miércoles, 3 de julio de 2024

A 14 años del Álex

 Antonio Guerrero Aguilar/



Tenemos la creencia de que el periodo de lluvias torrenciales, ocurre desde agosto a septiembre, tal y como han ocurrido la mayoría de los desbordamientos del río de los ancestros. Fuera de ahí, tan solo los aguaceros de mayo, como la estrofa del canto triste: “Hoy que veo llorar al cielo, yo lo acompaño en su llanto” y las del 24 de junio día de San Juan como las anheladas al inicio de la canícula. Pero el ciclo está roto y prueba de lo mismo, es que hace un mes las “h. autoridades”, advirtieron que no llegaban las precipitaciones deseadas y de pronto: nos cayó el Alberto. Aclaro, no estoy en contra de que llueva, mi preocupación tiene que ver con la falta de previsión y la terquedad de construir sobre ríos y arroyos. Hace 14 años, dijeron que el Álex trajo “lluvias inusuales” como inesperadas, bueno; ya nos dimos cuenta que no tanto y ahora los dones de Tláloc caen cuando se les da la gana.

Con el inicio de verano del año 2010, se formó un ciclón tropical que, por su dimensión; alcanzó la categoría de huracán. Por ser el primero de la temporada le llamaron Álex. Se desarrolló lentamente en el mar Caribe y se desplazó hacia el Golfo, mientras se intensificaba hasta tocar tierra en el noreste de México. Para fines de junio, ya era una tormenta tropical, nos trajo una tempestad de casi tres días en toda la región, siguiendo más o menos la misma ruta del huracán Gilberto en septiembre de 1988. La Comisión Nacional del Agua indicó que los acumulados, excedieron la cantidad de agua por el huracán Gilberto, la cual provocó que varias represas se llenaran por toda la comarca. En Nuevo León, los ríos pronto se desbordaron y en consecuencia, las presas de La Boca, Cerro Prieto, El Cuchillo y Don Martín, excedieron su capacidad de retención. Para el 1 de julio del 2010, los daños eran evidentes: puentes y avenidas destruidas, cientos de colonias anegadas por lodo y escombro; muchos damnificados y la evacuación forzada de quienes vivían en las zonas de alto riesgo y peligro. Diez días sin agua potable y electricidad. Nuestros municipios y el estado de Nuevo León ya no fueron los mismos. Todas las obras e inversiones se fueron para reparar los daños incuantificables, cancelaron las conmemoraciones del Bicentenario y Centenario y todo nuestro entornó cambió, para dejarnos expuestos a las crecientes de los ríos que no cuidamos. Después el siguiente gobernador, mandó desazolvar el río, convirtiendo a la zona metropolitana en la región más contaminada de nuestro país. ¡Oh Monterrey de las montañas, tú que estás a la par del río!


martes, 2 de julio de 2024

Dad de beber al sediento..

 Antonio Guerrero Aguilar/

Las matronas nos enseñaron, que un vaso con agua no se le niega a alguien. Es más, debe ser en el mejor vaso, si es de cristal mejor. El recipiente es tan esencial: el cáliz donde está la promesa de la vida eterna. Leonardo Boff lo pone como sacramento de la vida y la colección de Mauricio Fernández, guarda el tesoro más valioso para el mecenas: un jarro hecho de piedra o cantera que localizaron en el río Santa Catarina. Donde ahora están las oficinas municipales de Santa Catarina, estaba un campo deportivo denominado “Juárez”. Por cada equipo, los futbolistas llaneros llevaban un aguador, que portaba una tina llena. No iban a la acequia que la tenían a pocos pasos: era compartirla, aunque tuvieran las manos sucias y tan solo una taza de peltre para tomarla.



Los evangelios hablan de generosidad y bondad: la samaritana y Jesús, quien después les advirtió: “porque me viste sediento…”. Precisamente una de las obras de misericordia es “dar de beber al sediento” y los derechos humanos como la Constitución lo refrendan. Para dar acogida y recibimiento a los paseantes, había aguajes y fuentes en las entradas de los pueblos: a lo largo del viejo camino a los Saltilleros, tenían puntos donde podían calmar la sed y refrescarse un poco: los Muertos, Casa Blanca, el Sesteo, la cuesta de Carvajal y dos charcos: el Verde y el de las Anacuas.

Quien la niega es mal portado: “al enemigo, ni agua”, para hacer el mal, cortar los suministros de agua, tapar los pozos y los caudales, para que ya no llueva, basta con poner un machete en medio del campo para que el monte se convierta en un erial. Los ojos de agua y los aljibes se secan cuando hay envidias, por eso también sentenciaban los antiguos: cuando el corazón está seco no se puede amar…

¿Cómo hacer buen uso de la abundancia? Haciendo estanques y presas, tan solo para cuando bajaban los caudales. Los gobernantes propusieron unas, pero los vecinos siempre se negaban: dudaban de su beneficio porque tan solo ponían el disfrute para unos cuántos y no para todos, hagan de cuenta la sentencia: “donde no hay pa´todos, hay patadas”. Robertson propuso una cortina en la entrada del cañón, pero llegaron a la conclusión de que podía destruir todo cuando bajara una avenida. Entonces hicieron las galerías subterráneas, la piedra y la grava las limpiaban a su paso. En 1948 sucedió la primera sequía considerable y racionaron el agua, provocando en 1957 la rebelión de los vecinos de la colonia Independencia porque no la tenían a su alcance. Rangel Frías y Eduardo Livas fueron efectivos: desde 1964 propusieron las presas de Cerro Prieto, Independencia y Libertad, en 1967 una en Icamole. Tiempo atrás, criticaron a Pepe Benítez porque hicieron unas en el Ayancual y sobre el río Pesquería allá rumbo a Herreras.  

A 13 días sin servicio de agua potable…


domingo, 30 de junio de 2024

El agua nuestra de cada día

 Antonio Guerrero Aguilar/

Memorable escena, cuando Luis Aguilar entona: “la lluvia la manda Dios, el agua la da el alcalde”, luego Pedro Infante completa la estrofa: “en casa la quiero yo, ¡ay, mamá, yo la pido en balde!”. La historia del agua como recurso, uso y consumo, tan esencial para la agricultura, la minería y la ganadería, así como por la industria tiene vigencia. Mucha documentación de nuestros acervos así lo constata: donde no había norias ni pozos, el suministro se hacía directamente en las acequias y a veces, para llevarlas a La Fama como a la Leona, la gente se quedaba sin ella para la limpieza y preparación de alimentos. Seguramente las señoras se alborotaban “para llenar la palangana”.

 


No había escusados, por lo que se bañaban lo mismo en la cocina como en cualquier habitación o patio. Por eso no debían faltar dos recipientes: un lavamanos como la bacinica. La primera para lavarse la cara, peinarse y despabilarse, la otra para evitar salir a la letrina, ubicada regularmente en rincones más o menos alejados de la casa. Todavía recuerdo cuando debíamos advertir: “voy pa´fuera”, lo cual me recuerda un episodio, durante una cena en la casa de un alcalde de un municipio norestense. A cada rato el cronista salía para hacer sus necesidades, lo cual se me hacía extraño. Entonces le pido amablemente a la primera dama y anfitriona que me preste su baño y muy quitada de la pena, me señaló un mezquital para “desaguar” el cuerpo.

Las letrinas se hacían con una profundidad de unos tres metros, al fondo colocaban piedras de cal para desinfectar el punto, cubierta por un tablado y unas bancas agujeradas para sentarse cómodamente. No tenían papel higiénico y debían “limpiarse” con lo que tenían a su alcance. Con las epidemias de cólera, debían taparse de inmediato y el reglamento de policía y buen gobierno municipal, exigía la limpieza periódica. Cuando Bernardo Reyes inició las pláticas con una compañía canadiense, para ofrecer los servicios de agua potable para Monterrey en 1904, convinieron la construcción de una tubería especial, en la cual trabajó ni más ni menos que el general Victoriano Huerta. Una para conducir el líquido y otra para llevarlo a una hacienda de General Escobedo, a la que llamaron precisamente “El Canadá”. Con las aguas negras regaban y obtenían buena producción de ajos y maíz.  

A 120 años de distancia, aún se batalla para el suministro de agua, al menos en Santa Catarina. Donde yo vivo, tenemos once días sin servicio.


sábado, 29 de junio de 2024

Agua y natura, identidad y cultura

Antonio Guerrero Aguilar/



Llegué a Santa Catarina en 1965, en el seno de un solar situado por la calle Colón, marcado por el cordón umbilical. Dos años después las lluvias del Beulah, en los lindes del verano y otoño de 1967. No lo recuerdo, excepto por lo contado por doña Veva y doña Inés. La primera etapa marcada por dos escenarios: de la acequia madre rumbo al Lechugal, con notables arboledas y fincas para el descanso y de la plaza al poniente todo lo contrario: una zona urbana con unas cuantas calles en donde estaban la loma Pelona y el monumento a Morazán. El pueblo comenzaba en Culebra y terminaba en el panteón, a los bordes La Huasteca y la López Mateos. Rumbo al entronque a García, los agostaderos de la comunidad de accionistas y por el arroyo del Obispo, los llamados temporales, en donde se instalaron colonias como la Norberto Aguirre, Pio XII, San Francisco y Tepeyac.

Hasta 1943, el agua del río Santa Catarina estaba repartida entre la comunidad de accionistas, herederos de los fundadores y los usufructuarios que se quedaron con sus derechos. Al interior del cañón, Buenos Aires, Nogales y Los Horcones se beneficiaban con los remanentes del río Santa Catarina y el médico Eduardo Aguirre Pequeño disponía del ojo de agua denominado el Palmar. La mayor parte del caudal se iba a La Fama, La Leona, San Pedro y La Décima y otra, destinada para los usos industriales y propios de la ciudad de Monterrey. Conocí al último de los representantes y sin tener vela en el entierro, me pidió que cuidara el agua y que ya no se la llevaran a Monterrey. Nomás que le faltó darme derechos de propiedad, pero el encargo moral y la preocupación queda vigente.

Es de sobra conocido, que los Treviño y el Lechugal, fueron convertidos en zonas industriales, quienes se beneficiaron también del vital líquido. Entonces cambió la forma de vida de los santacatarinenses: de pastores y agricultores a obreros. En 1948 se padeció una escasez de agua, que continuó hasta 1957. Hubo racionamiento y para paliar la situación, en 1954 se hizo el sistema de galerías en las montañas ancestrales. Sin embargo, no fue suficiente y con el proyecto hídrico Monterrey II en 1974, terminaron por llevarse el agua de las acequias. Pero indemnizaron a los accionistas: tantas horas de agua, equivalentes a hectáreas, desde la Huasteca al Rodeo, vendieron terrenos al mejor postor.

jueves, 27 de junio de 2024

Las piedras rodando se hallan...

 Antonio Guerrero Aguilar/

Así como invoca la plegaria: “Envía Señor tu espíritu y se renovará la faz de la tierra…”, el agua es vida, es bendición, purificación, alivio. No pongo en duda los beneficios que nos brinda. Pero cuando prodiga, se torna todo lo contrario. Me imagino el principio de los tiempos: las aguas cubrían todo. Después por un soplo o movimiento, lo subterráneo se levantó en pliegues que formaron montañas. Los torrentes quedaron separados, unos en el mar y otros en la tierra, creando pozos o mantos freáticos que buscan salir, para luego formar manantiales y luego arroyos como ríos. Son mansos y tranquilizantes, hasta que las lluvias copiosas derivadas de las bandas de nubosidad, las cuales; gracias a los vientos, semejan espirales. El ciclo vital se cumple: son expulsadas en culebras, trombas, chubascos, mangas… Es tanto lo que baja, que se inician los torrentes, las avenidas precedidas por aluviones. Todo lo de la superficie, así como la vegetación, la basura como el escombro, descienden por pendientes. Es un lodo denso, una masa café dispuesta para hacer adobes, la cual provoca un olor en el ambiente extraño, un aire cálido y húmedo, impregnado como si fuera algodón de dulce. Luego los ruidos como un bramido: son las piedras rodando y con ellas, ramas, troncos, demás objetos que son empujados por el caudal.  El paisaje se trasforma, todo queda distinto o como alguna vez fue.



Se generan los deslizamientos de tierra, llevándose guijarros y sedimentos que se mueven con furia por una pendiente. La peligrosidad aumenta, debido a los incendios forestales o a la tala desmedida en las tierras altas, así como el uso de material de construcción que invade los espacios naturales. El flujo se torna amenazante y destruye todo lo que hay en su camino. De una cosa estoy seguro: los torrentes fueron delineando lo externo y visible hasta formar las cajas y cauces. Luego llegaron otros y los taparon. La corriente fluvial impregnó su marca, sacando vueltas a los obstáculos y dando la impresión de ser serpientes que se arrastran. Luego viene la vida, semillas, larvas y huevecillos, sapos y caramuelas resurgen de su letargo. Una cosa extraña: esta ocasión dejó destrucción, pero no charcos ni estanques. Algo raro sucedió…

miércoles, 26 de junio de 2024

El río que se sale de su caja...

Antonio Guerrero Aguilar/

 


Los libros de geografía regional, ponen que el río Santa Catarina nace en las tierras altas del municipio de Santiago, otrora pertenecientes a mi solar nativo. Conozco donde nacen el Ramos, el San Juan y el Pesquería. El primero allá por el Colmillo, el segundo en el Cañón de la Boca y el tercero en Ojo Caliente como de las lagunas desaparecidas en el viejo Marquesado de Aguayo. Unos en unos barrancos donde brotan hilos de agua que caen a charcos, que gradualmente reúnen otros y así se van hasta conformar estanques, arroyuelos, arroyos y finalmente ríos. ¿De dónde viene su majestad el río Santa Catarina? De muchos lados: desde los deshielos de la Sierra de Arteaga como de los escurrimientos que se concentran en los matorrales y el subsuelo, así como de los cañones que vienen desde San Juan Bautista, Laborcitas y la Ciénega de González, para entrar al territorio con el que comparte su territorio, allá en San Cristóbal como el Marrubial y Tinajas. Ahí se juntan los torrentes aglutinados en la Mesa del Pajonal, enriquecidos por los desfiladeros que vienen desde San Antonio de la Osamenta como de los Llanitos y el Refugio de los Aguilar. En Tinajas quedan alineados en un cañón delineado por las rocas que bifurcan las corrientes, luego las del Barrial y Rodeo al oriente, mientras las de las Escaleras y Cortinas al poniente. Luego los torrentes se alimentan desde la cuesta del Cañón de Ballesteros como de San Pablo y Santa Juliana. Todo el caudal prevalece desde la finca del finado Marín Torres en los Horcones, para salir imbatible, fortalecido, como fiera bramante en la Boca del Potrero de Santa Catarina, delimitada por la Huasteca y la Ventana.

Dicen que los ríos tienen memoria, que siempre recorren los caminos andados y que ellos mismos abrieron con el trascurso de los tiempos. El doctor Martín Bremer, quien fuera por muchos años maestro en el Tec de Monterrey, no piensa igual: riegan por donde les toca y habitaron alguna vez. En días pasados, alguien habló que no hay desbordamientos, sino líquido que regresa al cauce. Aquí es al revés: corre más agua por las avenidas que por los canales de estiaje. Tan sencillo, vean los planos de Guadalupe y verán que su traza está sobre tres arroyos, lo mismo que Santa Catarina y San Pedro Garza García quedó entre la cordillera y el río. Los antiguos no hablan de desbordamiento: hablaban que “se sale de su caja” como de su “madre”. El centro de Monterrey es una “Mesopotamia” en pequeño: entre el Santa Lucía y el Santa Catarina. El “barrio antiguo” está en lo que fue una represa, los condominios Constitución en una isleta. Retaron al río, invocando constantemente su presencia que se hizo patente, vigente en la destrucción como en los daños. Aunque con presas repletas, a siete días sin agua para lo esencial…

Cosas del agua y yo

Antonio Guerrero Aguilar/

Dicen que los caminos pertenecen a la historia y los ríos a la geografía. Esto no es mío, es de Giovanny Guareschi, autor de “Del pequeño mundo de Don Camilo”. También considera que los hombres no hacen la historia, sino que la soportan y por ende, procuran corregir la geografía para creer que le dieron un cambio a la historia. ¿Cómo lo hacen? Dañando montañas considera él. Hermoso libro que presté y jamás regresó. Ese cronista recuerda en una de sus líneas: “Nací en una entonces aldea soleada y esparcida”. Yo también, el domingo de Ramos de 1965, en un solar que la bisabuela rentaba y permitía a la nieta mayor, anidarse en el mismo. No teníamos servicio de agua potable y debían trasladarla desde unas tomas situadas en algunas esquinas del pueblo. Teníamos una acequia, pero no la podíamos tomar, por lo turbio del caudal y porque debían repartirla para el riego de regadíos y temporales. Era triste pero aleccionador ver a mi papá, agarrar un trozo de mezquite, algo curveado y con dos cadenas y sus ganchos, para llenar tinas y caminar como nazareno cargando la cruz. Tuvimos llaves hasta 1977, aunque los servicios tan solo llegaban a unos cuántos, que pagaban la cuota respectiva en una oficina situada frente a la plaza, en una casa propiedad de Chita Villaseñor.



Costumbre recurrente, la de tomar agua directamente del glifo o de la punta de la manguera y anteriormente en cantaros que mantenían el agua fresca. En la escuela, todos revueltos, pero la clase social se distinguía entre los limpios y sucios de mugre, porque debíamos esperar el fin de semana para el aseo, porque decían que la “cáscara guarda el palo”. Por ese tiempo, de cuando Santa Catarina se hizo ciudad en 1977, desaparecieron todos los signos que nos hablaban del líquido vital: la fuente de los patos en la plaza, los mojones en las esquinas, la acequia, así como el entubado definitivo del río de los ancestros, donde muchas veces calmaba la sed como los calorones. Ya de regreso a la casa, era obligado mojarse en las pantorrillas, porque decían que solo así no se subía el calor hasta la nuca. No se olvida la estrofa de la canción “Hipocresía”: “Morir de sed habiendo tanta agua”. Vi cómo la gente de Horcones, Nogales, Buenos Aires y otras comunidades no tenían agua potable, aunque en su jurisdicción tenían las estaciones de bombeo de Agua y Drenaje de Monterrey.

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico