domingo, 30 de junio de 2024

El agua nuestra de cada día

 Antonio Guerrero Aguilar/

Memorable escena, cuando Luis Aguilar entona: “la lluvia la manda Dios, el agua la da el alcalde”, luego Pedro Infante completa la estrofa: “en casa la quiero yo, ¡ay, mamá, yo la pido en balde!”. La historia del agua como recurso, uso y consumo, tan esencial para la agricultura, la minería y la ganadería, así como por la industria tiene vigencia. Mucha documentación de nuestros acervos así lo constata: donde no había norias ni pozos, el suministro se hacía directamente en las acequias y a veces, para llevarlas a La Fama como a la Leona, la gente se quedaba sin ella para la limpieza y preparación de alimentos. Seguramente las señoras se alborotaban “para llenar la palangana”.

 


No había escusados, por lo que se bañaban lo mismo en la cocina como en cualquier habitación o patio. Por eso no debían faltar dos recipientes: un lavamanos como la bacinica. La primera para lavarse la cara, peinarse y despabilarse, la otra para evitar salir a la letrina, ubicada regularmente en rincones más o menos alejados de la casa. Todavía recuerdo cuando debíamos advertir: “voy pa´fuera”, lo cual me recuerda un episodio, durante una cena en la casa de un alcalde de un municipio norestense. A cada rato el cronista salía para hacer sus necesidades, lo cual se me hacía extraño. Entonces le pido amablemente a la primera dama y anfitriona que me preste su baño y muy quitada de la pena, me señaló un mezquital para “desaguar” el cuerpo.

Las letrinas se hacían con una profundidad de unos tres metros, al fondo colocaban piedras de cal para desinfectar el punto, cubierta por un tablado y unas bancas agujeradas para sentarse cómodamente. No tenían papel higiénico y debían “limpiarse” con lo que tenían a su alcance. Con las epidemias de cólera, debían taparse de inmediato y el reglamento de policía y buen gobierno municipal, exigía la limpieza periódica. Cuando Bernardo Reyes inició las pláticas con una compañía canadiense, para ofrecer los servicios de agua potable para Monterrey en 1904, convinieron la construcción de una tubería especial, en la cual trabajó ni más ni menos que el general Victoriano Huerta. Una para conducir el líquido y otra para llevarlo a una hacienda de General Escobedo, a la que llamaron precisamente “El Canadá”. Con las aguas negras regaban y obtenían buena producción de ajos y maíz.  

A 120 años de distancia, aún se batalla para el suministro de agua, al menos en Santa Catarina. Donde yo vivo, tenemos once días sin servicio.


sábado, 29 de junio de 2024

Agua y natura, identidad y cultura

Antonio Guerrero Aguilar/



Llegué a Santa Catarina en 1965, en el seno de un solar situado por la calle Colón, marcado por el cordón umbilical. Dos años después las lluvias del Beulah, en los lindes del verano y otoño de 1967. No lo recuerdo, excepto por lo contado por doña Veva y doña Inés. La primera etapa marcada por dos escenarios: de la acequia madre rumbo al Lechugal, con notables arboledas y fincas para el descanso y de la plaza al poniente todo lo contrario: una zona urbana con unas cuantas calles en donde estaban la loma Pelona y el monumento a Morazán. El pueblo comenzaba en Culebra y terminaba en el panteón, a los bordes La Huasteca y la López Mateos. Rumbo al entronque a García, los agostaderos de la comunidad de accionistas y por el arroyo del Obispo, los llamados temporales, en donde se instalaron colonias como la Norberto Aguirre, Pio XII, San Francisco y Tepeyac.

Hasta 1943, el agua del río Santa Catarina estaba repartida entre la comunidad de accionistas, herederos de los fundadores y los usufructuarios que se quedaron con sus derechos. Al interior del cañón, Buenos Aires, Nogales y Los Horcones se beneficiaban con los remanentes del río Santa Catarina y el médico Eduardo Aguirre Pequeño disponía del ojo de agua denominado el Palmar. La mayor parte del caudal se iba a La Fama, La Leona, San Pedro y La Décima y otra, destinada para los usos industriales y propios de la ciudad de Monterrey. Conocí al último de los representantes y sin tener vela en el entierro, me pidió que cuidara el agua y que ya no se la llevaran a Monterrey. Nomás que le faltó darme derechos de propiedad, pero el encargo moral y la preocupación queda vigente.

Es de sobra conocido, que los Treviño y el Lechugal, fueron convertidos en zonas industriales, quienes se beneficiaron también del vital líquido. Entonces cambió la forma de vida de los santacatarinenses: de pastores y agricultores a obreros. En 1948 se padeció una escasez de agua, que continuó hasta 1957. Hubo racionamiento y para paliar la situación, en 1954 se hizo el sistema de galerías en las montañas ancestrales. Sin embargo, no fue suficiente y con el proyecto hídrico Monterrey II en 1974, terminaron por llevarse el agua de las acequias. Pero indemnizaron a los accionistas: tantas horas de agua, equivalentes a hectáreas, desde la Huasteca al Rodeo, vendieron terrenos al mejor postor.

jueves, 27 de junio de 2024

Las piedras rodando se hallan...

 Antonio Guerrero Aguilar/

Así como invoca la plegaria: “Envía Señor tu espíritu y se renovará la faz de la tierra…”, el agua es vida, es bendición, purificación, alivio. No pongo en duda los beneficios que nos brinda. Pero cuando prodiga, se torna todo lo contrario. Me imagino el principio de los tiempos: las aguas cubrían todo. Después por un soplo o movimiento, lo subterráneo se levantó en pliegues que formaron montañas. Los torrentes quedaron separados, unos en el mar y otros en la tierra, creando pozos o mantos freáticos que buscan salir, para luego formar manantiales y luego arroyos como ríos. Son mansos y tranquilizantes, hasta que las lluvias copiosas derivadas de las bandas de nubosidad, las cuales; gracias a los vientos, semejan espirales. El ciclo vital se cumple: son expulsadas en culebras, trombas, chubascos, mangas… Es tanto lo que baja, que se inician los torrentes, las avenidas precedidas por aluviones. Todo lo de la superficie, así como la vegetación, la basura como el escombro, descienden por pendientes. Es un lodo denso, una masa café dispuesta para hacer adobes, la cual provoca un olor en el ambiente extraño, un aire cálido y húmedo, impregnado como si fuera algodón de dulce. Luego los ruidos como un bramido: son las piedras rodando y con ellas, ramas, troncos, demás objetos que son empujados por el caudal.  El paisaje se trasforma, todo queda distinto o como alguna vez fue.



Se generan los deslizamientos de tierra, llevándose guijarros y sedimentos que se mueven con furia por una pendiente. La peligrosidad aumenta, debido a los incendios forestales o a la tala desmedida en las tierras altas, así como el uso de material de construcción que invade los espacios naturales. El flujo se torna amenazante y destruye todo lo que hay en su camino. De una cosa estoy seguro: los torrentes fueron delineando lo externo y visible hasta formar las cajas y cauces. Luego llegaron otros y los taparon. La corriente fluvial impregnó su marca, sacando vueltas a los obstáculos y dando la impresión de ser serpientes que se arrastran. Luego viene la vida, semillas, larvas y huevecillos, sapos y caramuelas resurgen de su letargo. Una cosa extraña: esta ocasión dejó destrucción, pero no charcos ni estanques. Algo raro sucedió…

miércoles, 26 de junio de 2024

El río que se sale de su caja...

Antonio Guerrero Aguilar/

 


Los libros de geografía regional, ponen que el río Santa Catarina nace en las tierras altas del municipio de Santiago, otrora pertenecientes a mi solar nativo. Conozco donde nacen el Ramos, el San Juan y el Pesquería. El primero allá por el Colmillo, el segundo en el Cañón de la Boca y el tercero en Ojo Caliente como de las lagunas desaparecidas en el viejo Marquesado de Aguayo. Unos en unos barrancos donde brotan hilos de agua que caen a charcos, que gradualmente reúnen otros y así se van hasta conformar estanques, arroyuelos, arroyos y finalmente ríos. ¿De dónde viene su majestad el río Santa Catarina? De muchos lados: desde los deshielos de la Sierra de Arteaga como de los escurrimientos que se concentran en los matorrales y el subsuelo, así como de los cañones que vienen desde San Juan Bautista, Laborcitas y la Ciénega de González, para entrar al territorio con el que comparte su territorio, allá en San Cristóbal como el Marrubial y Tinajas. Ahí se juntan los torrentes aglutinados en la Mesa del Pajonal, enriquecidos por los desfiladeros que vienen desde San Antonio de la Osamenta como de los Llanitos y el Refugio de los Aguilar. En Tinajas quedan alineados en un cañón delineado por las rocas que bifurcan las corrientes, luego las del Barrial y Rodeo al oriente, mientras las de las Escaleras y Cortinas al poniente. Luego los torrentes se alimentan desde la cuesta del Cañón de Ballesteros como de San Pablo y Santa Juliana. Todo el caudal prevalece desde la finca del finado Marín Torres en los Horcones, para salir imbatible, fortalecido, como fiera bramante en la Boca del Potrero de Santa Catarina, delimitada por la Huasteca y la Ventana.

