempre se llevaron bien, por eso resulta paradójico que las primeras
representaciones de Benito Juárez se hicieron durante el porfiriato. En 1890 el
entonces presidente de la República le pidió al pintor Miguel Noroña las
primeras representaciones del Patricio republicano. El famoso “hemiciclo a Juárez” fue inaugurado el 10
de septiembre de 1910. Don Porfirio es el artífice del mito. Cosas extrañas de
la vida y del destino. También confundimos la frase emblemática que nos habla
de Benito Juárez. La sentencia “entre los
individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz”
es en realidad de Emanuel Kant.
El
sistema político mexicano se valió de Juárez para justificar su permanencia en
el poder a lo largo del siglo XX. Krauze
compara a Benito como “un gran chamán”.
Para David Brading, Juárez fue tan mitificado que es difícil precisar quién es
el verdadero Benito Juárez. Lo único cierto que tenemos en torno a él, que fue
el guía y el centro de un grupo de liberales e intelectuales mexicanos que
hicieron la Reforma.
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