domingo, 31 de julio de 2016

Conocimiento y cuidado del patrimonio de Nuevo León

Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de Santa Catarina

Tenemos un día dedicado al “Patrimonio de Nuevo León” apoyado por las instancias culturales ya sea públicas, privadas, educativas y civiles. Todas proponen adoptar una actitud de cuidado, resguardo, rescate y difusión del patrimonio que tenemos, así como también preocuparnos por lo que debemos dejar a nuestros hijos y futuras generaciones. Hasta se realizan foros en materia de cultura en recintos oficiales como el congreso local, donde curiosamente invitan a personas sabedoras de la materia, pero que algunas no son de aquí. Todos ellos tal intelectuales tradicionales; revisan, analizan, comentan y hasta critican la situación del estado patrimonial que tenemos, del que ya se perdió y del que se corre el riesgo de perder.  

El concepto “Patrimonio” viene de una palabra compuesta de origen latino: pater, patris que significa padre y de munire que significa servir. Literalmente el patrimonio es lo que está al servicio del padre o jefe de familia que deja testimonios, legados y cosas para sus hijos. Matrimonio será entonces “servicio de la madre”, de “Matris munere”. Por cierto, una vez San Francisco de Sales sentenció: "¡Ay del monje si tiene dinero en el banco!, pero ¡ay del Padre de familia y esposo si no tiene dinero en el banco!, pues los hijos tienen derecho a recibir en herencia, cuando éstos fallecen”. Claro que también se aplica al patrimonio de una nación, de un estado como el de Nuevo León y de los municipios que lo integran; quienes deberían hacer todo lo posible por preservarlo.

Entonces tenemos una doble responsabilidad: en primera instancia conocer qué nos dejaron y luego pensar qué dejaremos a quienes nos siguen. Especialmente en una entidad como la nuestra en la cual estamos destruyendo o descuidando lo que tenemos. No pasa un día en que sepamos por los medios y redes sociales, la destrucción o alteración del entorno patrimonial. También es cierto que estamos produciendo nuevas formas y sentido de patrimonio cultural. Pero no es tan trascendente ni está hecho con materiales duraderos o valiosos como para preservarlos a la posteridad.

Por lo pronto, si quieres cuidar una entidad patrimonial significativa; debemos informar al Instituto Nacional de Antropología e Historia si éste pertenece hasta fines del siglo XIX. O denunciar al Instituto Nacional de Bellas Artes si corresponde al siglo XX. A nosotros como ciudadanos interesados e involucrados, nos corresponde procurar y darles mantenimiento adecuado. Documentar su historia y arquitectura. Evitar su deterioro y exigir para que no se dañe más de lo que ya está. Si un monumento pierde una parte, puede ser afectado por elementos naturales como la lluvia y el viento. Mantenerlo limpio sin basura y hierba que le ocasionen humedad. Revisar periódicamente los elementos del edificio, pues los acabados son como la ropa que nos cuida de los factores climatológicos-ambientales y por eso deben estar en buenas condiciones.

A los cabildos de los municipios les toca promover y proponer declaratorias de zonas de resguardo patrimonial y dar conocimiento a las instancias como el INAH y el INBA. También hacer catálogos de conservación y conocimiento. Que la gente de patrimonio de Conarte y del INAH realicen más labores de concientización, conocimiento y catalogación del patrimonio que tenemos y nos queda.  No son entes aislados que obliguen su búsqueda, sino al revés, que ellos salgan a buscar y acercar a todos los interesados. Que se instale una delegación o una oficina representativa más en forma del INBA, pues no la tenemos; si acaso funciona como enlace.

El patrimonio histórico es la herencia cultural propia del pasado de una comunidad, con la que ésta vive en la actualidad y que transmite a las generaciones presentes y futuras. Como se advierte, el concepto de patrimonio cultural es subjetivo y dinámico, no depende tanto de los objetos o bienes sino de los valores que la sociedad les atribuyen en cada momento de la historia y determinan qué bienes son los que hay que proteger y conservar para la posteridad. Y cuando se haga la zona de resguardo patrimonial, ésta debe abarcar el paisaje urbano que le rodea y que también desde el punto de vista social y económico comience su rescate y conservación de todo lo que existe en la misma.