Dicen que los ríos tienen memoria, que siempre recorren los caminos andados y que ellos mismos abrieron con el trascurso de los tiempos. El doctor Martín Bremer, quien fuera por muchos años maestro en el Tec de Monterrey, no piensa igual: riegan por donde les toca y habitaron alguna vez. En días pasados, alguien habló que no hay desbordamientos, sino líquido que regresa al cauce. Aquí es al revés: corre más agua por las avenidas que por los canales de estiaje. Tan sencillo, vean los planos de Guadalupe y verán que su traza está sobre tres arroyos, lo mismo que Santa Catarina y San Pedro Garza García quedó entre la cordillera y el río. Los antiguos no hablan de desbordamiento: hablaban que “se sale de su caja” como de su “madre”. El centro de Monterrey es una “Mesopotamia” en pequeño: entre el Santa Lucía y el Santa Catarina. El “barrio antiguo” está en lo que fue una represa, los condominios Constitución en una isleta. Retaron al río, invocando constantemente su presencia que se hizo patente, vigente en la destrucción como en los daños. Aunque con presas repletas, a siete días sin agua para lo esencial…

Cosas del agua y yo

Antonio Guerrero Aguilar/

Dicen que los caminos pertenecen a la historia y los ríos a la geografía. Esto no es mío, es de Giovanny Guareschi, autor de “Del pequeño mundo de Don Camilo”. También considera que los hombres no hacen la historia, sino que la soportan y por ende, procuran corregir la geografía para creer que le dieron un cambio a la historia. ¿Cómo lo hacen? Dañando montañas considera él. Hermoso libro que presté y jamás regresó. Ese cronista recuerda en una de sus líneas: “Nací en una entonces aldea soleada y esparcida”. Yo también, el domingo de Ramos de 1965, en un solar que la bisabuela rentaba y permitía a la nieta mayor, anidarse en el mismo. No teníamos servicio de agua potable y debían trasladarla desde unas tomas situadas en algunas esquinas del pueblo. Teníamos una acequia, pero no la podíamos tomar, por lo turbio del caudal y porque debían repartirla para el riego de regadíos y temporales. Era triste pero aleccionador ver a mi papá, agarrar un trozo de mezquite, algo curveado y con dos cadenas y sus ganchos, para llenar tinas y caminar como nazareno cargando la cruz. Tuvimos llaves hasta 1977, aunque los servicios tan solo llegaban a unos cuántos, que pagaban la cuota respectiva en una oficina situada frente a la plaza, en una casa propiedad de Chita Villaseñor.



Costumbre recurrente, la de tomar agua directamente del glifo o de la punta de la manguera y anteriormente en cantaros que mantenían el agua fresca. En la escuela, todos revueltos, pero la clase social se distinguía entre los limpios y sucios de mugre, porque debíamos esperar el fin de semana para el aseo, porque decían que la “cáscara guarda el palo”. Por ese tiempo, de cuando Santa Catarina se hizo ciudad en 1977, desaparecieron todos los signos que nos hablaban del líquido vital: la fuente de los patos en la plaza, los mojones en las esquinas, la acequia, así como el entubado definitivo del río de los ancestros, donde muchas veces calmaba la sed como los calorones. Ya de regreso a la casa, era obligado mojarse en las pantorrillas, porque decían que solo así no se subía el calor hasta la nuca. No se olvida la estrofa de la canción “Hipocresía”: “Morir de sed habiendo tanta agua”. Vi cómo la gente de Horcones, Nogales, Buenos Aires y otras comunidades no tenían agua potable, aunque en su jurisdicción tenían las estaciones de bombeo de Agua y Drenaje de Monterrey.

viernes, 14 de junio de 2024

Arnulfo y yo

 Antonio Guerrero Aguilar/



Arnulfo Vigil Jiménez, vio la luz primera hace 67 años en Montemorelos. La gente del Valle del Pilón, enlaza su nombre con uno de los agricultores más afamados, don Arnulfo Berlanga. Vivir fuera de la zona metropolitana se complica en muchos aspectos: un joven de aquellos rumbos, tienen preparatorias en Terán, Allende y Montemorelos, donde también hay una universidad y una escuela normal. Arnulfo quiso ser sacerdote y para ello, debió inscribirse en el Seminario Diocesano de Linares, para luego trasladarse al Instituto de Ciencias y Humanidades del Seminario de Monterrey. En ese tiempo, la prepa del Seminario Menor estaba al amparo de la Universidad de Monterrey. Conforme pasan los ciclos, si la providencia y las cosas coinciden; se sigue a los estudios de filosofía como de teología para acceder al orden sagrado. Lo conocí en ese tiempo, porque llegaron tres jóvenes procedentes de Montemorelos a la parroquia de Santa Catarina, para realizar apostolado y dar catecismo: Francisco Gómez, Francisco Flores y Arnulfo Vigil.

Algo pasó: Vigil ya no continuó con la teología. Como el programa académico de la insigne institución, la más antigua en el noreste mexicano no tenía validez oficial, obligaba el traslado a Guadalajara a quienes cambiaron su vocación. Allá tienen un plantel que combinaba la formación periodística con la filosofía: el Instituto Superior Autónomo de Occidente, convertido en la Universidad del Valle de Atemajac, en donde revalidaban toda materia cursada en algún centro religioso.

Gracias al doctor Basave, la Universidad Regiomontana se hizo un semillero compuesto por ex sacerdotes y ex seminaristas. De ahí pudo completar la licenciatura en filosofía. Tenía la base para docencia, pero no quiso seguirla: no era dado a la paciencia para cuidar alumnos a quienes no les interesa la base del pensamiento occidental. Se hizo periodista como en los gremios medievales: desde aprendiz, oficial y maestro precisamente en El Porvenir, posteriormente en Más Noticias y La Jornada. Luego el gran salto, con una impresora y cortadora iniciarse en la industria editorial para fundar la famosa revista Oficio en 1989.

Dicen que quien comienza la formación religiosa, ya tiene prevista la sentencia de ser sacerdote eternamente según el rito de Melquisedec. Arnulfo supo conjuntar la palabra y el verbo, la poesía y la teología. Se hizo poeta, ensayista y cronista. Seguramente influido por la teología de la liberación, comprendió el compromiso social de la fe, apoyando las causas justas contra la injusticia y el maltrato. Analista crítico que nunca renunció a la vocación profética de anunciar y denunciar las causas estructurales que provocan el pecado y hasta se inscribió como candidato a la alcaldía de Monterrey en el 2003 apoyado por el Partido de la Revolución Democrática. Se casó y formó familia.

No les miento: en su imprenta fueron editados unos 400 libros. El mismo hizo 12 publicaciones de poesía, dos ensayos y tres de crónica urbana, más lo que no pudo imprimir. Su taller itinerante como peregrino, rodeado de libros, sin importar el ruido de las máquinas como de los amigos, se sentaba a escribir a máquina el artículo comprometido. Buen cocinero, también preparaba ricos almuerzos para quienes ahí estaban: desde ex rectores, poetas, intelectuales y visitantes.

Yo le debo cinco libros: el de panteones, tres de Villa de García y uno de la plaza de Santa Catarina. El primero tiene su historia, fruto del Centro de Escritores de Nuevo León cayó ante la mirada de Celso Garza Guajardo a quien le gustó. Me ofreció sacarlo a la luz pública bajo el sello de la UANL. No le creí, porque ya me había rechazado tres. Ya no supe más, de no ser por Vigil quien me llamó por teléfono para decirme que le habían pagado una publicación, la mía y que le llevara los originales. También pensé que se trataba de una broma, porque nunca pude publicar en Oficio. En efecto, en 1996 salió “Los pueblos de los cruces”, prologado ni más ni menos que por Arnulfo Vigil.

Hablé poco con Vigil y me hubiera gustado estar más cerca de su círculo cercano de amigos y colaboradores. Llevaba unos 15 años sin verlo. Buen anfitrión y promotor cultural: trajo a la ciudad a Leonardo Boff, Frei Betto y Ernesto Cardenal. Con valentía salía a las marchas sin considerar los riesgos o prohibiciones. Cuando ganó el premio nacional de poesía Efraín Huerta en el 2002, nos contaba que durante la cena, abrió el baile en la pista y conminó al alcalde de Tampico quien también se puso a danzar. Como buen promotor de la lectura y la cultura (batallando por dinero claro está), me confió que el monto del premio sería destinado a deudas que le agobiaban. No le gustaron mis palabras: un personaje como Rufo con tanta obra escrita sumaba pocos reconocimientos, porque en Monterrey las cosas son al revés: muchos premios para poca obra. Pero como que eso no le preocupaba: sin embargo obtuvo en el 2000 el Benemérito de las Américas de la Universidad Juárez de Oaxaca, en el 2002 el estatal de periodismo, en el 2004 el de Crónica Literaria por el Ayuntamiento de Monterrey y en el 2022 el Premio a las Artes por la UANL.  Pero a él no les interesaban los membretes: tan solo escribir y procurar la lectura porque sabía que ahí está la base de todo. Nos vemos un día Arnulfo.



Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico