Antonio Guerrero Aguilar/
El verano es una de las
cuatro estaciones del año, previa al otoño y posterior a la primavera, conocido
también como estío. Este comprende del 20 o 21 de junio y se extiende hasta el
20 o 21 de septiembre. Se caracteriza por las altas temperaturas y a la poca
probabilidad de lluvias. Dentro del verano hay una etapa llamada popularmente
como “canícula” en la cual se vive un calor más sofocante e intenso, conocida
igualmente como sequía intraestival. El nombre de la canícula tiene
que ver con un fenómeno que se origina en el hemisferio norte, al cual podemos
situar entre el 14 de julio y el 24 de agosto de cada año. Es cuando el Sol sale alineado o en
conjunción con la estrella Sirio correspondiente a la constelación del Can
Mayor. Por ejemplo en la antigüedad, los
egipcios le rendían culto a las constelaciones del Can Mayor y de Orión; de ahí
que las tres principales pirámides de Egipto, vistas desde el aire, presenten
las mismas posiciones y ángulos del
llamado cinturón de Orión.
Conviene advertir que la temporada de más calor o
frío en un determinado lugar de nuestro planeta, no depende de que estemos más
cerca o más lejos del Sol. Más bien depende de la inclinación del eje terrestre
respecto al Sol. El hemisferio norte de la Tierra no se calienta súbitamente,
sino que el calor se acumula gradualmente y por eso los días de julio y agosto
son más calientes. Especialmente en éstos tiempos en donde se habla del efecto
invernadero o sobrecalentamiento global. También hay que ver que el régimen
térmico depende de la altitud y de la latitud del lugar.
En
realidad no existe ningún evento astronómico o físico que marque el inicio o el
final de la canícula. Según la tradición y la creencia popular, si llueve al
inicio de la canícula, entonces los calorones se sentirán menos. Si no hay
lluvia en la canícula, el calor se sentirá más. Pero también es cuando inesperadamente
ocurren los famosos chubascos que se forman aunque no estén pronosticados. Los
antiguos decían que cualquier herida, la extracción de una muela o lastimadura,
son más difícil de sanar en éste período. Es curioso, pero comparamos el calor
de las altas temperaturas con los perros, pues regularmente en la canícula los
perros pueden adquirir la rabia. Y así, para
muchos nuevoleoneses, el calorón es más "perro" y "feroz"
que antes, de tal manera que las altas temperaturas proponen una cultura y
moldean costumbres tanto en el campo como en la ciudad.
En el verano vivimos una temporada de estío o estiaje, correspondiente al período de aguas bajas. El estiaje de un río no
depende solamente de la escasez de precipitaciones, también se debe a la radiación
solar más intensa y en consecuencia al mayor potencial de evapotranspiración de
las plantas y de la evaporación más intensa de los cursos de agua. Puede ser causado
por sequía, la falta de lluvias y el calentamiento global.
Dicen que el clima de Monterrey es estable: siempre está
de la fregada. Esto no es nuevo. En 1932,
Alfonso Reyes en su poema “El Sol de Monterrey” recordaba los calorones
de Monterrey: “No cabe duda:
de niño, a mí me seguía el sol, Andaba detrás de mí como perrito faldero; despeinado
y dulce, claro y amarillo: ese sol con sueño que sigue a los niños". En la región noreste siempre
hemos estado expuestos a calorones. Por ejemplo, el general Bernardo Reyes
siendo gobernador de Nuevo León, sufría y batallaba con las inclemencias del
tiempo a tal grado de que propuso la construcción de una serie de casas en la
cima del cerro del Caído y luego llamado
del Mirador, precisamente por la posibilidad de ver todo el entorno desde ahí.
En 1909 Bernardo Reyes decidió pasar el verano en Galeana, un sitio con un
clima más templado. Fue cuando Monterrey, Santa Catarina, Guadalupe y otros
municipios sufrieron los embates de las fuertes lluvias ocurridas entre agosto
y septiembre de ese año.
Pero antes se sentía un
calor distinto. O al menos no se sentía tan intenso. La diócesis de Linares
nunca estuvo en realidad en Linares. Pues en 1779 su primer obispo, fray Antonio
de Jesús Sacedón falleció al poco tiempo de arribar. Su sucesor, fray Rafael
José Verger prefirió el clima de Monterrey al de Linares y hasta 1922, la
diócesis y luego arquidiócesis se llamó de Linares aunque su sede estaba en
Monterrey. O cuando en 1836, el aspirante a médico, José Eleuterio González
llegó a Monterrey con fray Gabriel Jiménez. Ambos venían de San Luis Potosí y
le recomendaron al religioso se trasladara a Monterrey porque sus médicos le
advirtieron tenía un clima más sano y confortable. Pero eran otros tiempos: no había tanta aglomeración
de la población, ni pavimento ni automóviles y había agua suficiente para todos,
con arboledas muy hermosas y muchos espacios abiertos. En cierta forma eso
mitigaba el calor. Y para refrescarse un poco, los habitantes del noreste
mexicano, tenían costumbres como la de sacar las sillas y mecedoras a las banquetas
para pasar la tarde. O tendían una cobija en el patio o inclusive en el techo
para dormir. En algunos pueblos, acostumbran mojar el colchón en donde duermen
como una forma de moderar la temperatura.
Es raro, pero si vemos fotografías de la época, veremos a los hombres y mujeres
con ropa propia de invierno, aun y cuando estuvieran en plena primavera y
verano. No conocían las bebidas frías, mucho menos el hielo y el clima. Y a eso
se acostumbraron. Las casas eran más térmicas y guardaban el calor en el
invierno y eran frescas en el verano. La piedra, el sillar y el adobe eran
materiales adecuados para protegernos de las inclemencias del tiempo. Ahora nosotros no
aguantamos el calor. Y vaya que hay regiones en donde se siente más, como la de
Monclova y el norte de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas en donde las
temperaturas en estos tiempos pueden alcanzar hasta los 45 grados.
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