Como se advierte, la palabra patrimonio nos refiere a bienes que heredamos de nuestros padres y de los padres de nuestros padres. Nos remonta hasta el tiempo en que la existencia de los individuos estaban más apegados a de las familias y ésta en la de los pueblos. El patrimonio corresponde la de los pueblos y corresponde también, en este sentido la noción de colectividad. Es una realidad muy vasta: todo aquel testimonio de los valores y el trabajo de las generaciones pasadas, forma hoy parte de los bienes individuales o sociales que han merecido y merecen conservarse.

El patrimonio es lo que unas generaciones transmiten a otras y no necesariamente son cosas: son también ideas, conocimientos, representaciones del mundo, valores, costumbres y tradiciones, además de objetos, testimonios y documentos de otras épocas. La tradición se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. El patrimonio arquitectónico como de un edificio;  las ruinas de un edificio o de un conjunto de edificios que con el paso del tiempo, han adquirido un valor mayor al originalmente asignado y trasciende el encargo original. Este valor puede ser cultural o emocional, físico o intangible, histórico o técnico. Las obras de arquitectura implican el rescate del entorno donde se ubican dejaría de ser lo que es.

La conservación del patrimonio no presupone únicamente las disposiciones jurídicas y las tareas para proteger del deterioro físico y de la amenaza de agentes sociales y naturales a monumentos históricos, obras de arte, vestigios arqueológicos, testimonios y documentos, sino los conceptos y los medios para atender la conservación. Así como considerar las  realidades lingüísticas, tradiciones musicales, técnicas artesanales, valores, modos de vida o visiones de la realidad. No se restringe a los testimonios materiales del pasado, que dan cuenta de un rico proceso histórico de formación de valores, sino que comprende también las formas vivas en que esos valores encarnan en la actualidad.


La cultura como el patrimonio son entidades vivas y cambiantes; la preservación del patrimonio cultural tangible y la del patrimonio intangible habrá de ser enriquecido con la creatividad del presente para constituir, a su vez, el legado para las generaciones futuras. La conservación del patrimonio cultural comprende también la compleja realidad del acervo intangible de elementos culturales que sustenta en sus diferentes estratos la vida social. No es estático y abarca las representaciones que los pueblos se hacen de su cultura en los diferentes procesos históricos y sociales. Con el reconocimiento de formas culturales diversas, integradas en un proceso de integración social, que aumente el grado de conciencia de la identidad nacional. Cuando todo esto se contemple y no se vea el día del patrimonio como una feria con comidas, bailables y fandangos solamente, estaremos fincando nuestra grandeza en el legado que otros nos dejaron.


Y si esos organismos saben que hay ciudadanos al margen de los grupos y grillas culturales, pues que nos inviten. El resguardo patrimonial es gran pastel que todos pueden probar y que como suele suceder, solo lo dejan de postre a las élites que representan la cultura.

domingo, 24 de julio de 2016

Cuando lloran los valientes y Caballo Blanco se hizo actor

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

En 1944 se filmaron en los alrededores de Monterrey, Guadalupe y Santa Catarina, escenas de la película “Cuando lloran los valientes” dirigida y producida por Ismael Rodríguez. Protagonizada por Pedro Infante, Blanca Estela Pavón, Víctor Manuel Mendoza y Virginia Serret. Un narrador nos introduce en el melodrama supuestamente ambientado en el año de 1860 cerca de Monterrey: “Este es el corrido de Agapito Treviño, Caballo Blanco. Los corridos nacen del pueblo. Son una historia hecha música de un hombre, de una fecha, de un suceso escrito con sangre. Los corridos siempre se escriben con sangre y éste no es la excepción. Agapito Treviño existió y ésta es la historia de su vida. Una historia cruel, amarga, injusta…”


La película inicia con paisajes en donde una vez hubo un rico pasado agrícola y ganadero. Repleto de anacahuitas, agaves, nopaleras, pirules, mezquites y cactáceas de variadas especies, con rastrojos de maíz y jacales de adobe o de sillar con techo a dos aguas, cubierto con palmas. Se ven paisajes del Cerro de la Silla y del cañón de Santa Catarina en toda su belleza.

Obviamente Pedro Infante interpreta a Agapito, Blanca Estela Pavón a Cristina, la novia abnegada y fiel de Agapito, Víctor Manuel Mendoza a José Luis Arteche, un medio hermano de Agapito, ambos hijos de Manuel Arteche; general y responsable militar para exterminar a los rebeldes y salteadores que asolaban a nuestra región, quien supuestamente dejó embarazada y abandonada a Rosita, la madre de Agapito. Por eso fue recogido y criado por don Isauro, el papá de Chabela (Virginia Serret) quien estaba enamorada de Agapito y continuamente lo celaba en contra de Cristina. También participan en el film, Agustín Isunza como el Tío Laureano, el Chicote como Cleofas, Joaquinito Roché como el Pinolillo, el niño que recogió Agapito después de que los rebeldes quemaron un rancho allá por el rumbo de San Nicolás. Las locaciones interiores se hicieron en los estudios América en la ciudad de México y los exteriores en lugares de Nuevo León.

El argumento es del regiomontano Rogelio González, quien por cierto, aparece en la película como el hermano de Cristina (Blanca Estela Pavón)  y está basado en el cuento radiofónico “La vida azarosa de Agapito Treviño, Caballo Blanco” de Pepe Peña, muy escuchada en la radio regiomontana en el primer tercio del siglo XX. Aunque propiamente no es la biografía de Caballo Blanco, el bandolero y asaltante de caminos entre 1848 y 1854. No obstante, tiene algunos rasgos históricos; por ejemplo mencionan al general Pedro Ampudia, como gobernador y comandante militar de Nuevo León. A lugares como San Agustín, San Nicolás, Saltillo y Monterrey. A las tropas diezmadas por las continuas epidemias ocurridas en el siglo XIX. A la música con clarinete y tambora. A banquetes tan nuestros en donde no podían faltar el cabrito, la barbacoa, los frijolitos y las tortillas hechas a mano y tomaban mezcal para alegrarse. Incluso se habla de la devoción del Santo Cristo de Saltillo. La trama nos presenta a un Agapito Treviño, apodado el Caballo Blanco, el defensor de los pobres que sufren lo mismo de las fechorías y calamidades de los alzados como de los federales.

Como escenarios de las correrías de Agapito, vemos el cañón y algunos sitios de Santa Catarina, de la Sierra Madre Oriental y del cerro de la Silla. Existe la posibilidad de que el ex alcalde de Santa Catarina, Julián Ayala Luna, le prestara su caballo para que Agapito lo montara durante la filmación. Germán de Luna García, ilustre vecino de Santa Catarina se quedó con la idea de que Agapito era un salteador de camino y que la película dio fuerza a la leyenda. Mientras hacían el rodaje, don Germán hacía exhibiciones del tiro al blanco en el restaurante donde comían los actores, precisamente en el poblado de la Huasteca.

Al fin de cuentas Manuel Arteche mata a su propio hijo (Víctor Manuel Mendoza) por lo que enfadado y lleno de ira, Agapito lo intenta matar, pero Blanca Estela Pavón se atraviesa y accidentalmente muere a manos de su novio Agapito. Es cuando se cierra el ciclo: así como Agapito recogió a Pinolillo cuando perdió a su mamá, le dice que no llore porque ella lo está mirando desde el cielo. Ahora Pinolillo se le acerca y le dice que no llore, porque Cristina lo está viendo desde el cielo. La película concluye: “Y esta es la historia de Agapito Treviño, Caballo Blanco, una historia cruel, amarga, injusta. Pero precisamente por eso, el pueblo la recogió en su corazón, dándole a su héroe a cambio de su dicha la inmortalidad”.

En la película, el trío Los Tamaulipecos interpretan un corrido a Agapito, al que consideran “el valiente de San Nicolás”, porque hacen a Agapito originario de San Nicolás de los Garza. Durante la ejecución de Caballo Blanco, circularon una décimas alusivas a su muerte que decían: “Adiós amigos amados; adiós patria, adiós parientes; adiós señores presentes, adiós vecinos honrados, adiós montes retirados, donde era mi habitación, ya salí de la prisión y también de la capilla, adiós Cerro de la Silla, adiós, adiós Nuevo León”. Previo a la ejecución, el condenado a muerte debía permanecer en capilla. Para eso destinaban una pieza de la cárcel habilitada como capilla, en la cual se le notificaba la sentencia, la fecha y hora de su ejecución y se le ofrecía una última voluntad. En tiempos del rey Felipe II (1556-1598) se ordenó que todos los reos condenados a muerte, pasaran la noche anterior rezando y preparándose para su muerte. Ahí se confesaban, luego les hacían misa y comulgaban, para luego encaminarse al patíbulo.

Después del fusilamiento comenzaron a popularizarse unos versos que se hicieron y distribuyeron en unas hojas a los que presenciaron la muerte de Caballo Blanco. Dice la estrofa: “Les di mucho trabajito, pá ver mi cuadro formado, se les concedió chatitos, el ver mi cuerpo clavado”. El cuadro formado se refiere al juicio sumario y el llamar chatitos es un apelativo afectivo, que denota cierto aire despectivo hacia quienes lo persiguieron y enjuiciaron. Dice la siguiente estrofa: “Pues así me lo esperaba, morir con resignación, adiós cañón del Huajuco, te llevo en mi corazón”. Un cañón es una entrada natural que se abre por entre dos sierras. En éste caso el cañón del Huajuco está formado por la Sierra Madre y el Cerro de la Silla, que se extiende desde Guadalupe y Juárez hasta Allende, Nuevo León. La entrada al cañón se le llama boca y al sitio arrinconado entre las dos montañas se le conoce como ancón. El Ancón del Huajuco estaba en lo que actualmente están las colonias Buenos Aires y Caracol. De ahí hacia el sur, está el Huajuco que comprende la parte sur de Monterrey, la parte aledaña a la carretera nacional correspondiente a los municipios de Santiago y Allende. Se le llama Huajuco en honor al cacique indio que tanto molestó a los pobladores durante el primer tercio del siglo XVII. Siempre se ha considerado a ese cañón como el lugar preferido en donde Caballo Blanco cometió sus fechorías y travesuras. Otra estrofa se refiere con orgullo al popular cerro de la Silla: “También al cerro de la Silla, donde siempre yo habitaba, aunque anduviera lejos, siempre de ti me acordaba”.


Agapito fue ejecutado en la actual plaza Hidalgo, llamada en su tiempo, como la plaza del Mercado. Así lo cuenta la penúltima estrofa: “En la plaza del Mercado, donde fue su despedida, perdóname Padre Eterno, los males que hice en mi vida”. Regularmente en los momentos decisivos de la vida, se recurren a los aspectos religiosos, con la intención de asegurar algo de gloria y vida eterna. Por eso se ofrecen disculpas a quienes se ofendió para poner en paz al alma que sale en busca de la eternidad. El corrido concluye: “En fin yo ya me despido, dispensen los mal servido, terminó aquí la tragedia, la de Agapito Treviño”. Al morir Agapito, su vida se convirtió en leyenda, misma que da sentido y señal de referencia e identidad a los regiomontanos, tan necesitados de elementos y rasgos históricos que promuevan y justifiquen la identidad regional.



domingo, 17 de julio de 2016

La vida azarosa de Agapito Treviño

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

En la mitología regional sobresale la figura de un bandido o bandolero cuya vida gira en torno a tres ejes: una biografía, una leyenda y un personaje de radionovela que se convirtió en un film protagonizado ni más menos que por Pedro Infante. Respecto a su biografía, los orígenes de Agapito Treviño González son confusos. Santiago Roel lo hace originario de la hacienda de Mederos. La tradición popular dice que de Los Remates, precisamente en el lugar en donde está ahora confluyen las avenidas Revolución y Garza Sada en Monterrey. Israel Cavazos señala que nació en Guadalupe en 1828. No se tienen referencias sobre el día y el mes. Posiblemente esa región perteneció a Guadalupe y actualmente corresponden a la jurisdicción territorial de Monterrey. Para su principal biógrafo el maestro Fernando Garza Quirós, Agapito nació de una relación amorosa no bendecida por la iglesia. Su padre se llamaba Ubaldo Treviño, un comerciante establecido y reconocido de Guadalupe y de Josefa González. Al parecer, su infancia y adolescencia la pasó con su madre abandonada dedicándose al pastoreo, a la arriería y a las labores del campo.

Agapito contaba con 20 años cuando comenzó sus correrías en contra del orden establecido. La leyenda se impone sobre la historia al no contar con suficiente información documental. Para algunos la existencia de Agapito es un mito, para otros una leyenda. Si Agapito es un mito, entonces su vida pertenece a un personaje obscuro que la tradición popular magnificó, necesitada por referencias de identidad relacionadas con un bandolero de corte social; que se levantó en contra de la injusticia y de la pobreza provocada por quienes ostentaban el control político nacional. Si Agapito es un personaje de leyenda, seguramente la más famosa de todas, tiene que ver con un tesoro oculto en alguna cueva del cerro de la Silla; como fruto de sus robos y asaltos. Entonces Agapito fue un bandido que ligó a su vida y leyenda el majestuoso cerro de la Silla. Un ladrón bueno que robaba a los ricos para repartir el botín entre los más pobres y necesitados. Uno de sus biógrafos nos cuenta que solo una vez le hizo al “Robín Hood”, cuando robó un marrano y lo repartió entre los menesterosos del lugar. Al que también apodaban Caballo Blanco porque tenía un caballo de tal color, aunque no existe la certeza de que montara un equino albo.

Cuentan que unas viejitas de alcurnia del rancho del Reparo, (actual Allende, Nuevo León) contrataban a Caballo Blanco para asaltar a los comerciantes que regresaban del cañón de Huajuco. Con ello aseguraban su retorno para adquirir de nueva cuenta lo robado. Israel Cavazos lo hace familiar suyo y hasta muestra un pocillo y unos utensilios de cocina que presumen pertenecieron al Caballo Blanco. Y algunos vecinos de Agua Fría en Apodaca, con orgullo señalan su apellido Treviño como una continuación genealógica derivada del héroe que tenía a su novia o amante en ese lugar.  


Por trasgredir la ley y el orden la justicia lo persiguió. Gustaba de caer sobre los viajeros que iban con rumbo a Parras, Saltillo, Monclova y el sur de Texas. Conocía perfectamente las montañas de la Sierra Madre y cabalgaba ocultándose por entre los cañones del Huajuco, Santa Catarina y Rinconada. A quienes asaltaba, los bajaba de la diligencia o del caballo y los ponía a bailar al son de la música salida de una armónica tocada por alguno de sus compañeros, quienes se divertían a costa de la humillación de sus víctimas. Agapito se jactó de cantar una tonadita en la se decía: “Yo soy el ingrato hermanos, que a débiles y forzudos los hice bailar desnudos, la polca, chotis y enanos”.

En 1851 capturaron a Caballo Blanco, obligándolo a trabajos forzados en el río Santa Catarina. Al poco tiempo escapó con rumbo a Roma, Texas. El retrato hablado de éste folklórico personaje lo hace alto, delgado, moreno, barbilampiño y de ojos obscuros. Dos años después lo apresaron y fue sentenciado a trabajos en la construcción del antiguo palacio municipal de Monterrey, cortando bloques de sillar de un yacimiento situado en la Boquilla de la Loma Larga, propiedad de un norteamericano llamado Jorge Washington y de quien se cree, la calle regiomontana debe su nombre en su honor.


A principios de mayo de 1854 el doctor Gonzalitos atendió un herido llamado Juan José García, originario de la Pesquería Grande, hijo de don Telésforo García, quien fue asaltado por Caballo Blanco en el camino hacia Monterrey. Fue cuando hizo un dictamen ordenado por el fiscal Felipe N. Alcalde, para iniciar el juicio en contra de Agapito quien se había escapado de la cárcel municipal. Juan José sufrió una herida de bala y la fractura del antebrazo derecho, con rotura de ambos huesos. Otra vez atraparon a Agapito; ya en el juicio alegó que lo "hizo sólo impelido por la imperiosa necesidad".


Para concluir con su conducta delictiva, fue fusilado el 24 de julio de 1854 en la antigua Plaza del Mercado, hoy Hidalgo. Fue sepultado en el campo santo anexo a la catedral de Monterrey. El padre José María Nuín le dio sepultura “con entierro y fábrica de limosna á Agapito Treviño,  soltero, quien murió ajusticiado, a los 26 años de edad”. Antes de morir recibió los santos sacramentos. Así terminó la vida de tan novelesco personaje, tan afamado y conocido por los regiomontanos gracias a una leyenda trasmitida de generación en generación. Durante su ejecución circularon una décimas que decían: “Adiós amigos amados; adiós patria, adiós parientes; adiós señores presentes, adiós vecinos honrados, adiós montes retirados, donde era mi habitación, ya salí de la prisión y también de la capilla, adiós Cerro de la Silla, adiós, adiós Nuevo León”.

sábado, 9 de julio de 2016

Los templos dedicados a nuestra Señora del Roble en Monterrey

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

En estos 400 años, la Virgen del Roble, llamada también como la Virgen del Nogal, la Madre de Dios del Reino, Reina del Nuevo Reino de León y Nuestra Señora del Roble ha tenido al menos seis templos dedicados en su honor. Después de su milagroso hallazgo, los primeros pobladores entendieron el mensaje de la Virgen para tener una capilla en el lugar donde la dejaron los misioneros. Existe la posibilidad de que fuera muy modesta con muros de adobe. El templo comenzó a desmoronarse y por ende, decidieron llevarse la imagen a una capilla lateral de la parroquia de Monterrey en donde se le veneró por más de un siglo y medio.


Al tomar posesión de la diócesis fray Rafael José Verger en 1782, fue uno de los principales promotores de la devoción de nuestra Señora del Roble, ordenando levantar un templo más grande en su honor. Entre 1785 y 1788 pusieron los cimientos y una vez concluido lo techaron con bóveda de cañón, contando con el apoyo del gobernador Manuel de Bahamonde.  Lamentablemente se cayó a principios del siglo XIX.

El 22 de diciembre de 1817 el cabildo de la ciudad otorgó formalmente el terreno en donde se comenzó a edificar una capilla, así como para el establecimiento de un cementerio, para dar “reconocimiento y recuerdo de los singulares favores que esta ciudad ha recibido siempre de su liberal mano siendo singular entre ellos su aparición milagrosa que según la tradición antigua de nuestros predecesores se ejecutó en el citado lugar del Roble”. El terreno medía 74 varas de frente y 117 de fondo, lindando por el sur con la calle de la Alameda (actual 15 de mayo); por el norte con el solar de Francisco Quintanilla; por el poniente con la calle que llamaban de la Catedral Nueva y por el oriente con solar Josefa Sáenz.

Según la devoción, nuestra Señora del Roble salvó a la ciudad de unas epidemias ocurridas en 1833 y 1844. Los fieles la tenían por prodigiosa y por eso el 9 de abril de 1849, los vecinos del barrio del Roble pidieron al alcalde de Monterrey Gregorio Zambrano, un permiso para sacar en procesión a la imagen por tres días a fin “de que intercediera con Dios para que aplaque la enfermedad que nos amenaza...”. No aceptaron la petición pues tenían prohibidas las reuniones públicas, por el riesgo de contagio de la epidemia.

Al tomar posesión de la diócesis en 1853, el obispo Francisco de Paula y Verea decidió construir un templo más adecuado a las necesidades espirituales de la feligresía regiomontana. En una ceremonia especial del 8 de diciembre de 1853, exactamente el día en que el papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el pastor colocó la primera piedra del santuario, contando con el apoyo económico y moral de numerosas familias. Destacan las aportaciones que hizo el entonces gobernador don Santiago Vidaurri. Para dirigir los trabajos, contrataron al constructor Mariano Peña.  Mas el exilio del señor Verea y la aplicación de las leyes de Reforma, detuvieron las obras bajo la responsabilidad del sacerdote Alejandro González Garza y luego del padre Manuel Martínez Guerra quien estuvo como encargado del santuario entre 1873 y 1878.  Precisamente en ese año, se hizo la primera fiesta de la titular del templo. Como los trabajos se hacían lentamente, surgió la expresión “¿quién verá acabar el Roble?”. 

El primer libro de bautizos comenzó el 15 de abril de 1865, como Vice Parroquia del Santuario de Nuestra Señora del Roble.  El 8 de septiembre de 1884, el obispo Ignacio Montes de Oca y Obregón consagró el templo  que tenía tres naves y los muros de sillar al cual le faltaba solo la cúpula. Bendijo tres altares menores, uno dedicado a la Virgen de Guadalupe en honor al señor obispo fray Rafael José Verger, otro para San Juan Nepomuceno en honor al obispo Francisco de Paula Verea y otro dedicado a San Ignacio de Loyola, su santo patrono. En 1886 murió el padre Manuel y sus restos fueron depositados en la nave central del templo. El 19 de diciembre de 1894, el señor arzobispo Jacinto López Romo dispuso la creación de tres nuevas parroquias: la de la Purísima, Santa Catarina y el Sagrado Corazón. El santuario del Roble quedó bajo jurisdicción parroquial del Sagrado Corazón. Como aún no estaba concluido, por un tiempo El Roble fue la sede parroquial. Ambas atendían las necesidades espirituales de 16 mil habitantes.

Los trabajos continuaron gracias al entusiasmo de los sacerdotes Lucio de la Garza, Nazario de la Garza, Eleuterio Martínez, Francisco de la Garza y del padre José Guadalupe Ortiz, quien vio concluido el templo con su cúpula el 8 de octubre de 1900. La cúpula se hizo en base a un diseño solicitado al arquitecto Alfredo Giles, pero no lo respetaron del todo. Por estos tiempos la atención espiritual del templo pasó a los misioneros del Corazón de María, quienes padecieron el derrumbe de la cúpula a las 9 de la noche del 24 de octubre de 1905. Otra vez operó el milagro: tras la búsqueda de los trabajadores, encontraron la escultura de la virgen sin daño alguno.


El padre Pedro López procuró una nueva obra, contando con el apoyo de la grey regiomontana que se dedicó a reunir fondos para levantar el templo, así como del señor arzobispo Leopoldo Ruiz Flores. El 26 de junio de 1910 hizo la bendición de la casa de la madre de Dios y celebró misa.

domingo, 3 de julio de 2016

El hallazgo de nuestra Señora del Roble en Monterrey

Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina

Cuatro años antes de la fundación definitiva de Monterrey en 1592, el misionero franciscano Andrés de León  colocó una imagen de la Virgen María en el hueco de un roble, para protegerla de las incursiones de los naturales de la región. Acompañaban al religioso fray Diego de Arcaya y fray Antonio de Salduendo, quienes llegaron a evangelizar a los indígenas que habitaban los alrededores, preferentemente en un bosque situado en medio de los ojos de agua de Santa Lucía llamado Piedra Blanca.


El 20 de septiembre de 1596 se fundó la Ciudad Metropolitana con el título de Nuestra Señora de Monterrey bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción y Anunciación de Nuestra Señora la Virgen María. Treinta años después de la fundación, una pastorcita cuidaba unas cabras que pacían en los montes cercanos. Fue cuando escuchó que desde un roble la llamaban con toda claridad e insistentemente. Acudió para saber quién le hablaba por su nombre y grande fue su sorpresa al ver a una imagen de poco más de medio metro de altura colocada en el interior del tronco de un roble, que le servía de nicho y la defendía de las inclemencias del tiempo.

Conmovida hasta lo más profundo, corrió a manifestar a sus padres lo ocurrido. Los padres de la niña acudieron al lugar de la singular aparición y entonces decidieron dar aviso el señor cura, quien convencido de la veracidad de esta providencial manifestación de la Virgen Santísima, invitó a los feligreses para que en respetuosa y amorosa procesión, llevaran la representación mariana al recinto parroquial. Los vecinos acudieron a los servicios religiosos a la mañana siguiente. Fue cuando se dieron cuenta que la imagen no se hallaba en su lugar. La buscaron para darse cuenta que había regresado al sitio en donde había sido hallada. Dieron aviso otra vez al señor párroco quien regresó acompañado de sus feligreses. La encontraron en el mismo hueco del roble de donde había sido transportada el día anterior. 

En forma milagrosa, la pequeña escultura regresó a su lugar de origen, pero su manto tenía restos de zacate y cadillos. Una señal que los antiguos regiomontanos consideraron como obra divina. La trasladaron otra vez al templo y al día siguiente desapareció. La vieron otra vez en el roble y por tercera ocasión la llevaron al templo parroquial que dejó otra vez. Fue cuando los fieles entendieron la voluntad de la Virgen María para construirle un templo en su honor.


Hasta aquí la tradición, similar a las apariciones de imágenes en oquedades de árboles, raíces y pozos. Lo singular es la imagen fue hallada en un árbol conocido como roble,  un ejemplar robusto que en espesura crece con tronco derecho y limpio sin ramificarse hasta los 15 metros. Cuando se halla aislado, su copa se hace ancha con ramas tortuosas, nudosas y acodadas que proporcionan buena sombra. Sus raíces buscan el agua y suelen profundizar para encontrarla. El roble significa fortaleza y gallardía, aguanta los embates y sigue altivo con el espíritu protector que lo caracteriza, dando sombra, frescura y alimento a quien se le acerca. Y la Virgen María, la patrona de Monterrey, le da sentido y razón de ser al carácter del reynero, del regiomontano. Indudablemente.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico