Antonio Guerrero Aguilar/
Memorable
escena, cuando Luis Aguilar entona: “la lluvia la manda Dios, el agua la da el
alcalde”, luego Pedro Infante completa la estrofa: “en casa la quiero yo, ¡ay,
mamá, yo la pido en balde!”. La historia del agua como recurso, uso y consumo,
tan esencial para la agricultura, la minería y la ganadería, así como por la
industria tiene vigencia. Mucha documentación de nuestros acervos así lo
constata: donde no había norias ni pozos, el suministro se hacía directamente
en las acequias y a veces, para llevarlas a La Fama como a la Leona, la gente
se quedaba sin ella para la limpieza y preparación de alimentos. Seguramente las
señoras se alborotaban “para llenar la palangana”.
No había escusados, por lo que se bañaban lo mismo en la cocina como en cualquier habitación o patio. Por eso no debían faltar dos recipientes: un lavamanos como la bacinica. La primera para lavarse la cara, peinarse y despabilarse, la otra para evitar salir a la letrina, ubicada regularmente en rincones más o menos alejados de la casa. Todavía recuerdo cuando debíamos advertir: “voy pa´fuera”, lo cual me recuerda un episodio, durante una cena en la casa de un alcalde de un municipio norestense. A cada rato el cronista salía para hacer sus necesidades, lo cual se me hacía extraño. Entonces le pido amablemente a la primera dama y anfitriona que me preste su baño y muy quitada de la pena, me señaló un mezquital para “desaguar” el cuerpo.
Las letrinas se hacían con una profundidad de unos tres metros, al fondo colocaban piedras de cal para desinfectar el punto, cubierta por un tablado y unas bancas agujeradas para sentarse cómodamente. No tenían papel higiénico y debían “limpiarse” con lo que tenían a su alcance. Con las epidemias de cólera, debían taparse de inmediato y el reglamento de policía y buen gobierno municipal, exigía la limpieza periódica. Cuando Bernardo Reyes inició las pláticas con una compañía canadiense, para ofrecer los servicios de agua potable para Monterrey en 1904, convinieron la construcción de una tubería especial, en la cual trabajó ni más ni menos que el general Victoriano Huerta. Una para conducir el líquido y otra para llevarlo a una hacienda de General Escobedo, a la que llamaron precisamente “El Canadá”. Con las aguas negras regaban y obtenían buena producción de ajos y maíz.
A 120 años de distancia,
aún se batalla para el suministro de agua, al menos en Santa Catarina. Donde yo
vivo, tenemos once días sin servicio.
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