Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista de Santa Catarina
Cuatro años
antes de la fundación definitiva de Monterrey en 1592, el misionero franciscano
Andrés de León colocó una imagen de la
Virgen María en el hueco de un roble, para protegerla de las incursiones de los
naturales de la región. Acompañaban al religioso fray Diego de Arcaya y fray
Antonio de Salduendo, quienes llegaron a evangelizar a los indígenas que
habitaban los alrededores, preferentemente en un bosque situado en medio de los
ojos de agua de Santa Lucía llamado Piedra Blanca.
El 20 de
septiembre de 1596 se fundó la Ciudad Metropolitana con el título de Nuestra
Señora de Monterrey bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción y
Anunciación de Nuestra Señora la Virgen María. Treinta años después de la fundación,
una pastorcita cuidaba unas cabras que pacían en los montes cercanos. Fue
cuando escuchó que desde un roble la llamaban con toda claridad e insistentemente.
Acudió para saber quién le hablaba por su nombre y grande fue su sorpresa al
ver a una imagen de poco más de medio metro de altura colocada en el interior
del tronco de un roble, que le servía de nicho y la defendía de las
inclemencias del tiempo.
Conmovida
hasta lo más profundo, corrió a manifestar a sus padres lo ocurrido. Los padres
de la niña acudieron al lugar de la singular aparición y entonces decidieron
dar aviso el señor cura, quien convencido de la veracidad de esta providencial
manifestación de la Virgen Santísima, invitó a los feligreses para que en
respetuosa y amorosa procesión, llevaran la representación mariana al recinto
parroquial. Los vecinos acudieron a los servicios religiosos a la mañana
siguiente. Fue cuando se dieron cuenta que la imagen no se hallaba en su lugar.
La buscaron para darse cuenta que había regresado al sitio en donde había sido
hallada. Dieron aviso otra vez al señor párroco quien regresó acompañado de sus
feligreses. La encontraron en el mismo hueco del roble de donde había sido
transportada el día anterior.
En forma milagrosa, la pequeña escultura regresó a
su lugar de origen, pero su manto tenía restos de zacate y cadillos. Una señal
que los antiguos regiomontanos consideraron como obra divina. La trasladaron
otra vez al templo y al día siguiente desapareció. La vieron otra vez en el
roble y por tercera ocasión la llevaron al templo parroquial que dejó otra vez.
Fue cuando los fieles entendieron la voluntad de la Virgen María para construirle
un templo en su honor.
Hasta aquí
la tradición, similar a las apariciones de imágenes en oquedades de árboles, raíces
y pozos. Lo singular es la imagen fue hallada en un árbol conocido como
roble, un ejemplar robusto que en
espesura crece con tronco derecho y limpio sin ramificarse hasta los 15 metros.
Cuando se halla aislado, su copa se hace ancha con ramas tortuosas, nudosas y acodadas
que proporcionan buena sombra. Sus raíces buscan el agua y suelen profundizar
para encontrarla. El roble significa fortaleza y gallardía, aguanta los embates
y sigue altivo con el espíritu protector que lo caracteriza, dando sombra,
frescura y alimento a quien se le acerca. Y la Virgen María, la patrona de
Monterrey, le da sentido y razón de ser al carácter del reynero, del
regiomontano. Indudablemente.
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