Antonio Guerrero Aguilar/
Así como invoca
la plegaria: “Envía Señor tu espíritu y se renovará la faz de la tierra…”, el agua
es vida, es bendición, purificación, alivio. No pongo en duda los beneficios que
nos brinda. Pero cuando prodiga, se torna todo lo contrario. Me imagino el
principio de los tiempos: las aguas cubrían todo. Después por un soplo o movimiento,
lo subterráneo se levantó en pliegues que formaron montañas. Los torrentes
quedaron separados, unos en el mar y otros en la tierra, creando pozos o mantos
freáticos que buscan salir, para luego formar manantiales y luego arroyos como
ríos. Son mansos y tranquilizantes, hasta que las lluvias copiosas derivadas de
las bandas de nubosidad, las cuales; gracias a los vientos, semejan espirales. El
ciclo vital se cumple: son expulsadas en culebras, trombas, chubascos, mangas…
Es tanto lo que baja, que se inician los torrentes, las avenidas precedidas por
aluviones. Todo lo de la superficie, así como la vegetación, la basura como el
escombro, descienden por pendientes. Es un lodo denso, una masa café dispuesta
para hacer adobes, la cual provoca un olor en el ambiente extraño, un aire
cálido y húmedo, impregnado como si fuera algodón de dulce. Luego los ruidos
como un bramido: son las piedras rodando y con ellas, ramas, troncos, demás
objetos que son empujados por el caudal. El paisaje se trasforma, todo queda distinto o
como alguna vez fue.
Se generan los
deslizamientos de tierra, llevándose guijarros y sedimentos que se mueven con
furia por una pendiente. La peligrosidad aumenta, debido a los incendios forestales
o a la tala desmedida en las tierras altas, así como el uso de material de
construcción que invade los espacios naturales. El flujo se torna amenazante y
destruye todo lo que hay en su camino. De una cosa estoy seguro: los torrentes
fueron delineando lo externo y visible hasta formar las cajas y cauces. Luego llegaron
otros y los taparon. La corriente fluvial impregnó su marca, sacando vueltas a
los obstáculos y dando la impresión de ser serpientes que se arrastran. Luego viene
la vida, semillas, larvas y huevecillos, sapos y caramuelas resurgen de su
letargo. Una cosa extraña: esta ocasión dejó destrucción, pero no charcos ni
estanques. Algo raro sucedió…
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