Antonio Guerrero Aguilar/
Llegué a Santa
Catarina en 1965, en el seno de un solar situado por la calle Colón, marcado
por el cordón umbilical. Dos años después las lluvias del Beulah, en los lindes
del verano y otoño de 1967. No lo recuerdo, excepto por lo contado por doña
Veva y doña Inés. La primera etapa marcada por dos escenarios: de la acequia
madre rumbo al Lechugal, con notables arboledas y fincas para el descanso y de
la plaza al poniente todo lo contrario: una zona urbana con unas cuantas calles
en donde estaban la loma Pelona y el monumento a Morazán. El pueblo comenzaba
en Culebra y terminaba en el panteón, a los bordes La Huasteca y la López
Mateos. Rumbo al entronque a García, los agostaderos de la comunidad de
accionistas y por el arroyo del Obispo, los llamados temporales, en donde se
instalaron colonias como la Norberto Aguirre, Pio XII, San Francisco y Tepeyac.
Hasta 1943, el
agua del río Santa Catarina estaba repartida entre la comunidad de accionistas,
herederos de los fundadores y los usufructuarios que se quedaron con sus
derechos. Al interior del cañón, Buenos Aires, Nogales y Los Horcones se
beneficiaban con los remanentes del río Santa Catarina y el médico Eduardo
Aguirre Pequeño disponía del ojo de agua denominado el Palmar. La mayor parte
del caudal se iba a La Fama, La Leona, San Pedro y La Décima y otra, destinada
para los usos industriales y propios de la ciudad de Monterrey. Conocí al
último de los representantes y sin tener vela en el entierro, me pidió que cuidara
el agua y que ya no se la llevaran a Monterrey. Nomás que le faltó darme
derechos de propiedad, pero el encargo moral y la preocupación queda vigente.
Es de sobra
conocido, que los Treviño y el Lechugal, fueron convertidos en zonas industriales,
quienes se beneficiaron también del vital líquido. Entonces cambió la forma de vida
de los santacatarinenses: de pastores y agricultores a obreros. En 1948 se padeció
una escasez de agua, que continuó hasta 1957. Hubo racionamiento y para paliar la
situación, en 1954 se hizo el sistema de galerías en las montañas ancestrales. Sin
embargo, no fue suficiente y con el proyecto hídrico Monterrey II en 1974, terminaron
por llevarse el agua de las acequias. Pero indemnizaron a los accionistas: tantas
horas de agua, equivalentes a hectáreas, desde la Huasteca al Rodeo, vendieron terrenos
al mejor postor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario