Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina
En la mitología regional sobresale la figura de un
bandido o bandolero cuya vida gira en torno a tres ejes: una biografía, una
leyenda y un personaje de radionovela que se convirtió en un film protagonizado
ni más menos que por Pedro Infante. Respecto a su biografía, los orígenes de Agapito
Treviño González son confusos. Santiago Roel lo hace originario de la hacienda
de Mederos. La tradición popular dice que de Los Remates, precisamente en el lugar
en donde está ahora confluyen las avenidas Revolución y Garza Sada en Monterrey.
Israel Cavazos señala que nació en Guadalupe en 1828. No se tienen referencias
sobre el día y el mes. Posiblemente esa región perteneció a Guadalupe y
actualmente corresponden a la jurisdicción territorial de Monterrey. Para su
principal biógrafo el maestro Fernando Garza Quirós, Agapito nació de una relación
amorosa no bendecida por la iglesia. Su padre se llamaba Ubaldo Treviño, un
comerciante establecido y reconocido de Guadalupe y de Josefa González. Al
parecer, su infancia y adolescencia la pasó con su madre abandonada dedicándose
al pastoreo, a la arriería y a las labores del campo.
Agapito contaba con 20 años cuando comenzó sus
correrías en contra del orden establecido. La leyenda se impone sobre la
historia al no contar con suficiente información documental. Para algunos la
existencia de Agapito es un mito, para otros una leyenda. Si Agapito es un
mito, entonces su vida pertenece a un personaje obscuro que la tradición
popular magnificó, necesitada por referencias de identidad relacionadas con un
bandolero de corte social; que se levantó en contra de la injusticia y de la
pobreza provocada por quienes ostentaban el control político nacional. Si
Agapito es un personaje de leyenda, seguramente la más famosa de todas, tiene
que ver con un tesoro oculto en alguna cueva del cerro de la Silla; como fruto
de sus robos y asaltos. Entonces Agapito fue un bandido que ligó a su vida y
leyenda el majestuoso cerro de la Silla. Un ladrón bueno que robaba a los ricos
para repartir el botín entre los más pobres y necesitados. Uno de sus biógrafos
nos cuenta que solo una vez le hizo al “Robín
Hood”, cuando robó un marrano y lo repartió entre los menesterosos del
lugar. Al que también apodaban Caballo Blanco porque tenía un caballo de tal
color, aunque no existe la certeza de que montara un equino albo.
Cuentan que unas viejitas de alcurnia del rancho del
Reparo, (actual Allende, Nuevo León) contrataban a Caballo Blanco para asaltar
a los comerciantes que regresaban del cañón de Huajuco. Con ello aseguraban su
retorno para adquirir de nueva cuenta lo robado. Israel Cavazos lo hace
familiar suyo y hasta muestra un pocillo y unos utensilios de cocina que
presumen pertenecieron al Caballo Blanco. Y algunos vecinos de Agua Fría en
Apodaca, con orgullo señalan su apellido Treviño como una continuación
genealógica derivada del héroe que tenía a su novia o amante en ese lugar.
Por trasgredir la ley y el orden la justicia lo
persiguió. Gustaba de caer sobre los viajeros que iban con rumbo a Parras,
Saltillo, Monclova y el sur de Texas. Conocía perfectamente las montañas de la
Sierra Madre y cabalgaba ocultándose por entre los cañones del Huajuco, Santa
Catarina y Rinconada. A quienes asaltaba, los bajaba de la diligencia o del
caballo y los ponía a bailar al son de la música salida de una armónica tocada
por alguno de sus compañeros, quienes se divertían a costa de la humillación de
sus víctimas. Agapito se jactó de cantar una tonadita en la se decía: “Yo soy el ingrato hermanos, que a débiles y
forzudos los hice bailar desnudos, la polca, chotis y enanos”.
En 1851 capturaron a Caballo Blanco, obligándolo a
trabajos forzados en el río Santa Catarina. Al poco tiempo escapó con rumbo a
Roma, Texas. El retrato hablado de éste folklórico personaje lo hace alto,
delgado, moreno, barbilampiño y de ojos obscuros. Dos años después lo apresaron
y fue sentenciado a trabajos en la construcción del antiguo palacio municipal
de Monterrey, cortando bloques de sillar de un yacimiento situado en la
Boquilla de la Loma Larga, propiedad de un norteamericano llamado Jorge
Washington y de quien se cree, la calle regiomontana debe su nombre en su
honor.
A principios de mayo de 1854 el doctor Gonzalitos
atendió un herido llamado Juan José García, originario de la Pesquería Grande,
hijo de don Telésforo García, quien fue asaltado por Caballo Blanco en el
camino hacia Monterrey. Fue cuando hizo un dictamen ordenado por el fiscal Felipe
N. Alcalde, para iniciar el juicio en contra de Agapito quien se había escapado
de la cárcel municipal. Juan José sufrió una herida de bala y la fractura del
antebrazo derecho, con rotura de ambos huesos. Otra vez atraparon a Agapito; ya
en el juicio alegó que lo "hizo sólo
impelido por la imperiosa necesidad".
Para concluir con su conducta delictiva, fue
fusilado el 24 de julio de 1854 en la antigua Plaza del Mercado, hoy Hidalgo.
Fue sepultado en el campo santo anexo a la catedral de Monterrey. El padre José
María Nuín le dio sepultura “con entierro
y fábrica de limosna á Agapito Treviño, soltero,
quien murió ajusticiado, a los 26 años de edad”. Antes de morir recibió los
santos sacramentos. Así terminó la vida de tan novelesco personaje, tan afamado
y conocido por los regiomontanos gracias a una leyenda trasmitida de generación
en generación. Durante su ejecución circularon una décimas que decían: “Adiós amigos amados; adiós patria, adiós
parientes; adiós señores presentes, adiós vecinos honrados, adiós montes
retirados, donde era mi habitación, ya salí de la prisión y también de la
capilla, adiós Cerro de la Silla, adiós, adiós Nuevo León”.
Gracias Antonio por tus importantes contribuciones a la hitoria de neustra región... de nuevo nos sorprendes con tu información.. felicidades..
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