Antonio Guerrero Aguilar/
Arnulfo Vigil Jiménez, vio la luz primera hace 67 años en Montemorelos. La gente del Valle del Pilón, enlaza su nombre con uno de los agricultores más afamados, don Arnulfo Berlanga. Vivir fuera de la zona metropolitana se complica en muchos aspectos: un joven de aquellos rumbos, tienen preparatorias en Terán, Allende y Montemorelos, donde también hay una universidad y una escuela normal. Arnulfo quiso ser sacerdote y para ello, debió inscribirse en el Seminario Diocesano de Linares, para luego trasladarse al Instituto de Ciencias y Humanidades del Seminario de Monterrey. En ese tiempo, la prepa del Seminario Menor estaba al amparo de la Universidad de Monterrey. Conforme pasan los ciclos, si la providencia y las cosas coinciden; se sigue a los estudios de filosofía como de teología para acceder al orden sagrado. Lo conocí en ese tiempo, porque llegaron tres jóvenes procedentes de Montemorelos a la parroquia de Santa Catarina, para realizar apostolado y dar catecismo: Francisco Gómez, Francisco Flores y Arnulfo Vigil.
Algo pasó: Vigil
ya no continuó con la teología. Como el programa académico de la insigne
institución, la más antigua en el noreste mexicano no tenía validez oficial,
obligaba el traslado a Guadalajara a quienes cambiaron su vocación. Allá tienen
un plantel que combinaba la formación periodística con la filosofía: el
Instituto Superior Autónomo de Occidente, convertido en la Universidad del
Valle de Atemajac, en donde revalidaban toda materia cursada en algún centro
religioso.
Gracias al doctor
Basave, la Universidad Regiomontana se hizo un semillero compuesto por ex
sacerdotes y ex seminaristas. De ahí pudo completar la licenciatura en filosofía.
Tenía la base para docencia, pero no quiso seguirla: no era dado a la paciencia
para cuidar alumnos a quienes no les interesa la base del pensamiento
occidental. Se hizo periodista como en los gremios medievales: desde aprendiz,
oficial y maestro precisamente en El Porvenir, posteriormente en Más Noticias y
La Jornada. Luego el gran salto, con una impresora y cortadora iniciarse en la
industria editorial para fundar la famosa revista Oficio en 1989.
Dicen que quien
comienza la formación religiosa, ya tiene prevista la sentencia de ser
sacerdote eternamente según el rito de Melquisedec. Arnulfo supo conjuntar la
palabra y el verbo, la poesía y la teología. Se hizo poeta, ensayista y
cronista. Seguramente influido por la teología de la liberación, comprendió el
compromiso social de la fe, apoyando las causas justas contra la injusticia y
el maltrato. Analista crítico que nunca renunció a la vocación profética de
anunciar y denunciar las causas estructurales que provocan el pecado y hasta se
inscribió como candidato a la alcaldía de Monterrey en el 2003 apoyado por el
Partido de la Revolución Democrática. Se casó y formó familia.
No les miento: en
su imprenta fueron editados unos 400 libros. El mismo hizo 12 publicaciones de
poesía, dos ensayos y tres de crónica urbana, más lo que no pudo imprimir. Su
taller itinerante como peregrino, rodeado de libros, sin importar el ruido de
las máquinas como de los amigos, se sentaba a escribir a máquina el artículo
comprometido. Buen cocinero, también preparaba ricos almuerzos para quienes ahí
estaban: desde ex rectores, poetas, intelectuales y visitantes.
Yo le debo cinco
libros: el de panteones, tres de Villa de García y uno de la plaza de Santa
Catarina. El primero tiene su historia, fruto del Centro de Escritores de Nuevo
León cayó ante la mirada de Celso Garza Guajardo a quien le gustó. Me ofreció
sacarlo a la luz pública bajo el sello de la UANL. No le creí, porque ya me
había rechazado tres. Ya no supe más, de no ser por Vigil quien me llamó por
teléfono para decirme que le habían pagado una publicación, la mía y que le
llevara los originales. También pensé que se trataba de una broma, porque nunca
pude publicar en Oficio. En efecto, en 1996 salió “Los pueblos de los cruces”,
prologado ni más ni menos que por Arnulfo Vigil.
Hablé poco con
Vigil y me hubiera gustado estar más cerca de su círculo cercano de amigos y
colaboradores. Llevaba unos 15 años sin verlo. Buen anfitrión y promotor cultural:
trajo a la ciudad a Leonardo Boff, Frei Betto y Ernesto Cardenal. Con valentía
salía a las marchas sin considerar los riesgos o prohibiciones. Cuando ganó el
premio nacional de poesía Efraín Huerta en el 2002, nos contaba que durante la
cena, abrió el baile en la pista y conminó al alcalde de Tampico quien también
se puso a danzar. Como buen promotor de la lectura y la cultura (batallando por
dinero claro está), me confió que el monto del premio sería destinado a deudas que
le agobiaban. No le gustaron mis palabras: un personaje como Rufo con tanta
obra escrita sumaba pocos reconocimientos, porque en Monterrey las cosas son al revés:
muchos premios para poca obra. Pero como que eso no le preocupaba: sin embargo obtuvo
en el 2000 el Benemérito de las Américas de la Universidad Juárez de
Oaxaca, en el 2002 el estatal de periodismo, en el 2004 el de Crónica Literaria
por el Ayuntamiento de Monterrey y en el 2022 el Premio a las Artes por la
UANL. Pero a él no les interesaban los
membretes: tan solo escribir y procurar la lectura porque sabía que ahí está la base
de todo. Nos vemos un día Arnulfo.
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